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Lo que el hielo ocultó: Intriga

Capítulo 1

Lo que el hielo ocultó: Intriga

El uniforme de señoritas de la escuela Baviera era tan osado como arcaico. Consistía en una camisa manga larga amarilla con una falda de estrictamente siete tachones de tela negra. La falda podía ser corta, pero se debía usar obligatoriamente medias pantis gruesas. Había un saco negro que se utilizaba opcionalmente, pero los lunes era necesario.

Al verme en el espejo, no sentí nada; como odio a lo que me estaba pasando o las cosas que debía enfrentar ahora, sino que solo me vi con ese uniforme de pollito amarillo y ya.

Mi mamá entró a la habitación y besó la parte de atrás de mi cabeza.

—Lauren, ya sabes que todo estará bien.

—Claro. —Musité—. Es mi último año, voy a sobrevivir.

Ella me miró.

—Bien Lauren, he estado nerviosa sobre esto. No quiero que te rechacen o que siquiera te reconozcan de... eso.

Asentí. Entendía su temor, yo lo tenía también, muy dentro de mí y no lo demostraba.

Al llegar a la escuela, después de coger el metro, nadie me recibió o me dio un pequeño tour por el recinto. Yo solo me quedé allí, con mi lazo amarillo en el cabello y mi mochila de lado.

El colegio era inmenso y su arquitectura era sencilla. A la entrada tenía una gran rejilla que te dejaba ver dentro, y al entrar te encontrabas con un gran patio. A la derecha había un pequeño parque con bancos de piedra y a la izquierda había una casa que parecía una capilla. El espacio vacío estaba rodeado de edificios, los cuales eran las aulas, y al fondo estaba la cafetería al aire libre.

No había lugar donde esconderse, en cualquier punto que estuvieres cualquier persona te podía ver desde uno de los edificios de tres plantas.

El centro vacío de la escuela estaba lleno de chicas vestidas iguales a mí. Ni un asomo de un chico cerca. Ninguna me miró, o notó mientras caminaba familiarizándome con el lugar, lo cual agradecí. Cuando encontré mi aula no me presentaron, tomé las clases como si siempre hubiese estado allí.

En el receso, me senté en una banca sola, con el panecillo de mantequilla que había comprado en la cafetería.

El parque me gustaba, era mejor que cualquier otro salón con sillas plásticas y abanicos de techo. Las chicas hablaban y reían pero solo podía oír el murmullo. Gracias a Dios, ninguna parecía reconocerme.

Entonces, una chica se paró al frente de mí, era de estatura mediana y aunque cargaba con libras de más el uniforme le quedaba bien. Tenía las mejillas rosadas, naturalmente por el frio que estaba empezando hacer, y el cabello lo tenía rubio en una trenza de lado. Me miró con los ojos entrecerrados, yo la miraba de vuelta con el ceño fruncido.

—¿Lauren, usted, la del video?

—¿Tú quién eres? —pregunté, lista para saltar a la defensiva.

—Primero, —me detuvo emocionada—, no me gustan las niñas, pero chica, ¡amé su video! ¿Estudia danza de vientre o algo así?, ¡es mi inspiración!, ¡Mire! —Me señaló una funda hermética con manzanas en trozos—, ¡este es mi desayuno, por usted, quiero lucir como usted!

—Está bien...

—Tendría que teñir mi cabello a castaño oscuro.

—No te preocupes, me teñiré de rubio la semana que viene. —No era mentira, yo estaba pensando en hacerlo desde que había cumplido los dieciocho unas semanas antes de filtrarse mi video.

—Y para tener ese tono anaranjado en la piel, ¿Cómo lo logró? Su bronceado es perfecto.

Me miré el final de la camisa en mis muñecas, seguro bromeaba.

—No es un bronceado, es el color de mi piel.

—¿En serio? —Se sentó a mi lado—. También se me hacía que era extranjera. Luce más diferente, no por eso, sino porque como que usted tiene...

