Capítulo 14
Roberto se encontraba nervioso y desasosegado en su despacho privado de la base de la organización. Desde hacía unos días esa intranquilidad iba en aumento y no tenía ni idea de a qué podía deberse. Al principio se despertaba agitado en mitad de la noche pero ahora, apenas podía concentrarse en el trabajo en el que estaba inmerso. Debía coordinar varias misiones y en aquellas condiciones emocionales le era imposible.
El hombre levantó la mirada de su ordenador y centró su atención en la zona central de la base. Eran las once de la mañana y muchos utilizaban la hora del café de sus respectivos trabajos para ir a la organización a enterarse de las novedades, recibir una nueva misión o simplemente informar de sus progresos. Melissa siempre llegaba a las once y dos minutos, así que estaba apunto de pasar por allí. Verla era lo único que lo tranquilizaba aquellos días, lo único que le permitía centrarse de nuevo en su trabajo. Pero las once y dos minutos pasaron y la mujer no hizo su aparición estelar. Roberto consultó su reloj por si hubiera algún error, pero no, ya eran las once y tres minutos y ella no había aparecido. ¿A qué se debía aquel cambio en su tan estricta metodología? Su desesperación fue acrecentándose más y más hasta que decidió levantarse. Aquellas cuatro paredes le agobiaban y necesitaba respirar sino quería estallar.
Roberto salió de su despacho y se chocó con alguien que pasaba por allí.
—Lo siento —se disculpó sin siquiera mirar a la persona contra la que se había tropezado.
El hombre estaba decidido a investigar porque Melissa no había venido aquella mañana a la base de la organización. Si alguien conocía la causa, esa persona solo podía ser Alejandro. Al llegar a la zona central, una mano le cogió por el antebrazo y le impidió seguir caminando.
—¿A dónde vas de esa forma, Roberto? —Tania le apretó más el brazo para que centrar su atención en ella—. Acabas de llevarte por delante a Miriam, ¿en qué narices estás pensando?
El hombre finalmente se giró y centró su interés en su pareja.
—He de preguntarle algo a Alejandro de vital importancia.
—¿Algo como qué? —se interesó la mujer sin ceder su amarre.
—Soy agente de grado uno. Hay cosas de las que no he de darte explicaciones y esta es una de ellas. —Roberto la fulminó con la mirada y Tania cesó su contacto sobre él.
—Llevas semanas muy raro. Si hay algo que quieres contarme...
—No. No hay nada que quiera contarte, Tania —le cortó de forma tajante Roberto—. Me encuentro perfectamente y ahora te agradecería que me dejarás en paz. Si me disculpas, he de tratar un asunto importante y que no te incumbe.
Antes de dar tiempo a que le contestara, se dio media vuelta y se encaminó directamente a la zona de trabajo de Alejandro. El hombre se encontraba hablando animadamente con dos agentes que le miraban embelesados por la explicación que les estaba dando.
—Leo, Pablo —les llamó Roberto a ambos por su nombre—. ¿Nos dejáis un momento?
Roberto miró a los dos hombres de una forma dura, sin darles posibilidad de rebatirle. Ellos únicamente se miraron y asintieron al unísono en su dirección para a continuación abonar el lugar en silencio.
—Vaya humos que tenemos hoy, ¿no? —dijo Alejandro mientras guardaba el artilugio que había estado enseñando a los dos agentes que se acababan de ir.
—¿Dónde esta Melissa? —preguntó a bocajarro Roberto.
—¡Oye, oye, oye! —respondió Alejandro—. A los demás puedes tratarlos de esa manera, pero a mi me tienes que hablar con educación, chaval. Si entras de esa manera en mi taller, ya te puedes ir por dónde has entrado —el hombre señaló con el dedo la salida—. Aquí, soy yo el jefe. Puede que a los demás los amedrentes por tu posición jerárquica, pero yo no te tengo ningún miedo. Así que tú mismo.
El hombre no bajó la intensidad dura de su discurso. Estaba muy serio y su semblante no cambió en ningún momento. Ambos hombres se miraron a los ojos sin hablar durante unos segundos. En silencio, uno se evaluaba al otro y viceversa.
