Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

Tras una reunión de trabajo, Cristina y Melissa fueron a ver el loft de un cliente. Cristina se encargaría de tomar las fotografías de las estancia para posteriormente poder trabajar sobre ellas en el estudio.

—No me gusta nada, nada, este barrio —le dijo Cristina a su jefa cuando salieron del coche.

—No es el mejor barrio de Ximar, pero tampoco está tan mal. No exageres. —Melissa guió a su trabajadora hasta el edificio en el que iban a trabajar.

Una vez que llegaron a la puerta, Melissa sacó unas llaves del bolsillo izquierdo de su pantalón y la abrió. Las dos mujeres accedieron al interior. Cristina intentó encender las luces con el interruptor pero no se iluminaron, así que fue en busca del cuadro de luces.

—¡Voilà! —dijo Cristina al conseguir encender las luces del loft.

—No se que haría sin ti —la alentó Melissa—. Creo que tenemos mucho trabajo por delante —sentenció al ver el estado del lugar.

Tras horas evaluando la situación estructural del inmueble y tras hacer las fotos que necesitarían para ejecutar su trabajo, las dos mujeres decidieron recoger para irse. Cuando salieron del edificio, era completamente de noche y no había gente por la calle. Solo podían oír sus propios pasos.

—¿Y tú decías antes que este barrio no está tan mal? Por Dios, Melissa. — Cristina estaba algo histérica, no le gustaban los sitios solitarios. Ella solo se encontraba a gusto cuando estaba rodeada de gente.

—Cristina, por favor. Puede que haya cierta inseguridad, pero como en todos los barrios de esta cuidad. Ahora no hay nadie, ¿qué nos puede pasar? —Melissa miró a su trabajadora y la vio muy asustada—. Tranquila, ¿vale? Ya estamos llegando al coche y pronto estaremos lejos de aquí. Si no quieres no tienes porque volver a acompañarme. Cualquiera del equipo podrá sustituirte.

Las dos mujeres se metieron por un callejón, al final del cual, estaba la plaza donde Melissa había aparcado su coche. Cuando estaban a mitad de camino para salir de él, tres hombres se interpusieron entre la salida y ellas.

—Esto no me gusta. Demos la vuelta, Melissa, por favor —dijo Cristina en voz baja mientras cogía el brazo a su jefa.

—Continuemos —la contradijo Melissa cogiéndola de la mano para afianzar sus palabras—. No nos queda nada para llegar al coche. Tranquila, no nos pasará nada, confía en mi. Compórtate de forma natural.

Los tres hombres avanzaron por el callejón, ocupándolo prácticamente todo con sus rudos cuerpos.

—Chicos —dijo uno de los tres—, mirad que preciosidades han venido a vernos hoy.

El que hablaba parecía el cabecilla de la banda, pero Melissa y Cristina no respondieron a sus palabras. Melissa, tiró de Cristina para pasar entre ellos cuando les cortaron el paso.

—¿A dónde creéis que vais, hermosuras? Ya que os habéis molestado en venir, os enseñaremos el barrio. Sino, ¿por qué clase de anfitriones nos tomaríais?

Melissa no contestó a la provocación y decidió intentar escapar por la otra entrada del callejón, pero era demasiado tarde. Otros dos hombres se acercaban por allí, y por la cara del cabecilla, parecían amigos.

—Chicos, mirad que chicas más guapas tenemos por aquí.

—Sí, sí —contestaron los otros al unísono.

Las dos mujeres estaban acorraladas, tres hombres por un lado y dos por el otro.

—Parecen chicas con posibles. No crees ¿Elias?

—Sí, eso parece —contestó Elías, el que parecía ser el cabecilla. El hombre se aproximó a Melissa y la tocó la cara—. No os pongáis nerviosas, preciosas. Si hacéis todo lo que os digamos no os pasará nada. Lo prometo.

—No me toques —le dijo Melissa mirándolo duramente.

—¡Vaya, vaya! ¿Pero qué tenemos por aquí? Una pijilla con agallas. Eso me encanta.

—Melissa, por favor. No empeores las cosas —le dijo Cristina a la vez que le tiraba del brazo.

—Haz caso a tu amiga, Melissa. No te hagas la lista y podréis llegar a casa para la cena, sanas y salvas. Ahora, darnos vuestros bolsos y todo lo que llevéis de valor encima. ¡Venga! —gritó Elias para intimidarlas.

Cristina se descolgó el bolso y comenzó a tendérselo al cabecilla de los pandilleros, pero Melissa le paró a medio camino de ejecutar la acción.

—No, no os vamos a dar nada. Dejarnos pasar y nosotras olvidaremos este desagradable incidente. Así, todos podremos cenar sanos y salvos en nuestras respectivas casas.

Los pandilleros se rieron por el comentario de la mujer.

—¡Vaya vaya! Nos hemos encontrado con unas damiselas peleonas. —Elias no se podía creer lo que acababa de oír.

—Cristina —la llamó Melissa—, ponte ahí, a la derecha. En cuanto te sea posible, sal corriendo dirección al coche. ¿Me has entendido? No pares pase lo que pase aquí. Tú llega a ese coche y huye de aquí. —Melissa le entregó las llaves de su coche.

