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Lo que el hielo ocultó: alumbra.


Capitulo 21

Lo que el hielo ocultó: alumbra.

—Mi nombre es Masha —me dijo ella en un tono apagado y decaído. Tenía ojos azules intensos, si solo miraba sus ojos, y me olvidaba de sus demás facciones, me recordaba la foto que había descubierto en la habitación de Roger.

Sé que esperaba que yo le dijera mi nombre, pero aún estaba paralizada, pensando que veía un fantasma.

—Luces tan joven. —Sentí que ella iba a llorar, y me dieron ganas de llorar a mí también—. Me acuerdas a mi hija.

Me pasé la mano por la nariz.

—Morir nunca estuvo en mis planes.

—No está en los planes de nadie —susurré. Me tapé la cara y sorbí mi nariz—. Estos hombres están locos, tenemos que salir de aquí, tenemos que escapar.

Ella me miró triste.

—No creo que tengamos oportunidad. —Se echó el cabello hacia detrás—. ¿Por qué no corriste por ayuda en vez de, tú sabes, querer salvarme?

—No lo sé, actué por instinto. —Me crucé de brazos—. ¿Qué crees que nos harán ahora? —pregunté.

—No lo sé —suspiró—. Pero nada me sorprendería. Ya quiero morir. —Empezó a llorar—. Quiero morir ya...

Me acerqué para abrazarla. Ella escondió su cara en mi pecho.

—¿Cuántos años tienes? —susurré en voz muy bajita.

—Treinta.

—¿Y cómo llegaste aquí?

—No lo sé —me dijo—. No lo sé.

Le acaricié el cabello.

—El día en que te golpearon por detrás, que después caíste inconsciente con el segundo golpe, el rubio se enojó.

—¿Mayer?

—No lo sé, el rubio que siempre está a tu lado, ¿lo conoces? —su voz había cambiado—. Él te trataba de despertar y te llamaba por tu nombre. Estabas sangrando mucho así que creí que ibas a morir, pero me desmayé y no pude ver que más pasó.

Ella se soltó de mi abrazo. Me miraba a los ojos con ceño fruncido. Estaba demacrada totalmente, como si la vida ya no existiera en ella. Temí que yo luciera igual.

—¿Por qué te trata diferente?

—No lo sé.

—¿Lo conoces?

Negué.

—¡No me mientas! —me gritó—. ¡Lo abrazaste, después de todo lo que nos ha hecho! —me empujó, y choqué contra la pared. Me dolió la espalda e incluso me lastimé la cabeza, donde la herida sanaba.

—Estoy de tu lado —me defendí, quejándome.

—¡Maldita perra! ¡que te maten a ti! —Me haló el cabello y yo grité. Me dio un duro golpe en el estómago y yo sentí un intenso dolor, las lágrimas se me salieron y sentía que me caía.

Kay entró a la habitación y la separó de mí.

—Se les da libertad y se comen vivas. —Kay agarraba a Masha del cabello.

Yo mantenía mi mano en el estómago porque aún me dolía su golpe. Mi cabeza estaba al explotar, y seguían saliendo lágrimas de mis ojos sin parar.

Kay me sacó a la sala y me sentó en el sofá. Le gritó a Masha que ella no tenía autorización para golpear a nadie, pero no escuché que la hubiese golpeado.

Yo seguía llorando, incluso cuando ellos me dejaron sola en la sala, no podía moverme o levantarme, solo tenía fuerzas para llorar porque me dolía todo.

—Roger no está aquí —me dijo Mayer—. Voy a llevarte a tu habitación.

Se me acercó y me cargó. Continuaba con la cara llena de lágrimas incluso cuando me acostó en la cama. Luego me llevó un vaso de agua caliente. La bebí a penas.

Él tenía el ceño fruncido, y estrelló la puerta al irse.

No me levanté de la cama y no comí por dos días. Estaba muy débil, y sentía que mi muerte era inminente, y, al igual que Masha, estaba ansiosa por llegar a ella.

Yo había estado llorando por tanto tiempo, que aun sentía como si tuviera lágrimas en mi cara aunque estuviere seca. Estaba en un estado en el que no sabía si soñaba, o si era real, si estaba muerta y era un infierno el que vivía por haber dejado a mi mamá en primer lugar.

Si me pellizcaba la piel no podía sentir nada, lo único consciente para mí era mi estómago vacío.

Cuando Roger volvió se deslizó en mi cama. Aunque yo pensaba que era un sueño, al otro día estaba conmigo. Me había traído ropa de la maleta que había dejado en su casa del bosque, y ver mis cosas me hizo sentir un poco más viva. Me guio a un baño para asearme y después vestirme con un par de jeans negros y todos los abrigos que pudiera cargar encima.

Todos nos sentamos en la mesa a desayunar, y también a almorzar, e incluso cenamos juntos. En silencio ella y yo. Pero ellos si hablaban en un idioma distinto, definiendo nuestro futuro tal vez. Todo duró tres días. Estaba tan calmado que daba miedo, que me hacía dormir con un ojo abierto aunque Roger durmiera en mi habitación esas noches.

Te hacía temblar, te hacia desear que dijeran algo, que hicieran algún movimiento. Pero nada, solo tratándonos mejor, por primera vez.

Roger se iba temprano, a las seis, a la ciudad, y volvía tarde a mi habitación. Pero el domingo no salió. Nunca se iba los domingos, Roger, nunca le pregunté, ¿todos los sábados iba al lago y volvía los lunes?

