Capítulo 6.
La velada se deslizó como un susurro. Fue tan efímera para Cecilia, entre el estruendo de aplausos, el tintineo de las propinas y el aroma de los licores. El local, un remolino de vida nocturna, alcanzaba su punto álgido después de la medianoche, sumergiéndose en un frenesí que se extendía hasta el alba.
Tras el telón final de su deslumbrante actuación, y después de su espectacular actuación, ella se retiró del escenario entre aplausos y vítores. Su ritual post-show era un momento de transición, de la energía desbordante del escenario a la calma relativa del backstage.
Se deslizó entre las cortinas y se dirigió a su camerino, donde se permitió unos minutos para respirar profundamente y dejar que la adrenalina del baile se disipara.Allí, se desprendía de su atuendo de estrella, dejando que la tela cayera suavemente al suelo, como pétalos al final de un día largo. Se envolvía en una bata de seda que acariciaba su piel, aún cálida por los focos que la habían seguido en cada paso de su danza.
Mientras se preparaba para unirse a la multitud y seguir con su trabajo, Cecilia reflexionaba sobre la noche. A pesar de la rutina de sus actuaciones, cada show era único, y la energía del público había sido particularmente electrizante. Se miró en el espejo, sonrió a su reflejo y se prometió disfrutar del resto de la jornada, sin pensar en las coreografías o en los pasos de baile. Era su momento de ser simplemente Gemma, la estrella del club, una mujer joven disfrutando de la vida nocturna.
Ya en su camerino, las manos de la joven danzaban con la misma gracia que en el escenario, pero esta vez, su coreografía era íntima y personal. Con cada trazo de algodón sobre su piel, el maquillaje se desvanecía, revelando no solo su belleza natural, sino también la tranquilidad de su espíritu. Un suspiro de alivio escapaba de sus labios, un sonido que marcaba el final de una transformación y el comienzo de otra.
Cecilia se concedía un instante de introspección, sus pupilas se encontraban con las de su imagen reflejada, intercambiando un silencioso acuerdo de calma y resiliencia. Aquel breve lapso era su oasis de tranquilidad, un paréntesis vital en la antesala del bullicio del club. Aún restaban tareas pendientes, y con la firmeza que la definía, perfeccionaba su apariencia, adecuando su indumentaria para encarnar su papel de mesera, otro aspecto de su multifacética noche.
Con la aplicación de un último trazo de carmín y un arreglo en su melena, que reposaba en cascadas delicadas sobre sus hombros, se encontraba preparada para reintegrarse al salón.
Tomó su teléfono móvil, una acción sutil pero reveladora. La pantalla iluminada capturaba su atención; mensajes y notificaciones eran testigos mudos de una vida más allá de aquel lugar. Con un gesto ágil y práctico, desbloqueó el dispositivo, sus dedos danzando sobre la superficie táctil. Un vistazo rápido a las actualizaciones, un suspiro casi imperceptible, y el celular, ahora en su mano, se convertía en un acompañante discreto pero esencial.
Su presencia era magnética, su sensualidad innata brillaba con una luz diferente, una que prometía encanto y misterio en cada sonrisa, en cada palabra, en cada gesto mientras se movía entre las mesas, llevando consigo la promesa de una noche inolvidable para todos los presentes.
En el club, la atmósfera era una mezcla de sombras danzantes y luces que jugaban al escondite. Alejandro, aún recuperándose del asombro que le había provocado la presentación de aquella bailarina, se encontraba ahora frente a ella, con una copa en la mano y una sonrisa que intentaba ocultar su admiración. Ricardo, un poco extrañado por la actitud de su amigo, no pudo evitar preguntar.
— ¿En qué piensas?. — Consultó Ramiro, con un aire de curiosidad evidente en su voz.
Alejandro le dirigió una mirada cómplice a Ramiro antes de responder, extendiendo una sonrisa ladina para cerrar su expresión de galante hombre de negocios.
—Ya lo verás. Desde aquí tan solo observa. — Dijo Alejandro, con un tono que insinuaba que tenía un plan en mente.
