Capítulo 25
Roberto aparcó su moto y descendió rápidamente a la base de la organización. Una vez en la sede ni siquiera saludó a su novia, paso de largo y se dirigió directamente al despacho de Francisco.
—Señor. —Roberto entró apresurado en la dependencia de Francisco.
—¿Qué pasa para que entre de este modo en mi despacho? —contestó este.
—Señor. Si he entrado así, es porque ha ocurrido algo de suma importancia, créame.
—Entonces siéntese, y cuénteme eso tan importante que venía a revelarme. —Francisco señaló una de las sillas de su escritorio.
—Han secuestrado a Melissa —dijo tajantemente Roberto, sin preámbulos, sin allanar antes el terreno.
—¿Cómo ha ocurrido? —le preguntó Francisco asombrado ya que hacía apenas unas horas había estado hablando con ella en su oficina.
—Verá, señor. —Roberto le relató la llamada que le había hecho Melissa apenas hacía unas horas—. Borja le invitó a comer con poca antelación para avisar a la organización. Creyó conveniente avisarme para que le cubriera. Pero como ya se habrá imaginado, me ha sido imposible cumplir mi palabra.
—Ya veo. —Francisco se recostó sobre su sillón para sopesar la situación.
—Melissa volvía a su despacho en el vehículo de Borja cuando dos coches comenzaron a perseguirlos. Pude ver sus matriculas, estas son —agregó mientras le enseñaba un papel con los correspondientes números—. Uno de los coches se desvió y minutos después, se estrelló frontalmente contra el vehículo en el que viajaba nuestra agente. Los ocupantes del otro coche se bajaron y sacaron a Melissa del vehículo llevándosela rápidamente del lugar.
—¿Por qué no actuó en ese momento? —le preguntó Francisco—. No dudo de que podría haberlos detenido sin ningún tipo de problema. Está más que preparado para ello.
—Lo intenté, no se lo voy a negar, pero tuve que desestimarlo. El ruido del choque hizo un efecto llamada de testigos, señor. No podría haber actuado sin ver peligrar mi tapadera.
—Comprendo. Hizo bien. La organización puede sobrevivir sin Melissa, pero sin usted sería más complicado. Usted eres un pilar fundamental de este grupo. — Francisco entrelazó sus dedos—. ¿Siguió el coche en el que se llevaron a nuestra agente?
—Sí y no se va a creer a dónde se dirigió —le contestó Roberto.
Plas, Plas, Plas.
—Despierta bella durmiente.
Melissa se despertó gracias a las bofetadas que le propinó un tipo que se creía gracioso. Era increíble el humor que destilaban algunos secuestradores delante de sus víctimas. La mujer tenía las manos inmovilizadas a una silla con unas bridas, al igual que los pies. No intentó si quiera quitarse las ataduras, era una perdida de tiempo y de esfuerzo. El hombre, evaluó dicha reacción.
—Veo que eres más lista de lo que a primera vista parece. Antes no has forcejeado y ahora tampoco has intentado quitarte las ataduras porque sabes de antemano que son acciones inútiles. —Melissa no podía contestarle ya que tenía una mordaza para impedírselo—. Me dijeron que te mantuviese continuamente vigilada. Cualquiera en tu posición empezaría a chillar con la mordaza puesta pero tú... Bueno, te dejo a solas un momento para que te ubiques. En breves instantes alguien vendrá a hacerte una visita. Descansa mientras puedas, preciosa. Necesitarás todas las fuerzas que puedas reunir para aguantar tu estancia aquí.
El hombre la dejó a solas. Cerró la puerta y la habitación quedó sumida en la más absoluta oscuridad.
A pesar de la situación en la que se encontraba, consiguió dormir y se despertó gracias al ruido de usos pasos que se aproximaban a la estancia en la que se encontraba. La mujer escuchó el corrimiento de un cerrojo y como, a continuación, un hombre entraba en el habitáculo.
—Hola, Melissa. ¿Tu nueva habitación es cómoda?¿La decoración está a tu gusto?
—Mmmmmm —Melissa no podía contestar por culpa de la mordaza.
—Por favor, que desconsiderado soy. ¡Chico! —dijo dirigiéndose a alguien de fuera—. ¡Quítele la mordaza! —agregó dirigiéndose esta vez a Melissa—. Luego cierre la puerta y déjeme a solas con la detenida. En cuanto termine de hablar con ella, se lo haré saber.
El chico obedeció la orden. Le quitó la mordaza y salió del habitáculo al acabar su cometido cerrando la puesta tras él.
—Melissa, ¿ahora no tienes ganas de hablar y demostrar tu superioridad? ¿Es que ahora resulta que eres una santa? —La mujer siguió sin contestar. El hombre, por su parte, prosiguió con su monólogo—. Hace unos días, en una circunstancia similar, no te comportaste tan mansamente como lo haces ahora. —El hombre la tocó el cabello y la acarició la cara.
