Lo que el hielo ocultó: ilusiona.
Capítulo 5
Lo que el hielo ocultó: ilusiona.
Casi a la mitad de diciembre hubo una reunión en la escuela. Había un gran auditorio con el diseño de un teatro, el cual era utilizado para actividades como esa.
La reunión se trataba sobre el calendario del próximo año escolar.
Me encontraba sentada por los asientos del medio y a ambos lados de mí no había nadie, pero yo estaba tan feliz, que se me había olvidado el hecho de que estaba sola en esa escuela sin amigas reales. Esa sonrisota la había tenido todo el tiempo desde el sábado.
—Me tiene que decir qué le pasa, es que parece que a usted le dieron un premio grandísimo. —Rosemary se me acercó ocupando el asiento a mi derecha.
Podía reclamarle el ignorarme por todas esos días, pero como dije, yo estaba muy contenta por lo del beso y no pude borrar la alegría de mi cara.
—Nada.
—Sí claro, como diga —exhaló pesadamente prestando atención vagamente a lo que decía el director—. Ay Lauren, quería pedirle disculpas por el comportamiento de mi hermano, ¿lo perdona?
Le asentí, poniendo mi mano en mi pecho.
—Ay gracias a Dios del cielo, le juro que estaba tan asustada que no me pude acercármele.
Le ofrecí una sonrisa.
—Pero Lauren, en serio dígame, ¿Qué le ocurre?
Suspiré.
—Nada Rosemary, desiste.
Se quedó en silencio fingiendo mirar al frente, estaba inquieta. Yo dejé de mirarla y escuché a la mujer del pelo gris dar los pormenores del año que estaba al llegar, después de que el director de la escuela dejara de hablar.
Rosemary se volteó y me topó el brazo.
—Mi hermano quiere que nos acompañe la próxima semana, en víspera de navidad.
Me quedé sin habla, tratando de responderle. Su rostro se distorsionó con preocupación.
—¡Lo siento, está bien si no puede!
—¡Puedo! —De pronto me encontraba feliz por tener a personas de mi edad con quien pasar navidad—. ¡Claro que puedo!
Ella me abrazó olvidándose que estábamos en una reunión del colegio. Una de las profesoras puso su dedo índice en la boca mientras nos miraba seria.
Nos reímos.
—Pero tengo que preguntarle a mi mamá, ¿está bien?
Sonrió sin mostrar los dientes.
—Sí. Bien. ¿Deme su número?
Me sentí triste de repente.
—Robaron mi mochila con mi celular.
Rosemary se lamentó.
—¿Y en su casa, no hay teléfono?
Negué. No podíamos pagar una línea residencial, más si solo éramos mi mamá y yo.
—Bueno, pero sé dónde vives, capaz conozca a su madre y le pregunte si le dejaría pasar el Dickbauch con nosotros.
La noche de navidad, ¿y mi mamá entonces? Me mantuve sonriéndole y presté atención a lo que decían, aunque el pensamiento seguía en mi cabeza.
Cuando llegué a casa, mi mamá hablaba por su celular en polaco. Ella sabía muchos idiomas, la verdad era que mi mamá se había preparado bien y al parecer la empresa para la que trabajaba estaba muy encantada con ella.
Me senté en una de las sillas del comedor a esperar que terminara.
—Bien, dime lo que me querías decir Lauren. —Vino hacia mí.
—Eh...
—No, espera, tengo algo que decirte. —Se acercó a mi muy entusiasmada—. ¡La empresa hará una fiesta en víspera de navidad!
Siempre la hacían. Todos los años.
—Yo quería decirte que mi amiga del colegio me invitó a la cena que se hará en su casa en víspera de navidad.
Ambas nos quedamos serias mirándonos a los ojos.
Hizo una mueca y empezó a asentir, se paseó por el comedor, y después volvió hacia donde mí.
—¿Y entonces?
—Quiero ir. Sería muy emocionante eso de pasar una navidad tradicional que no sea...
—¿Qué no sea?
Me pasé la mano por la cara en frustración.
—Anda Lauren, dime, ¿pasar una navidad que no sea qué?
—Olvídalo, iré contigo, como todos los santos años. —Salté a la defensiva y me dirigí a mi habitación.
—Lauren Lambert vuelve aquí. —No me devolví—. Lauren, vuelve, ¡ni siquiera te estoy obligando a ir!
Cerré la puerta de mi cuarto.
—Lauren, —susurró tras la puerta—, mi amor, no tienes que ir conmigo, no es necesario.
