Capítulo 15
Melissa llevó a Germán hasta el puerto deportivo de la ciudad de Ximar. Lo guió hasta un magnifico yate.
—¿Es qué te has comprado un barco? —le preguntó Germán al verla subirse a la escalerilla de una de las embarcaciones allí amarradas.
—¡Qué va! ¡Qué más quisiera yo! —respondió una vez que ya estaba en el barco—. Se lo he pedido prestado a un amigo.
—Muy intimo ha de ser ese amigo para dejarte un barco de esta envergadura así como así. —Germán la imitó y llegó a su lado en cubierta. A continuación, la abrazó.
—¿Eso que oigo son celos? Según me dijiste una vez, tú no eres celoso o, ¿es que acaso comienzas a serlo? —Melissa intentó sin ganas alejarse de él.
—¿Qué pensarías si una amiga me dejara un yate así sin más?
—Así sin más tampoco, ¿eh? Le pedí un favor para que tú y yo pudiéramos alejarnos de la ciudad y estar solos. Él accedió a dejarme su yate para tal fin. Eso es todo.
—¿A cambio de qué?
Melissa sonrió antes de contestar.
—A cambio de nada de lo que tú estés pensando, retorcido. Este barco es de un antiguo compañero de trabajo. No tienes de que preocuparte porque entre él y yo no hay nada. Unas veces él me pide favores y otras se los requiero yo.
—¿No hay nada solo por tu parte o por parte de ambos?
Melissa se rió de forma graciosa.
—Esta conversación me parece de lo más irreal. No hay nada por parte de ambos. No tienes de que preocuparte, él es gay. Así que como comprenderás...
—Ya me dejas mucho más tranquilo —contestó Germán de forma pícara y con doble sentido.
—No tienes nada de que temer. —Melissa lo abrazó también y lo atrajo hacía ella—. Él tiene pareja y hasta donde yo sé, es muy solida. —La mujer finalizó la frase sellando sus labios a los de su chico. Al cabo de unos segundos ambos cedieron el beso y se miraron fijamente a los ojos—. Te quiero, Germán. Nada podrá separarnos, te lo prometo.
—Como me gusta oír eso de tus labios —respondió él.
Melissa no pudo contenerse y sonrió.
—No nos convirtamos en una de esas parejas ñoñas, ¿eh? —Melissa se separó de su chico y se dirigió al timón—. Hoy voy a llevarte a una cala que te va a encantar. ¿Te apuntas?
—Por supuesto. —Germán se puso detrás de ella y la cogió de la cintura para a continuación besarla en el cuello—. Cualquier sitio al que vayamos será maravilloso si tú estás en él.
—Serás zalamero. Seguro que eso se lo dices a todas.
Germán la contestó con un pequeño mordisco que la hizo temblar.
—Tú eres la primera con la que soy así de zalamero.
Abandonaron el puerto y la cercanía de la ciudad de Ximar para dirigirse a la cala que ella tenía en mente. Tenían un trayecto de veinte minutos por delante.
—¿Te gusta la velocidad? —le preguntó Melissa a Germán.
—¿En serio me preguntas eso? Claro que me gusta la velocidad —le respondió él.
Melissa al oír esas palabras aceleró el yate a tope. Ambos sonrieron al notar la velocidad y el viento chocando sobre sus cuerpos. Algo sí tenían en común y era que a los dos les gustaba sentir esa adrenalina que les aportaba la velocidad.
Tras pasar todo el día bañándose y tomando el sol primero en la cala y después en alta mar disfrutando de la compañía el uno del otro, decidieron regresar a la realidad de su vidas en Ximar. Melissa tenía preparada una última sorpresa para su chico.
Tras quince minutos navegando, un ruido de tambores les llegó desde lejos.
—¿Oyes eso? —le preguntó Germán a su chica que se encontraba pilotando la embarcación con el pelo mojado y completamente alocado.
—¿Te refieres a los tambores?
—Sí, claro.
—Es a dónde nos dirigimos —le respondió ella.
—Pensé que regresábamos a Ximar.
—Antes tienes que ser participe de esta increíble puesta de sol.
—¿Qué puede tener de increíble una simple puesta de sol? El sol se esconde y ya está. Ocurre día tras día.
—Cuando la vivas como ellos lo hacen, sabrás a lo que me refiero.
Melissa acercó el barco hacía un pequeño embarcadero en el que ya se encontraban estacionadas dos naves más. Desde la plataforma un joven la ayudó a atracar la embarcación. La pareja salió del barco y Melissa pagó al joven una generosa cantidad de dinero por su colaboración. Tras realizar dicha acción, Melissa cogió de la mano a German y lo guió hasta la playa donde un grupo de veinte persona tocaba animadamente unos tambores entre unas antorchas que comenzaban a encenderse. Germán miró extrañado las manos entrelazadas de ambos.
—Creo que es la primera vez que nos cogemos de la mano de esta forma.
—¿No te gusta? —se interesó Melissa.
—¿Cómo no me va a gustar? Lo que pasa es que hasta este momento no me había dado cuenta de esta realidad, eso es todo. —Germán le dio un pico.
Cuando llegaron a la playa Melissa se descalzó y Germán la imitó.
—Déjalas ahí —le informó Melissa al ver que Germán procedía a coger sus sandalias.
—¿Estarán aquí a la vuelta? —le preguntó Germán con suspicacia. No se fiaba de dejar allí su calzado.
—Claro que sí, no te preocupes. Son gente muy simpática. Yo vengo a menudo y nunca he vuelto a casa descalza.
La pareja comenzó a caminar a través de la playa hasta llegar a los tambores. Un grupo de gente saltaba y bailaba al son de la música. En un lateral había unas pequeñas hogueras alrededor de las cuales se estaba comenzando a reunir gente para bailar al son de la música. Melissa guió a su novio hasta el centro de la fiesta para imitar los movimientos de los demás.
—¿Cómo conociste este lugar? —se interesó Germán. Él nunca se hubiera imaginado que su chica pudiera acudir a menudo a un lugar como aquel.
—Me lo enseñó hace un par de años un amigo. Desde ese momento, siempre que puedo, me escapo para ser participe de este magnífico ritual.
—Vaya amigos más majos que tienes. Vas a tener que comenzar a presentármelos. —Germán no se sentía cómodo en aquella playa rodeado de aquellas personas.
—¿Es qué los tuyos son menos?
—Mis amigos no van a sitios tan singulares como este.
Melissa le cogió de las manos y comenzó a mover a Germán para que comenzara a bailar. Al principio se resistió pero enseguida se contagió de la música.
—Solo tienes que moverte al son de la música. Cierra los ojos y deja que tu cuerpo se fusione con el ruido de los tambores. Es muy divertido, Germán.
Melissa se soltó de él y comenzó a bailar sola al son del ritmo como si fuera una ninfa. Germán la contemplaba bailar. Los movimientos de ella eran gráciles a diferencia de los de él que era incapaz de moverse. En aquel momento solo podía observarla como si un magnetismo se apoderara de su razón. Al cabo de unos segundos, la mujer abrió los ojos y al ver la pose de su chico sonrió.
—¿Es qué no te embriaga este ritmo en este entorno? —le preguntó la mujer a su pareja mientras se acercaba a él sonriendo.
Germán esperó a que estuviera convenientemente cerca para atraerla hacia sí y besarla apasionadamente.
—A mí lo que me embriaga es tu presencia, Melissa.
Los dos se fundieron en un tórrido beso mientras el sol se ponía al son de los tambores.
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