Capítulo 8
Durante la noche ninguna de las dos había podido dormir nada, era media noche y seguían como a medio día; después de la visita de los príncipes y de la noticia bomba ninguna de las dos había sido capaz de continuar con sus actividades fingiendo que nada había pasado, y con justa razón.
Maya se sentía especialmente culpable y atrapada, fácilmente se hubiera comparado con una rata en una trampa si con ello no se estuviera llamando rata a sí misma, aunque presentía que el sentimiento era el mismo en ambos casos.
No había olvidado la propuesta del príncipe Evan de ayudarla a construir una vida fuera de Isla Azul, y lo había estado pensando bastante. Parecía por mucho la forma más sencilla de escapar del lío en el que se había metido, pero no estaba dispuesta a perder todo lo que le había costado tener por las intensiones egoístas de alguien más, no iba a perder su vida sin antes pelear.
—¿Vanessa? ¿Estás despierta?
Se giró sobre la cama para voltear a verla.
—Sí, no puedo dormir.
—Yo tampoco.
—¿Lo haz pensado?
—Lo siento.
Frunció el ceño.
—¿Por qué te disculpas?
—Tu enamorado secreto terminó involucrado conmigo.
Sonrió.
—Eso no importa, no es como que estuviera enamorada.
—Pero se gustan.
—Eso no es verdad, no lo conozco.
—Claro que sí, te abrió su corazón en el jardín como seguro nunca ha hecho con nadie.
—Estaba triste y necesitaba consuelo, no hay que confundir las cosas.
—Tú te estás confundiendo, todo el rato te estuvo viendo como perrito regañado porque él sabe que tienen algo.
—¿Qué es lo que se supone que tenemos?
—Iban a tener una cita—. Le recordó—. Fuiste al baile por él.
—Eso no significa nada.
—Claro que sí, a ti no te gustan esas cosas.
—¿Me estás ofreciendo a tu futuro esposo?
—Lo siento—. Hizo una mueca—. Me están poniendo en tu lugar.
—Ese no es mi lugar—. Bufó.
—Pues para el príncipe Adam sí lo es, no tienes que ser un genio para darte cuenta que está tan desesperado con la situación porque lo están comprometiendo conmigo, te aseguro que estaría muy tranquilo si fueras tú.
—¿Qué te hace pensar eso?
—La sonrisa coqueta que te lanzó la otra noche cuando salió de la habitación, es obvio que le gustas.
—Eso no es suficiente para casarse con alguien.
—Cierto, pero en este caso sería mejor casarse con alguien que sí le gusta y no con la mejor amiga de la chica.
—¿Y qué hay de Evan?
—¿Qué pasa con Evan?—. Frunció el ceño.
—Es obvio que le gustas—. Usó sus propias palabras en su contra.
—A ese le gustan todas—. Rió.
—Mentira, yo no.
—Bueno, todas menos una.
La confesión de Evan le había dejado claro que no era así pero no sabía si era correcto contárselo a Vanessa, después de todo podía contar como secreto familiar y no le correspondía gritar a los cuatro vientos algo que le habían dicho en confianza solo a ella. Así que decidió que seguiría fingiendo que Evan era un mujeriego que no le caía muy bien.
—No quieras poner las cosas a tu favor, si me obligas a mí a aceptar que le gusto un poquito a Adam tú tienes que reconocer que las miradas de Evan tampoco eran muy discretas.
—Es verdad, se cree que todas caen rendidas a sus pies y por eso lo hace, pero la verdad es que no me importa.
—No mientas.
—¿Qué?
—Te conozco más que a mí misma, cuando mientes te tiembla el ojo.
—Eso no es verdad.
Se tapó el ojo izquierdo porque al ser consiente sí sintió como se movió.
—Falso—. Aseguró.
—Ajá, como digas, ¿por qué estamos hablando de sentimientos cuando hay un tema más importante?
—Porque ese tema no me gusta, pero verte roja porque te gusta el príncipe sí.
—¡No me gusta!
—Ajá.
—Ya, ponte seria.
—¿Qué se supone que debo hacer?
—Tomar una decisión.
—No hay nada que decidir Vane, la reina ya lo hizo por mí.
—No con la propuesta del príncipe Evan.
Ese detalle sí se lo había contado.
—No voy a irme.
—¿Por qué no?
—Todo lo que tengo está aquí y aún no me he graduado.
—No tenemos mucho aquí, ni siquiera otra cama para dormir separadas, y puedes terminar la universidad en otro lado, ¿qué te detiene?
—No quiero que nadie me salve y menos del príncipe Evan—. Se giró para mirar el techo—. No quiero depender de nadie, es por eso que estoy haciendo tanto sacrificio a pesar de que mi familia no me apoya, quiero valerme por mí misma.
—Si sigues adelante con esto tampoco serás muy independiente.
—Es verdad, pero jamás tendría que volver a trabajar en ese estúpido restaurante y el jefe nunca intentaría poner sus manos encima mío porque me respetaría.
—¿Estás pensando en aceptar?
—Tal vez pueda hacer que las cosas se volteen a mi favor.
—Ó en tu contra.
—Vane no seas pesimista, estoy intentando sacarle ventaja al callejón sin salida que la vida me puso en frente.
—¿Crees que podrás hacerlo?
—Voy a intentarlo, después de todo no tengo nada que perder.
Se escuchaba muy decidida, el tono de voz que hacía que Vanessa sonriera, pero esa vez por alguna razón no pudo hacer más que una línea recta con sus labios.
—¿Tienes un plan?
—Voy a manipular las cosas, pero voy a tener que tragarme mis palabras y pedirle ayuda al príncipe Evan, solo que para algo más leve.
