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Lo que el hielo ocultó: aísla.

Capítulo29

Y por último:

Lo que el hielo ocultó: aísla.

Cinco meses antes a su puesta en libertad

Como cuando duermes en la oscuridad de la noche, que sueñas que estás a punto de saltar de la orilla de un despeñadero, y entonces despiertas, de golpe, aterrorizado, con el sentimiento a flor de piel de que te caíste y abres los ojos en la cama. Así más o menos fue cuando desperté, con la diferencia de que al frente mío mi vientre estaba tan inflado que no parecía simplemente gases, sino como si hubiera vida allí dentro.

—Estoy embarazada. —Me quejé.

—Lauren mi amor, ¿Qué te pasa, porqué respiras así? —Escuché a mami preguntar. Me estaba mirando con el vientre de esa forma y me preguntaba que por qué respiraba así.

Cerré los ojos unos segundos, tal vez si lo hacía, podía despertar de verdad.

—¡Lauren!, ¡no, mantente despierta! —Laura se me tiró encima, abrazándome.

Abrí los ojos de nuevo, un hombre en bata blanca estaba en frente de mí, junto a mi mamá, quien ya no estaba encima de mí.

—Hola Lauren, soy tu doctor, ¿Cómo te sientes?

Estaba confundida. Cerré los ojos de nuevo.

—Mami, estoy embarazada. —Le repetí. Mis ojos se llenaron de lágrimas—. Lo siento tanto, sé que no querías esto.

Mi amor, no digas eso...

—Lauren, ¿sabes lo que te pasó?

Aun con los ojos cerrados, me quedé quieta. Me dije: no estoy embarazada de Roger Bernard. Y justo en ese momento algo me golpeó de frente, la verdad, y junto a esa verdad volví a dormir.

Tres meses antes a su puesta en libertad

Estoy consciente de que desperté varias veces, pero la somnolencia no tenía nada que ver con mi pasado estado de coma. En esos momentos me sentía aérea, como si viviera flotando y en realidad no estuviese en esa habitación con toda esa gente visitándome y esa pediatra hablándome de mi bebé.

Mi vientre inflado se parecía a un tumor. No estaba acostumbrada a cargar con él y me sentía incomoda como sea que estuviese.

Tenía ocho meses y muy pronto nacería el bebé de Roger Bernard.

El recuerdo de Roger Bernard lo llevaba al fondo, algo leve, cosas pequeñas y dolorosas que me sacaban lágrimas. Yo quería saber dónde estaba él, pero hacer la pregunta era difícil. Decir en voz alta el nombre de Roger Bernard era como pasar un cuchillo por mi cuello que desgarraría todo a su paso y me dejaría sangrante.

Yo no sé qué lo detuvo, pero él me perdonó la vida. Y junto a su perdón, me dejó algo: un bebé.

En enero nos citaron en la oficina del fiscal Lucas Baum, el pequeño era diminuto y solo tenía un mes y días de nacido. Lucas Baum me hizo preguntas, y yo las respondí.

¿Conoces a Roger Bernard?

—Es el padre de mi hijo.

De eso no había duda. Era una réplica de él.

—¿Recuerdas lo que te hizo?

—Él no me hizo nada, ¿Dónde está él?

—Está cumpliendo condena por golpear a Vid Wolff, ¿lo recuerda? Digo, al muchacho y el altercado...

—Sí.

—¿Él le hizo daño?

—No.

—¿Usted recuerda algo de lo que le pasó?

—No, lo siento, no recuerdo nada.

—Señorita Lauren, creemos que Roger Bernard trató de asesinarla.

—Roger no sería capaz de eso, señor Baum.

—¿Dónde está su bebé señorita?

—Con mi mami, allá afuera.

—¿Usted piensa conservar a su bebé?

—Sí.

—¿Esperará que el padre salga de prisión, señorita Lauren?

—No.

—¿No?, ¿por qué sospecha que él le hizo esto?

—No sospecho nada porque no recuerdo nada. Le dije que "no... que no lo sé"

—Huh, nada bueno puede venir de allí, ¿Qué clase de bebé sería el hijo de un presunto asesino, qué clase de bebé, señorita Lauren?, todavía puede deshacerse de él. Todavía. Conocemos un orfanato cerca... mire, podemos ayudarla señorita Lauren. Si usted testifica en contra de Roger Bernard, nosotros la protegeremos a usted, y si se quiere quedar con él bebé, también a él. Todo quedará como una horrible pesadilla. Pero si usted no lo hace, ¿Quién alejará a Roger de usted y su bebé?

—Es que usted quiere que yo inculpe a un hombre inocente. No le haría eso a alguien como Roger. ¿Puedo irme?

—Puede irse señorita Lauren, pero recuerde que las puertas para denunciarlo siempre estarán abiertas.

Un mes y pocos días antes a su puesta en libertad

El bebé estaba encima de la cama de mi habitación en la casa de Herman. Yo estaba en ropa interior y la fea cicatriz de la cesárea en mi bajo vientre me daba ganas de llorar frente al espejo.

La última vez que me había mirado así al espejo estaba por iniciar la escuela.

Me tiré en la cama al lado del bebé y lo miré. Para ser apenas un bebé de un mes y días era muy quieto, tenía ojos grandes y verdes y había nacido con poco pelo, el poco que tenía era tan claro que casi no se veía. El bebé me miraba y yo lo miraba de vuelta. Casi no le hablaba. Prácticamente no lo conocía, ni él a mí.