—Lo siento, Alejandro —intervino finalmente Roberto. Tras pronunciar aquellas palabras algo dentro de él se relajó—. Perdona mi comportamiento. No sé qué me pasa desde hace unos meses para acá. Me encuentro todo el día irascible y dentro de mí nace una irá que apenas llego a controlar.
—Tal vez tengas que hablar con Yolanda. Ella te podría ayudar, de hecho es su trabajo.
—¿Yolanda? Ni loco la haría participe de mis problemas emocionales. Ya he de soportarla demasiado por ser la segunda de esto como para encima contarla mis debilidades. No, gracias. Saldré de esto solo como ya lo hice antes.
—Yolanda es la segunda de esto, sí, pero también es nuestra psicóloga. Si tienes un problema emocional que te impide realizar bien tu trabajo, por tu bien y por el de todos, acude a ella cuanto antes.
—Mi experiencia me dice que cuanto menos conozca tus debilidades mucho mejor. Sé de lo que hablo.
—Con Tania, ¿todo bien? —se interesó Alejandro.
—Si, es demasiado permisiva conmigo. Últimamente la estoy tratando bastante mal y de momento no me ha mandado a la mierda —Roberto sonrió—. No sé durante cuanto tiempo más me aguantará, pero de momento, nos va bien.
—Me alegro —respondió escuetamente Alejandro antes de volverse a poner a trabajar con una arma.
—¿Melissa hoy no va a venir a informar de los avances de su misión? —insistió de nuevo Roberto.
—Ya estuvo por aquí a primera hora de la mañana —respondió el hombre mientras examinaba meticulosamente el arma—. Serían las siete de la mañana. Fíjate que Francisco todavía no se encontraba y tuvo que informar a Yolanda.
—¿Y por qué vino hoy tan pronto? ¿Es qué tenía que ir a algún sitio?
—Sí, por lo poco que me pudo comentar, iba a pasar todo el día con Germán. No sé qué me habló de ir en barco a unas calas o no se qué. ¿Querías decirla algo? Si quieres se lo puedo comentar yo, no tengo ningún problema por hacerlo.
—No es nada, Alejandro —respondió Roberto intentando quitar importancia a la situación—. Solo quería comentarla algunas cosas sobre la misión que va a tener que llevar a cabo el sábado próximo, eso es todo. Tendré que esperar a mañana para hacerlo. De todas maneras, muchas gracias.
Roberto procedió a abandonar el taller cuando Alejandro lo llamó de nuevo.
—Roberto, ¿tienes ahora unos minutos libres? Me gustaría hablar contigo, si no te importa. —El hombre posó el arma en la que estaba trabajando sobre la mesa y esperó la contestación del que todavía era su amigo.
—Sí, por supuesto —Roberto se encogió de hombros—. ¿De qué quieres hablar?
—Acompáñame, por favor. —Alejandro lo guió hasta la habitación donde almacenaba todo el armamento de la organización y le animó a pasar—. Aquí podremos hablar de forma más íntima, lejos de radioescuchas.
Una vez que Roberto había entrado en la sala y Alejandro había hecho lo propio, este último cerró la puerta de la estancia y marcó unos números en el panel de control.
—¿Qué haces? —le inquirió Roberto al saber lo que hacía.
—No tenemos muchos minutos antes de que se enteren de que no pueden oír nuestra conversación —su interlocutor asintió en silencio—. Por ello iré al grano. ¿Cómo pudiste ser tan capullo con Melissa? Nunca pensé que tuviera que catalogarte de ese modo a ti.
—No sé a qué te estás refiriendo, Alejandro —respondió Roberto.
—Sabes perfectamente a que me estoy refiriendo y tú también. Al igual que también conoces el motivo por el que te encuentras con ese humor de perros. —Alejandro se acercó a Roberto hasta quedar a una distancia prudencial—. Hace poco se cumplió un año de cuando dejaste a Melissa plantada en la estación de tren. ¿Tienes remordimientos de aquello?
