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Capítulo 40

Tuvieron que esperar varios minutos para lograr ver la figura de Theo acercándose entre la oscuridad con la luz de su teléfono, y Maya no soltó el papel en ningún momento ni dijeron palabra cuando se reunieron. Lo siguieron atentamente por todo el lugar, sin pasar por alto que se conducía como un experto, y al llegar a la habitación él mismo cerró bien las puertas.

—Saben que no soy del tipo que se mete en sus asuntos, pero me gustaría saber que hacían ustedes solas en los pasadizos.

—No estábamos en los pasadizos, estábamos en la cocina—. Contestó Vanessa.

Maya les daba la espalda. El papel doblado cuidadosamente temblaba entre sus manos, y al haberlo tenido tanto tiempo notó que era lo bastante grande para ser una carta y no una simple notita. Lo que sea que tuviera escrito tenía que ser demasiado importante para que la mismísima reina hiciera guardia cuidando su escondite, que se veía demasiado simple y descuidado, pero ciertamente poco obvio para aquellos que no conocieran la historia de la taza o tuvieran la libertad de adentrarse en el castillo lo suficiente como para llegar a la cocina.

—¿Maya? ¿Estás bien?

Theo dio un par de pasos hacia ella, pero se detuvo cuando ella por su propia voluntad se giró hacia ellos.

—Tienes que llevarnos a un lugar seguro.

La petición no extrañó a Theo, ya esperaba que en algún momento le pidieran que lo hiciera.

—No puedo sacarlas de aquí sin autorización de los príncipes.

—¿Ahora ellos son nuestros dueños?

—Maya, sabes a lo que me refiero.

Maya suspiró.

—Sí, de acuerdo. No te pido que nos lleves a vivir a otro lugar, solo que salgamos un momento para conversar en un lugar donde las paredes no escuchen.

Theo no comprendió inmediatamente, pero sí sabía con certeza que debía ser porque habían descubierto algo que no podían decir a la ligera, y si era así tenía que obedecer lo más pronto posible.

—Vengan conmigo.

Ninguna tomó más que sus celulares y unas ligas para sujetarse el cabello que terminaron dejando como pulsera. Theo las sacó del castillo, y aunque los guardias se negaron a dejarlos ir al principio, los tres decicidieron que era tiempo de comenzar a hacer uso del poder que tenían.

—Creí que era algo así como la futura duquesa de BlueWood, no una prisionera que deben mantener cautiva en el castillo.

<<Sueno tan ridícula que hasta vergüenza me da decirlo, ¿prisionera en un castillo? Que diva>>

—Y yo soy el mejor amigo de su alteza real, el príncipe heredero de Isla Azul, ¿es así como deben tratarme? ¿Es lo que merezco?

Vanessa sintió un poco de remordimiento en sus palabras por la falta de confianza, y se decidió a ponerle la cereza al pastel.

—Y si saben lo que les conviene a futuro, no me molestaran limitando mi libertad.

Los pobres muchachos no tuvieron más remedio que hacerse a un lado y dejarlos salir por las grandes rejas, bien sabían que era mejor tenerlos contentos para que hablaran por ellos cuando alguien se molestara por dejarlos ir. Al estar afuera, los tres tuvieron que sacudirse y aguantar el vómito.

—Nunca en mi vida volveré a hacer algo así—. Prometió Theo—. Sus caras de susto... me siento sucio.

—Ya podemos arrepentirnos después o mandarles una canasta de frutas—. Vanessa se acomodó el cabello—. Hay que irnos antes de que se den cuenta que no estamos.

Los tres asintieron, y Theo las guió hasta su viejo auto que estaba estacionado una calle abajo, agradeciendo mentalmente por haberlo llevado y no tener que transportarlas en autobús. Con todo el revuelo que ambas estaban teniendo con los rumores y su posición, ya no era buena idea que salieran públicamente con tanta confianza, mucho menos cuando habían personas intentando matarlas. Theo se seguía quedando en el castillo, pero las reglas no eran algo que le importara mucho y seguía yendo a casa a ver a su madre.

—¿A dónde vamos a ir?—. Preguntó Vanessa.

—El único lugar seguro que conozco es mi casa. Mi madre trabaja a esta hora, así que no tienen que preocuparse por ella.

Ninguna de las dos se negó y él encendió el auto para darle marcha. Todo el camino fue tan callado que a Maya la carta comenzó a quemarle, no supo si fue una mala pasada de su imaginación o la curiosidad que ya le estaba causando alergia.

La casa de Theo no estaba tan lejos, se tardaron unos veinte minutos, y los tres bajaron para toparse con uno de los vecindarios más tranquilos de Isla Azul.

—Siendo el mejor amigo del príncipe heredero no me dejarían vivir en cualquier parte, algo tenían que hacer conmigo después de rechazar los guardaespaldas.

—El leal servicio de tu padre seguro también tiene que ver.

—Veo que la futura duquesa ha hecho su tarea, impresionante.

—Gracias.

Abrió la puerta y las dejó entrar. La casa por dentro estaba bien amueblada y pintada con colores claros, bastante sencilla, pero de inmediato la esencia de hogar las impregnó e hizo sentir como en casa.

—Bien señoritas, ¿van a decirme que descubrieron?

Maya y él se sentaron en un sofá y Vanessa le echó un vistazo a las fotos sobre la chimenea.

—Eras un niño muy adorable.

—Lastima que cuando crecí se me quitó.

—Es difícil ver adorable a alguien que sostiene un arma sin gota de miedo.

Theo le sonrió dulcemente.

—Míralo de esta forma, el arma es para proteger a los que quiero de los que intentan dañarlos, y con gusto entregaría mi vida por ustedes dos justo ahora si debo.

