Me enamoré del sonido de tu voz cuando este me sonó a que romperías mi corazón.

Toma mi alma, cariño, nunca ha sido mía. Detén mis latidos, ordénales que cambien su ritmo por uno de silencio. O aún mejor, por uno de adiós. Inunda mi alma y hazla gotear por mis mejillas, porque me enamoré de tu rostro cuando en él vi a quién soltaría la guillotina en mi funeral.

No hay ultimas palabras, solo una mirada que en vano intenta derramar poesía para alguien que ya leyó a todos los poetas de la Tierra. ¿Y qué soy yo junto a ti? Nada más que un violoncello desafinado tratando de venerar a la sinfonía de tu angustia.

Me enamoré de tu caos y traté de llamarlo arte, cuando sólo era un alma sangrante que no podía más. Caí por tu desgracia y la coloqué en un pedestal, creyendo que sería suficiente para hacer que esta se tornara en alegría.

No importa, cariño, nací para ser tuyo aunque tú trates de negarlo.
No duele, cariño, que seas tú la que tenga el poder absoluto de destruirme.
Realmente no importa, cariño, que esto duela a tu causa, porque no eres tú la que duele, es la vida que insiste en volvernos efímeros a pesar de todo.

Llévame a tu tumba, que aún en tu muerte,
quiero decirte que para mí eres arte.

Bendita mi suerte,
que me llevo a amarte
en medio de esta tormenta
a la que prefiero llamar "amor"
(Aunque tú insistas que es solo una ilusión).