Capítulo 29
Maya iba caminando tranquilamente por los pasillos, secretamente esperando encontrarse con Evan por ahí, pero ella no sabía que sería imposible porque la reina Charlotte lo había enviado a hacer una visita al orfanato, creía que una corta aparición prepararía a la gente para el anuncio de su relación y pronto compromiso.
Maya siempre había sido una chica libre, sus relaciones no duraban mucho a pesar de ser muy enamoradiza, y ella atribuía eso a que no tenía idea de como diablos debía manejar algo así. Nunca había soñado con casarse ni con ser una novia, esas eran cosas que no iban con ella, pero ahí estaba dispuesta y feliz, ¿quién la entendía? ¿Seguía siendo ella?
Su familia siempre le había dicho que como mujer debía casarse para honrarlos, pero eso solo había ocasionado que odiara la idea y que solo diera una respuesta negativa. En su corazón deseaba que apareciera alguien que la hiciera cambiar de opinión respecto al matrimonio y todo lo que significaba, pero si ese alguien no llegaba no se casaría solo por casarse, no planeaba atar su vida a la de alguien que no valía la pena, no esperaba menos que un príncipe azul aunque sonara infantil y de película, era lo que creía que merecía.
<<Oye, vida, cuando dije que quería un príncipe no me refería a uno de verdad, pero tampoco me estoy quejando, no te creas>>
Todo lo que le estaba pasando solo podía verse amargado por el hecho de que esa tarde tendría que recibir a sus padres a la hora del té, ya habían esperado demasiado y no podía darse el lujo de que abrieran la boca y la gente creyera que era una malagradecida que no valoraba ni amaba a sus padres, eso destruiría su imagen por completo y eso seguro no tendría perdón.
<<Antes no me importaba lo que dijeran de mí, y ahora no puedo dar un paso sin pensar en mi reputación>>
Esa era otra desventaja, de algún modo sentía como si estuviera vendiendo su valiosa libertad a cambio de un amor, un amor que tal vez podría acabarse. No podía evitar tener inseguridad en el futuro, sabía que muchas promesas se rompían cuando el corazón dejaba de sentir lo mismo, pero también tenía esperanza, ¿podría una persona vivir al menos un poco sin correr esos riesgos?
Ella no lo sabía, pero mientras ella daba vueltas sin sentido y pensaba en todo, Evan le prestaba mucha atención a los niños porque entre ellos podían estar sus hijos. No esperaba tener problemas con la corona por su decisión de adoptar debido a la esterilidad de Maya, ya que él no era el heredero directo a la corona, era Adam, así que no era para tanto.
Los niños se hicieron bola a su alrededor y su asistente abrió el cofre rojo que llevaba; ya había entregado los alimentos y demás donativos a los encargados del orfanato, pero se le ocurrió llevar un detalle más para los niños y esa vez completamente de su parte.
Los pequeños se pelearon por asomarse a ver que tenía el cofre, y al darse cuenta su rostros se llenaron de emoción: estaba lleno de muñecas, autitos, pelotas, salta cuerdas y cuantos juguetes se les pudieran ocurrir.
—Tomen lo que quieran, son de ustedes.
Él no había hecho selección de los juguetes porque no sabía sus gustos, así que para no equivocarse le dijo a los empleados de la juguetería que lo llenaran y casi la dejó vacía. No tardaron en llevarse todo, y la satisfacción que le provocó verlos tan felices con sus juguetes no tuvo precio, nunca la había experimentado antes.
Se quedó observándolos un rato, hasta que su misma asistente le llamó la atención.
—Su alteza, esa niña no vino por ningún juguete.
Volteó a ver a la misma dirección que ella, para toparse con una pequeña pelinegra pálida que se escondía detrás de una columna con una muñeca de trapo en la mano. Llevaba puesto un vestido amarillo descolorido que se notaba ya no le quedaba bien, y los zapatos sucios y sin calcetines.
La encargada del orfanato notó su atención en ella y se acercó.
—Su nombre es Melina, lleva aquí más o menos un año.
—¿Qué edad tiene?
