Capítulo 20
Cuando Melissa llegó al restaurante Miramar, la familia Domínguez ya la estaba aguardando dentro. La joven aparcó su vehículo y salió de él. Antes de estacionar ya había visto la localización de los coches tanto de Borja como de Germán.
Germán, como siempre, había aparcado cerca de la puerta de entrada del restaurante. La mujer observó el aparcamiento. El restaurante, a tenor de los coches que había en él, debía estar completamente lleno.
Melissa se dirigió a la puerta del restaurante, pero al llegar a la altura del coche de Germán el tacón de su zapato izquierdo se enganchó en la tapa de una alcantarilla. Ese hecho la hizo tropezar y perder el equilibrio.
—Señorita. —Un hombre se acercó a ella rápidamente para auxiliarla—. ¿Se encuentra bien? —El hombre la cogió por la cintura y la ayudó a incorporarse.
—¡Ups! ¡Madre mía que situación más embarazosa! —Melissa se sintió avergonzada por el suceso—. El tacón de mi zapato se encajó en la alcantarilla y eso me ha echo tropezar. —Melissa sonrió para quitar importancia al hecho.
—Es el riesgo que tiene ir subida en semejantes tacones. —El hombre señaló el calzado de la mujer—. Yo mismo me hubiera tropezado nada más subirme a ellos.
Ambos se rieron por la evidencia de las palabras de aquel desconocido.
—Sí. Se puede decir que son gajes del oficio, ¿no?
Melissa se agachó para intentar recuperar su zapato, pero el desconocido se le adelantó.
—Permítame que recupere su zapato, señorita.
El hombre desencajó el zapato cuidadosamente y lo calzó en el pie desnudo de la mujer.
—Gracias —dijo Melissa sonriente al volver estar de nuevo calzada—. Ha sido usted muy amable.
—De nada. Para mí ha sido todo un placer poder ayudarla. Sino, ¿qué clase de hombre sería? —El hombre se irguió—. ¿Cree qué podrá llegar a la puerta sin sufrir ningún otro contratiempo por el camino?
—Eso espero —le contestó ella sonriéndole—. He de sincerarme con usted, pero me encuentro muy nerviosa.
—¿Y eso a qué se debe?
—Voy a comer con los que puede que se conviertan en mis suegros dentro de un tiempo. He de confesarle, y espero que esto quede entre usted y yo, mi suegro me intimida de un manera que nunca antes nadie había conseguido hacerlo.
—Cualquier suegro intimida, pero he de revelarle que con el paso del tiempo esa sensación se va difuminando.
—¿Lo dice con conocimiento de causa?
El desconocido sonrió antes de contestar.
—Mi suegro hace años me provocaba esa misma conmoción. Sin embargo con el paso de los años he de decir que nos hemos convertido en grandes amigos. Puede que eso mismo les pase a ustedes. ¿Quién sabe?
Juntos llegaron a la puerta del restaurante, el hombre abrió la puerta y esperó a que ella entrara primero.
—Buenos días, señores. ¿Tienen reserva? —les preguntó la recepcionista del restaurante.
—En realidad hemos venido por separado —contestó Melissa rápidamente—. Yo he venido a comer con la familia Domínguez. Creo que ya se encuentran aquí.
La recepcionista buscó en el libro de reservas.
—Un momento. Avisaré al maître para que le guíe hasta la mesa de los señores Domínguez. Si me disculpan.
—Gracias.
La mujer desapareció por la puerta dejando a Melissa a solas nuevamente con el desconocido pero la espera fue corta.
—Buenas días, señorita Talso. —Un hombre bien vestido entró por la puerta por la que hacía unos breves instantes había desaparecido la recepcionista—. Acompáñeme, señorita. —Le indicó el maître señalando la puerta por la que acababa de aparecer.
—Ha sido un placer conocerla, señorita Talso —dijo el desconocido a modo de despedida.
—Lo mismo digo, ¿señor?
—Morán, Miguel Morán.
—Para mí también ha sido un placer conocerle, señor Moran.
Melissa decidió seguir al maître antes de que el hombre se diera cuenta de que ella no le seguía.
—Hola, buenos días. Disculpadme por el retraso —se excusó Melissa al llegar a la mesa.
Germán se levantó ágilmente de su silla y la besó en la mejilla.
—Sólo han sido cinco minutos. No te preocupes, cariño —contestó su novio mientras separaba la silla de la mesa para que se sentará.
—Germán tiene razón, querida. Cinco minutos no se consideran retraso y más cuando se viene del centro de la ciudad, con el tráfico que hay a estas horas. ¿A qué sí Borja?
—Por supuesto, Elisabeth —respondió este medio distraído.
