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Capítulo 17


—Hola, Melissa. ¿Cómo te encuentras? —le preguntó Adrián mientras la miraba los ojos con una pequeña linterna.

—He tenido momentos mejores —le contestó ella.

—Si no se te ha ido el humor, eso quiere decir que estás más o menos bien. — Adrián le sonrió mientras escribía algo es un dispositivo. Melissa intentó incorporarse en la cama, pero el médico se lo impidió—. Descansa un poco. Has perdido mucha sangre. Hemos preparado todo para que pases la noche aquí. A fin de cuentas, es ya muy tarde, y con lo débil que estás no podrás irte sola a casa.

—Por favor, Adrián. He toreado en plazas más complicadas. Puedo irme perfectamente a casa.

—Si no estás quieta, tendré que atarte a la cama. —Melissa le miró con cara de pocos amigos—. Es por tu bien. Te he puesto un suero reconstituyente. Mañana tendrás la misma energía de siempre y podrás retomar tu vida con total naturalidad, como si nunca te hubieran apuñalado.

—Si no me queda otro remedio... —Adrián le volvió a sonreír y a continuación se dio la vuelta para irse—. Adrián —le llamó Melissa.

—¿Sí? —le contestó él.

—Gracias.

—De nada, Melissa. Ahora, durante una temporada, deberás olvidarte de esos vestidos veraniegos sin mangas que tanto te gustan. Aprovecha estas horas para descansar antes de tener que informar al jefe. Además, por como me has mirado, seguro que mañana querrás ir a trabajar. Para todo eso, debes descansar, has de recuperar fuerzas.

—En realidad, si me estás inyectando un suero...

—Es un suero reconstituyente, sí, pero no milagroso —le cortó Adrián—. ¡Descansa! No me obligues a ponerte un sedante, Melissa.

Adrián abandonó la habitación tras cerciorarse convenientemente que Melissa le iba a hacer caso. Las luces se apagaron al irse su presencia y Melissa, al momento, cayó en un profundo sueño.





—Buenos días, Melissa.

La mujer se despertó en la enfermería de la base solamente con un pijama, pero había encontrado ropa limpia y de su talla en un sillón contiguo a la cama donde había dormido.

—Buenos días, Francisco —le contestó ella mientras se acababa de poner una sudadera.

—Espero que se haya recuperado y que la ropa sea de su agrado.

—Recuperada, recuperada completamente todavía no estoy. Tampoco pensé que me encontraría así de bien por la mañana.

—El suero reconstituyente que ha inventado Adrián es realmente increíble. Casi podríamos catalogarlo de milagroso. Aunque a él no le gusta mucho ese adjetivo. Sino le importa, preferiría que me contara lo sucedido ayer en la sala de reuniones.

Francisco abrió la puerta de la habitación, ambos salieron de ella en dirección a la sala acordada. La estancia a la que fueron era amplia. Con una gran mesa oval en el centro. Era la sala donde se discutían las tácticas de todas las misiones antes de ejecutarse. Si esa sala tuviera oídos, conocería los secretos más oscuros de todo un país, las misiones más importantes y desconocidas que habían hecho desaparecer a una buena parte de los delincuentes que la justicia no era capaz de sacar de la circulación.

Francisco se sentó en su sillón, presidiendo la mesa. La mesa no estaba llena de ordenadores y papeles como en otras ocasiones en las que había estado allí. En aquella ocasión, estaba llena de bollería, frutas, zumos, leche, café y demás alimentos para desayunar.

—Como sé que no ha desayunado, he creído apropiado que lo hiciésemos juntos. Así, mientras tanto, puede contarme lo que le ocurrió ayer. Siéntese, por favor.

El hombre la indicó la silla de su derecha y Melissa se sentó en ella sin rechistar. Mientras desayunaban, la mujer relató a su superior su encuentro con los cinco desconocidos que la atacaron.

—¿Hubo algún testigo? —le preguntó Francisco.

—No. Solo los cinco atacantes y yo estábamos en el lugar de los hechos. No hubo otro testigo ocular.

—Así que dos de ellos escaparon.

—Sí. Fue antes de que me hirieran. Pensé que era mejor marchar que esperar a que vinieran teniendo en cuenta el estado en el que me encontraba.

—Hizo bien. Pero es todo tan raro...

—Esta claro quien ha sido el instigador. No puede haber sido otro que Borja.

—¿Por qué se arriesgaría de esta forma? No es un hombre impulsivo. Al menos no tenía ese concepto de él. Siempre ha sabido controlar muy bien sus impulsos.