—Hace unos días, no estaba secuestrada, magullada y maniatada como lo estoy ahora —le contestó ella fríamente mirándole directamente a los ojos.
—La verdad es que no me has dejado otra opción. Tú me obligaste con tus acciones ha hacer esto.
—¿Se puede saber que vas a hacer conmigo, Borja? Por lo que pude ver, tu secuestro al estilo película de Hollywood llamó la atención de mucha gente. No podrás silenciar esto tan fácilmente. Se te ha ido de las manos. Déjame libre antes de que sea demasiado tarde y te estalle en la cara
—¿Qué voy a hacer contigo? —El hombre sonrió demostrando a Melissa que disfrutaba el momento—. Por ahora, intentaré sacarte toda la información que pueda sobre la organización: quien la integra, dónde tenéis la base... Sois como un dolor de muelas para nuestro gobierno y mi deber es eliminaros de raíz. Nadie debe conocer nunca vuestra existencia.
Melissa no pudo contener la risa.
—¿Y cómo piensas sacarme esa información, Borja?
—En principio, por tú bien, esperaba conseguir esa información por las buenas. Pero si lo prefieres, no me importará hacerlo por las malas. La forma de obtención la decides tú, querida.
—En realidad, ¿crees que voy a darte algún tipo de información? —Melissa volvió a reírse—. Escúchame bien lo que te voy a decir. ¡Ni por las buenas ni por las malas, conseguirás nada de mí! ¿Me has oído bien? Nunca te diré nada. Antes prefiero morir.
—Eso ya lo veremos, Melissa. Hoy me encuentro de muy buen humor. Fíjate si soy comprensivo que voy a dejar que lo consultes con la almohada. Mañana vendré a buscar la información que quiero por las buenas, y sino la obtengo, sufrirás. Ya lo creo que lo harás. Buenas noches querida, que descanses.
Borja tocó la puerta, esta se abrió, el hombre salió, la puerta se cerró y la luz se fue con su presencia.
—Descansa mientras puedas, Borja. Porque cuando salga de aquí, no habrá fortaleza donde puedas esconderte donde yo no te encuentre. Y créeme Borja, te haré sufrir el doble de lo que lo haga yo aquí.
Melissa apenas pudo descansar. Dormir en una silla incómoda con las manos atadas no era coyuntura muy confortable. La silla era metálica y el olor de la estancia era una mezcla entre humedad y suciedad.
La mujer oyó unos pasos que se aproximaban. Al poco rato, la puerta se abrió.
—¿Qué tal has dormido, querida? —le preguntó Borja con una sonrisa en la cara e impolutamente vestido.
—Déjate de formalidades, Borja. No necesito tus falsas preguntas de cortesía para comenzar bien la mañana. ¿No crees que llevas un atuendo poco apropiado para este lugar?
—¿Ya has consultado tu decisión con la almohada? —le preguntó el hombre omitiendo deliberadamente la pregunta de la mujer
—No he necesitado consultar con la almohada nada. La organización no cede ante chantajes aunque estos provengan de ti o del mismísimo presidente. No te entregaré ningún tipo de información que comprometa a la corporación.
—¿Estás segura con tu decisión? Esa contestación no te beneficia en absoluto. Si me das la información que quiero, tú y yo siempre podemos llegar a un acuerdo provechoso para ambos. Sé como compensar con creces a mis informadores y tú no ibas a ser menos.
Melissa se rió ante la propuesta absurda que le hacía su recién estrenado suegro.
—Creo haber sido suficientemente clara, ¿no? ¿O quizás es que te está comenzando a fallar el oído?
—Muy bien, tú lo has querido. ¡Chico! —agregó gritando a alguien de fuera.
—Sí, señor.
Un hombre joven contestó a la orden de Borja. Por su aspecto parecía militar. Alto, fuerte, musculoso, pelo corto estilo marine, vestimenta típica militar.
—Quítele esas bridas de las muñecas y póngale estas esposa —dijo entregándoselas. El chico hizo lo que Borja le ordenó bajo la atenta mirada del político—. Bien —agregó Borja al ver el resultado—. Lleve a la detenida a la sala acordada.
El chico obedeció. Guió a la detenida por una sucesión de pasillos hasta la supuesta habitación. La estancia era amplia pero no contaba con ventanas al exterior. Disponía de poca iluminación. El chico le llevó hasta el centro del cuarto y le colgó de una especie de gancho suspendido del techo. Melissa apenas tocaba con la punta de sus pies el suelo. A continuación le puso unas cadenas entorno a los pies afianzándolas a unos ganchos anclados en el suelo.