Rodé los ojos y abrí mi closet, saqué un par de pantalones jeans, busqué mis guantes y una bufanda.
—Sé que te desagrada pasar navidad en la empresa, es la primera vez que te invitan a algo así y sé que no quieres dejarme sola, pero de verdad, ve.
No había forma de que la dejara sola, no sé cómo no se me ocurrió cuando Rosemary me preguntó. Salí de la habitación.
Ella me detuvo y me miró dulcemente.
—Lauren...
—Mami, saldré a jugar con la nieve.
Asintió después de unos segundos de mirarme el rostro. Seguro trataba de contener las preguntas sobre: ¿no estás muy mayor para jugar con la nieve? Pero si me lo hubiese preguntado yo le hubiese respondido con: ¿Qué más hay para hacer? Era en serio, ¿Qué más había? En Friburgo tampoco teníamos televisión por cable, pero en las tardes yo iba a la pista de patinaje hasta la noche, no disponía de tiempo libre y no conocía la palabra aburrimiento.
Caminé a la puerta y me detuve antes de abrirla. Me giré hacia atrás.
—Me refería a que sería lindo pasar una navidad que no sea con gente que no conozca. Pero, prefiero estar contigo sobre eso porque tú siempre has querido estar conmigo y aunque tuvieses elección, siempre me eliges.
—Porque soy tu madre Lauren, pero ahora, es una obligación, iras con Rosemary.
Su voz se apagó cuando cerré la puerta. El barrio seguía cubierto de blanco y desde que Roger Bernard me había besado no lo había visto de nuevo. Habían pasado cinco días y parecía como si me estuviese evitando.
Está bien, cinco días era poco tiempo para definir si me estaba evitando o no.
Me senté en la nieve, en el pequeño jardín frente a nuestra casa. El abrigo que llevaba puesto era tan grueso que sentía sudor correr por dentro, aunque la temperatura estuviere bajísima.
La camioneta de Roger Bernard se estacionó frente a su casa y un apurado Roger se desmontó, vestido de doctor, y entró a su casa.
Sentí ganas de levantarme e ir hablar con él, hablar sobre el beso y lo que significaba, pero no podía convencer a mis pies de que eso era una buena opción. Abandoné la idea después de unos minutos. Me recosté de mis manos y extendí mis pies, olvidé lo del sudor, de hecho, ahora me estaba congelando.
—Lauren, entra ya, te vas a enfermar. —Mamá abrió la puerta y yo me levanté. Llevaba casi veinte minutos y mi trasero estaba congelado.
—Ya voy.
Comencé a quitarme la nieve del pantalón. Ella entró a la casa y cerró la puerta. Volteé hacia la dirección de la casa de Roger, por la acera, veía un hombre con un gorro negro en la cabeza y cabello rubio sobresalir, pero andaba a pie.
—¿A pie, en serio? —me pregunté a mi misma en voz baja. Esta vez no pude resistir el impulso, metí la cabeza por la puerta de la casa y le voceé a mi mamá que volvía enseguida. Ella ni siquiera tuvo tiempo de responderme. Corrí hasta alcanzarlo.
—¡Roger! —Miró hacia atrás, sin dejar de caminar.
—Lauren. —Me saludó.
Lo alcancé y caminé a su lado. Mi respiración agitada por correr. Incluso me había calentado un poco.
—Juraría que me has estado evitando, tengo tiempo de no verte.
—Quizá estés en lo correcto.
Yo me quedé mirando al frente. Desconcertada.
—Wow. —Metí las manos en mis bolsillos—. Lindo de escuchar.
Seguimos caminando con la boca cerrada.
—Y bueno, ¿Qué pretendes, fingir que no pasó lo del sábado? —pregunté con evidente molestia en mi voz.
Se detuvo, yo me detuve.
—Lauren lo siento, no estoy en la disposición para esto. Tengo treinta y tres años de edad y tú apenas eres una cría que todavía va a la escuela.
Me sentí ofendida, no, estaba ofendida.
—Tengo dieciocho años.
Bufó y se tambaleó en medio de la acera mientras se reía de mí, como si no me tomara en serio.
—¿Seguir esos juegos dices? —Pregunté con una ceja alzada con evidente frustración porque no dejaba de reírse—. Me invitó una bebida alcohólica, bailó conmigo y después me sacó del bar sin decir nada y me besó, no sé, después me dices que me vaya a casa, y me ignoras, y eres grosero conmigo, disculpa, el único que juega a algo aquí eres tú.