—¿Cómo puedes saber eso?¿Te lo ha contado ella? —contestó Roberto a media voz.
—Sí. Vino hace unos días, tras la fiesta del solsticio de verano, destrozada a mi casa y me lo relató todo. No sé como has podido ser tan capullo con ella. Ella te quería y yo pensé que tú a ella también. Pero hacerla eso...
—No me juzgues así a la ligera —le cortó Roberto antes de que terminara la frase—. Las cosas, a veces, no son lo que parecen. Tú, mejor que nadie, deberías de saberlo.
—¿Ah no? Dime entonces como he de juzgar a un tío que se iba a fugar con su novia y la deja plantada sin ningún tipo de explicación el día de la huida. Dime que he de opinar de ese mismo tío que tras dejar plantada a su pareja, comienza a salir con otra escasos días después sin atreverse a cortar formalmente con la primera. Dime Roberto, ¿qué he de opinar de ese tío? Mejor dicho, ¿qué opinas tú de su actitud?
—Te he dicho que a veces las cosas no son lo que parecen y en esta ocasión es lo que ocurre.
—¿Quieres decirme que en esta circunstancia las cosas no son lo que parecen? Ahora, tienes la oportunidad perfecta para explicarte. Ya que no te atreves a hacerlo con ella, tal vez lo hagas conmigo y esa actuación te ayude a controlar tu humor.
—Amaba, amo y amaré siempre a Melissa. Cada día que vivo en este mundo, la quiero aún más, pero nuestro amor es imposible.
—¿Por qué es imposible? Aún estás a tiempo de arreglarlo todo. Estoy seguro que si la cuentas el motivo por el que no acudiste aquel día a la estación, ella te perdonará.
—No, no he de arreglar nada. Si no le expliqué los motivos de mi plantazo fue precisamente porque la amo demasiado.
—Perdóname pero no te entiendo. Si la quieres tanto, no entiendo porque no luchas por ella. Yo sería lo que haría si estuviera en tu lugar.
—Porque si lucho por ese amor, Yolanda y Francisco la eliminarán —sentenció Roberto. Nada más decir aquellas palabras, se arrepintió de haberlo hecho.
—¿Cómo dices? —Alejandro estaba asombrado con la respuesta de su amigo.
Roberto antes de contestar sopesó bien su respuesta.
—Escasamente una hora antes de que nos fuéramos a fugar, recibí una inesperada visita en mi loft de Francisco y Yolanda. No me preguntes cómo pero conocían perfectamente nuestros planes. Sabían que nos íbamos a fugar y que poseíamos la forma de borrar todos nuestros datos del sistema informático de la organización. Me hicieron ver que tarde o temprano, a pesar de mi destreza, nos acabarían encontrando. Me amenazaron con el fatal desenlace que correría Melissa si decidíamos finalmente irnos.
—¿El fatal desenlace para Melissa? —Alejandro le animó a proseguir con su relato-.
—Sí. Me amenazaron con que cuando nos encontraran la torturarían delante de mis ojos. Y que finalmente, cuando estuviera tan débil que a penas pudiera respirar, me obligarían a matarla. De este modo, mis manos estarían teñidas con la sangre de mi amada y tú bien sabes que no podría vivir con esa culpa.
—¿Y qué te dijeron que harían contigo?
—A mi no me matarían. Mi castigo sería ser el responsable de su muerte. El que ella viviera o no dependía de la decisión que tomara en aquel momento. ¿Cómo puedes pensar que con este escenario lucharé por ella? La quiero, y si para que siga viviendo ha de estar con otro, lo aceptaré. Yo no seré el causante de su muerte.
—¿A pesar de que ambos seáis infelices de por vida?
Miguel pensó su respuesta antes de contestar.
—¿No crees que arriesgarme a qué ocurra el fatal desenlace no sería ser kamikaze?
—Llegado el momento no creo que se atrevieran a cumplir la amenaza — Alejandro respondió de una forma muy tajante.
—Ya creo que si se atreverían —respondió Roberto rápidamente como si las palabras le quemaran dentro de su boca—. Esa amenaza ya la han cumplido más veces y yo mismo he sido participe del ritual.
