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Capítulo 23

Melissa se encontraba trabajando en un proyecto cuando el teléfono de su despacho comenzó a sonar.

Rin, rin...

—Sí, ¿Marlene? —contestó Melissa sin despegar los ojos de su ordenador.

—Hay un cliente que quiere verla.

—No recuerdo que hoy tuviera ninguna cita concertada con ninguno —agregó mientras miraba rápidamente su agenda.

—No, no tenía ninguna. Se trata de un cliente nuevo.

—Bueno, si es así, hágale pasar, Marlene.

Toc, toc

Tras llamar a la puerta, Marlene la abrió. Melissa mientras tanto se levantó de su sillón y fue a recibir a su nuevo cliente.

—Adelante, Francisco —dijo Marlene para animar al cliente a pasar al despacho de su jefa.

—Buenos días, Francisco. Marlene, puedes retirarte, muchas gracias —agregó Melissa—. ¿Quiere tomar algo, un café, una copa?

En ese momento, Marlene cerró la puerta.

—Buenos días, Melissa. Un café estará bien, gracias. Por cierto, tienes mala cara.

—Llevo un par de noches durmiendo fatal. Apenas consigo conciliar el sueño —contestó la mujer mientras se dirigía a la zona bar de su despacho. Una vez allí, cogió dos tazas de café y las puso en la cafetera.

—Es normal cuando duermes en el sofá de un hospital. —Francisco se sentó en uno de los sofás de la zona de descanso del despacho de Melissa.

—Yo...

—No tienes porque darme ningún tipo de explicación, Melissa —le cortó él antes de que intentara disculparse—. A fin de cuentas, tienes que darle ahora más que nunca fuerza a tu tapadera. Y que mejor para ello que estar al lado de tu novio en estos momento difíciles para él.

—Francisco, necesito abandonar esta misión. Me estoy implicando demasiado en ella. —Melissa cogió las dos tazas y las puso sobre la mesa de café. Antes de sentarse cogió un plato con pastas y bombones y lo añadió a la mesa. Melissa tomó finalmente asiento en el mismo sofá que Francisco—. La misión me está superando. Nunca pensé que ocurriría pero ha pasado. Necesito tomar perspectiva.

—Estás más que preparada para terminar esta misión. Si abandonas, todo lo que has hecho hasta ahora no habrá servido para nada. Nos costará años volver a llegar donde nos encontramos ahora. ¿Crees que no entiendo por lo que estás pasando? Te equivocas, conozco perfectamente tus sentimientos.

—Yo... —intentó intervenir la mujer sin éxito.

—No me interrumpas, por favor —le volvió a cortar Francisco—. He venido hasta aquí para contarte algo, algo revelador, algo que te ayudará a tomar perspectiva como tú necesitas en estos momentos.

—De acuerdo —le contestó Melissa a la vez que asentía.

—Hace veinte años, mas o menos, yo estaba en una situación muy parecida a la que te encuentras tú ahora. Por aquel entonces, me ordenaron una misión bastante similar a la que tú te enfrentas ahora. En mi caso, para más inri debía seducir a una mujer casada. Me costó mucho conseguirlo. La señora en cuestión estaba muy enamorada de su marido eran, por así decirlo de alguna manera, almas gemelas. Su marido trabajaba mucho y apenas pasaba tiempo en casa pero eso no impedía que entre ambos existiera una química especial. Tuve que tramar muchas argucias para que al final cayera en mis brazos. Pero no solo calló ella, sin querer también lo hice yo, como me temo que a tí también te ha ocurrido. —Francisco paró su relato, y tragó saliva—. Cuando mi jefe me comunicó que debía eliminar a la familia entera, creí que el mundo se me venía encima. No podía dormir, la comida no me entraba en el cuerpo. Pensé en como poder escapar, en como podía abandonar la organización, pero no sólo, sino con ella a mi lado. Por más que me exprimí los sesos en su momento, no conseguí encontrar ninguna escapatoria. En ese preciso momento me di cuenta que todo lo que era, se lo debía a esta organización y que en realidad, si no hubiera sido por la misión, no hubiera conocido a esa maravillosa mujer. Pensé en negarme a ejecutar la orden, pero sabía que solo conseguiría que enviaran a otro a realizarla. También se me pasó por la cabeza contarle a esa mujer quien era, a que me dedicaba, porque había verdaderamente irrumpido en su vida y que se viniera conmigo para así poder salvar su vida. Pero no me atreví. ¿Qué reacción iba a tener tras contarle que nuestra relación había sido premeditada desde un principio? ¿Cómo se tomaría que nuestros primeros encuentros no hubieran sido casuales sino premeditados? Piensa en ello tú también, Melissa. ¿Cómo crees que se tomaría Germán vuestra verdadera situación? Tu vida está construida sobre un castillo de arena aunque no te guste admitirlo. La única verdad que conoces, es la organización. —Melissa procesaba las palabras de su jefe—. Déjame darte un consejo. Los demás pueden darte la espalda, la organización nunca lo hará, siempre estará aquí a tu lado. Todos formamos una gran familia. —Francisco cogió la taza de café y se la bebió de un trago—. Bueno, voy a dejarte a solas para que pienses en todo ello. Reflexiona. Piensa con quien debe estar tu lealtad. —Francisco se levantó del sillón—. Y Melissa, por favor, descansa. Necesitas estar al cien por cien para continuar con la misión. Muy pronto tendrás objetivos nuevos que cumplir y estamos muy cerca de que todo esto termine. Confía en mí. Solo has de aguantar un poco más. Ahora he de irme.