En una de las fotos se podía ver a un pequeño Theo siendo cargado por un hombre muy parecido a él, seguro como sería él en unos años más.

—Tu padre estaría muy orgulloso de ti.

—Intento que lo esté, gracias Vanessa.

No pudo ignorar que en ese momento no la llamó señorita, tal vez era la señal de que finalmente el vínculo de ellos iba más allá que una simple protección solo por ser la novia de Adam.

No se dieron cuenta de que Maya se había alejado un poco para leer la carta de una vez, porque no soportaba esperar más tiempo y porque no estaba dispuesta a leerla en voz alta sin antes saber lo que decía, si era seguro hacerlo.

Sus ojos cafés se movían con cada línea que iba leyendo, y sus piernas temblaban un poco más con cada secreto revelado en una simple hoja, tan descuidado y sin mayor importancia, como si lo que estuviera escrito ahí no significara la ruina de la familia real y la destrucción personal de sus miembros. No le fue difícil comprender porque Charlotte se comportaba de esa forma tan hostil cada vez que presentía que alguien podía descubrirla, y pasó lo que nunca creyó que pasaría: sintió empatía por ella.

No fue hasta que acabó de leerla, que se dio cuenta que en la salita no se escuchaba más que el silencio, y se atrevió a levantar su vista directo hacia Theo.

—¿Ocurre algo malo? ¿Qué dice la carta?

Intentó acercarse, pero ella alzó la mano para pedirle que no lo hiciera. Contrario a él, Vanessa hizo caso omiso a su petición y se acercó lo más que pudo para intentar leer al menos un poco, y fue suficiente para entender.

—¿Qué hacemos?—. Maya estaba temblando y comenzaba a ponerse helada.

Vanessa se había topado, quizás, con la peor encrucijada de su vida. Hasta llegó a pensar que jamás debieron tomar esa carta.

—No lo sé.

—Chicas no puede ser para tanto, déjenme ver.

—¡No!

Maya se hizo bolita en una esquina, abrazando la carta como si de esta dependiera su vida. Theo retrocedió varios pasos con las manos en alto.

—Está bien señorita Maya, no intentaré leerla, cálmate.

Maya se deslizó lentamente por la pared como aquellos que se dejan llevar por la locura. Lo que tenía en sus manos estaba escrito con puño y letra del rey Finley, padre de Adam y Evan, y tal vez era la última carta que había escrito al ver venir una muerte segura. Todo lo que Maya creía saber se desplomó, todo lo que ella pensaba resultó ser erróneo y ahora no sabía que diablos hacer con la información que consiguieron, ¿cómo lo tomarían? ¿Podrían soportarlo?

Se lo pensó, pensar era lo único que podía hacer y perdonárselo, pensar y no llegar a ningún lado era lo único que se le ocurría para no tirarse al piso y jalarse el cabello hasta arrancárselo. Maldijo al rey Finley por no atreverse a decirlo él mismo cuando tuvo la oportunidad, y hasta al padre de Theo, a todo aquel que se fue a la tumba guardando el secreto y dejó la responsabilidad de revelarlo en alguien más. Ella, que tantos problemas tenía, que había suspendido la toma de pastillas para la ansiedad hacia poco y ya sentía que las necesitaba, tenía que decirles lo que eran.

Vanessa la imitó, sentándose en la otra esquina con la cabeza escondida entre sus piernas, y Theo empezó a ponerse nervioso.

—No quieren que la lea, bien, no lo haré, pero necesito saber si en esa carta hay algo que pueda lastimar a mi mejor amigo, ¿puedes decirme eso?

¿Lo lastimaría? ¿Se sentiría tan herido como ella imaginaba? No contestó.

—Señorita Maya, dígame por favor.

Su silencio hizo que Theo pensara las peores cosas, su cabeza trabajaba al mil por hora cuando se trataba de esas cosas, y pronto comenzó a dar vueltas por su sala lanzando preguntas al aire que seguían sin obtener una respuesta. Maya soportó la presión y tensión todo lo que pudo, pero llegó el momento en el que Theo se lo puso imposible, y explotó en gritos y llanto.

—¡Eres un príncipe!

La frase fue corta y exacta, no había más que decir ni era necesario. Theo se quedó inmóvil, y se habría reído de la afirmación si Maya no estuviese gritando pegada a la alfombra.

—¿Q-qué?

Vanessa gateó hasta ella e intentó consolarla, pero todo lo que ella le pidió fue que la dejaran sola para poder controlarse por su cuenta, y se dio cuenta de que ahora ella debía dar las explicaciones. Maya prometió que estaría bien, que el ataque pararía en cuanto ella se viera en paz, y sabiendo que hacerle caso era lo mejor arrastró a Theo a una habitación, no sin antes recoger la carta del piso para tener refuerzos.

Cerró la puerta tras su espalda, y al ver la habitación en la que habían entrado Theo le dio una pequeña explicación.

—Es el cuarto de mi madre, ¿qué pasó con Maya?

Como se lo esperaba, Theo creyó que lo que Maya dijo fue por el ataque y no porque fuera verdad. Desde ahí todavía podían escuchar sus gritos, lo que no facilitaba nada.

—Ella leyó esta carta—. Le echó un vistazo—. Y tuvo un ataque de pánico.

—Lo noté, pero quiero saber de donde sacó que yo soy un príncipe.

Vanessa lo ignoró y se dedicó a leer la carta, dos o tres veces, hasta más, para estar segura de que lo que diría era verdad y no dejaría caer una bomba sobre un campo de batalla que ya estaba acabado.

—Vanessa...

Volteó a verlo, con la expresión de alguien que acaba de ver un fantasma, y alzo la carta un poco.

—Maya lo dijo porque es lo que eres, Theo Wilson, tercer príncipe de Isla Azul.

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