El maître se acercó a la mesa con cuatro cartas y cada comensal pidió sus respectivas comidas.
—¿Has venido alguna vez a este restaurante, querida? —se interesó Elisabeth.
—Sí —contestó esta—. Pero solo en una ocasión. Vine a comer con un cliente.
—Debía ser un cliente muy importante —intervino Borja.
—Ya lo creo que sí —Melissa sonrió al hombre—. El proyecto era muy ambicioso, lo mínimo que podía hacer era invitarle a comer en un buen restaurante.
—Yo diría que este es el mejor restaurante de la ciudad. Un poco caro, sí. Pero si quieres impresionar a alguien, este lugar es una apuesta segura. —Elisabeth sonrió a la joven—. ¿Cómo un arquitecto termina montando un estudio de decoración?
—Nosotros no solo decoramos casas, las reestructuramos íntegralmente. Cada proyecto que llega a nuestras manos es un desafío.
—¿No te gustaría hacer nuevos inmuebles?
—Mamá —intervino Germán—. ¿De qué va este interrogatorio?
—Quiero conocer mejor a tu novia. ¿Tan malo es?
—En absoluto —Melissa quitó hierro al asunto—. Para mí no es ningún inconveniente contestar las preguntas de tu madre. —La joven cogió la mano de su novio encima de la mesa. A continuación miró a Borja y luego posó su vista en Elisabeth—. Claro que me encanta diseñar nuevas casa, pero eso ahora, en las circunstancias actuales es prácticamente imposible. Así que renovarse o morir.
—¿Y tienes mucho trabajo?
—Más de lo que te puede imaginar, te lo aseguro. De hecho, últimamente nos llegan más proyectos de los que podemos abarcar.
—¿Cuánto llevas con el estudio? —Borja la estaba analizando profundamente.
—Poquito. Un año solamente.
—¿Solo un año y ya tienes tanto trabajo? —Elisabeth estaba sorprendida.
—Bueno, llevo un año independizada. Pero cuatro en el negocio. Tuve un buen instructor.
—¿Ah sí? ¿Quién, si se puede saber? —se interesó nuevamente Borja.
—Enzo Tiro. Quizás le conozcáis.
—Como no habríamos de conocerlo. Se encargó de la remodelación de la casa presidencial. Toda una exquisitez. Es un hombre increíble, un genio —contestó Elisabeth.
—Según tengo entendido trabajar para él es una tarea complicada. ¿Cómo lo conseguiste? —Borja era directo. Quería sacar información y no dudaba en conseguirlo.
—A mí al menos me resultó sencillo formar parte de su equipo. Necesitaba un arquitecto, envíe mi curriculum y me eligió. Quizás solamente tuve suerte.
—¿Suerte, querida? Ya lo creo. Una de mis amigas intentó que su hijo trabajara para él, pero fue imposible. Ni siquiera el poder que ostenta su marido le hizo cambiar de opinión.
—Puede que la novia de nuestro hijo tenga amigos con poderes más ostentosos.
—Lo siento, pero me temo que no. Soy una mujer muy normal, con un excelente curriculum. Quizás solamente se decantó por mi candidatura por ser la mejor de mi promoción y por el hecho de haber conseguido trabajar al lado de Delio Folp durante mi último año de carrera, uno de los mejores arquitectos del mundo.
—¿Cómo conociste a mi hijo? —Borja cambió de tema radicalmente.
—Casualidades de la vida. —Melissa miró a Germán que entrelazó sus dedos a los de ella—. Fue una suerte que...
—Es una historia muy aburrida —le cortó Germán—. Y fijaros ya está aquí la comida, tengo un hambre atroz.
El camarero sirvió la mesa y los comensales procedieron a catar sus manjares.
—Simplemente exquisito —sentenció Elisabeth al probar su plato.
—Ya lo creo —dictaminó Melissa.
La comida transcurrió en silencio irrumpido en algunas ocasiones por alguna conversación banal.
—Únicamente se puede sentenciar como sublime, ¿no creéis? —Elisabeth intentaba romper el hielo instaurado en la mesa.
—Sí, la verdad es que todo ha estado perfecto. El solomillo estaba tremendamente delicioso —contestó Melissa—. Y que decir de la tarta de queso y chocolate. Antes de marcharnos, me gustaría entregaros unos presentes —agregó dirigiéndose a los padres de Germán mientras sacaba dos pequeñas bolsitas de su bolso.
—Querida, no hacía falta que te molestarás —le contestó Elisabeth—. Esta invitación era solamente para conocernos mejor sin el barullo de una fiesta de por medio.