Ramiro se recostó un momento en su mullido asiento, su expresión era una mezcla de escepticismo y entretenimiento. Observaba cómo Alejandro, con la confianza de quien está acostumbrado a ser el centro de atención, se acercaba a la enigmática bailarina que le había robado el aliento.
Muchas muchachas que allí trabajaban notaron aquél andar tan masculino que portaba ese hombre. Su aspecto, el brillo en su cabello, su traje. Ese hombre, sin dudas, destilaba audacia, seriedad y una pasión que cualquiera desearía tener. Muchas de las bailarinas ofrecieron sus servicios al menor contacto con él, pero nada le importaba. Negaba a cada uno de forma cortez, para seguir su camino hasta el destino al que quería llegar.
Alejandro se posicionó cerca de Cecilia, asegurándose de captar su atención sin invadir su espacio personal.
El show apenas comenzaba para Ramiro, su compañero comenzaba a interactuar con aquella bailarina extraordinaria, cuya presencia imponente en el escenario había capturado la atención de todos en el club y solo le esperaba ver hasta donde llegaría esa película entre ambos.
Alejandro se posicionó cerca de Cecilia, asegurándose de captar su atención sin invadir su espacio personal. El espectáculo apenas comenzaba para Ramiro, su compañero, quien ya interactuaba con la bailarina extraordinaria. Su presencia imponente en el escenario había capturado la atención de todos en el club, y solo quedaba por ver hasta dónde llegaría la película entre ambos.
Con cautela, Alejandro se inclinó sobre la barra, buscando la atención de uno de los cantineros que trabajaban esa noche. Un billete de gran denominación ondeaba entre sus dedos, haciendo cierto alarde para que lo atendieran más rápido. La sonrisa complaciente del cantinero se dibujó al contemplar la generosa propina que tenía en sus manos.
— Buenas noches, señor. ¿Qué le gustaría beber? — Consultó el hombre, jovial y cortés para ese lugar.
— Sí, quiero el trago más fuerte que tengas a disposición. — Respondió Alejandro, posando su mano sobre la pulida barra de madera. Sus ojos inquietos y precisos se dirigían sutilmente hacia la derecha, espiando meticulosamente a la joven a la que deseaba adular.
— Marcha un Aunt... — Exclamó el cantinero, mientras sostenía la propina y se retiraba a buscar las botellas que usaría para preparar aquél trago.
Cecilia, sin embargo, no le prestó atención alguna. Estaba a la espera de si la llamaban para seguir con su siguiente número, pero esa noche las demás mujeres que bailaban junto a ella parecían tener planes de acaparar más tiempo en el escenario.
Inmersa en su celular, Cecilia revisaba sus redes sociales, permitiéndose distraer su mente del bullicio del lugar. Miró un par de veces cada sector detrás de la barra, como si buscara a alguien en particular. Al no encontrarlo, suspiró y se dispuso a ver la carta de tragos. Ignoraba por completo la presencia de aquel sujeto que la miraba con cierta chispa en los ojos.
Alejandro, por su parte, se sentía helado al estar tan cerca de ella. Parecía llevar consigo un aura de fuerza abismal, y cualquiera que estuviera a su lado sentiría temor de tener su atención o de perturbar su calma.
El corazón de aquel hombre martilleaba en su pecho mientras se acercaba a la barra. La proximidad de Cecilia lo había dejado helado, y la presión de la situación se manifestaba en su respiración agitada.
¿Cómo podría entablar una buena conversación con ella?.
Las palabras parecían haberse esfumado, y su habitual confianza se había desvanecido como el humo de un cigarrillo en la penumbra del club.
Con un arrebato de nerviosismo, Alejandro apoyó una de sus manos sobre la barra y comenzó a chocar la punta de sus dedos contra la madera. Su mente estaba en blanco, algo que nunca antes le había sucedido. La ansiedad se mezclaba con la emoción, creando un torbellino en su interior.
¿Qué decir?, ¿Cómo conquistar a la estrella del club sin parecer un completo desconocido?.
