Camino
Quería ser una profesional, pero la presión y el estrés me estaban agotando. Las tareas y las lagunas mentales me fueron consumiendo, seguí así por un tiempo, solo quería convencerme de que podía... estaba cerca de titularme, pero hacerlo sería algo hipócrita de mi parte. Soy dinero mal invertido. Me siento mal por mi madre, sea lo que sea, quién me educó y apoyó fue ella, mientras que papá solo dio la manutención por el acuerdo tras la separación.
Debo ahorrar y recompensar la mala inversión a mis padres en inscripciones, uniformes, útiles, juguetes, pasajes, comida y ropa. A quien le debo menos es a mi padre: un pantalón, veinte películas piratas, cinco muñecas, dos pelotas, tres inscripciones y ya, pues lo demás gastos de la casa como gas, agua y así salieron de la bolsa de mi mamá.
En sí, soy una persona algo inmadura, han pasado casi 12 años desde la separación de mis padres y los recuerdos me hacen caer en una sensación de melancolía ... no puedo perdonar, sé que eso me haría libre y podría levantarme, pero por eso tomé la decisión de cortar lazos con la familia paterna, bueno con sus medios hermanos y medias hermanas no me comunico, solo con mi abuela, pero es un tanto fastidiosa y no es por la edad, es porque siempre se hace la víctima.
Ella era consciente de las infidelidades de mi padre, las recibía y quería más que a mi madre. Lo peor es que cuando le llamo me dice que cuide a mi madre, que es una gran mujer ... ¿cree que no lo sé?, ¿qué pretende diciéndome eso? No lo sé, pero me hace enojar y estoy harta de escucharla. Por eso la visitaré por última vez junto con mi hermano, él es más maduro, no siente rencor ni nada, sólo los ve como personas que decidieron para si mismas, porque eso es lo común: no pensar en otros.
Para la peor de mis suertes mamá preparó una bolsa con cosas para la señora: cecina, cebollas, ajos, chiles secos, canela, azúcar, etc. Al preguntarle la razón me dijo que no la cuestionara, que es parte de su sanación. Para no cargar en el lomo nos dio una mochila de rueditas.
Me alegra que mi hermano y mi madre estén sanando, al grado de ya no sufrir o no darle importancia al pasado. Son un buen ejemplo a seguir, sólo que sigo aferrada a ese ayer que tanto me desgarra, hasta muchos me dicen que es algo tonto, a quien engañaron fue a mi mamá, en sí a mí no me hizo nada, sólo soy la hija, no debe ponerme mal saber que es feliz con alguien.
—Niña, es aquí —me dice una mujer sacándome de mis penas.
Como no sabía dónde bajar le pedí a esta señora que me avisara, se veía amable a diferencia de otros que llevan una cara larga.
—Gracias —le contesto y cargamos nuestras cosas.
Lo primero que hago tras bajar del autobús es respirar profundo, ya sentía el estómago revuelto. Detecto el olor de los corrales, de la comida y de lo seco que está la tierra. Mi hermano ya se ha puesto su sombrero y lentes oscuros, yo me pongo una gorra. El camino es algo largo y bajo los rayos directos del sol, por lo que será cansado, además no hay árboles en los alrededores para atajarnos o descansar.
Mi hermano usa ropa clara: camisa de manga larga azul cielo lisa y debajo una playera blanca, pantalones de mezclilla azul claro y tenis blancos, no se ve acalorado como yo que elegí pantalones de mezclilla negro, una como chamarra larga imitación mezclilla, playera de cuello y manga larga gris oscuro, tenis negros, un cubrebocas por el polvo ... ahora me arrepiento, pero es que los colores claros se ensucian rápido.
Mi hermano va volteando para ver si viene algún carro, pues aquí todavía dan ray, aunque a mí me da miedo.
—Mira, viene una camioneta —dice muy confiado y aliviado, pues ya no quiere caminar.
Al parar el vehículo la arena se levanta y nos cubre. Pero bueno.
—Súbanse atrás, los llevamos —dice el hombre de bigote negro y sombrero, a lado va un joven y una señora—. Adelante ya no caben.
—Gracias señor —le dice mi hermano y se apresura a subir.
Tras arrancar mi hermano se levanta sujetándose de los barrotes.
—Me ahoga —le da el rostro al viento y lo retira cuando no puede más y repite.
Creo que ve lo bueno del viaje, yo solo veo el inicio a un fin de semana incómodo.
Como estábamos cerca al ver la entrada del pueblo le pedí al señor que nos bajara tocando su ventana.
—Pues, bienvenidos —dice bajando su vidrio—, disculpen ¿parientes de quién son? —pregunta el señor con una gran sonrisa.
—Hijos de Jorge, nietos del difunto Sebastián —responde mi hermano, sabe que hablar con desconocidos no me gusta, menos si son hombres.
—Ya decía, con razón se parece tanto a su padre. Y su hermano supongo también, esos genes son fuertes.
Parece que el señor piensa que soy hombre, no me molesta. En realidad, no me gustan los vestidos y el maquillaje, prefiero usar ropa holgada, esconde la nula figura que tengo y los problemas de piel de mi cara. También tengo el cabello muy corto, así ahorro tiempo al bañarme.
— Disculpen —dice su mujer con un tono chocoso—. ¿De cuál de las mujeres de Jorge?
Esa pregunta nos deja congelados, no sé cuántas tuvo mi padre, es más ¿por qué tantas?, mi padre es un hombre esquelético y sínico, ¿será que a todas ellas les gusta eso? ... la mala vida. Se hace el chistosito para todo, nada lo toma en serio. Pareciera un punto a su favor porque mi mamá pensó: "no estaré triste a su lado y por ser feo será fiel", ingenuidades.