Era domingo, yo lo sabía porque el día anterior Roger me enseñó las llamadas de mi celular. Eran cientos de llamadas de mi mamá, y de Rosemary. Otros números que no conocía o restringidos. La fecha que decía mi celular era sábado. Estábamos en mayo, casi recibiendo la primavera.

Mayer peinaba el cabello de Masha en una cola de caballo, y después la sentó en sus piernas y le sacó flequillos.

Nos llevaron al lago, tal como lo había visto antes. Esa caminata fue angustiante. Macabra.

Con la primera zambullida, mis ojos se cerraron, y solo pude ver penumbras. Ni siquiera me moví o mi boca se abrió. Me sacó, el agua chorreaba por mi cuerpo y me recordaba el frío que sentía.

Con la segunda, aspiré agua por la nariz, lo que causó que esta me doliera. Con mis ojos cerrados no había penumbra, sino la primera vez que vi los ojos de Roger, pacientes, tranquilos, decentes, quería ser parte de su vida. La primera vez que su mano tocó mi piel, la primera vez que me besó, cuando me tocó en su oficina, cuando me llevó a su pent-house, cuando me desperté sola en el mismo, cuando me golpeó la nariz, cuando me pidió que lo acompañara a su casa en el bosque, todas esas cosas, todos esos momentos, se reproducían ante mis ojos, como si toda mi vida se hubiese reducido a esos meses. Como si el pasado no hubiese existido y la historia de mi vida hubiese empezado con él.

Empecé a toser. A respirar a grandes bocanadas, pero no tenía fuerza ni siquiera para gritar, o para escuchar los gritos de nadie, ese momento se redujo simplemente a mi contacto con el agua helada y la forma en que se me iba la vida.

Él dijo que me sacaría de allí, tenía razón, debajo del agua no estaría nunca más en sus brazos.

Pero yo no quería morir, no todavía, no todavía. Cuando dejó mi cuerpo encima del hielo, que pude abrir solo un poco los ojos, podía ver el manto negro sin estrellas devolverme la mirada, y temblando, con dolor de cabeza, sentí que estaba llorando, que estaba a un segundo de perderlo todo.

—Si hay alguien allá, ¿ayúdeme?

Alguien tomó mi barbilla y me miraba de cerca.

—Voy... a ser... mejor...

Una luz brillante venía del firmamento, y se me acercaba, al parecer yo iría al cielo. Sentí que lo merecía, sonreí mientras la luz alumbraba mi cuerpo casi congelado. Más luces llenaron el lugar y convirtieron el lago en una hermosa pista de patinaje, como en la academia, patinaría por toda la eternidad. Ni siquiera era un castigo. ¿Importaba a quien yo dejaba a atrás? Ciertamente no.

Manos arriba —Una voz distorsionada.

Roger se quitó su abrigo y me cubrió con él. Me cargo entre sus brazos, mientras yo temblaba.

—Manos donde las pueda ver. —la voz por el megáfono volvió a repetir. Luces blancas y rojas tintineaban por el lugar, mientras hombres vestidos de negro iban hacia donde nosotros.

Por fin las luces romperían el silencio del lago, y me salvarían.

—Tengo a una de las chicas. —Volteé la cara para ver que estaba a nuestro frente, unos oficiales apuntaban a Roger.

—Bájela —ordenaron.

—No puedo.

—Bájela —repitieron—. ¿Quién es usted?

—Soy Roger Bernard, mi casa de retiro está a unos cuantos metros de aquí, escuché unos gritos y vine a ver qué ocurría. Acabo de sacar a esta chica del agua, no puede caminar, tiene hipotermia.

El oficial tardó en entender lo que le había dicho. No bajaba el arma.

—¿No hay más personas aquí?

—Cuando llegué aquí dos hombres emprendieron la huida y encontré a estas dos mujeres. La otra está en mejores condiciones, pero será mejor que llame una ambulancia. Yo fui quien los llamé hace unos minutos. Pueden rastrear la llamada. No he hecho nada malo.

Los oficiales bajaron la guardia. Fueron a socorrer a Masha, mientras yo buscaba fuerzas para decir que el enemigo estaba frente a sus narices, que no le podían creer.

—¿A dónde cree usted que han ido los dos presuntos prófugos? —Uno de los oficiales preguntó.

Los policías nos habían alcanzado. Uno de ellos guio a Roger hasta el vehículo de la policía, le abrió la puerta para que él se subiera en la parte de atrás conmigo en sus piernas. Me abrazaba y besaba mi frente repetida veces.

—Niña, niña, ¿recuerdas como lucían los hombres? —Un oficial me hablaba. Roger me acarició el cabello, y yo tuve miedo, y no hablé. Escondí mi cara en el abrigo de Roger, tratando de calentarme porque estaba perdiendo todo calor en mí.

El auto se puso en marcha, y aun no sabía qué estaba ocurriendo.

De pronto se detuvo, podía escuchar a uno de los oficiales hablar por teléfono. Abrieron la puerta de atrás y le pidieron a Roger que saliera, y yo agarré su abrigo para que no me dejara, pero le insistían.

Entonces, mientras cerraba los ojos en la parte de atrás, podía escuchar unos grilletes sonar, y es todo lo que recuerdo antes de que un oficial gritara:

—¡La muchacha tiene sangre!

Y una luz blanca me cegara y perdiera el conocimiento.

.—***—

Ahora empieza la segunda parte :)♥

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