—Mi mamá es brasilera, de ella el color, mi papá la trajo a vivir a Alemania.

—Wouh. —Se tapó la boca—. Si me está contando su vida quiere decir que somos como amigas, ¿cierto? —No le respondí—. Lauren Lambert, yo a usted la amo tanto, es mi heroína, y me encanta Brasil.

La miré, yo ni siquiera conocía Brasil porque nunca lo había visitado, era alemana de nacimiento, pero igual le sonreí en simpatía.

—No se preocupe Lauren, yo seré su amiga aquí. —Me miró, y después susurró—: las chicas aquí pueden ser pesadas, que si yo fuera usted aceptaría mi amistad. Quizás es la única que obtendrá.

Asentí.

En mi antigua escuela no tenía amigas, solo un amigo llamado Gary. Pero en la escuela de patinaje tenía varias amigas, una de ellas, Kristal, con la cual hice el video que después envié a Gary para que nos dijera que tan bien lo hicimos. Él mismo después subió el video a internet, donde fue catalogado como erótico.

Le sonreí a la chica desconocida, sí, necesitaba una amiga. Ya no las tenía. Kristal estaba herida y enojada conmigo por lo del video, porque la obligué a salir en él, y Gary, mi mejor amigo, me había traicionado. No importaba mucho, yo estaba muy lejos de ellos iniciando una nueva vida. El daño estaba hecho.

—¿Tu nombre entonces?

—Rosemary para ti. —Abrió la funda de manzanas—, ¿gustas?

—Claro que sí Rosemary.

Cuando bajé del metro, el primer pensamiento que pasó por mi cabeza fue el del doctor Roger Bernard. Tenía la necesidad de verlo y aunque sea saludarlo. Mientras me adentraba al vecindario donde vivíamos notaba las puertas cerradas y todas las personas recogidas dentro de sus casas. Esa era una de las mejores cosas: la forma en que nadie se metía en tus asuntos, la forma en que todo el mundo siempre estaban en sus casas y no les importaban las nuevas vecinas que vinieron de la nada.

No sabían mi historia de fondo y eso me dejaba respirar.

Cuando llegué a la casa me quité el uniforme y el sujetador. Me deslicé una blusa sin cuello y por encima me puse una camisa.

Uno de los mayores escándalos al verse mi video fue el hecho de que yo no llevaba sujetador. Me gustaba sentirme libre y usualmente no utilizaba el sujetador debajo de la blusa, pero al parecer, eso era un pecado capital el de llevar blusa sin uno de esos asesina espaldas.

Pasé toda la tarde tirada en el sofá hasta que el hambre atacó mi estómago y me levanté.

El sonido del jamón quemándose me zumbaba los oídos. Podía oler el sabor quemándose y ya sabía que había inundado toda la casa. Sabía que mamá se enojaría, ella me pedía siempre que calentara el jamón en el horno pero a mí me gustaba la forma en que se cocinaba a sartén.

Mientras sacaba el jamón, el sonido de un motor afuera hizo que soltara la cuchara y que esta cayera al piso; aunque no la vi caer porque ya yo estaba viendo por la ventana en el casi punto ciego desde donde podía ver a su casa. No había camioneta negra, él no había llegado y esa era la séptima vez que me corría a la ventana a ver si lo veía sin tener éxito.

Me quejé, la puerta de la casa sonó. Y en vez de apagar la estufa me dirigí a abrir la puerta. Mamá estaba del otro lado, con su uniforme y un abrigo encima pues el frio había llegado de repente.

Mi rostro no ocultó mi desilusión.

—Yo también te amo mi amor. ¿Cómo te fue en tu primero día?

Mordí la pared de mi mejilla y la seguí hasta la cocina. Mi boca se abrió cuando vi el sartén quemado y el humo del jamón hecho carbón. Mamá se volteó para verme la cara después de ver el desastre.

—¡Lauren!

—¿Mami?