—No alcanzo a comprender por qué les incomodaba tanto tu relación con Melissa y ahora no ocurre lo mismo con Tania.
—Melissa y yo teníamos una atracción carnal. Los dos haríamos cualquier cosa por el otro y eso es algo muy peligroso aquí dentro. ¿Qué pasaría si a ella o a mi nos capturara el enemigo en alguna de nuestras misiones? ¿Comprendes a dónde quiero llegar? Mi relación con Tania es distinta. Ella no es agentes de campo por lo que ese riesgo ha sido eliminado en esta relación.
—¿Por qué no le contaste esto mismo a Melissa? Se merece conocer la realidad.
—Es una de las muchas reglas que ellos me impusieron para que no tuviera lugar el fatal desenlace.
—Vamos que no solo te amenazaron por la fuga sino también por tener cualquier tipo de relación con ella.
—Ya sabes lo estrictas que son las normas de la organización. Ningún agente de campo puede tener una relación aquí, y Melissa lo es, nos guste o no. Si no impedían nuestra relación y se hacía pública, otros nos imitarían. Tenían que terminar nuestra relación de la manera más radical posible. En cierta medida no les culpo por ello. Sabíamos que infringiamos las leyes y nos embarcamos igual.
—Y tú sesgaste la relación dejándola plantada en el anden el día de vuestra fuga cuando podías haberlo hecho de otra manera.
—¿Qué podía hacer? Melissa nunca habría atendido a razones. Ya conoces lo impulsiva que es. Fue la mejor idea que se me ocurrió en ese momento y sinceramente, creo que fue la mejor. A la vista esta que Melissa sigue viva, de otra manera no sería así.
—Pero te odiará de por vida. ¿Eso te da igual? —Alejandro no se podía creer las palabras de Roberto.
—Mejor que me odie estando viva que muriera por una decisión que estaba en mis manos.
—¿No crees que ella también tenía que tener la opción de decidir? A fin de cuentas lo que hiciste la repercutía a ella también.
—No me considero un hombre egoísta y si la mantenía a mi lado lo estaba siendo. ¿Crees qué no es duro para mi verla en los brazos de otro? ¿Crees qué no sufro cuando la veo y no puedo rodearla con mis brazos y besarla apasionadamente? La quiero y si para que esté viva he de seguir alejándola de mí, lo haré una y mil veces sin dudar. Ahora solo te pido que no le reveles nada de lo que hemos hablado aquí. Sé que la aprecias pero si le haces participe de la verdad, la podrás en peligro y mis desvelos no habrán servido entonces de nada. ¿Comprendes?
Alejandro evaluó a Roberto detenidamente. Parecía que decía la verdad y que hablaba con sentimiento.
—No has de que preocuparte. Seré una tumba. No le diré nada de lo que aquí hemos hablado. La quiero como se quiere a una hija. No la pondría en peligro deliberadamente. Tienes mi palabra. —Alejandro tecleó de nuevo unos números en el panel de control y la puerta se abrió. Roberto procedió a salir de la habitación pero antes de que lo hiciera le llamó para captar su atención—. No es necesario que vayas a Yolanda para averiguar la causa de lo que te pasa.
—¿Cómo dices? —Roberto no sabía que le quería decir ahora el jefe de armamento con aquellas palabras.
—Estás intranquilo, desasosegado y tienes ese humor de perros porque hoy hizo un año que os ibais a fugar de aquí. Es la misma causa por la que Melissa no quería toparse contigo hoy por aquí. Ambos todavía os amáis y el que estéis poniendo trabas entre vosotros solo empeorará más vuestra desazón. Hablando se entiende la gente. Puede que vuestro destino no sea estar juntos, pero podéis llegar a un entendimiento y saber encauzar vuestra relación de otro modo.
Roberto dejó que el hombre terminara su discurso y cuando lo hizo, se fue del taller de armamento sin contestar. Él sabía que era mejor dejar las cosas como estaban. Si hablaba con Melissa cara a cara, sabía que no podría controlarse y todo lo que habían sufrido durante aquel año, no habría servido para nada.
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