—Otra prueba de que tan solo tienes dieciocho años. —Murmuró y siguió caminando. Yo seguía al lado de él sin saber cómo rematar a lo que había dicho.
Pensé: buena esa Lauren, sonaste muy inmadura. Supuse que los adultos no eran tan melodramáticos con la cosas, yo tal vez tan solo debía ser directa con lo que quería, ¿y que quería yo? Le di mente, ¿Qué quería yo de Roger Bernard?
—Tú me pareces interesante.
—¿Interesante? —preguntó con ambas cejas alzadas provocando que se formaran líneas de expresión en su frente.
—Como pareja me pareces atrayente —le comuniqué mientras cruzábamos una calle.
—¿Atrayente? —Se burló de mi juego de palabras.
Él iba a decir algo más, pero me adelanté:
—Atractivo. No atrayente como un animal de circo.
Exhaló fingiendo estar aliviado. Su boca dejó salir una neblina de respiración.
—Es cierto lo que dices, la diferencia de edad es de quince años, pero esos números no me importan. Yo realmente desearía que no pudiéramos conocer y ver si es posible algo entre los dos. —Imaginariamente me veía a mí misma con un arco de madera lanzando una flecha directamente hacía él.
—¿Qué quieres decir con conocernos mejor? —Ladeó su cabeza serio, mirando el camino.
—Tener citas.
Asintió mirando ahora al frente.
—No sería tan molesto, soy mayor de edad —le recordé por centésima vez—, y puedo entrar a la mayoría de bares.
Roger Bernard y yo habíamos caminado tanto que habíamos llegado a uno de esos pequeños parques que delimitaban un área verde de la ciudad de Múnich. Yo me senté en uno de los bancos de madera casi congelados.
—Además, ¿qué le importaría a usted si tengo dieciocho o no?, —Alcé mi quijada señalándolo—, ¿acaso le importó mientras bailábamos o mientras metía su lengua en mi boca? —pregunté en voz alta que retumbó entre nosotros dos.
—Tienes razón. —Apoyó su pie del banco y me miró a los ojos—. No me importa.
No le respondí, solo me quedé mirando su rostro despreocupado.
—Entonces conocernos —continuó hablando ahora mirando mi abrigo unos segundos, después mi cara.
—Sí.
—Empieza. —Me miró a los ojos por unos segundos y después se sentó a mi lado con la vista en la calle.
—No hay mucho que contar sobre mí —dije.
Miré su cabello rubio sobresalir del gorro que llevaba puesto, después su nariz y labios rojos por el frio.
—Tampoco de mí. —Le creí. Creí sus palabras: no hay mucho, pero era verdad, no solo mucho, había un montón, había muchísimo.
Nos quedamos en silencio. El mirando hacia la otra acera y yo alternando mirada entre mis pies con botas y su cara.
—¿Y entonces?
—Saldremos a una cita, pero solo con una condición Lauren.
—Tengo que saberla antes de aceptar, ¿no crees? —Me volteé hacia él.
Sonrió de lado mientras también se volteaba para verme a la cara.
—Que ahora vayas a casa y me dejes continuar solo.
Él siempre parecía querer estar solo, yo debí dejarlo solo, pero para siempre.
—Puedo hacerlo. —Me alcé de hombros.
—Cuatro días antes de noche buena, en el cine a cinco cuadras del museo, te veo a las siete. —Se levantó y con sus labios congelados besó mi mejilla, muy lejos de mi boca, pero aun así sentí un escalofrío en la médula.
Yo no tenía idea de qué cine ni de nada, quise llamarlo, pedirle más detalles, pero él se alejó rápido de la escena y yo me quedé allí sentada mucho rato pensando en nuestra conversación.
Cuando caí en cuenta de que me le había declarado grité y me tapé la cara llena de vergüenza. Lo que era un poco fuera de lugar porque hacía tiempo se había ido. Sin embargo, quise con todas mis fuerzas construir una máquina de tiempo y deshacer el hacer semejante cosa. Quise, de alguna forma, que él dijera que yo le gustaba y que me había besado por eso y no por otra razón.
Me cruce de brazos, pero con una de mis manos tapando mi boca.
«Tienes razón... no me importa»
Yo no le importaba. Tal vez era que simplemente yo no le gustaba a él.
Simple y normal.
Entonces mi sonrisa se borró y caminé a casa enojada, también me sentía un poco humillada y tonta.
Tomé una decisión, lo dejaría plantado.
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