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Capítulo 11


Al cabo de cinco horas de fiesta, Melissa estaba tremendamente agotada. Germán estaba en su salsa. Hablaba cordialmente con cada uno de los invitados que todavía aguantaban en la fiesta y la presentaba a todos los que podía. Estaba claro que estaba deseoso de que todos conocieran a su nueva pareja. Cuando los dos hombres que estaban hablando con su novio en aquel momento se marcharon, Melissa aprovechó el momento para hablarle a solas.

—Germán, estoy tremendamente agotada. No sé cuanto tiempo más aguantaré. —Melissa tocó el brazo de su novio dulcemente—. No estoy acostumbrada a ir subida en tacones durante tanto tiempo y tengo los pies destrozados. —Melissa lo miró con cara de cansancio para darle pena.

—¿Quieres que te lleve a casa, cariño? —Germán la cogió de las manos.

—La verdad es que ahora lo que mas deseo es poder quitarme estos zapatos — Melissa le sonrió.

—Siento no haberme dado cuenta antes de que estabas tan agotada pero estaba tan extasiado porque todos te conocieran que no me he percatado. Avisaré a Ricardo para que nos lleve.

—¿No sería mejor que antes nos despidiéramos de tus padres?

—Tienes razón. —Germán la besó en la mejilla y la guió hasta donde se encontraban sus progenitores—. Papá, mamá —les saludó—, acompañaré a Melissa hasta su casa.

—Ha sido un placer asistir a esta maravillosa fiesta. —Melissa se despidió primero dando dos besos a Elisabeth y a continuación a Borja—. Espero que nos veamos muy pronto en circunstancias más intimas.

—Para mí también ha sido un placer conocerte —intervino Elisabeth—. Yo también deseo que nos volvamos a ver muy pronto. ¿Qué te parece si comemos todos juntos dentro de unos días? —la mujer miró a los cuatro para enfatizar su pregunta.

—Sería perfecto —contestó rápidamente Melissa antes de que alguien se le adelantara—. Cuando podáis nada más tenéis que avisarme. Yo puedo escaparme unas horas del trabajo, sin problema.

—Entonces quizás la semana que viene podamos hacer esa comida. Primero tendré que organizar mi agenda, pero no creo que haya muchos inconvenientes. —Borja tampoco se cerró en banda aunque Melissa sabía que solo decía aquellas palabras por quedar bien.

—Entonces ya lo iremos hablando —intervino Germán—. Ahora si nos permitís...

—Por supuesto, hijo —contestó Elisabeth.

—Siento no poder seguir en la fiesta, pero me encuentro tremendamente agotada —expresó Melissa.

—Para serte sincera, si yo pudiera, este sería el momento preciso para irme también, pero es lo que tiene ser la anfitriona. Mi obligación es resistir hasta el final.

—Entonces nada más puedo desearla que lo que le quede de velada se le pase lo mejor posible. —Melissa se cogió del brazo de Germán para proceder a irse.

—Eso espero, cielo, eso espero —sentenció Elisabeth.

Germán y Melissa abandonaron la fiesta y se dirigieron a la entrada de la mansión donde se encontraba Ricardo hablando efusivamente con otros choferes. Al verlos bajar las escaleras de la entrada, el hombre abandonó el grupo y se dirigió a la pareja.

—Ahora mismo traeré el coche —les informó.

—Gracias, Ricardo —respondió German antes de que desapareciera.

El chófer se marchó en busca del vehículo.

—Parece que la noche esta refrescando —comentó Melissa a la vez que se tocaba los brazos para intentar darse calor.

Germán se quitó su chaqueta y la puso sobre los hombros de su chica.

—Nunca he entendido porque vuestros vestidos tienen que ser tan veraniegos.

—Cariño, no hace falta. —Melissa intentó quitarse la prenda sin mucho éxito—. Ahora el que te quedarás helado serás tú.

—¿Qué clase de hombre sería si dejara que mi amada se congelara? Por mí no te preocupes, Ricardo llegará enseguida. —Germán tocó los brazos de Melissa—. ¿Te lo has pasado bien?

—Claro. Ha sido una velada increíble —respondió Melissa sonriente.

—¿No respondes eso solo para contentarme?

—¿Por qué habría de hacer eso?

—No, por nada. —Germán se giró al ver aproximarse su coche—. Es hora de llevarte a casa.





Tras un cuarto de hora de trayecto, llegaron a la urbanización de Melissa. Su hogar no era tan despampanante como la casa de los Domínguez pero ella estaba orgullosa de su morada. Ella misma la había reformado tras haber terminado su carrera y ahorrar algo de dinero. Aquella casa había pertenecido a sus padres adoptivos. En ella había pasado muy buenos momentos y aquellas paredes poseían muchos recuerdos que la permitían seguir viviendo cada día.

El coche estacionó delante de la entrada. Cuando el vehículo paró, Melissa se giró y besó en los labios a su novio.

—Gracias por traerme.

Germán la atrajo hacia él y la devolvió el beso apasionadamente.

—¿Quieres qué pase? —le preguntó al oído.

Melissa puso su mano sobre el pecho de Germán para alejarse un poco de él antes de contestar.

—Será mejor que lo dejemos para otro día. Estoy tremendamente agotada, cariño. ¿Qué te pareces si te pasas mejor mañana y hacemos una cena romántica?

—Me encantaría, Mel. —Melissa antes de bajarse del coche se quitó la chaqueta de Germán y se la entregó—. ¿Quieres que traiga algo para cenar?

—No, no hace falta. Deja que me encargue yo de todo, es lo mínimo que puedo hacer.

Melissa salió del coche y cerró la puerta del vehículo suavemente tras de sí. A continuación se dirigió a la puerta de su casa y la abrió. Antes de entrar, se giró y miró a Germán que se encontraba observándola desde el coche. Ella le saludó con la mano y él le respondió con una sonrisa. Seguidamente entró en casa y cerró la puerta. 

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