No esperó más tiempo y apagó la estufa, abrió las ventanas y empezó a toser exageradamente.

—¿Eso quiere decir que si no decido venir temprano te hubiese encontrado calcinada?

Me eché a un lado para darle el paso, se quitó el abrigo y la camisa solo quedándose en su franela. La miraba perpleja, con hambre todavía.

—¿Lauren?

—Mami me fue bien en la escuela, inclusive hice una amiga. Nadie me dijo: oye, eres Lauren Lambert, la tipa de las verrugas. —Le sonreí.

Ella me miró con ceño fruncido, y los labios en una línea recta.

—Lauren, por el amor de Dios.

—Lo siento mamá. Lo siento. Es que solo... mami, tenía que abrirte la puerta.

—¡No! —me reprochó—. Estabas en la ventana, te vi Lauren, —Lucía más calmada—, Lauren, si no te cuidas ti misma y yo no estoy cerca, nadie va cuidar de ti. Por favor, no enciendas la estufa si no estarás para atenderla.

Asentí. Me besó la frente.

—Me alegro de que tengas una amiga, ¿Cómo se llama?

—Rosemary.

Me sonrió sin mostrar los dientes, palmeó mi cabeza y volvió a entrar a la cocina. Recogió la cuchara del suelo y la echó al fregadero. Botó el jamón quemado en el zafacón y echó el sartén sucio el fregadero. Se pasó la mano por la cara y negó para sí misma. Después abrió la alacena.

—Está bien Lauren, ve a tu cuarto, voy a prepararte algo de comer.

Me rasqué la cabeza.

—Bueno... —empecé, tratando de buscar una forma de que no piense que me quiero aprovechar de lo buena que es conmigo—. Tenemos ya un mes viviendo aquí, dijiste que cuando empezara el colegio podría salir a conocer los lugares y familiarizarme con el entorno.

—Lauren...

—Mami, necesito encontrar una pista para patinar, dijiste que podía buscarla cuando tuviéramos un mes viviendo aquí y...

—Lauren, búscalo en el internet. No vas a salir sola a esta hora, ¿por qué no saliste más temprano? —Se recogió el cabello—. Además, son casi las siete de la noche, está oscuro.

—No me dejas usar el internet, ¿recuerdas?, por las críticas y eso que pueden hacer que tu hija entre en depresión. —Le voceé camino a mi habitación.

No la veía, pero sé que le dolía. Ella había sufrido las críticas y todo lo que eso trajo. Para nosotras estaba bien el bailar, pero al parecer, en donde estábamos no estaba bien hacerlo. Era solo un video hecho en casa que no se suponía debía llegar a las redes nunca.

Respiró profundo, la escuché desde donde estaba.

—Puedes ir a la tienda, compra un mapa Lauren. Vuelve antes de las ocho.

No celebré, para no desafiarla a cambiar de opinión. Solo entré a mi cuarto y me puse las botas que Roger Bernard había dicho eran lindas y me coloqué otra blusa encima de la blusa y camisa que ya tenía. Encima de todo eso me puse un abrigo y cogí mi mochila.

No era la mochila de la escuela, era una mochila con cosas importantes, banditas por si me caigo, agua, monedas para el metro o el bus, una barra de chocolate, un cuaderno y lápiz. Me gustaba cargar con cosas porque recordaba que cada vez que veía una persona en la calle con algún bulto o cartera pensaba que iban a algo, salían a algo, no solo deambulaban por las calles sin rumbo especifico. Yo quería dar la misma impresión.

Caminé por la acera con audífonos puestos escuchando el sonido del vacío. Me detuve frente a la vitrina de la única tienda que conocía y miré hacia dentro, no había casi nadie. Al abrir la puerta una campanita sonó anunciándole a la dueña que alguien había entrado a su tienda.

—Oh, Lauren —me saludó.