—Melissa. Te presento a un amigo de confianza, Esteban. Pronto ambos os haréis grandes amigos, ya lo verás.
Esteban era alto, fuerte, rudo. Tenía cierto atractivo. El pelo lo llevaba muy corto, estilo militar al igual que el joven que le había llevado hasta aquella habitación. Probablemente ambos hombres lo fueran. Se le veía musculoso aunque llevaba un chandal amplio. Tenía un brillo especial en sus profundos ojos negros.
—Perdona que discrepe contigo, Borja. Pero si es amigo de un ser tan horrible como lo eres tú, no me interesa que entre dentro de mi círculo de amistades —le contestó Melissa para demostrarle que no temía nada que le pudieran hacer.
Pum.
Esteban le dio un fuerte puñetazo en el estómago. El dolor la recorrió todo el cuerpo. A aquel hombre estaba claro que le gustaba dar fuerte.
—Al menos, puedo cerciorar que tu amigo tiene grandes modales, los modales de todo un gran caballero —se atrevió Melissa a agregar con una gran sonrisa impresa en su cara.
—Al finalizar la tarde no te quedaran fuerzas, ni ganas de mantener ese humor tuyo tan característico —le contestó Borja.
Esteban se despachó a gusto con ella. La utilizó como saco de boxeo durante todo el día por lo que al caer la tarde, Melissa se encontraba muy débil. La mujer sobrecargaba todo su peso sobre sus machacadas muñecas, de hecho ahora colgaba de ellas.
—Señor —dijo Esteban a Borja—. La detenida no ha hablado a pesar de la cantidad de golpes recibidos.
—Según tengo entendido es el mejor de nuestros interrogadores. Nunca antes nadie se ha resistido a sus trabajos o al menos eso es lo que me habían informado.
—Tendré que retomar el trabajo mañana. Si continuo, lo único que conseguiré es que pierda la consciencia y con ello no avanzaremos.
—Continuará con el interrogatorio hasta que le saque la información que buscó —contestó Borja perdiendo la compostura. Estaba nervioso—. Cada minuto de más que la retenemos aquí, es un riesgo inmenso el que asumimos. Las imágenes de su secuestro ya salen en todas las televisiones en busca de algún testigo que pueda reconocer a los artífices de todo esto. No podemos dilatar más su cautiverio. Necesito que me consiga esa información ya.
—Como usted quiera, pero teniendo en cuenta su actual estado —Esteban miró a Melissa—, no resistirá un nuevo interrogatorio, señor.
—De acuerdo, de acuerdo. Usted es aquí el profesional. Dispondrá de más tiempo si es lo que necesita, pero quiero resultados pronto. Es de vital importancia para la seguridad de nuestro país y también por nuestra propia integridad. No hace falta que se lo recuerde, ¿verdad?
—No, señor. Estoy al tanto. Ya fui informado cuando acepté este trabajo. Tendrá esos resultados, señor, los tendrá.
Borja abandonó la sala mientras Esteban por su parte hacía una señal a dos de sus hombres que llevaron a Melissa de regreso a su celda.
—No puede ser posible, señor —dijo Esteban a Borja totalmente exhausto—. Nunca antes, una persona se había resistido así a mis métodos. ¿Está seguro de que pertenece a esa organización?
—Lo que pasa aquí es que es usted un completo inepto —contestó Borja—. Le he dado un día más, como me pidió, ¿y qué ha conseguido? Yo sé lo diré, ¡nada! —gritó exaltado—. Este trabajo debía haberse llevado a cabo en poco tiempo. A estas alturas ya tendríamos que haber conseguido la localización de esa base de operaciones para destruirla. Pero con cada hora que pasa, estamos más expuestos. Al presidente no le va a hacer gracia que todavía no hallamos conseguido ningún resultado.
—Esta bien entrenada para aguantar dos días de mis intensos interrogatorios. Nunca antes me había encontrado con un caso similar. Muchos hombres en su misma situación, a los treinta minutos de comenzar, ya me habrían dicho hasta el pin de su tarjeta de crédito, pero ella...
—Usted también está bien entrenado, o eso al menos me dijeron. Le daré un día más. Pero si no consigue el objetivo que le fue encomendado al terminar la tarde de mañana, no habrá solo un cadáver —señaló con la cabeza a Melissa—. El suyo le hará compañía. Así que espero por su bien, que se esmeres más en su labor.
Un joven le trajo la cena. En esta ocasión, no era una simple sopa como los días anteriores. Se trataba de un filete de ternera con guarnición. Los cubiertos que le trajeron eran de plástico.
—Gracias —le dijo Melissa con voz débil y apenas audible—. Hoy no dejaré ni las migas del pan.
El joven se fue sin contestar.
En los días anteriores, Melissa no había probado bocado. Pero hoy, ese filete de ternera le había abierto el apetito. Y vaya si se lo comió, lo hizo en un santiamén.
