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15. La mentira de la boda.


—Así que aquí te habías metido.

—¿En mi oficina?

—Sabes perfectamente que te aseguraste de decirle a todos que no estarías aquí.

—¿Y me resultó?

—Sí, llevo media hora subiendo y bajando pisos. ¿Me estás evitando? —Alan se acerca y gira la silla en la que estoy para dejarme observándolo directamente. Tiene las manos firmemente apoyadas en los apoyabrazos y acerca su cara lentamente a la mía—. Dime.

Tiene los labios húmedos, el cabello desordenado y los primeros botones de su camisa están abiertos. Es difícil ponerse frente a esa mirada que atrapa y sus facciones que podrían darle todo lo que quiera en la vida. Alan podría ser modelo, y nadie pondría en duda eso.

—No te evito —gruño e intento sin éxito girarme para alcanzar la bebida que tengo sobre el mesón. La cara de Alan se acerca aún más a la mía.

—¿Me estás mintiendo?

—Solo quería estar sola —replico.

—Ayer ignoraste mi mensaje, ¿te has puesto de parte de Josef? ¿Ese imbécil te ha dicho alguna mentira sobre mí?

La amargura de su voz me estremece.

—No me he puesto de parte de ninguno de los dos, es solo que ando de mal humor. Me está costando un poco llevar mi posición aquí... adecuadamente.

—¿A qué te refieres?

—A que las chicas apenas me miran. He tratado de conectar con ellas y es como si no existiera. Me odian.

Alan extiende una sonrisa traviesa.

—Te tienen miedo.

—¿A mí?

—Sí, eres la esposa de un Hart. Somos conocidos.

—¡Pero yo no soy así! —Resoplo enfadada—. Quería hacer amigas en este país nuevo, creo que tendré que intentarlo en otro lugar.

—Ay, Vania. —Josef se incorpora y se apoya sobre el mesón—, ¿sabes qué te pondría de buen humor?

—¿Tú?

Sexo por el solo placer de tener sexo.

Gira mi silla y me deja de espaldas a él. Mi cuerpo se está acostumbrando a su presencia y de inmediato reacciona: latidos acelerados, sensación de hormigueo, un vaivén de pulsaciones que va y viene en mi entrepierna.

Aprieto mis piernas en el instante que él toca los costados de mi cabeza y comienza a masajear suave y lento.

Cierro los ojos para dejarme llevar.

—¿Te gustan los masajes?

—Me encantan.

—¿Dónde te gusta que te hagan? —Sus manos bajan, rozando mi cara y quedándose en mis hombros. Aprieta fuerte. Sus manos grandes son perfectas para mi cuerpo pequeño.

—En la espalda.

Estoy drogada por el masaje.

—Quítate la blusa —dice, más como una orden que como una sugerencia. Una de sus manos envuelve mi cuello y se mantiene así: apretando ligeramente, mientras la otra explora mis pechos bajo la blusa. Me entrego y dejo escapar pequeños gemidos porque el contacto de sus dedos con mis pezones me desespera y excita—. O quieres que te la quite yo —susurra. Gira la silla nuevamente para quedar frente a él.

Quiero que me toque más.

—¿Y si no quiero? —pregunto, seria. Alzo una ceja, sin evitar reírme un poco.

Su mirada penetrante baja hasta su propia entre pierna, su miembro haciendo presión contra el pantalón que parece no dar más.

—Ah, ¿sí? ¿Y tú quieres que yo salga así? Me pregunto qué dirían todos.

—Que te caliento —respondo como si nada.

—O que me tiro a la esposa de mi hermano.

Entrecierro los ojos.

—Que traviesa —murmuro, con asombro. En estos momentos, lo único que quiero es sentir el cuerpo de Alan y que me toque para olvidar todos mis problemas. En eso se convirtió el sexo con él: en desahogo y liberación. No siempre se tiene la oportunidad de follar con alguien tan seguro de sus movimientos, tan travieso y tan guapo.

Alan se desabrocha el pantalón y baja la cremallera ante mi atenta mirada. El sonido de la cremallera es un artefacto incendiario.

—Me encanta que seas traviesa y que te guste jugar. Tengo tantos planes contigo, tanto que quiero enseñarte —dice, acompañado de una mirada ardiente.