La última vez que había visitado la tienda me preguntó mi nombre. Esa señora decía que tenía la habilidad de memorizar el nombre de todos sus clientes y que no era capaz de olvidarlos. Así que tenía razón, recordó mi nombre. Yo le saludé y me paseé por la tienda en busca de un mapa de Múnich.

—¿Puedo ayudarte? —Me preguntó después de que yo tuviera cinco minutos dando vueltas en la tienda.

—Un mapa de Múnich.

—Oh, sí, claro. —Salió del mostrador y luego volvió a entrar. Se bajó unos segundos y después se levantó, me pidió que me acercara—. Aquí no vendo mapas Lauren, pero para tu suerte tengo uno aquí. Toma, te lo regalo. —Puso el mapa encima del mostrador.

—Hmm... gracias, pero... eh, no podría aceptarlo.

—Penélope es mi nombre.

—Penélope, gracias, pero no podría aceptarlo gratis, traje un par de euros, deja que te los dé.

Negó repetida veces y entonces se sentó a ver el televisor escondido debajo del mostrador.

Allí parada le sonreí a nadie, porque ella no me podía ver. Doblé el mapa y lo entré en mi mochila, abrí la puerta y me dispuse a salir. Volví a recorrer el mismo camino de vuelta a casa, pero sin los audífonos puestos.

Al regresar vi su camioneta. Sin pensarlo, corrí hacia ella. Sacaba un par de bolsas marrones del baúl cuando llegué a su lado. Me paré allí mirándolo.

—Hola.

Levantó la vista y me miró.

—Lauren, hola. —Alcancé a ver una sonrisa.

Él echaba unos papeles dentro de un sobre manila mientras las bolsas marrones estaban en el borde del baúl, las tomó, y después me miró como el que espera algo, me di cuenta que solo estaba parada allí, mirándole sin decir nada más.

—Eh... —reaccioné—. ¿Cómo ha estado doctor?

—Bien. —Cerró el baúl. Después caminó hacia la puerta de su casa y yo le seguí.

—¿Tiene mucho tiempo viviendo por aquí? —Le pregunté, el volteó y me miró, dejó las fundas en el piso y sacó las llaves de su casa.

—Bueno sí, desde antes de graduarme de medicina, en la universidad.

—Oh, ¿eso es mucho tiempo?

Abrió la puerta de la casa, se recostó del marco de la puerta y me observó unos segundos antes de responder.

—Once años.

—Wow, esa es la mitad de mi vida. —Alcé las cejas mirando hacia otro lado, volví a mirarlo.

Él se provocó con eso. Pero no me respondió, yo quería que la conversación siguiera fluyendo.

—¿Sabe usted de algún lago que esté cerca o por los alrededores?

Entrecerró los ojos mientras me miraba. Negó suavemente.

—Eh, no.

Me froté los brazos, soplé un poco porque moría de frio.

—Bien, bien.

Él recogió las fundas marrones y se dirigía hacia dentro, dejando la puerta abierta. Yo tenía ganas de entrar, pero no sabía quién más vivía allí; no conocía a ninguno de mis vecinos.

—¿Vive solo usted?

Asintió. Me miró de arriba abajo rápidamente, estaba empezando a ser incómodo, como si él tuviera mucho apuro en estar en su casa y cerrar la puerta.

—Debo irme doctor. —Moví el pie derecho ansiosa.

—Roger, me puedes llamar Roger. Me saludas a tu mamá.

Quizás le gustaba mi mamá. Eso pensé, quizás Roger Bernard le gustaba mi mamá y por eso no captaba mis señales.

—Espero verle luego.

—Yo también. —Me sonrió después de responderme al instante.

Me mordí el labio tratando en pensar en algo más que decir, acomodé mi mochila y me di vuelta sin decir nada más.


*                        *                                *                        *

Hola. Muchísimas gracias por leer, y por votar y comentar. Aprecio mucho el apoyo y todo, ilysm ♥ Si no han leído la versión anterior de LHO, pueden votar si les gusto, y comentar si tienen algo que decir. Nos vemos♥

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