Francisco se dirigió a la puerta para abandonar el despacho.

—¿Al final que le ocurrió a esa mujer? —Melissa estaba intrigada por el final de la historia—. ¿Terminaste tu misión como te ordenaron?

Francisco se paró en seco al oír esas preguntas y se giró para contestar.

—Al final comprendí que las misiones de la organización siempre deben ejecutarse y están por delante de cualquiera de nuestros sentimientos. Si no lo hacía yo, lo haría otro. Al menos yo lo hice de una forma en que sufrió de la menor manera posible.

—Muchas gracias por esta conversación tan reveladora. Gracias, Francisco.

Francisco abandonó finalmente el despacho de la mujer dejándola sola, sentada en el sofá y procesando silenciosamente las palabras que le acaba de decir Francisco con la taza de café entre sus manos. Su jefe tenía razón, si ella no continuaba con aquello, otro agente lo haría. Al menos así ella podía decidir como y cuando se harían las cosas.








La visita de Francisco le había dado mucho en qué pensar. El jefe nunca, o casi nunca, visitaba a sus agentes en sus trabajos tapadera. Una de las premisas de la organización era que nadie confraternizara fuera de la base. La conversación que habían tenido, estaba claro que se saltaba completamente dicha norma. ¿Intuía Francisco que Melissa comenzaba a tener sentimientos especiales por Germán? Ella estaba confundida. Si había percibido que cuando la madre de este le había llamado dándole la noticia, algo dentro de ella se había alarmado y cuando comprobó que tenía solo daños menores, ese algo, se había relajado. ¿Era eso lo qué preocupaba a Francisco? Melissa nunca antes había sentido aquello por nadie a excepción de por un agente de la organización.

Melissa fue acogida por la organización tarde respecto al ingreso normal del resto de sus compañeros. Mientras sus compañeros prácticamente desde que nacieron fueron instruidos para ser agentes, ella comenzó sus entrenamientos cuando ya tenía diez años.

Ella no recordaba nada antes de sus siete años de edad lo que le resulta raro ya que toda persona tiene algún que otro recuerdo de sus cuatro, cinco o seis años, pero ella no. Solo recordaba que un día sus padres desaparecieron de su vida, pero ni recordaba el motivo, ni sus caras, ni nada que tuviera que ver con ellos. Solo recordaba lo que la había contado la asistente social del orfanato, que sus padres la habían abandonado en un parque. Si no hubiera sido por Francisco, no sabía que habría sido de ella.

Durante muchos años intentó por todo los medio recuperar la memoria anterior a sus siete años. Acudió a psicólogos e incluso a parapsicólogos para encontrar el modo de recobrarla pero no tuvo nunca éxito. Según la mayoría de los profesionales que había consultado, esa falta de memoria era causada por su propio cerebro. Fue la válvula de escape que tuvo en su momento para olvidar el trauma que le había causado el abandono de sus progenitores.