La niña lo sorprendió mirándola, pero eso pareció causarle más curiosidad y no apartó la mirada.
—Tiene seis años. La dejaron en la puerta cuando era bebé junto con una carta que tenía sus datos, no se sabe nada de su familia y siempre está callada y alejada de los demás.
La niña mantuvo el contacto visual con Evan todo el tiempo que este la miró, como si no tuviera idea de quien era él o realmente no le importara.
—Es una historia bastante trágica, demasiado para una niña.
Le sorprendió lo conmovido que estaba, él no solía interesarse más allá de lo que debía, pero esa niña tenía algo que lo inquietaba.
—Me gustaría ofrecerle un juguete.
—No sé si sea sensato alteza, Melina es muy tímida y asustadiza, apenas deja que nos acerquemos para cuidarla.
Evan echó un vistazo al cofre y vio que quedaba algo, pequeño y brillante: una tiara de metal que él mismo había puesto ahí adicionalmente y que sería el regalo de la niña que tuviera más paciencia para hurgar entre las cosas, pues estaba al final. La tomó con el ceño fruncido, no esperaba que siguiera ahí.
—Parece que estas niñas no quieren ser princesas.
A ninguna le pareció una buena elección, era bonita pero no servía para jugar como una muñeca, no les hizo gracia. Sin embargo, Evan relacionó el hallazgo con el destino, y lentamente se acercó a Melina.
De cerca su apariencia era peor, su vestido estaba descosido del listón en la cintura y lo único que contrarrestaba con la palidez de su rostro eran sus brillantes mejillas rosas, ojos marrones y unas pocas pecas en la nariz.
<<Es absolutamente adorable>>
—Hola—. La saludó con toda la suavidad que su ronca voz le permitió—. No tomaste ningún juguete, ¿por qué?
Dio un paso al frente y se inclinó, después regresó a su lugar sin decir palabra.
—No tenías que hacer eso—. Sonrió con los labios—. Preferiría que contestaras a mi pregunta.
Permaneció en silencio.
—¿No te gustan los juguetes?
Levantó a su muñeca de trapo, como si estuviese diciendo que sí.
—Entonces, ¿por qué no te acercaste?
Se veía dispuesta a seguir callada.
—No quieres hablar conmigo, ¿verdad?
Sonó más herido de lo que pretendía, lo último que quería era hacer sentir culpable a una niña. Contrario a lo que esperaba, Melina negó con la cabeza.
—De acuerdo, es aceptable—. Se resignó, de todos modos ya se lo habían advertido—. Aún así quiero darte algo, ¿me dejas?
Melina arrugó la nariz, lo estaba pensando. Esperó pacientemente por su respuesta, hasta que la vio asentir.
—¿Te gustan las princesas?—. Volvió a asentir—. ¿Sabes que es lo que llevan las princesas en la cabeza?
Melina abrió los ojos en grande y se quedó quieta, porque sí lo sabía pero para contestar tenía que hablarle.
—Corona.
Su voz era tan dulce que Evan tuvo que resistir el impulso de decírselo, no quería perder el poco progreso que llevaban.
—Es verdad, eres muy inteligente.
Melina alzó una ceja, ¿a qué hora terminaba el cuestionario? ¿Tenía que pasar un examen para que él le diera su premio?
Evan tragó saliva.
—Bueno, tengo una para ti.
Pasó sus manos al frente y le reveló la tiara; Melina abrió los ojos aún más, el verde era su favorito y casualmente las gemas eran de ese color.
—¿Te gusta? ¿La quieres?
Perdió la cuenta de cuantas veces asintió, ansiosa.
—¿Te la pongo?
Lo miró mal, no le gustaba esa perdida de tiempo. Evan volvió a tragar saliva, y procedió a poner sobre su pequeña cabeza el regalo que tenía para ella.
Se veía como una princesa perdida que acababa de regresar a casa, una heroína de algún libro que había pasado por muchas dificultades y finalmente consiguió regresar con su familia para reinar a su pueblo con bondad y dulzura.