—Mami, él me dijo que era estéril... —le dije a mi mamá cuando la vi pararse al lado de mi cama—. Por eso no pude evitar esto.

—Pues está claro que no lo era.

Sonreí cuando sentí al niño agarrar mis dedos, lo apretaba fuerte y abría los ojos, queriendo llamar mi atención.

—Lauren, ¿es verdad lo que le dijiste, no recuerdas nada?

Dejé de mirar al niño, la miré a ella.

—¿Tú qué crees?

—Yo... solo quiero saberlo. Estoy muy preocupada porque ese hombre saldrá en pocas semanas. No quiero peligros para ti. Me descuidé contigo una vez y casi te pierdo. No te imaginas lo horrible que fue verte así en ese estado Lauren. Pensé que te iba a perder. —Respiró hondo, se le salieron lágrimas—. Estamos en un limbo, tú estás viviendo como si nada hubiese pasado, ¿mirar al bebé no te recuerda nada? Intentaron matarte Lauren, intentaron ahogarte en un lago y estabas embarazada mientras te hacían eso. Me hace sentir pequeña e inservible no saber qué clase de cosas te hicieron y que yo no pude defenderte. Incluso te marcaron... mi niña...

Bajé la mirada, y luego la desvié al bebé. El número siete seguía marcado en mi piel, como estaban marcadas todas las cosas que Roger Bernard me había hecho.

—Mami...

—Es que no entiendes, Lauren, yo quiero protegerte. No quiero quedarme sin nada, eres mi única hija y si hoy no estuvieras aquí me volvería loca.

—Es que yo no recuerdo nada.

Ella volvió a respirar hondo, cambió la dirección de la mirada. Se tapó el rostro y se sentó en la cama a llorar. El niño empezó a inquietarse y lo tomé en mis brazos.

—Mami, ¿qué es lo que quieres hacer para protegerme? Yo no puedo decirte que Roger me hizo esto, ni tampoco te sé decir si fue el hombre que apareció muerto, pero quien sea puede estar allá afuera, y estamos vulnerables. Yo y mi bebé, y tal vez tú.

Se quitó el cabello mojado de la cara. Miró al techo de la habitación.

—Maldito el día en que conociste a ese hombre, desde ese día todo salió mal.

—Mamá, Dios, no te afinques ahí. Yo amé a Roger, ya con todas las cosas malas que ustedes dicen de él no sé qué pensar. —Mentí. Yo nunca lo amé, no lo conocía a fondo. Estaba enamorada de su rostro y de la forma en que me hacia el amor en su pent-house. Estaba enamorada de nuestra relación. Estaba enamorada de sus ojos y de la forma en que hacían sentir insignificantes a los míos. Estaba enamorada de sentarme en sus piernas y besarle la boca.

Pero no estaba enamorada de la persona de Roger Bernard, ni de su corazón, no conocía su alma. Yo me paraba desnuda frente a él en alma y espíritu, pero él estaba camuflado, y pude ver parte de su interior solo cuando era muy tarde y ya pendía de un hilo en sus manos.

Sentí escalofríos solo de recordarlo. Apreté más el niño en mis brazos.

—Mami, no te quedes callada.

—Te vas a Brasil.

—¿Qué?

—Que estoy consiguiéndote un departamento en Brasil. Para que vivas allá.

Sonreí pensando que era una broma y al ver que no cambiaba su sonrisa me quedé seria.

—¿Estás hablando en serio? ¿Bra-Brasil?

Se quedó en silencio.

—Mami, no puedo irme tan lejos.

—Herman dejará su hijo en casa de su mamá y nos acompañará a Brasil por unas semanas hasta que te adaptes a vivir allá. Roger Bernard está por salir, y cuando salga, ese desgraciado no te encontrará aquí.

En ese entonces tenía diecinueve años. Era apenas una niña cuando de mi vida se me arrebató todo lo que conocía. Mudarme de Alemania a Brasil era del cambio que estaba hablando. Era un cambio atroz para mí. Yo no quería irme, pero no le dije nada. La última vez que le había contradicho a mi mamá alguien había intentado asesinarme, entonces, no le hice la contraria. Lloré a escondidas un par de noche antes de tomar el avión a Brasil, inclusive estando allá lloraba porque el sentimiento de estar sola y tener que cuidar de alguien me abrumaba.

El departamento era el número 17 de una torre de cincuenta pisos. Lo único bueno que había visto era la playa cercana. Los primeros tres días allí a Herman le había dado una alergia con increíbles manchas rojas en su cara por causa del sol. El bebé no se quejaba, ni siquiera sabía dónde estaba.

Por la alergia de Herman, ellos se fueron a la semana. Dejaron la despensa llena de comida enlatada y diez latas de leche para el bebé. Me prometió enviar remesas cada quincena y me dijo que me quería.

Donde estaba con mi bebé, no había hielo, solo calidez... pero podía sentir el frío a veces.

Sabía de más que el hielo ocultó los cadáveres de las víctimas y todas las cosas imperdonables que Roger me hizo. Pero no ocultó parte de mis recuerdos... porque su frialdad estaba grabada en mí, de tal forma, que cada vez que me veía frente al espejo de la forma más vulnerable, lo vería a él, y las cosas que me hizo volverían a mí.

Nada se queda oculto, sino que sale a la luz. Y una vez que sale, nunca se vuelve a enterrar.

Pero quizá todo estaba escrito, él siempre me buscaría.


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