Estaba claro que Cecilia era una simple mortal, nada más allá de lo extravagante yacía en su femenina persona. Pero aún así, cautibava a cada uno que posaba su vista en ella. Se había vuelto la joya más cotizada, un pequeño diamante entre los dedos de su jefe. Quizás era la pasión que emanaba desde su piel, su mirada y su caminar lo que la terminaban haciendo especial.
Nadie lo entendía con exactitud. Era como una bruja que en medio de la noche hechizaba a todos con sus movimientos. Pero si de algo tenía que jactarse la joven, era de lo bien que le iba desde que había tomado ese trabajo.
Los minutos pasaban, Alejandro seguía sin saber que decirle a la muchacha a su lado. Ella, por otro lado, miraba con detenimiento la carta de tragos mientras de reojo revisaba el inicio de su móvil.
Con cierta despreocupación, Alejandro tomó una pequeña caja de metal que llevaba en el bolsillo de su traje, haciéndose paso a un fino habano que poso entre sus labios. Rápidamente saco un mechero metálico y lo encendió, desprendiendo un humo que desprendía un aroma a chocolate delicado en el ambiente.
Sin dudas, aquello le había dado cierta fortaleza para acercarse un poco más a la bailarina.
— He quedado cautivado por tu baile esta noche. Dime, ¿Cómo podría un desconocido pedir el nombre de la estrella del club?. — Preguntó Alejandro, entonando una voz suave pero firme. Intentando ocultar detrás del tabaco los deslices que los nervios provocaban en su voz.
Cecilia, saliendo deñ trance en el que se habia emergido, busco de donde provenía aquella voz masculina que le hablaba. Al instante, una mirada evaluadora se dirigió de pies a cabeza hacia la figura erguida de Alejandrl, su expresión, aunque sería, en segundos de había tornado en una mezcla de diversión. Era fácil para ella leer a los hombres. Y él cargaba consigo una fuerte inseguridad hacia su misma persona, tanta, que el simple hecho de intentar coquetear con una bailarina lo estaba haciendo sudar.
Cecilia, acomodando su postura a una más aligerada y enseñando una firme confianza en su misma, se dirigió a él con una sonrisa algo divertida.
— Buenas noches, ¿Ya sabe que es lo que pedirá?. — Consultó un hombre detrás de la barra del bar.
Cecilia, con su delgada y aterciopelada mano, le indico desde la carta al cantinero frente a ella el trago que iba a beber por su cuenta. El hombre asintió en silencio y se marchó dejándolos a ellos con la inminente charla que estaba a punto de comenzar.
Un instante después, y dejando aquel papel a un lado, dirigió su mirada más calmada hacia Alejandro, quien ansioso esperaba una respuesta de esos labios enrojecidos de tinte carmín.
— Los nombres pueden ser tan efímeros como la fama en este lugar. ¿Por qué el interés?. — Replicó la mujer, manteniendo su tono ligero, pero con una barrera invisible claramente establecida entre ambos. Bajo su mirada nuevamente hacia la carta de tragos, demostrando así un falso poco interés hacia el sujeto.
Alejandro sonrió, disfrutando del reto que Cecilia presentaba y al notar la intensión de seguirle la charla, el hombre se dejó llevar y respirar más calmado ante la situación que se estaba generando entre ellos.
Cecilia giró lentamente su cabeza, sus ojos fríos y calculadores se habían clavado en los claros ojos de Alejandro. Él, por su parte, seguía inclinado hacia adelante cerca de ella. Notó, inevitablemente, el poco interés que ella irradiaba hacia él. Aún así, nada le impedía probar suerte con tan siquiera una divertida charla y tal vez, algo de cercanía entre ambos.
Alejandro se coloco un poco más derecho, demostrando seguridad. Quería enseñar una mejor postura de sí ante el ojo de esa mujer.
— Porque una actuación como la tuya merece ser reconocida por su nombre, no solo por su fama pasajera. — Insistió Alejandro, inclinándose ligeramente hacia adelante, buscando una conexión más profunda con Cecilia. — Quizás podríamos tener una noche inolvidable, pero para empezar necesito saber a quién le dedicaré uno de los mejores placeres indescriptibles.