—¿Y tú?

—No te preocupes por mí.

—Melissa —agregó la mujer aterrada—, hagamos lo que nos dicen y ya está. Es por nuestro bien. Tal vez si les damos todo, nos dejen en paz.

—Haz lo que yo te digo, ¿has comprendido? —Cristina asintió en silencio, sin estar muy convencida de lo que su jefa le pedía—. No tenéis ni idea con quien os estáis enfrentando —agregó Melissa dirigiéndose ahora a los pandilleros—. Dejadnos marchar o lo lamentareis.

Los hombres volvieron a reírse. El cabecilla hizo una señal a uno de los compinches que estaban detrás de las mujeres, y este, se abalanzó directamente contra Melissa. No le duró ni un asalto. Lo inmovilizó rodeándole el cuello con su brazo y lo amenazó insertando una llave sobre su yugular. La mujer utilizaba la llave del ascensor del edificio Plaza a modo de arma. Tenía el llavero guardado en el puño y la llave le sobresalía entre los dedos índice y corazón. Para dar mas énfasis al control que tenía sobre el inmovilizado, le dio una patada en la corva de las rodillas lo que lo desestabilizó.

—¿Ahora entendéis mejor mi mensaje? Os lo vuelvo a repetir, dejarnos marchar. Todavía estáis a tiempo. —Para enfatizar sus palabras, apretó aún más la llave contra el cuello del hombre.

Ahora parecía que dicha frase no producía tanta gracia a la banda. El cabecilla hizo señas a uno de los hombres que estaban a su lado para que se dirigiera esta vez contra Cristina.

—Ni se os ocurra ir a por ella o este no verá la luz de mañana.

El hombre paró en seco, a medio camino de su objetivo, al escuchar las palabras de Melissa.

—Marcos, coge a esa mujer, te he dicho —gritó Elias al ver la reacción de su compinche—. ¿Qué puede hacer con una simple llave? Por el amor de Dios.

—¿Quieres que te demuestre que puedo hacer con una simple llave? Probablemente haga mucho más que tú con un cuchillo. Si no queréis ser uno menos en la banda, dejadnos marchar. No lo volveré a repetir.

Marcos estaba indeciso, no sabía que hacer.

—¡Marcos! ¡Ve a por esa mujer, ya! —le gritó Elías—. No lo repetiré.

Melissa analizó al hombre y percibió que iba a hacer caso a la orden de su superior. No podía permitir que cogieran a su empleada como rehén. Melissa separó la llave de la piel de su rehén y la bajó con fuerza clavándola en el cuello del hombre. La retorció en la piel mientras comprobaba el horror que se dibujaba en la cara de Marcos. Mientas lo miraba a los ojos, sacó la llave de donde la había insertado.

—Cristina, ¡corre! —le gritó Melissa.

La mujer no se lo pensó dos veces y salió disparada dirección al coche. Ninguno de los hombres la paró, estaban valorando la situación. Querían vengarse de la mujer que había malherido a su compañero, el cual, ahora estaba agonizando en el suelo. Melissa se agachó al lado del hombre y le arrancó una cadena que llevaba entorno al cuello y de la que colgaba una especie de chapa militar. La guardó mecánicamente en uno de los bolsillos traseros de su pantalón.

—Te vas a arrepentir de esto, preciosa. —El cabecilla hizo señas al otro hombre que estaba a su lado y al que estaba en la otra entrada del callejón—. Acabad con ella, no tengáis miramientos.

Los hombres no se lo pensaron y se dirigieron contra ella. Melissa estaba bien entrenada, repelía sus golpes y cuando tenía ocasión propinaba los suyos contra sus atacantes. Uno de ellos, se cansó de pelear solo con sus puños, y sacó una navaja de uno de sus bolsillos.

—A ver si ahora eres igual de valiente —dijo el hombre que empuñaba ahora el arma blanca.

Melissa se quitó la chaqueta que llevaba, y la enrolló entorno a su antebrazo izquierdo. Los dos hombres volvieron a arremeter contra ella. En el último momento, se zafó de uno de ellos sin no antes notar que la navaja le cortaba en el brazo izquierdo por encima del codo. Pero el que empuñaba la navaja, sin querer, se la había clavado a su compañero en la boca del estómago.

Melissa oyó como Cristina arrancaba el coche y vio como se metía por el callejón. La mujer aceleró el vehículo y Melissa corrió en dirección a la salida desenrollando la chaqueta de su antebrazo y vendando con ella la herida que tenía más arriba en el brazo.

Pum, pum. Cristina arroyó a dos hombres. Cuando salió del callejón, paró el coche para que Melissa pudiera subirse.

—¡Venga! ¡Arranca, arranca! —le dijo Melissa a Cristina al ver que el cabecilla venía corriendo por el callejón en dirección al coche con un arma de fuego en la mano.

—¡Oh Dios mío! ¡Qué locura he hecho! ¡He arrollado a dos hombres! —contestó la mujer conmocionada por lo que acababa de hacer.