—No ha sido ninguna molestia. Ir a comprarlos ha sido todo un placer. Además, era lo mínimo que podía hacer como agradecimiento por vuestra generosidad —añadió mientras les entregaba las pequeñas bolsas a cada uno de ellos.
Elisabeth estaba entusiasmada al ver su bolsa, rápidamente la abrió para ver su contenido.
—¡Oh! Es precioso —dijo extasiada al abrir su regalo—. Es un pañuelo divino. Que delicadeza. —La señora se colocó el pañuelo de seda entorno a su cuello—. Germán, ¿qué tal me queda? —le preguntó a su hijo tras habérselo puesto.
—Perfecto, mamá. Te queda maravilloso —Germán dio un beso a Melissa en la mejilla.
Borja, por su parte, también abrió su regalo.
—Gracias, Melissa. Me gusta mucho —dijo mientras sostenía su corbata para que la viera tanto su mujer como su hijo.
—¡Oh por el amor de Dios, Borja! Por una vez en tu vida se algo más efusivo. La corbata es preciosa, querida —le manifestó Elisabeth a Melissa mientras se la quitaba de las manos a su marido—. Tienes un gusto exquisito —agregó mirando más detenidamente el caro tejido.
En ese preciso momento Borja reparó que había algo más en la caja donde antes había descansado la corbata. Cuando cayó en la cuenta de que era, se quedó helado, todo el color de su cara desapareció, se quedó totalmente blanco.
—Borja, ¿te encuentras bien? —le preguntó extrañada su mujer al verlo sin color—. Te has quedado pálido.
—Sí, sí, Elisabeth. Me encuentro perfectamente. ¿Por qué no habría de estarlo? —El hombre sonrió a su mujer sin mucho convencimiento y eso su esposa lo percibió.
—Por tu cara parecería que no es así o bien que esta corbata tan cara —agregó entregándosela de nuevo— no te ha gustado en absoluto. Querida —dijo esta vez dirigiéndose a Melissa—, discúlpalo. Son hombres —agregó de forma cómplice—. Ninguno valora estos detalles, pero no te preocupes, los regalos son increíbles.
—Me acabo de dar cuenta que tengo una reunión con el presidente. Por Dios, se me había olvidado. ¡Qué cabeza esta la mía! —respondió Borja recuperando la corbata de las manos de su mujer y devolviéndola a la caja—. Tenemos que irnos Elisabeth si quieres que sea yo quien te acerque a casa.
—Bueno, entonces en ese caso nos retiraremos todos. Yo también debería volver a mi despacho. Tengo mucho trabajo pendiente todavía por hacer —anunció Melissa por su parte.
—Tenemos que quedar otro día. Me ha encantado que comieras con nosotros, Melissa —añadió Elisabeth mientras todos se levantaban de la mesa.
—A mi también me ha encantado comer con vosotros —contestó Melissa por su parte.
Melissa, Germán y la madre de este, salieron juntos del restaurante. Fuera, llego el momento de las despedidas.
—Espero volver a verte pronto, Melissa —le dijo Elisabeth mientras la abrazaba efusivamente.
—Lo mismo digo.
En ese momento, Borja salió del restaurante tras haber abonado la cuenta de la comida.
—Vamos Elisabeth. No dispongo de mucho tiempo. Pronto volveremos a vernos, Melissa.
Ambos se dirigieron a su coche dejando a la pareja a solas.
—¿Y para mí no has traído ningún regalo? —preguntó Germán mientras la abrazaba cariñosamente.
—Lo siento. No he tenido tiempo para comprarte nada. Tu padre me avisó de la comida hace apenas dos horas.
—Me voy a poner celoso —agregó Germán mientras disminuía la fuerza del abrazo y reposaba sus manos detrás de la cintura de la mujer—. Mi padre te invita a una comida familiar, compras regalos a mis progenitores y a mí, ¿no? Eso me da mucho en qué pensar —sonrió con su habitual sonrisa torcida.
—La verdad es que había pensado en un regalo mucho mas íntimo para ti — contestó ella provocativamente mientras se mordía el labio inferior.
—¿Cuándo podré disfrutar de ese regalo? —se interesó mientras saboreaba cada palabra que salía por su boca.
—Había pensado que tal vez esta noche, después de que termines tus grabaciones. ¿Qué te parece si nos vemos en mi casa?
—Tú si que sabes como ganarte a alguien con un regalo —la besó tiernamente en los labios.
La pareja se separó y cuando cada uno iba entrar en sus respectivos coches. Germán la habló de nuevo.
—¡Ah! Por cierto, Melissa. Sales muy guapa y favorecida en las revistas.
Antes de que ella pudiera contestarle, él había entrado en su coche y había arrancado el motor de su vehículo.
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