Le prestó toda su atención porque se estaba poniendo interesante.
—¿Qué vas a pedirle?
Maya sonrió con malicia, otra característica de sus planes que demostraba que nada ni nadie iba a poder detenerla.
—Que sea mi prometido.
Vanessa alzó una ceja.
—A veces no te entiendo, ¿para ti eso es más leve que ayudarte a salir de Isla Azul?
—Sí, porque esta vez obtendrá algo a cambio.
—¿Una esposa que coma cada cinco minutos y se desvele llorando con las películas?
—Ese castillo es bastante grande, si no le gusta se puede ir a dormir tranquilamente a otra habitación ó me voy yo—. Le restó importancia—. Hipotéticamente hablando, porque no llegaré a casarme con él.
—¿Entonces?
—No me interesa ser parte de la realeza y el cambio de príncipe no afecta en nada al plan que llevo pensando hace rato, solo lo hago para que te quedes tranquila.
—Yo no estaba intranquila.
—Te conozco más que a mí misma—. Sonrió—. Te guste ó no tú lo conociste primero, no voy a traicionar a mi mejor amiga por nada en el mundo.
No lo iba a admitir, pero sí se había quedado más tranquila.
—Vas a darle pelea a la reina, me gusta.
—Ella empezó el juego pero yo lo voy a terminar.
LLegó la mañana y con ella su vida rutinaria ligeramente cambiada; si le hubieran preguntado a Vanessa diría que las miradas de sus compañeros universitarios la habían hecho sentir incómoda y más cuando tuvieron que separarse y su guardia personal se fue con ella, si le hubieran preguntado a Maya diría lo mismo con un poco de mentira porque en el fondo había disfrutado tener la atención que nunca le habían dado. El plan de darles una escolta dio resultado, nadie se había acercado a molestarlas, pero no les gustaba que los guardias estuvieran tan serios y rectos, era raro tenerlos a un lado y no quisieran platicar.
Como sea, al menos el de Maya le había comprado una paleta por ser adorable y parecerse a su hija de trece años.
—Sé que no puede hablar pero tengo que hacerle una pregunta.
Estaba por dar marcha a su plan temblando de miedo, pero le parecía peor tener que perder su libertad sin pelear.
—Estoy para servirle señorita Maya.
Le gustaba mucho el trato de señorita constante y el respeto, en su trabajo como mesera nadie la trataba así y con su familia la cosa era peor, iba a disfrutarlo un poco.
—¿Sabe cómo puedo contactar al príncipe Evan?
—Su alteza real el príncipe Evan no concede sus opciones de contacto a los empleados, pero seguro su alteza el príncipe Adam puede proporcionárselos.
—Oh, sí—. Se rascó la nuca—. Supongo que tampoco se sabe los de Adam.
El guardia, que se había presentado como Robert, la observó con extrañeza; Maya supuso que no le habían informado la situación y él realmente creía que estaba saliendo con el príncipe.
—Es que cambié de celular y me olvidé registrarlo, no soy buena memorizando números—. Mintió como una experta.
—Me informaron que se reunirá con usted esta tarde, así que no tiene que preocuparse.
—Bueno, gracias.
Tuvo que darle la espalda para que no viera su mueca de frustración, ¿una reunión? Eso no estaba en su plan, Adam no podía darse color saliendo con ella si quería hacer el cambio de príncipes de forma efectiva.
Tenía que pensar en algo pronto, no iba a acceder a casarse con el interés amoroso de su mejor amiga por mucho que le gustara la idea de vivir sin trabajar ni preocuparse por las cosas comunes, sencillamente no podía.
Por otro lado, Vanessa estaba en clase lidiando con las miradas y cuchicheos de los demás en el salón; el guardia había tenido que quedarse vigilándola desde la puerta por falta de espacio y con Augusto tan lejos sí se sentía insegura.
—Esta está aprovechando con todo que la amiga ande con el príncipe.
—¿Verdad que sí? Que desvergonzada.
—Y ustedes celosas.
—Cállate Francisca, por eso a nadie le caes bien.
—Para caerle bien a ustedes mejor estar sola.
—Dejen a esta metida, estamos hablando de la aprovechada que ya se cree reina.
—Toda una ridícula, ojalá Maya se de cuenta de que es una interesada y la mande a volar.
—Ojalá.
Apretó los puños; estaba poniendo toda su fuerza de voluntad para no levantarse a arrastrar del pelo a ese montón de habladoras.
—Esta va ser una mañana larga—. Suspiró.
De vuelta en el apartamento almorzaron juntas y Maya le avisó que iba a encontrarse con Adam en algún lugar de bajo perfil para poder hablar; como era costumbre, Vanessa le pidió enviar su ubicación antes de irse.
Robert iba con ella en el auto, como su escolta personal estaba bastante comprometido y no se separaba de ella más que cuando necesitaba privacidad. El lugar secreto resultó ser el teatro de la ciudad que permanecía cerrado al público los días que no había función; Maya amaba ir a ese lugar y ver las pinturas en los techos y perderse en las obras, pero no siempre podía hacerlo porque para alguien que llegaba justa a fin de mes se consideraba un gasto innecesario.
—Su alteza la espera en la primera fila, les daremos privacidad—. Informó Robert, agregando una sonrisa a su semblante serio que la hizo sentir especial.
Se encaminó hacia él porque ya podía verlo sentado sin necesidad de que le dijeran donde estaba, su cabellera negra y figura erguida se distinguían a una distancia que las hubiera hecho pasar desapercibidas, pero lo atribuyo al hecho de ser el único en las sillas; estaba preparada para soltarle un buen reclamo hasta que llegó frente a él y pudo ver bien su rostro.
—¿Evan?
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