—¿Quieres arrancar de una vez? Ya tendrás tiempo de arrepentirte de tus actos. Pero créeme, si ellos estuvieran en tu lugar, no tendrían ningún tipo de remordimiento. Si quieres que tus actos nos sirvan para algo, arranca. Todavía no estamos a salvo, Cristina.

Cristina finalmente consiguió recomponerse, aceleró de nuevo y salieron de allí sin mirar atrás.

El trayecto hasta el edificio Plaza lo hicieron en completo silencio. La herida de Melissa era bastante profunda. A primera vista y bajo los efectos de la adrenalina, parecía un simple rasguño, pero ahora en frío, podía comprobar que no era así. El brazo le dolía cada vez más, en poco tiempo, no podría siquiera moverlo.

—Melissa, estás sangrando mucho. Tengo que llevarte al hospital. —Cristina miró aterrada el brazo ensangrentado que su jefa intentaba esconder tras su comentario.

—Ni se te ocurra, esto no es nada. La sangre es muy escandalosa. Sangras un poco y pones todo perdido. Vamos al aparcamiento de las oficinas, allí cogerás tu coche y yo me iré a casa. Con unas vendas será suficiente.

—¿Estás loca? Te acaban de apuñalar. Esa herida tiene que verla un médico. Necesitarás puntos, antibióticos...

—¿Qué me acaban de apuñalar? Anda que no eres tú exagerada, ni nada —le cortó Melissa.

Cristina no insistió más y hizo caso a su jefa. En quince minutos llegaron al aparcamiento de las oficinas. La mujer estacionó el vehículo, paró el motor y las dos salieron del automóvil.

—Melissa. No puedes conducir en ese estado. Déjame que te acerque al hospital.

—¿Y cómo se supone que voy a explicar esto? —preguntó Melissa señalando su brazo ensangrentado.

—Denunciémoslo. Esos hombres nos intentaron robar y a saber que otras cosas más tenían pensado hacernos. No nos va a pasar nada. La policía estará de nuestro lado.

La mujer abrió su bolso y sacó un móvil. Pero Melissa se lo quitó cuando estaba apunto de marcar el número de emergencias.

—He dicho que nada de policía. No ha pasado nada, ¿me has entendido? Olvida lo que ha ocurrido durante la última media hora.

—Pero Melissa...

—Prométeme que te olvidaras del asunto, Cristina —la cortó Melissa—. Las dos nos encontramos perfectamente. El estudio no puede verse implicado en asuntos de ese tipo.

—Pero...

—Esto no se trata de un juego, ¿no lo entiendes? —la volvió a interrumpir.

—Pues no, no entiendo porque no podemos acudir a la policía. Su trabajo es protegernos y pillar a ese tipo de gente; limpiar las calles, ¡vamos!

—Huimos de la escena de los hechos. ¿Quién nos creería ahora?

—De acuerdo, de acuerdo. Por mi parte no ha pasado nada —sentenció Cristina mientras asentía sin estar muy convencida—. El estudio acaba de arrancar y puede que un hecho de este tipo nos perjudique.

—Eso es, Cristina. Ahora dame la cámara. Yo misma me encargaré de descargar las fotografías. Creo que sería buena idea que te tomaras unos días libres para que puedas asimilar todo lo ocurrido.

—¿Tomarme unos días libres ahora? Estamos en un momento de muchísimo trabajo, no podría...

—Nos las apañaremos —le cortó nuevamente Melissa—. No se hable más. Tómate lo que queda de semana de descanso. Aprovéchalo al máximo. —Melissa consiguió reunir fuerzas para sonreír—. Vuelve la semana que viene con energías renovadas.

—De acuerdo. El lunes me tendrás en la oficina a primera hora de la mañana.

—Estaremos esperándote.

Cristina se dirigió a su coche, se subió a él y abandonó el aparcamiento bajo la atenta mirada de Melissa.




Melissa se quedó sola en el aparcamiento. Nadie se encontraba allí, ni siquiera había coches estacionados. La mujer, en lugar de introducirse de nuevo en su vehículo, decidió que debía informar a la organización y sobre todo, cerciorarse que detrás de aquel incidente estaba la mano de Borja.

Melissa se dirigió al ascensor. Mientras llegaba, sacó la llave ensangrentada de uno de los bolsillos de su pantalón. Durante el camino, la limpió en su ropa. Era una autentica suerte que no hubiera nadie en el aparcamiento porque de aquella guisa no podría pasar desapercibida aunque quisiera.

Llamó al ascensor, entró, esperó a que se cerraran las puertas, metió la llave y el ascensor comenzó a descender a las entrañas del edificio. A medida que descendía, Melissa iba notando que sus fuerzas la iban abandonando. La herida no paraba de sangrar. Por fin el ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron. Melissa apenas podía mantenerse en pie, las rodillas le comenzaban a fallar. Nada mas abandonar el ascensor, comenzó a caminar por el pasillo apoyándose en la pared dejando un reguero de sangre a su paso. Al llegar a la sala central de la base, unas manos la cogieron y la elevaron, estaba terriblemente cansada y cayó inconsciente en los brazos de aquel compañero al que no pudo verle la cara, ni darle las gracias.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro