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Capítulo 9

Vanessa se había quedado bastante aburrida en el apartamento, cambiando los canales en la televisión como si estuviera programada para ello.

—Justo ahora no hay nada bueno que ver, no sea que esté ocupada porque pasan maratón de Harry Potter—. Gruñó.

La verdad es que estaba bastante ansiosa y no iba a poder distraerse sin importar lo que viese, así que se resignó y lo dejó en un canal de cocina.

Estaba por ir a prepararse alguna botana con limón cuando tocaron la puerta.

—¿Maya? ¿Ya volviste?—. Se detuvo a medio camino—. No, Maya tiene su llave.

Sacó el bate de abajo de la cama como mera precaución y fue a abrir la puerta.

—¿Alteza?

Los ojos del príncipe se dirigieron al bate en su mano.

—Que buen recibimiento señorita Vanessa.

Abrió bien la puerta para que pasara y se hizo a un lado.

—¿No debería estar en su reunión con Maya?

—Yo no cité a la señorita Maya hoy, le estoy dando su espacio—. Notó su cara de preocupación—. Debió ser Evan, al parecer le gusta.

—¿De verdad?

—Conozco a mi hermano—. Aseguró—. Pero no es por eso que vengo.

—¿Entonces?

—¿Podría dejar el bate? No me siento seguro.

—Ah, sí—. Lo tiró a un lado; no se había dado cuenta de que no lo había dejado hasta que lo mencionó—. Perdón.

—No se preocupe, usted no me molestaría de ninguna manera.

—¿Puedo preguntar directamente a que vino?

Sonrió, le gustaba que fuera así.

—He venido a confesar mis sentimientos.

—Maya no está aquí—. Recordó.

—No busco a la señorita Maya—. Negó con la cabeza—. Busco a mi enamorada misteriosa.

El príncipe Evan alzó una ceja en dirección de Maya, quien se apresuró a realizar una reverencia y retractarse.

—Disculpe su alteza, no fue mi intención dirigirme a usted de forma informal.

Él estaba más ocupado con otro detalle.

—¿Cómo supo que era yo?

Volvió a su postura normal.

—¿Disculpe?

—Usted fue citada aquí por Adam—. Asintió—. Pero me llamó Evan cuando me vio, ¿cómo sabe que no soy Adam?

Maya se quedó en blanco.

—Yo no... no tengo idea.

Volvió a mostrarle una perfecta sonrisa.

—Nuestra madre tardó cuatro años en aprender a diferenciarnos, usted nos ha visto juntos dos veces y ya lo hace... impresionante.

Maya se preguntó si siempre había tenido esa mirada tan intensa ó solo era cosa de ella.

—Bueno, ustedes son bastante diferentes.

—Es verdad, yo tengo un lunar en la espalda y él no—. Rió.

—No me refiero a eso—. Enfocó su vista en otro lado para que no notara el leve sonrojo en sus mejillas—. Su personalidad es totalmente distinta.

—Punto para Maya—. La apuntó—. Por eso nadie creyó que yo fuera capaz de ayudar a dos señoritas a escapar de la lluvia y un resfriado seguro.

—Eso no es...

—¿Usted lo creyó?

—¿Qué?

—¿Supo desde el principio que era yo?

Si Maya hubiera podido describir como se sentía en ese momento con una sola palabra: acorralada.

—Le seré sincera, yo también creí que fue el príncipe Adam.

Evan hizo una mueca.

—No se preocupe, ni me dolió.

Suspiró y tomó asiento a su lado.

—Pero cuando él aclaró que no había sido él no me costó trabajo creerlo, no me sorprendió tanto como esperaba—. Evan puso toda su atención en ella pero Maya seguía mirando al frente—. ¿Le gusta venir al teatro?

—Me gusta—. Asintió, también dirigiendo su mirada al escenario—. Aparte de ser un lugar bonito tiene mucho talento que ofrecer a los que le dan una oportunidad.

—Escuché que ha patrocinado varias obras.

—Y lo seguiré haciendo, les daré a esos maravillosos actores todo el apoyo que necesiten.

—No recuerdo la última vez que vine al teatro, tal vez cuando tenía dieciséis.

—¿Qué edad tiene ahora?

—Veinte.

—¿Por que ha estado tanto tiempo lejos si le gusta tanto?

—Es necesario ahorrar—. Sonrió con los labios—. La paga en el restaurante no es tan buena y gasto la mayoría del dinero en el alquiler del apartamento y comida.

—Yo no sabía eso, disculpe.

—No tenía forma de saberlo—. Le restó importancia.

Se extendió un silencio que se volvió más fuerte con la soledad del lugar, y aunque no duró mucho tampoco fue incómodo en lo más mínimo.

—¿Le gustaría acompañarme a la siguiente función?

Esta vez Maya lo miró.

—¿Qué?

Evan volvió a sonreír.

—A mí me gustaría que viniera conmigo el sábado, presentaran bodas de sangre.

Federico García Lorca, la leí hace tiempo.

—¿La ha visto en vivo?

—No he tenido oportunidad.

—Más razones para acompañarme.

Lo miró como si se hubiera vuelto loco.

—Se supone que estoy saliendo con su hermano, no podemos ser vistos en público.

—Muy a mi pesar, el teatro no se llena—. Hizo una mueca—. Aunque esta vez podemos sacarle ventaja; diré que no podré asistir y nos sentaremos entre las personas en lugar de el palco privado de la familia real.

—Lo pueden reconocer.

—No si vengo disfrazado.

—¿Se refiere a los lentes y la mascarilla? Se sigue viendo imponente y me atrevo a decir que sus fans locas lo reconocerían con solo ver su pelo.

<<Y se ve demasiado bien así, no hay forma de que no llame la atención>>

—De acuerdo, buscaré un mejor disfraz.

—Buscaremos—. Corrigió—. Recuerde que ahora también soy una figura pública.

—Y no pueden atraparme saliendo con la novia de mi hermano, eso sería un escándalo—. Rió.

—Un verdadero escándalo.

Rieron, pero los dos voltearon a ver al lado contrario porque las mejillas les comenzaron a arder. Maya se aclaró la garganta.

—Todavía no me ha dicho porque me llamó.

—Quería verla.

Esa confesión hizo que volteara a verlo de vuelta.

—¿Bromea?

—Usted es sincera conmigo así que también lo seré, me ha cautivado como nunca nadie lo ha hecho y estoy realmente frustrado porque mi madre intenta casarla con mi hermano y yo solo deseo conocerla mejor.

<<Parece que todo está volviendo a acomodarse con el plan>>

—En ese caso alteza, creo que le gustará mi plan.

—¿Su plan?—. La miró con genuina curiosidad.

—Póngase cómodo—. Se acercó un poco más.

—Soy todo oídos.

—¿Enamorada secreta?

—Supongo que ya no es tan secreta—. Se rascó la nuca, con las mejillas visiblemente rojas—. Ya que me he confesado.

—Eso no es una confesión.

—¿No?—. Frunció el ceño con confusión—. Lo siento, no tengo mucha experiencia con esto, ¿qué se supone que debo hacer?

—¡No tengo idea! ¡nunca nadie me ha confesado sus sentimientos!

¿Estaba alterada y nerviosa? Sí, ¿estaba feliz porque un príncipe se había fijado en ella? También.

Todas las veces que la habían despreciado en sus amores unilaterales ó dicho que no era lo suficientemente bonita ya no valían nada, ella había logrado sin querer lo que otras tanto deseaban.

—Y yo soy terrible con esto, si no lo fuera probablemente ya estaría comprometido.

—Tal vez sí.

—Pero que bueno que no lo estoy, así puedo hacer este patético intento con la señorita que se ha adueñado de mis sueños.

Vanessa se aclaró la garganta.

—Eso está mejor.

—Entonces es tan sencillo como ser sincero.

Con cada palabra que decía, el príncipe se iba acercando un poco más.

—¿Alguien le ha dicho que sus ojos son hermosos? A mí me encanta la miel así que me parecen perfectos.

—No lo habían dicho...

—Su cabello se ve tan suave que me provoca acariciarlo todo el día.

—Yo...

—Su sonrisa es tan bonita que solo quiero verla por siempre.

—Pero...

Se detuvo justo frente a ella.

—Señorita Vanessa, usted me gusta.

Agachó la cabeza.

—Alteza, usted va a casarse con mi mejor amiga.

El encanto se rompió.

Vanessa confiaba en Maya y sabía que ella nunca la traicionaría, pero no sabía si iba a conseguir hacer el cambio de príncipes y ella tampoco iba a traicionarla aunque fuera una relación por conveniencia.

—Eso aún no es nada seguro.

—Puede irse preparando para el altar, porque si su destino depende de la aceptación que el pueblo tenga por ella le puedo asegurar que van a amarla, es imposible no amarla.

—Usted también sería una gran reina.

—No soy yo la elegida.

—Se supone que yo debería elegir.

En su voz era clara la frustración que le provocaba la situación, y Vanessa no se quedaba atrás con la impotencia.

—Debería, pero alguien más ya lo hizo por usted.

Se quedaron en silencio, manteniendo la cercanía que ninguno de los dos se atrevía a acabar.

—Por favor no vuelva a hablar sobre esto—. Pidió, presa de la tristeza pero con la voz llena de firmeza.

—Lo entiendo, disculpe señorita Vanessa, no volverá a suceder.

—Gracias.

—Será mejor que me retire.

—Estoy de acuerdo.

Adam avanzó tres pasos hacia la puerta y se detuvo para decir una cosa más:

—Que no vuelva a mencionarlo no lo borra, y que me rechace no elimina mis sentimientos por usted.

Vanessa no lo acompañó a la puerta, se quedó parada en su sitio hasta que lo escuchó salir y cerrar a sus espaldas, entonces cerró los ojos con fuerza y apretó los puños.

—Me gusta el príncipe Adam.

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