Según la historia que le contaba siempre Francisco, él la encontró sola en el parque Oeste de Ximar. Según los indicios de la policía, sus padres la habrían llevado al parque para abandonarla allí a su suerte. Francisco la había encontrado ya de noche cuando sacaba a su perro a pasear. Al verla sentada en uno de los bancos sola, como esperando a alguien que nunca llegaba y tiritando, no dudo en ir a preguntarla que hacía allí sola a aquellas horas. El hombre al comprobar que ningún adulto se encontraba en el parque, la cogió de la mano y la llevó a la policía.

Francisco nunca perdió su pista. Siempre que podía iba a visitarla al centro de acogida donde la habían llevado. Melissa al ver a alguien conocido, se le iluminaba el rostro. El hombre, con el tiempo, consiguió que la cambiaran de centro. Más tarde Melissa supo que era uno de los centros de menores pertenecientes a la propia organización. Un centro que el grupo utilizaba para nutrir sus filas.

Melissa, a pesar de comenzar sus entrenamientos tardes, no tardó en llegar al nivel de sus compañeros. No era una niña estándar, era perseverante, lista y con unas ganas increíbles de superarse a sí misma día a día. Aún así, para conseguir llegar al nivel del resto, tuvo que echar muchas horas extra de duro entrenamiento. Francisco para conseguir que llegara al nivel de los demás reclutas, no dudo en llevarla a casa de dos agentes de la organización. Así, además de la instrucción en el centro donde seguía acudiendo para recibir clases, la niña recibía clases extras en casa por parte de la pareja que ejercían de padres adoptivos.

Poco a poco, se fue ganando un hueco en la organización y en cierta forma, como decía Francisco, le debía todo. Sin ella nunca podría haber estudiado la carrera de arquitectura y haber conseguido llegar al estatus en el que ahora mismo se encontraba. Tenía un estudio de arquitectura de éxito, una casa increíble y todo con tan solo veintiocho años.

Muchas veces, cuando Melissa iba a correr por el parque Oeste y veía jugar a los niños con sus padres, añoraba esa clase de cariño que nunca tuvo. Para ella las figuras paterna y materna nunca habían existido y si tenía que catalogar a alguien en ese estatus, ese había sido Francisco. Él la había recogido aquel día en el parque, él la había acogido en su organización y ahora ella no podía darle la espalda abandonando la misión que le había encomendado.

Francisco tenía razón, su relación con Germán estaba construida sobre un castillo de arena. Si no hubiera sido por la misión, nunca lo habría conocido. La única verdad para ella era la organización y así debía seguir siendo. Además, a Melissa le gustaba lo que hacía, su trabajo tapadera, su vida como agente en la sombra... No se le había pasado por la cabeza abandonarlo todo como a Francisco por su relación con Germán, ¿o sí? ¿Qué sería de su vida sin poder ejercer la profesión que tanto la gustaba? En realidad, ¿estaba preparada para dejarlo todo por amor? En una ocasión, lo había estado, ¿podría ocurrir ahora de nuevo?

Toc Toc.

Las llamadas en la puerta la bajaron rápidamente al planeta Tierra.

—Adelante —contestó Melissa a modo de respuesta.

La puerta se abrió y entró Marlene.

—Siento importunarla, pero mientras tenía esa reunión con ese cliente, Borja le ha llamado para concertar hoy mismo con usted una comida.

—¿A qué hora y dónde tengo esa comida?

—Dónde no me lo ha dicho —Melissa la miró extrañada—. Solo me informó que pasaría a buscarla a las dos de la tarde.

—Perfecto. —Melissa le indicó con la mano que se marchara.

Cuando Marlene cerró la puerta, Melissa miró su reloj. La una y media. No podía ir a la base a informar de esa repentina comida y tenía un presentimiento de que algo malo podía ocurrirla.

Sacó su móvil y llamó a la persona que creía que podía ser su mejor baza. Contestó al primer tono.

—¿Melissa?

—Hola Roberto. Quería saber si me podrías hacer un gran favor cubriéndome las espaldas.

—Claro, eso esta hecho. ¿Cuándo necesitas mi apoyo? —quiso saber Roberto.

—Dentro de media hora. ¿Tendrás tiempo para llegar al edificio Plaza?

—La verdad es que sí. Estoy muy cerca de allí. No tendré ningún problema para llegar a tiempo.

—A las dos me vendrá a buscar un coche —le informó Melissa—. Síguelo.

—No te preocupes, seré tu sombra. 

—Gracias de antemano, Roberto.

—De nada, Melissa. Para eso estamos los compañeros.

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