Cecilia, ante la desfachatez del hombre, apenas le dedicó una mirada, sus ojos volviendo rápidamente a la barra. Tomó un sorbo de su bebida, claramente más interesada en su ritual que en las palabras de Alejandro.
— ¿Y bien?. — Volvió a insistir Alejandro, un poco impaciente por la respuesta de la bailarina. No dejaba de sonreír, intentando que su encanto no se perdiera.
— No suelo dar mi nombre a desconocidos. —Respondió Cecilia con frialdad, sin molestarse en mirarlo. — Y menos a aquellos que creen que pueden comprar una noche inolvidable con palabras vacías.
Alejandro se echó hacia atrás, sorprendido pero no desanimado. Su sonrisa se mantuvo, aunque ahora con un toque de desafío.
— No intento comprar nada, solo quiero conocerte. —Dijo, manteniendo su tono cortés. — ¿No crees que una conversación puede ser el comienzo de algo interesante?.
Cecilia, notando el juego al que ese hombre quería llevarla, soltó una risa seca, sin humor, y finalmente lo miró directo a los ojos. El brillo que emanaba su mirada iba decorada de los destellos de colores que bañaban el lugar. No era un brillo de alegría, sino de una simple llama que aún habitaba en su cuerpo.
El cantinero habia posado frente ella la copa del trago que bebería en ese momento. Un Martini doble, algo simple para aumentar el calor y darle un poco de energías. Algo que ella agradecía bastante para persistir en la noche.
— Las conversaciones interesantes no empiezan con halagos baratos. — Replicó con voz cortante. — Si realmente quieres conocerme, tendrás que esforzarte más.
Comprendiendo lo complejo de la situación, Alejandro no se daría por vencido. Respiró hondo, sintiendo el pulso acelerado en sus sienes, y se armó de valor.
Era muy evidente en ese punto de la charla. Cecilia merecía más que un simple halago; merecía una conversación que trascendiera los límites del lugar, una conexión auténtica en medio de las luces y la música. Así que, con el corazón latiendo desbocado, pronunció las palabras que cambiarían el curso de la noche.
Él asintió lentamente, apreciando el desafío. Se inclinó un poco más cerca, bajando la voz como si compartiera un secreto.
— Acepto el reto. — Murmuró. — Pero dime, ¿Qué tendría que hacer para merecer tu atención?.
Cecilia lo miró fijamente, sus labios curvándose en una sonrisa que prometía poco y revelaba menos.
— Sorpréndeme. — Dijo ella, deslizando desde sus labios una voz suave pero firme. — Si puedes. Pero no te hagas ilusiones. Por lo poco que puedo ver, no traes encima nada llamativo que pueda robar mi atención. Eres uno más del montón. Ni la cantidad de dinero que pareces tener encima, ni la labia aburrida que sueltas de tus labios, mucho menos la postura que presentas. No tienes nada que no haya visto antes, es aburrido. — Escupió como veneno la mujer. — Todos creen que con un par de palabras coquetas van a llevarme a la cama, pero déjame decirte que nadie lo ha logrado... — Exclamó, mientras miraba sonriente su Martini. — Ni lo hará. — Aseguró, mientras le daba un pequeño sorbo a su copa.
Él no detuvo su vista en ningún momento. Estaba atento a cada gesto de aquella mujer. Cautivado totalmente por la elegancia que emanaba al hablar tan seriamente. Pero no se iba a inmutar. Su mirada seguía fija en ella, como si estuviera tratando de descifrar un antiguo jeroglífico.
— No me hago ilusiones. — Admitió Alejandro, con una sonrisa interesada en su rostro. — Pero no puedo evitarlo. Hay algo en ti que me intriga, algo que me hace querer descubrite más.
Cecilia no se inmutó tampoco. Sus labios apenas se curbaron en una mueca, no toleraba mantener conversaciones con nadie y comenzaba a molestarle la presencia de aquel hombre de buen porte a su lado.
— ¿Intriga? Eso es peligroso. La curiosidad puede llevarte a lugares oscuros. — Advirtió Cecilia, quien no quitaba la vista de su trago. Montando así una evidente pared invisible que los separaba.