Al cabo de un rato, el joven abrió la puerta y se acercó a recoger el plato, como había hecho el resto de los días anteriores. Cuando se agachó, Melissa aprovecho su oportunidad y le clavó el tenedor de plástico en el cuello, justo en la arteria yugular, una y otra vez, sin que el chico pudiera tener tiempo para reaccionar. El hombre no había esperado, ni por asomo, que la mujer fuera a tener tal reacción. Rápidamente se desplomó sobre el suelo aparentemente sin vida. Melissa comprobó sus inexistentes constantes vitales. Lo cacheó encontrando un cuchillo que guardó en su bota. A continuación, lo colocó sobre el camastro y lo tapó con la manta. Eso le daría algo de tiempo si alguien comprobaba su presencia en la celda.
La mujer salió por la puerta. Estaba débil, le costaba caminar pero eso no la impediría escapar de allí. Al menos, tenía una posibilidad e iba a aprovecharla.
En los pasillos no encontró a nadie. Pero si quería escapar de allí, debía primero quitarse aquellas malditas esposas. Eliminar al joven e ingenuo carcelero había sido fácil teniéndolas puestas, pero probablemente la próxima vez que tuviera que enfrentarse a alguien, no tendría tanta suerte. Definitivamente debía quitárselas. Ella era mucho mejor luchando con las manos libres que amarradas.
Recodó al final del pasillo a la izquierda y abrió la segunda puerta de la derecha. Era la puerta por la que le habían conducido cada día para torturarla. Allí encontraría los instrumentos necesarios para quitarse las malditas esposas que la estaban destrozando las muñecas.
En la habitación, por fortuna, no había tampoco nadie. Entró y se dirigió, sin pensárselo dos veces, al armario de las herramientas. De él cogió unas ganzúas y gracias a ellas liberó sus manos. Pero en ese preciso momento, alguien la tapó la boca con una mano, la inmovilizó y posteriormente la amenazó con un cuchillo en el cuello.
—Mmmm —murmuró Esteban sobre su oído—. Pero qué tenemos por aquí. ¡Vaya, vaya! Así que todavía tienes fuerzas para excursiones nocturnas, ¿eh? —Le apretó más el cuchillo sobre el cuello pero sin hacerla sangrar.
Melissa por su parte ya había conseguido liberar sus manos pero su atacante eso no lo sabía. El hombre decidió agarrarla por la cintura y la separó del armario, presumiblemente para no darle oportunidad a coger alguna herramienta que pudiera utilizar en su defensa.
—Parece que mi interrogatorio no te ha agotado hasta el punto que yo pensaba —agregó susurrando sobre el oído de la mujer.
—No soy tan floja como parezco —contestó ella.
—Eso me gusta. Mañana tú y yo tenemos una cita y quiero que estés descansada.
—Eso ya veremos.
Melissa le dio un codazo a su captor en la boca del estómago lo que hizo que eliminara su agarre sobre ella. A continuación intentó sin éxito llegar de nuevo al armario.
—¿A dónde te crees que vas? —le preguntó Esteban derribándola contra el suelo.
Ambos forcejearon. Melissa luchó contra Esteban con todas sus fuerzas, pero estaba débil. Los dos días de torturas le habían pasado factura. Melissa luchó y luchó y notó como el cuchillo que portaba Esteban se clavaba en su costado derecho.
—¡Ah! —gritó la mujer a causa del dolor.
—Tú te lo has buscado, bonita —contestó él.
—Y tú también.
Melissa hizo lo propio clavándole la ganzúa al hombre en el cuello. Esteban se llevó su mano izquierda al cuello como acto reflejo.
—Serás...
En ese intervalo de tiempo, Melissa consiguió recuperar el cuchillo que había guardado en su bota y lo clavó directamente en el corazón de su torturador sin darle tiempo a reaccionar. El hombre abrió mucho lo ojos, totalmente sorprendido por la situación y a continuación, se desplomó sobre ella.
Melissa consiguió quitárselo de encima, no sin sufrir por la ardua tarea. A continuación, comprobó su herida. No pintaba bien por lo que decidió dejar el cuchillo clavado en su cuerpo. Tenía miedo que hubiera roto algún vaso importante. Aunque la herida ahora no sangraba abundantemente, su retirada podía provocar su rápido desangramiento. La mujer decidió cachear el cadáver de Esteban. La fortuna quiso que el hombre llevará su móvil con él. Marcó el número de emergencias, 112 y esperó a que alguien contestara al otro lado.
—¿Emergencias? —contestó finalmente una mujer.
—Estoy herida. Me han clavado un cuchillo en el costado derecho. Estoy perdiendo mucha sangre...
Melissa no pudo aguantar más y se desmayó.
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