—A esta hora están todos en sus oficinas, cualquier cosa van a escuchar —digo, cero convencida de detener todo.

Baja su ropa interior, y su miembro duro está frente a mis ojos. Su mano comienza a deslizarse sobre él, subiendo y bajando, lentamente.

Mi respiración se descontrola.

Alan estira la mano para que me ponga de pie y me apoya sobre el escritorio. Mi falda sube rápidamente y el aire se cuela por mis piernas. Me las abre y explora mi sexo como si nunca me hubiese tocado antes, como si fuese territorio nuevo.

—¿Lento o fuerte? —susurra, pegándose a mi trasero, esperando que de la señal de seguir.

—Fuerte. —Siento que estoy tan agitada que todo el hotel me escucha. Debo tapar mi boca cuando me hace caso y entra sin delicadeza, rudo y enérgico.

—¿Así? —pregunta, volviendo a hacerlo. Sus manos las tiene en mi espalda, moviéndome a su ritmo. Siento que el aire me abandona con cada estocada que da. Un pequeño espejo sobre mi escritorio, da directo a su cara extasiada. Se muerde el labio inferior y una gota de sudor baja por su sien.

El placer de estar haciéndolo allí en la oficina y que cualquiera pudiese entrar me pone más. Me encanta lo traviesa que me hace ser Alan, y me río de lo mojigata que era hace un tiempo atrás. Por fin exploro mi sexualidad y es delicioso.

No puedo parar de gemir con sus movimientos, estoy a punto de irme, cuando en mi mente aparece la imagen de Josef. ¿Cómo sería que fuese él? ¿Sería tan rudo como su hermano? ¿Tan seguro? La verdad es que no lo creo, sin embargo, su pura imagen hace que me vaya con tanto ímpetu que la vista se me nubla y veo pequeños destellos de colores frente a mí.

Alan, al sentir mi estremecimiento y cómo apreté las piernas, se va enseguida dentro mío aunque con preservativo puesto. Se queda un momento acariciando mi trasero.

—Te quedó rojo. Me lo comería —gruñe sexy.

Me miro al espejo y estoy roja, con el cabello como si me hubiese pasado un globo. Tengo la respiración inconstante, necesito calmarme.

—¿Pasa algo? —pregunto, al notarlo más silencioso y quieto de lo normal.

—Es que estaba pensando en que me gustas, Vania.

Tenemos un cruce de miradas que dura más de lo debido. Claramente, espera una respuesta mía, y no se va a mover hasta que lo haga.

—¿Te gusto como...?

Pone los ojos en blanco y se desordena el cabello.

—Vania, lo digo en serio.

Meneo la cabeza.

—No, no... yo no te gusto, Alan. Estás confundido.

—Pero Vania, no me refiero a que quiero pasar el resto de mi vida contigo. —Extiende una sonrisa y se apoya en el borde del escritorio. Yo boto el aire de mi cuerpo—. Me gustas como mujer. Me encanta que estés dispuesta a probar cosas nuevas y lo curiosa que eres. Me gusta que cualquiera que te mire y sepa tu historia, diría que eres la niña buena, pero...—suelta una carcajada y avanza rápido hacia mí. Quedo atrapada entre la pared y su cuerpo—. Pero no eres la niña buena.

—Te lo dije —susurro. Yo sabía que mi parte traviesa existía en algún baúl dentro de mi ser. Cerrada con varias llaves y envuelta en telas de araña, pero existía. Me faltaba la parte que me ayudara a sacar ese lado salvaje de mí.

—Así que por eso me gustas, y sé que también te gusto... aunque... no de forma romántica. —Su mano forma un puño en la pared.

—¿Por qué lo dices?

—Porque se te nota. Mira. —Levanta su mano y acaricia con su dedo índice mi mejilla. Trato de reprimir la sonrisa—. Las mujeres, en general, se desesperan con esto. Tú solo te excitas. En conclusión, me siento usado.

Suelto una carcajada que estoy muy segura escucharon todos los del piso. Alan me observa con la expresión de risa, pero se controla.

—Alan, ¿te pegaste en la cabeza? No puedes andar por allí diciendo esas cosas. ¿Cómo es eso de que te uso?

