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Parte III

En la escuela, faltaba poco menos de un mes para el juego de termino y un mes exacto para que todo hubiese acabado y Jungkook fuese hombre libre.

A los entrenamientos después de clases, se le había sumado uno extra las mañanas de los viernes, en donde todos los integrantes del equipo coincidían en tener una hora libre.

Jungkook estaba gustoso de entrenar de más.

Mantener su cabeza ocupada con el deporte y el agotamiento físico, le alejaba de tener que pensar en cosas que no sabía cómo iba a resolver. Había pasado una semana tras el beso robado a Jimin y estaba haciendo un estupendo trabajo evitándolo.

—Tu novio está de nuevo en las gradas —La voz de su amigo Namjoon le llegó por la espalda, mientras corrían el circuito designado por el entrenador.

No hacía falta mirar a las gradas, para saber que encontraría a Jimin sentado allí, mirando en su dirección con una intensa mirada molesta.

—Él no es mi novio, es mi mejor amigo.

Namjoon lo igualó para mirarle con sorna.

—Pues claro que lo es y yo soy campanita, el hada amiga de Peter Pan.

Jungkook se carcajeó.

—Bueno campanita, te informo que deberías bajar un par de kilos, eres una bola de grasa.

El otro chico le lanzó un manotazo que sabiamente esquivó. Namjoon era uno de los defensores del equipo, pesaba tres veces lo que Jungkook lo hacía y medía casi el doble.

Trotaron un poco más en silencio, el sudor resbalando por su rostro y acumulándose en su camiseta roja con el logo del equipo destacando en letras doradas en el medio del pecho. No se sentía del todo bien, estaba algo mareado tomando en cuenta el ejercicio arduo bajo el sol candente y la conciencia de tener a Jimin mirándole no hacía nada por mejorar su estado.

El hecho de que él le esquivara solo había dado pauta para que su amigo le buscara como nunca había visto.

En los primeros dos días echó abajo su teléfono con mensajes y llamadas. En vista de que eso no había resultado, llamó al teléfono de su madre y luego simplemente se plantó en la puerta de su casa con tal de verlo.

Los padres de Jungkook habían tomado la situación como algo divertido, cosa que era solo porque no tenían toda la información sobre lo ocurrido.

Y en la escuela, Jungkook había desarrollado todo un talento para moverse entre clases sin coincidir en los pasillos. Llegando al extremo de sentarse aislado en los salones.

Él no quería que Jimin le rechazara. No quería que le diera una mirada asqueada o algo por el estilo.

Como puntos a su favor, Jimin era un chico que no tenía problemas respecto a la sexualidad del resto, pero sentirse besado por su amigo de toda la vida era un tema diferente y Jungkook temía que esa mirada enfadada que le daba a lo lejos fuese solo el principio.

—Nada de distracciones. Nada de dramas o preocupaciones innecesarias —Comenzó a decir el entrenador al finalizar la jornada y reunir a sus chicos en el centro de la cancha. —Solo les queda un mes de contados días para estar aquí y deben aprovecharlos. Hacer que valgan la pena. Quiero que todos aprueben sus exámenes, sonrían mucho y al final de todo, ganen el partido. Ustedes son el partido, así que no permitan que se les vaya.

Hubo un asentimiento unánime, por lo que el entrenador aplaudió.

—Bien, ahora a las duchas.

El equipo se trasladó con desgana a los camarines. Por lo general, Jungkook era de los últimos en asistir, dejando que sus apestosos compañeros se limpiaran primero. En esta ocasión, pudo ver como Jimin se acercaba desde las gradas, así que apuró el paso para entrar detrás de Namjoon.

Jungkook le estaba evitando, no había duda. Al no ser del equipo, Jimin no tuvo más remedio que apostarse en el pasto, con su mochila entre sus piernas a esperar. Otra vez. Llevaba correteando detrás de los pasos de su amigo y no comprendía cómo este lograba escapársele. Y es que era tan ilógico, además.

Jungkook escapando de él, de él que le conocía de crío. Le conocía el miedo a las arañas. La debilidad por las pelis de terror. Su adicción al chocolate y las cabritas con caramelo. La gaseosa de cola y el asco tremendo que le tenía a las cosas viscosas.

Ellos eran amigos de primaria. Incluso de jardín. Habían jugado con los mismos cubitos y compartido sus juguetes de dinosaurio. Con el paso de los años, se cubrían las espaldas. Pasaban las enfermedades juntos. Aprendieron a mentirle a los padres del otro.

Ellos eran uno.

Y Jimin estaba dolido... y aterrado.

Porque no podía sacarse de la cabeza el beso de Kook. La sensación de sus labios sobre los suyos. El loco impulso de querer responderle y ver qué más había. Por otro lado, se sentía dolido de que su amigo no le dijera las cosas claras desde un principio. Aquel beso no había sido un beso al azar. Tampoco uno meditado, sino una oportunidad irremplazable. Jungkook le había besado con todo lo que tenía, y Jimin ahora entendía mucho.

Mientras esperaba, el sol cayó un poco. Uno a uno, los chicos del equipo iban dejando camarines. Incluso Namjoon salió dándole una sonrisa boba. A Jimin no le agradaba él. Siempre pegado a Jungkook en los entrenamientos y en los juegos. Lo buscaba en los pasillos y en las clases que tenían juntos. Siempre mirando a Jimin por debajo del hombro.

Cuando estuvo seguro de que no debía de quedar nadie más que su mejor amigo dentro se atrevió a entrar a los camarines. El sector de los lockers estaba vacío. El lugar olía a humedad y calcetines sucios. Caminó más allá de las bancas con las zapatillas malolientes, hasta las duchas, donde se detuvo sin remedio.

Kook estaba bajo la regadera. Sin playera. Solo con el short azul de deporte colgando de sus caderas, amenazando con caer por el peso mismo del agua. No se había percatado de que tenía compañía, así que su cabeza estaba apoyada en los azulejos frente a él. Ojos cerrados. Su cuerpo goteando por delante. El agua deslizándose por la parte de atrás.

Él se veía agotado. Y no parecía ser cosa de deportista. Jimin lo había visto en el piso tras los entrenamientos o los partidos mismos, exigiéndose a mil. Esto era hombros tensos, su cuerpo entero dejando salir olas de tensión y tristeza.

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