—¿Quién más podría ser? No tengo otro enemigo. Él ya me amenazó de que algo podía pasarme si no dejaba en paz a su familia. Puede que esta sea su forma de darme un toque.

—También pudo ser fruto de la casualidad, quien sabe. El barrio en el que ocurrió no es que sea muy seguro que digamos.

—Dudo que haya sido fruto de la casualidad. No creo en las casualidades.

—Por una simple corazonada no puedo hacer nada, Melissa. Espero que lo entienda —respondió Francisco—. Sé que en esa fiesta, Borja, tensó la cuerda. ¿Pero lo ve capaz de contratar a cinco matones de tres al cuarto? Lo siento, pero sin una prueba más fehaciente, la organización no puede hacer nada. Por el momento, única y exclusivamente, extremaremos precauciones.

En ese preciso instante, Melissa se acordó de la medalla que le había quitado a uno de sus atacantes. Era una medalla militar, puede que fueran útil para demostrar que Borja estaba detrás del ataque.

—Puede que tenga una prueba de su implicación, señor —le contestó finalmente ella.

—¿Ah sí? ¿Cuál? —se interesó el hombre.

—Durante la pelea quité a uno de ellos una medalla. Era una especie de chapa militar. Si conseguimos la identificación de esos hombres, quizás ellos mismos nos lleven ante su contratador.

—Es una posibilidad. ¿Dónde tiene esa medalla?

—En el bolsillo del pantalón que llevaba puesto ayer.

Francisco marcó unas techas del reposabrazos de su sillón.

—Necesito que traiga la ropa que llevaba puesta Melissa ayer a la sala de reuniones.

—Ahora mismo, señor —contestó alguien al otro lado.

—En un momento traerán su ropa —le informó Francisco a su subordinada.

Mientras continuaban con el desayuno, la puerta de la sala se abrió y un hombre entró con la ropa de Melissa todavía ensangrentada. El hombre se dirigió directamente a Francisco.

—Aquí tiene, señor —le dijo tendiéndosela.

—Entréguesela a Melissa, después, puede retirarse.

El hombre acató la orden y a continuación abandonó la estancia.

Melissa dejo la camiseta y la chaqueta ensangrentada en el suelo y buscó en el bolsillo del pantalón la preciada medalla. Allí estaba. La cogió, la miró y se la tendió a Francisco que la aceptó con intriga.

—¡Vaya, vaya! Tenía razón. No eran simples ladrones, eran militares. Y no cualquier clase de militares.

—Disculpe, pero no sé que quiere decir.

—Hace muchos años se creó un grupo de militares que actuaban al margen de la ley. Se puede decir que eran nuestros iguales pero todo el mundo sabía de su existencia. No como nosotros que trabajamos al margen de la opinión pública, escasas personas conocen nuestra existencia. Estos grupos militares, al principio, eran aclamados por el pueblo, pero poco a poco fueron cayendo en desgracia. Ya sabes, la gente comienza a crear conciencia, o eso dicen ellos. La cuestión es que por aquel entonces el que era presidente, decidió acabar con dichos grupos.

—¿Qué tienen que ver estos hombres con aquellos?

—Más de lo que se puede imaginar. Aquellos hombres tenían chapas identificativas, chapas exactamente iguales a esta. Al parecer su desarticulación solo fue de cara al pueblo, pero no fue real.

—¿Quiere decir...?

—Sí. La verdad es que ha tenido suerte de salir con vida al enfrentarte a cinco de ellos usted sola. —Francisco miró detenidamente la chapa—. Definitivamente, no sé si Borja estará detrás de esto, pero lo que sí tengo claro, es que detrás hay alguien del gobierno. Prepararemos algo para demostrarles que nada tememos de ellos y que nosotros también sabemos actuar. Usted, vuelve hoy a su vida normal, o al menos de la forma mas natural posible. Nosotros nos encargaremos ahora de esto. ¿De acuerdo?

—Pero...

—Pero nada —le cortó él—. Usted en este asunto se encuentras demasiado implicada, no podría actuar de una forma conveniente. Deje que sean otros los que contestes a este ultraje directo contra usted —Francisco se levantó de la silla y dejó la servilleta sobre la mesa—. Usted continue con su desayuno; yo he de comenzar a idear una respuesta firme y contundente contra ese ultraje. Será informada convenientemente de todo lo que acontezca.

Francisco se marchó de la sala rápido antes de que Melissa pudiera incluso contestar.

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