— Los lugares oscuros son mi especialidad — Dijo él, su voz se había tornado suave como el roce de la seda en la piel desnuda de una virgen, intentando atravesar la barrera que Cecilia había levantado entre ellos. — Y tú eres la más brillante de todas. Eres como una joya en medio de esta penumbra que nos rodea.
Cecilia se cruzó de brazos, desafiante ante la descripción que el hombre hacía de ella sin siquiera conocerla.
— ¿Una joya? — Repitió Cecilia, en un tono casi molesto. — ¿Es eso lo que ves en mí? Una simple chispa en la oscuridad.
Aunque le parecía encantadora la comparación, no estaba en un momento donde quisiera escuchar elogios de otro hombre. Le había avisado de ello, había sido honesta. Pero Alejandro no se daría por vencido.
— No, no una simple chispa — Corrigió Alejandro. — Una joya rara y preciosa. Algo que solo se descubre en los momentos más inesperados y que deja una impresión imborrable.
Cecilia arqueó una ceja ante las palabras que seguía soltado aquel hombre. Era notorio, nada lo detendría.
— ¿Y qué harías si conocieras mi nombre?. — Preguntó la joven.
— Lo susurraría al viento — Respondió él. — Lo tatuaría en mi piel. Lo convertiría en una melodía que solo yo podría cantar.
Ella, ante aquella poética frase, no pudo evitar morderse el labio inferior. No mostraba indecisión, sino más bien un delicado y minúsculo interés en saber más. Hacia tiempo no oía tales palabras, nunca había permitido más de dos o tres a extraños. Ni siquiera recordaba a su novio recitar tal pasión sobre ella. Quizás, Alejandro tenia eso que a ella le faltaba, y poco a poco Cecilia lo iba descubriendo.
— Eres un poeta. Pero las palabras no siempre son suficientes. — Volvió a insistir la mujer, demostrando aún así el fuerte desinterés del comienzo.
— Entonces, dime qué más necesito hacer. — Resopló él. — ¿Un pacto con el diablo? ¿Una promesa bajo la luna?.
La joven bailarina, al notar que el hombre solo intentaba ser un poco gentil, decidió bajar su temperamento. Era evidente que no estaba acostumbrada a halagos ingeniosos, y la sola idea de pensar que alguien que no fuera su pareja se los diera le daba gran rechazo.
Aunque era honesta consigo misma. Ni su pareja había sido así en mucho tiempo. Y tal vez era eso lo que la había vuelto tan fría y despiadada con todos.
Ella le entrego una corta mirada a Alejandro, analizando la situación que la rodeaba. Estaba cansada, agobiada de todo lo que la rodeaba y si situación sentimental tampoco la ayudaba. Pero no por eso debía ser descarada con alguien que estaba senda gentil.
Cecilia se acerca un paso, su perfume embriagador golpeo con más fuerza en el hombre. Generando emociones encontradas que no pensaba tener jamás. Sin dudas esa mujer era un demonio capaz de lograr que todos se rindieran a sus pies.
— Quizás solo necesitas esperar. Las estrellas no se revelan a cualquiera. Pero si eres paciente, tal vez, solo tal vez, te conceda una mirada más allá de la máscara. — Susurró a su oído, mientras volvía a su lugar.
Cecilia tomó su Martini y de un trago bebió aquel líquido cristalino decorado con un par de aceitunas. Tomó las mimas con el palillo que las mantenía unidas y con una sonrisa coqueta, la muchacha miró al hombre. Antes de degustar la primera aceituna, guiño su ojo en señal de cortesía coqueta y se puso de pie.
— Lo siento, no es tu noche de suerte. Pero admiro que lo hayas intentado. — Dijo ella, en un tono de firmeza y seguridad al hombre.
Estaba lista para partir, pues su siguiente número comenzaría en unos instantes. Pero él la detuvo. Colocó su mando, sin vergüenza alguna, en la cadera de la mujer. Impidiendole un segundo su paso, no iba a dejarla ir tan fácilmente.
— Se que debes estar apurada, pero al menos... — Exclamó Alejandro, mientras que con su mano libre tomaba su billetera de cuero oscuro.