Extiende una enorme sonrisa coqueta.

—¿Nos usamos mutuamente? Nos gustamos y nos gusta coger. Quiero enseñarte más de mi mundo si estás dispuesta.

Si esto me mantendrá alejada de tu hermano, me ayudará a arreglar la confusión de mi alma y además lo pasaré bien, ¿dónde firmo?

—Estoy dispuesta. Pero Alan... no andes por allí diciéndole a las chicas que te gustan. Ponte en la posición de que tú realmente me hubieses gustado, románticamente. Me habría declarado, y luego, probablemente me habría tirado por la ventana de la vergüenza.

Pasa la mano por mi cabello.

—A ninguna chica le diría algo así. —Se aclara la garganta y se mira en el espejo, arreglándose la camisa. Suspira ampliamente—. Te quiero hacer una pregunta seria.

—Dime.

—¿Te enamorarías de alguien como Josef? —Lanza como si nada. Me impacta tanto su pregunta que todos los movimientos se me hacen extraños.

—¿Por qué preguntas eso?

—No me gustaría que después te andes follando a mi hermano. —Se enfrenta de nuevo a mí y en sus ojos reconozco los celos. No por la idea de que me guste alguien más, sino que ese alguien sea su hermano—. Josef para mí es familia porque compartimos apellido, pero no sabes lo dispuesto que estoy de considerarlo nada. Destruiría a Josef si él me quita algo que quiero.

—Algo que quiero —repito cabreada—. No soy un objeto.

—Lo destruiría —repite, ignorando mis palabras—. La próxima semana es mi cumpleaños y los voy a invitar. Sé que me pasé con Josef. Es un imbécil, pero es mi hermano. Quiero que vayan.

—¿Y crees que Josef iría a tu cumpleaños?

—No puede decir que no —dice fríamente—. Sería extraño, familias separadas y discusiones entre hermanos indican problemas para los accionistas y la gente importante que estará allí.

—Perfecto, entonces ahí estaremos.

Justo en este instante entra Pascual sin golpear. Estoy segura de que se esperaba encontrar con algo comprometedor.

—¿Tu no golpeas?

—Perdón, Alan. Pensé que no había nadie aquí.

No le creo. Tiene inflada la garganta de todo lo que me quiere preguntar sobre el salón 16.

—Que no se repita. —Alan le palmea el hombro, me cierra un ojo y se va.

Pascual se rasca la nariz y me pregunto si el lugar olerá a sexo. Tengo las ventanas cerradas así que es muy probable que sí. Aunque... ¿existe realmente el olor a sexo?

—Dime que fuiste. —Pascual me interrumpe los pensamientos—. Solo quiero saber eso y no te preguntaré nada más.

—Claro que no fui, estoy casada. —Decidí que moriré con esa idea porque no puedo permitir que más gente de la necesaria se enteren de mis idas a ese lugar. Le sonrío, ante su expresión de querer ocultarse bajo tierra—. Y además, con Josef no me daría la vida para ir a ningún tipo de salón.

La boca se le abre de una forma impresionante.

—Oh, dios mío. Josef Hart. Es... es el sueño. El sueño. Tienes tanta suerte que estoy que te saco una foto, la imprimo y te prendo velitas. ¿Me contarás algún día cómo lo lograste? No quiero decir que no seas hermosa y alucinante, pero Josef siempre está solo, solo y solo. Aunque se ha dejado ver con una mujer, claro... o con varias... pero nada...—Al ver mi expresión de no quiero saber más detalles, se tapa la boca—. Siempre hablo demasiado, y yo nada más vine a buscar la carpeta de los turnos. Chao mi amorrrr.

No puedo creer que Alan tenga a alguien tan hiperventilado como su mano derecha. ¿Cómo se habrá aguantado de no contarle a medio mundo el chisme de la solicitud de ingreso y aceptación para el salón 16?

Echo la cabeza hacia atrás y resoplo. Así de fácil me estresé de nuevo, y ya tengo ganas de volver a casa.

***

La puerta del departamento se abre y parpadeo varias veces antes de reconocer a Sara sentada en el sofá. Bebe un café mientras lee un libro, apenas doy un paso, ella ya me está observando. Deja el café y el libro en la mesita y se pone de pie. Me acerco a saludarla y me abraza cálidamente.