—Te ves muy bonita Melina.
Abrió su pequeña boca, rompiendo el voto de silencio.
—¿Cómo sabe mi nombre?
—Oh, la señorita me lo dijo—. Se rascó la nuca—. También es muy bonito, suena a nombre de princesa.
—Usted es un príncipe.
—Lo soy.
—¿Conoce a mi mamá?
Él no se esperaba esa pregunta, ni siquiera creyó que pudiera llegar a hablarle, y definitivamente no quería contestar a eso. Aún así, debía hacerlo, ella esperaba una respuesta y no sería cortés quedarse callado.
—No Melina, no lo creo.
—Creí que usted conoce a mucha gente.
—Sí, pero Isla Azul es muy grande y hay muchas personas.
Melina decayó.
—Es verdad, pero, ¿puede encontrarla?
No tenía nada para dar con ella, y según lo que le dijo la señorita encargada ella tampoco, nadie en realidad. Melina solo apareció en la puerta con una carta que decía su nombre y edad, ningún te amo ni una disculpa, nada que dijera que se arrepentía o que le dolía lo que estaba haciendo, nada. Si bien el segundo príncipe de Isla Azul tenía muchas influencias y su hermano, que siempre lo apoyaba, aún más, hasta para ellos era imposible cazar a un fantasma.
Era algo sumamente cruel, pero no podía mentirle, no se perdonaría nunca si le daba falsas esperanzas sabiendo que no conseguiría nada.
—No lo creo, parece algo muy difícil.
Melina suspiró, y la tiara casi se le cayó de la cabeza.
—Entonces al menos ayúdeme a encontrar a otra mamá que me quiera, no importa que no sea la mía, quiero una mamá.
Evan se le quedó mirando directamente, algo en su cabeza acababa de hacer clic. Su platica con Maya no había sido en vano, los dos llegaron a un acuerdo y esa niña quería una madre, pero aún estaba el detalle de el tiempo que le había pedido para estudiar antes de casarse, y sabía que un requisito para adoptar era ser una pareja casada. Hizo una mueca, tendrían que hablar otra vez.
—Si me das tiempo, lo haré.
—¿Cuánto?
—Prometo que no será demasiado, debo hablar con ella primero.
Si todo salía como planeaba, pronto le cambiaría esa tiara por una de diamantes.
—¿Y también un papá?
—Claro que sí, me encargaré de ello.
Melina le mostró una sonrisa, y él se dio cuenta que se le estaban cayendo los dientes de leche, porque le faltaba uno de el frente. Evan le devolvió la sonrisa, y consiguió hacer que fuera con las demás niñas a jugar.
Pasó ahí toda la tarde, hasta que tuvo que irse porque tenía más compromisos, pero dejó instrucciones estrictas de comprarle a Melina ropa y zapatos nuevos, ya él volvería después a verla y se encargaría de lo demás. Esto no podía fallar, estaba encantado con esa niña y ya la quería, ¿que le costaría amarla? Si cuando la vio sonreír se le derritió el corazón, ella sería su hija, lucharía por ello.
<<Apenas hace unos días nos hicimos novios oficialmente y ahora quiero pedirle que adoptemos a una niña, tal vez estoy yendo un poco rápido>>
Si Maya no quería lo entendería, movería cielo, mar y tierra para que fuera adoptada y se encargaría de que nada le faltara, la ayudaría como fuera, Melina tenía el rostro lleno de dolor y una mirada que lo hacía querer darle todo, que merecía todo.
Su Maya tenía muchas metas por cumplir y si le pidió tiempo fue porque no estaba en sus planes inmediatos, así que deslizaría la idea con cuidado y no directamente, así obtendría una respuesta sincera y podría decidir que hacer, no iba a presionarla para hacer algo que no quería ni mucho menos intervenir con lo que ella deseaba, ya había dicho que estaba para apoyarla no para frenarla.
Trató de hacerse consiente para no ilusionarse, pero en el fondo no pudo evitar imaginar como sería todo con su familia, y sonreír como un bobo mientras miraba la calle por la ventana del auto.
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