Rosendo

—Listo, están todos —arrojo atado al último hombre con sus compañeros.

El jefe del pueblo, Feliciano, los mira y luego voltea a verme.

El sonido de su palma estrellándose contra mi rostro hace eco. Me sujeta del cuello de mi camisa y me acerca a su rostro. 

—¿Dónde estabas?, por no estar aquí a Roberta le sacaron demasiada sangre.

No digo nada, solo aparto la mirada. La gente del exterior nos ataca por el valor de lo que corre por nuestras venas, al grado que la llaman: sangre dorada. Intentan llevarse a las personas o vaciarlas sin consideración por la vida.

—Últimamente estás muy distraído —me dice furioso y saca a mi gran amiga, la aguja con un líquido verdoso.

Me suelta y me quejo por el dolor, el líquido arde por mi interior, me empiezo a retorcer conforme invade mi cuerpo, el sudor empieza a invadir mi rostro, el calor me abraza y siento que el aire me falta. 

—Debería darte una dosis mayor —me patea—. Que te sirva de advertencia —toma más fuerza y me saca el aire.

Me quedo sufriendo en el suelo mirando como tiran a los sujetos por el abismo. Si no hubiera sido por la lluvia no hubiera logrado evitar que se fueran. Tomo el lodo entre mis manos y lo esparzo por mi piel, me ayuda a disminuir el dolor que me causa ese líquido. Trato de levantarme y veo mi reflejo en un charco, mis ojos verdes han regresado a ser cafés y con ello mis músculos empiezan a temblar, por lo que no soporto mi peso y caigo contra el suelo. Las gotas de los árboles caen sobre mí, no hay nadie que me ayude, no les importa que sufra, dicen que es mi trabajo.  

Esta vida no me gusta. Ante la necesidad de tener un vigilante en el pueblo me seleccionaron desde bebé. Mis padres están orgullosos de que resistiera los experimentos, que soy alguien que defiende la vida de los demás. Pero a mí no me gusta esto: el ser un monstruo a la vista de todos, ninguna chica quiere casarse conmigo porque temen que sus hijos tengan alguna deformidad. Son solo cuentos que esparce el jefe y el tipo que me creo para mantenerme soltero y no me desconcentre por tener una familia.

Estoy decidido, ya no quiero estar solo, ni pasar por sus maltratos cuando algo no sale como quieren. Ya he copiado las recetas de las sustancias de mi creador que me mantienen en control. Me iré a vivir mi propia vida y me aseguraré que nadie aquí pase por lo mismo que yo.

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Feliciano

—Señor, no está por ningún lado —me dice Pedro.

—¿Revisaron su casa?

—Lo intentamos, pero las plantas espinosas no nos permiten pasar, aunque las cortemos crecen rápido y nos hieren.

—Sigan buscando.

Me alejo y voy a la entrada de la cueva. El experimento se fue, pero no podrá ser feliz. Diariamente le suministraba unas gotas en su agua para ayudarlo en su autodominio.

No sé a dónde se fue, pero a dónde sea que llegue causará dolor y temor.

—Señor, encontramos a Ramón muerto en su laboratorio.

Rosendo, eres un maldito, nos quitaste al hombre que nos mantenía a salvo con sus creaciones.

—Reúne a los hombres más inteligentes, tengo algunos apuntes, tendremos que crear a un nuevo vigilante.

Esta historia ya la había publicado, pero la modificaré mucho.