—Me alegro que tú hayas llegado primero, quería hablar contigo. —Se me revuelve el estómago al escuchar sus palabras.

—¿Pasó algo?

—¿Podríamos subir a la terraza? Quiero más privacidad.

—Sí, claro.

Subimos en silencio, afuera el aire está cálido, y el sol se está poniendo, haciendo que el cielo tenga tonos naranjos y celestes. Está maravilloso.

—Vania, quiero hablarte de mis hijos. Sé que tuvieron una discusión aquí, sin embargo, ninguno me ha dicho qué sucedió. ¿Me podrías contar tú?

Me siento atrapada, ¿cómo me voy a negar a contarle? Además la discusión fue acalorada, pero no tan grave y bastante breve. Estoy entre la espada y la pared, no creo que sea muy conveniente tener a la esposa de Thomas Hart en mi contra.

—Alan se molestó al enterarse de que Josef tiene la mayoría de acciones en el hotel.

Sara abre la boca y asiente, como si todo se hubiese aclarado con esa simple frase.

—Esa siempre ha sido una discusión constante con Thomy. En la familia Hart, el primogénito se ha llevado siempre la porción más grande del pastel, y a veces, todo el pastel. —Se acomoda en el sofá, y se acerca un poco más a mí—. Amo mucho a Josef, y lo he cuidado y me he preocupado de él como si fuese mi propio hijo.

Esa declaración me deja de una pieza, no tenía idea de que Sara no era la madre de Josef, pero asiento como si no fuese la primera vez que lo oigo. Ella continúa:

—Sin embargo, ahora que Thomas permitió que Josef sea socio mayoritario del hotel, me hace pensar que ha estado faltando a su palabra últimamente y no está considerando a Alan como su hijo.

Aquí no puedo no hacerme la sorprendida.

—Alan... ¿no es hijo de Thomas?

A Sara parece que se le ha ido el alma del cuerpo. Se lleva una mano a la frente.

—Alan no lo sabe, es el único que no. Thomas siempre lo ha querido y protegido, y ahora no sé por qué ha estado actuando así con él. O Josef... me enteré que él le puso las cosas difíciles con su bar. —Sara cierra los ojos y suspira ampliamente, luego de un momento, me mira—: Sé que entre tú y Alan hay algo, lo supe cuando me dijo que tú sabias que... —Se aclara la garganta—, él asesinó a alguien.

Su secreto, lo que me contó la primera vez que hablamos y dormimos juntos. Esa misma noche me dijo que él no era normal, que una vez había asesinado a alguien, protegiendo a su mamá y que luego hizo desaparecer su cuerpo. Nunca dijo cómo.

—Me lo contó hace algunos años, aunque hasta que nos volvimos a encontrar, pensé que era broma.

—Yo creo que lo hizo para impresionar a Thomas. Thomas no se mostró orgulloso porque le rogué que no lo hiciera, y que le dijera a Alan que ese no era su camino.

—¿Crees que lo habría hecho de nuevo?

—Yo no pondría las manos al fuego ni por mi misma. —Me da una sonrisa a medias y por primera vez, creo que Alan sí sería capaz, porque nunca me ha mostrado algún nivel de arrepentimiento por asesinar a alguien, y más aún, a veces me ha dado la impresión que lo ha nombrado como broma.

—Nunca le diría a nadie esto.

—Quiero asegurarme, porque en ese caso, solo Alan saldría perjudicado. Me impresionó que no lo usaras para deshacerte de la amenaza sobre tus padres.

No le quise repetir que de verdad yo pensé que no era real, bueno...y tampoco tenía pruebas.

—No habría servido —agrega ante mi silencio—. Cuando a Thomas se le mete algo en la cabeza no hay forma de que cambie de idea. Te agradecería que tampoco le digas que no es hijo de Thomas. —Sara se ve cansada. Me pregunto cómo es que ella está con alguien como Thomas Hart.

—Solo cumpliré el tiempo que debo estar y luego me iré. Alan confía en mí y no traicionaría su confianza.

—¿Tampoco enamorándote de Josef? —inquiere, bebiendo otro sorbo de tu taza.

