LO QUE DEJÓ EL TERREMOTO DE LORCA
Nunca me había parado a pensar en lo que podría suponer una catástrofe, ni tan siquiera en cómo me sentiría al respecto, en la huella que podría dejar tal desastre natural.
Fue un día normal, once de mayo de 2011. Hay gente que siente una presión en el pecho cuando suena esa terrible fecha. Un día que empezó siendo normal y acabó siendo de todo menos normal.
Por la mañana fui al colegio, pero no lo recuerdo. ¿Cómo retener lo que ocurrió horas antes? No hubo modo alguno. Hacía exactamente dos meses que había cumplido once años, tan sólo era una niña y no te puedes imaginar lo que supuso todo eso.
Serían las cuatro y media o las cinco, ni quiero saberlo. Nadie tuvo tiempo de mirar la hora con precisión, todos sentimos un escandaloso terror cuando el suelo tembló a nuestros pies. Yo recuerdo perfectamente que estaba en el lavabo, a punto de cepillarme los dientes. Tenía cita con el dentista en media hora. No pude reaccionar. Mi hermana estaba a mi lado y mi madre venía por el pasillo. Pasó delante de la puerta del baño y se asomó a la ventana de su dormitorio. Me acerqué a ella y divisé a personas en sus ventanas, preguntándose qué había sido aquello. ¿Un camión? ¿Un avión? ¿Un derrumbe? ¿Qué podía hacer temblar el suelo?
No daba crédito a lo que ocurría. Joder, tenía once años. Un horrible presentimiento me recorrió la piel. Tenía miedo de que algo malo acabase de pasar. Recuerdo estar en la cocina bebiendo agua cuando sentí lo que pareció una réplica. Aquel día supe lo que significaba esa palabra. Ojalá no haberlo sabido nunca. No hacía falta pasar por ello. A nadie le hacía falta. Sentí más espanto aún.
Fui al dentista, en el fondo no quería. Pensé que mi último momento sería en el lugar más horrible para una niña: el dentista. Recuerdo haber mirado por la ventana de la consulta y observar cómo cada cual seguía con su vida, mientras que la mía se había detenido en aquel instante.
Tras la revisión, volvimos a casa. No subimos al edificio, no sé por qué. Bendito sea el motivo. Pasamos por delante de nuestro portón, había vecinos sentados en las escaleras. El teléfono de mi madre sonó y con él una voz que decía que venía otro terremoto. Mi madre quería subir al piso a coger unas chaquetas. Doy gracias por aquella llamada, doy gracias. Nos marchamos a buscar a mi vecina que estaba en la parada de autobús. Pasamos por delante del taller...
Mis lágrimas están a punto de ser derramadas, sin embargo, me resisto.
Después de pasar por el taller, mi corazón dio un vuelco. La carretera se tambaleó, el estruendo entró por mis oídos, era horrible. Un segundo terremoto sacudió Lorca. El pánico cundió. Mi madre agarró nuestras manos y cruzamos la carretera sin mirar. Corrimos hasta la parada de autobús. No sé si fue la sensación de correr o de verdad pasó así, pero recuerdo ver el suelo agitándose bestialmente. Dos segundos antes y yo ya no estaría aquí. Miré atrás. Miré mi calle. Miré el lugar donde sabía que estaban mis vecinos. No pude evitarlo, rompí a llorar.
Sólo tenía once años.
Otra vez, está pasando. Las reprimo. No quiero llorar.
El polvo inundó toda la calle, desde la terraza hasta la carretera. Cuando se disipó, se vieron los escombros. No dejé de llorar hasta pasados unos minutos. Fueron eternos, no podía parar de llorar. Sentía mucho pánico.
Mi madre llamó a mi padre. Venía en el coche desde Avilés. Todos estaban bien. Mi familia estaba bien. A mi abuela la bajaron de su piso y estaba bien, todos estaban bien. No obstante, yo seguía teniendo ese temor en el pecho, yo necesitaba verlos para saber que estaban bien.
Nos movimos de sitio. Estábamos sentadas en el suelo mis dos vecinas y yo. Yo no dejaba de observar las farolas. Pensé que caerían sobre mí en un tercer terremoto. No obstante, no hubo un tercer terremoto. Mi padre llegó en la furgoneta. Ya era de noche cuando le dejaron subir al piso a recoger unas chaquetas. Era mayo, pero el frío cruzaba Lorca como en marzo. Una noche helada, de terror y de esperanzas.
Dormimos en casa de mi abuela, en el campo. Esa noche me costó dormir. Dormí con mi madre, ¿quién se iba a atrever a dormir solo/a aquella noche? Creo que sentí más réplicas, ya no estaba segura de nada.
Las siguientes semanas las pasé allí. Recuerdo no tener juguetes con los que pasar el rato junto a mi hermana, por lo que encontramos una muñeca a la cual le dabas cuerda y sonaba una dulce melodía: Für Elise de Beethoven. Esa canción me transmitía mucha paz. De hecho, años después cuando la volví a escuchar, recordé la maravillosa sensación de seguridad y calma que me producía. En el colegio vino un psicólogo e hicimos juegos y demás para saber actuar, todo ello fue en vano.
En mi calle perdió la vida una mujer. Y en la calle de detrás de mi edificio, un hombre. Ambos fueron aplastados por el muro de mi terraza, que cayó desde aproximadamente un quinto piso. En total, hubo nueve fallecidos. Ése número también nos marcó.
El primer terremoto tuvo una magnitud de 4,5 y el segundo seísmo 5 en la escala de Richter con una profundidad de un kilómetro, por lo que se sintió mucho más. Una de las réplicas de esa noche fue a las once menos veinte y de 3,9. En total, hubo alrededor de unas cien réplicas.
Cinco años después, a tres de mayo de 2016, otro terremoto sacudió mi ciudad. Yo estaba en clase, tenía dieciséis años. El miedo aún recorría mis venas cada vez que alguien cerraba una ventana o puerta corredera, era un sonido casi idéntico al del terremoto de aquel día. Me aferré a la mesa. La mayoría de mis compañeros se refugiaron bajo sus mesas, yo sujeté la mesa por instinto. Cómo reaccionar si mi sangre dejó de correr cuando noté el estruendo.
Salimos de clase, yo estaba aterrada. Tomé mi móvil y llamé a mi madre. Sin poderlo remediar, estalló mi llanto. Los recuerdos volaron a mí y no me quedé tranquila hasta que mi familia estuvo a mi lado. Mi madre y mi hermana vinieron a recogerme, sin embargo, hasta que mi padre no llegó a casa, el miedo no se fue de mí.
Fue un seísmo de 3,7 en la escala de Richter a cinco kilómetros de profundidad. Yo lo sentí como el de día once. Terrible, astuto y devorador.
Esa tarde, esperé otro temblor. Lo esperé miedosa, pero no se movió nada. Después de todo lo que había visto, después de todo lo que había pasado, nadie en Lorca estaba tranquilo/a.
La vida pasó ante nuestros rostros. Y seguirá pasando cada vez que recordemos esta tragedia. Nunca se nos olvidará ese día, ni ese año, por desgracia, nunca se nos va a olvidar el terremoto de Lorca.
Marina Plasencia.
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