Soltó a Cecilia, quien estupefacta lo había quedado mirando. Estaba sorprendida, no se había imaginado que aquel sujeto tendría la capacidad de tan siquiera tocarla.
Alejandro saco de la misma billetera una tarjeta que entre sus dedos, le acero a la bailarina.
— Sí en algún momento deseas continuar con esta charla, tomar un trago, lo que desees. Solo escríbeme, estaré encantado de compartir contigo un par de palabras más. Eres un reto, y deseo poder terminarlo.
Cecilia, quien lo miraba con una sutil mueca de gracia a Alejandro, dirigió su vista al papel acartonado que llevaba entre sus dedos. Sin dudarlo y con la gracia que la caracterizaba, extendió su mano para recibir la tarjeta. Sus dedos, finos y precisos, se deslizaron sobre el papel con la ligereza de una bailarina tocando el suelo apenas lo suficiente para sentir su presencia. Así mismo, roso las puntas de sus dedos con los de él, dándole así un toque cálido de su ser a ese misterioso hombre.
La tarjeta, al contacto con la piel de la joven, parecía cobrar vida propia, como si reconociera la importancia del intercambio. Ella la sostuvo entre el pulgar y el índice, permitiéndose un momento para contemplarla.
La luz tenue del club se reflejaba sutilmente en el relieve del nombre de Alejandro, creando sombras diminutas que danzaban sobre las letras azul oscuro. Cecilia no solo veía la tarjeta; la sentía, apreciaba su textura, el peso del papel, la suavidad de los bordes cuidadosamente cortados.
— Me halaga tu invitación, no prometo cumplirla, pero la tendré en cuenta... El día que los cerdos vuelen. — Escupió con gran ego la mujer. Miró a Alejandro nuevamente, entregando de su un reflejo de ego fuerte.
Alejandro, en silencio, simplemente extendió entre sus labios una sonrisa ladina, dando a entender que aunque lo deseara, aquello era imposible.
— No perderé la esperanza, eso tenlo por seguro. — Insistió el hombre, mientras le lanzaba una mirada bañada de cierta seguridad, mezclada con el brillo de las luces coloridas.
Cecilia, sin decir más, metió una de las aceitunas a su boca y degustando el sabor de aquella, dirigió su esbelta figura a través de la pista del club, dando a por terminada la charla entre ambos.
Alejandro, desde donde estaba, observaba cómo aquella sensual mujer se desvanecía entre la multitud y la oscuridad de aquél lugar. Su esperanza, como la de tantos otros, se había desvanecido, pero al menos lo había intentado.
Mientras tanto, Ramiro, el veterano camarero, observa desde la barra. Ha visto innumerables historias de amor y deseo en este club, pero esta, con sus destellos de pasión y secretos, le recuerda a una antigua leyenda. Brinda silenciosamente por aquel amante encubierto, sabiendo que solo el tiempo dirá si Alejandro logrará descifrar el enigma de aquella existente dama o si seguiría siendo solo un fugaz destello en su firmamento.
Al notar como la bailarina se había ido sin más, comprendió que la jugada de Alejandro había sido eludida. No había hombre en el mundo capaz de seducir a tan dichosa mujer.
Soltando una risa que se dispersaba en el espesor del club, vio como su compañero volvía a él con el andar derrotado. Ramiro simplemente negó con la cabeza y no dejó de sonreír ante la derrota tan desastrosa que había visto.
— Creo que no fue tu noche, ¿eh?. — Comentó con gracia Ramiro.
— No lo creo del todo, Ramiro. Al menos tomó mi tarjeta. — Inquirió Alejandro, soltando un suspiro al aire.
— Sí tu lo dices. — Dijo Ramiro, mientras le daba el último trago a su vaso. — Es mejor que nos retiremos, tu futura esposa te estará esperando en el altar mañana, y a mi me espera una buena rebanada de pastel de bodas.
Ramiro seguía riendo, era de aquellos sujetos a los que poco le importaba estar casado. Alejandro era más conservador en ese aspecto, pero su compañero había insistido en que intentará tan solo una vez en probar ese estilo de vida. Después de todo, no existe una sola mujer para un hombre.
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