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6 | El primer beso


Para: Mimi7
De: MinYoon28
Concepto: No se trata de huir
Asunto:

Sí, Mimi, soy lo peor, no te lo niego. Creo que en ese punto también estamos de acuerdo.

Te respondí porque el mensaje que me enviaste reactivó en mi pecho el dolor de la herida que ya de por sí me acompaña, como una sombra pegada a los talones, desde que te dejé. Llámalo tristeza, pena, culpa. Llámalo incluso egoísmo si quieres pues es cierto que tendría que haberme quedado callado para que te desahogaras tranquilamente y punto. Pero es que te estabas responsabilizando como si hubieras hecho las cosas mal. Buscabas el fallo en ti cuando el fallo soy yo; te lo tenía que decir. 

En cuanto a lo otro, de nuevo coincidimos: yo tampoco me reconozco.

Mi esencia desapareció hace bastante tiempo debido a un cúmulo de circunstancias diversas. Ahora soy un tipo seco, frío y casi déspota que se dedica a golpear el saco de boxeo a diario hasta la extenuación y que se pasa la vida apuntándose a combates a fin de que la adrenalina haga su trabajo y me mantenga en pie. Aunque en eso también me ayudan mucho algunos recuerdos como, por ejemplo, el de la cocina de tu tía.

Fue divertido perseguirte por la estancia, mancharte de jabón y que me siguieras después. Te habías mostrado nervioso e inseguro todo el tiempo de modo que verte relajado por fin me hinchó el pecho en satisfacción y, de paso, me infundió confianza. Y, con esa misma confianza, te arrinconé contra el frigorífico.

—Tienes jabón en la boca. —Me incliné sobre tu rostro, despacio—. Pompitas.

—Yo... —Tu mirada reflejó un atisbo de timidez—. Espera... Me limpio...

—Ya lo hago yo.

Te aparté los restos con el dedo, en una caricia que extendí sobre tu labio inferior muy despacio mientras tu, con los ojos muy abiertos, te quedabas quieto como una estatua, analizándome.

—Tu pelo —murmuraste entonces—. También se ha manchado.

—¿En serio?

—Sí. — Te pegaste a mí. Me rozaste la línea entre la frente y el cabello—. Aquí.

Nuestros ojos se encontraron, más cerca que nunca. El aire fue uno solo para los dos. La atracción se sintió como la de unos potentes imanes que se buscan. Y ya no dijimos nada más.

El contacto me empujó a ti sin pensar. Tu calidez me envolvió. Tu delicadeza me acarició. Tu esencia entera me volvió loco. Y, así, desbordado por un burbujeante deseo que parecía engullirme por momentos, busqué la carnosidad de tu boca con una avidez brusca a la que respondiste de la misma manera.

Me abrazaste. Bebí tu aliento. Tu hiciste lo mismo. La intensidad creció. Nos chocamos contra la puerta del refrigerador. Los adornos y algunos recordarios de la lista de la compra se cayeron al suelo. No nos detuvimos. Seguimos envueltos en el néctar de esa pasión desbordada, primaria e ilógica hasta que escuchamos unos tacones acercarse a la estancia a un ritmo frenético.

—¡Jimin! —La exclamación de tu tía nos hizo separarnos al instante—. ¡Tu madre está al teléfono! —Sonó eufórica—. ¡Dice que quiere hablar contigo!

—¿Qué? —La perplejidad te dejó blanco como una pared—. ¿Mamá ha llamado?

—¡Es tu oportunidad de arreglarte con ella! ¡Vamos!

La verdad, Mimi, al trato que te ofreció yo no lo hubiera llamado nunca oportunidad. ¿Regresar a casa y olvidarlo todo bajo la condición de empezar una terapia psicológica que te ayudara a aclarar tu identidad? Era absurdo. Pero accediste y, con ello, mi ilusión forjada en torno a ti se quedó en nada.

—Se me ha hecho tarde.

Tras escuchar el acuerdo, decidí apartarme. Hasta ese momento no había sido conocedor de tus problemas; lo último que quería era dificultarte las cosas con mi presencia.

—Muchísimas gracias por su hospitalidad. —Me incliné sobre tu tía, en una reverencia de respeto, antes de despedirte con un gesto de la mano—. Mucha suerte en la reconciliación con tus padres. Ya nos veremos, Jimin.

—O... Oye... —Creo que te costó procesar que me estaba marchando pues no te moviste hasta que me escuchaste abrir la puerta de la calle —. Espera... ¿Yoon Gi? —Te sentí correr detrás—. ¡Yoon Gi!

Me giré, más serio de lo que me habría gustado. No estaba enfadado, por supuesto que no. Solo era frustración. 

—¿No me vas a dar tu teléfono o...? —Te interrumpiste unos segundos al percibir mi cambio de actitud pero cogiste aire y continuaste—. Algún medio para estar en contacto. Me gustaría volver a verte.

Dices que nunca has dudado de mi seguridad hacia ti. Sin embargo, yo en ese momento vacilé. Se me pasó por la cabeza negarme. Tenías demasiadas cosas que aclarar y mi forma de ser, directa y excesivamente clara, solo te daría problemas.

Pensé que te haría mal. Y, mira por dónde, al final, de una u otra forma, acerté.

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