Oh, rayos. ¿Es casualidad que esta pregunta aparezca más de una vez el mismo día?

—Tengo entendió que Alan desde un principio supo que yo me casaría y viviría con Josef, que con él también me vuelva amiga es algo inevitable. Vivimos en la misma casa. —No sé si me saqué la pregunta obvia, pero Sara parece estar de acuerdo conmigo.

—Quiero que no seas tú otro problema para ellos. Nunca he logrado que sean cercanos... pero eso es muy distinto a que se odien. No podría soportarlo.

Tengo ganas de decirle que ese tipo de cosas pueden suceder cuando tiene de esposo a un psicópata.

—Los problemas de ellos no son míos, y me parecen que van mucho más allá de mí.

Sara asiente lentamente,

—Es que deberías haberte casado con Alan.

—Yo no me debería haber casado con ninguno —replico, enfadada.

—Disculpa Vania... me refiero dada ya la situación de que tenía que suceder. En el mundo en el que están metidos tus padres... o los amigos de tus padres, tener algún tipo de negocio con los Hart, las consecuencias de no poder pagar algo, son conocidas.

—Los amigos de mis padres los estafaron.

Sara menea la cabeza.

—Tu padre no fue estafado por sus amigos. Todos acordaron tu matrimonio con alguno de mis hijos hace tiempo... si es que en algún momento no podían pagar—. No sé qué expresión tengo, pero creo que a mí ahora se me ha ido el alma del cuerpo. Me siento muy estúpida. No es que mis padres fueron estafados y no les quedó otra que aceptar el terrible destino que les ofrecieron para mí. Sino que fue todo... acordado previamente.

—Me dices que mis padres hicieron negocios, sabiendo que si no pagaban, yo tendría que casarme con uno de tus hijos.

—Sí. Lo siento Vania, pensé que ese detalle tú lo sabías.

—Y pensé que solo tenía que ser con Josef.

—No, Josef o Alan. Lo bueno es que Josef estuvo de acuerdo, eso me dejó tranquila.

Esperen, ¿me está diciendo que Josef sabía desde antes que yo me casaría con él? No sé qué decir. ¿Y todo ese show de que no podía por su ex novia fallecida y bla bla? ¿otra mentira? Creo que tengo ganas de vomitar.

—Es mejor que haya estado de acuerdo, así es más fácil para todos. —Sonrío con gran esfuerzo.

Sara pone su mano sobre la mía.

—Cualquier cosa que necesites, puedes acudir a mí.

Josef aparece por el último peldaño de la escalera que lleva a la azotea.

—Madre, no sabía que vendrías. ¡Hola Vania!

—Amor, te estaba esperando. —Sara se pone de pie y va a abrazar a Josef—. Te traje un regalo por tu cumpleaños.

Estoy de pie, con las piernas temblando. Si me quedo un segundo más, me largo a llorar.

—Los dejo solos. Estoy agotada. —Bajo corriendo.

Algo me dice Josef, pero todo mi cuerpo y alma están aguantando las ganas de lanzarlo edificio abajo.

Cojo mi cartera y bajo a tomar aire. Necesito caminar. Siento un dolor fuerte en el pecho. ¿Por qué mintió Josef? ¿Para que yo pensara que a él también le costaba y hacer todo más fácil? ¿Todo por mantener su imperio?

Las palabras de Alan, recordándome que Josef siempre ha estado de lado de su padre retumban por mi cabeza.

Apenas salgo del edificio, reconozco la espalda de mi ex mejor amiga, mientras discute con alguien por celular. Me debe estar esperando, pero aprovecho que no me ve y me devuelvo sobre mis propios pasos. Ha sido mucho por hoy.

—¿Ves esa chica que está allí? —pregunto al conserje.

—Sí, señorita. ¿La que habla por celular? Sí.

—Nunca la dejen pasar. Tiene prohibida la entrada.

—Por supuesto. ¿Sí se acerca el edificio, le pedimos que se vaya?

—Sí. Gracias.

—————-

Hola bbys!!

¿Qué les pareció este capítulo?

¿Josef parece que no es tan real como aparenta?

¿A Alan le gustará Vania, realmente?

Ayyy quiero saber qué quieren que suceda después jiji

Besitosss 

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