—De Victoria —le respondo, pero se me escapa un gallito.
—Bueno, que pasen bonito día. Me saludan a la pequeña Naty —contesta la mujer como feliz de mencionar ese nombre.
—Igualmente —mi hermano contesta de forma amable y la mujer hace una mueca de disgusto.
Seguimos caminando, solo debemos ir a la izquierda y caminar unas dos calles, subir y tocar en la puerta de metal verde.
—¿Crees que ese nombre sea de su otra hija? —pregunta mi hermano.
Conocer a su otra hija es algo que hemos estado evitando todos estos años. Sabemos que existe, bueno "existen" porque son más de una, pero no quiero conocerlos y quiero alejar a mi hermano de ellos para evitar problemas. "No tienen la culpa", me lo han dicho muchas veces. Sin embargo, saber que mi padre tiene otros descendientes me hace sentir que nosotros no fuimos lo suficiente para él, por eso se fue a buscar a otra mujer que le diera mejores hijos, porque no dimos lo que esperaba. De nada sirvió esperarlo hasta la madrugada para recibirlo; tampoco decirle que lo queríamos; ayudar en la preparación de su comida; levantarnos temprano para decirle: bonito día en tu trabajo; ni tenían valor nuestros dibujos ... me hizo pensar que no valía la pena lo que hacíamos, queríamos que se sintiera orgulloso de nosotros, pero nada de eso basto. Después de la separación rompimos todas las fotos con él, los dibujos igual y al pasar unos años nos pidió las fotos donde salía él y su familia, no sabe que divertido fue cortar todo y tirarlo a la basura, ¿creyó que lo conservábamos?, después de decirle que hice se ofendió.
—Espero que no, si fuera el caso nos salimos y nos regresamos a casa —le digo sin mirarlo.
Me abraza, sabe que esto es difícil para mí. Admiro que él no tenga resentimiento, aunque ha vivido cosas difíciles, en realidad, él iba en el kínder cuando vio como lloraba mamá al enterarse de la infidelidad y como papá se excusaba tan idiotamente. Sus escudos de protección se agrietaron, tuvo que crecer desde pequeño y aceptar que papá, que se supone cuida y protege a su familia, prefiere no tener responsabilidades y que no le importa los sentimientos de sus hijos.
Al principio mi padre al visitarnos intentó ganarse a mi hermano con juguetes y chatarra, pero lo mal acostumbró, al grado que cuando llegaba sin nada lloraba y como no le gustan los teatros dejó de comprarle cosas y venir menos.
—Mana, mejor la cargo para que no haga ruido —me dice tras notar el ruido que hacen las rueditas por la calle empedrada.
—No, ya sé que eres fuerte pero aún estás creciendo y pesa, mejor sigue así, ya casi llegamos.
Caminamos por unos diez minutos y llegamos a la puerta que ahora es azul, decorada con un moño negro.
—Toca tú —mi hermano me empuja y se hace para atrás.
Ya ni modo, soy la mayor.
Toco y no hay respuesta, así que tras varios intentos dejo de insistir y me alejo. Mi hermano se entretiene llenándose los tenis de arena al hacer huellas y ver cuál es mejor entre ellas. Yo me siento en la guarnición de la banqueta junto al árbol y me pongo a ver las nubes, aun me gusta buscar formas, pues revela mi estado de ánimo.
—Mana, ¿será Naty alguna tía, prima o algo?
— No, ninguna persona que naciera antes que yo, por pequeña supongo que puede ser alguna prima que no conocemos.
— Espero que no quieran que juegue con ella, me choca tener que vigilar a los pequeños, si les pasa algo es mi culpa —se queja mi hermano.
El árbol junto a la casa nos cubre del sol, sus ramas se mueven ligeramente con el seco aire. Mi hermano se trepó a medio árbol y me avienta las ramitas secas.
—Mana, la abuela se acerca.
Genial, ya empezaba a quedarme dormida.
— Hola, disculpen, olvidé que venían hoy, pero pasen.
¿Lo olvidó?, no me sorprende. Abre la puerta y pasamos al cuarto de invitados, donde está el refrigerador.
—Buenas tardes —saludo por cortesía—. No se preocupe, lo importante es que ya estamos aquí. Meteré esto al refrigerador.
—No se hubieran molestado, habrá una fiesta esta noche así que me darán un poco de comida. De hecho, no les daré de comer, si quieren tomen agua y vayan esta noche a la fiesta que darán. Sólo sigan la música. Yo me tengo que ir, estoy ayudando a preparar la comida, nos vemos en la noche —dice a la vez que se va.
—Pues hay que esperar, que bueno que traigo galletas de animalitos —dice mi hermano sacando un paquete de 500 gramos y sentándose en una silla.
Miro el cuarto, es algo diferente, de hecho, hay varias cosas. Me acerco a la mesa de fotografías, está la foto de mi abuelo Sebastián, siempre me sorprendió que, aunque era grande siempre estuviera con buena postura y un rostro firme. Sus ojos verdes creo eran lo más impactante de él, no lo recuerdo mucho, pero para mí que el tono cambiaba cuando estaba enojado a furioso. En sí no recuerdo que sonriera o estuviera de buenas. En sí era un hombre violento y mujeriego, trataba mal a mi abuela porque decía que él no era su hijo.
Sigo mirando y veo una foto: mi padre tomando por la cintura a una mujer y cargando a una niña. Los rostros parecen muy felices, parece ser un evento de la escuela. La niña tiene un rostro semejante al mío, me recuerda a cuando era así: ingenua.
Dejo la foto, las lágrimas quieren invadirme.
Noto que hay juguetes tirados y percibo un perfume femenino.
Una mujer entra, toma una bolsa de una cama y al notarnos se queda parada.
—Buenas tardes, basuritas —me dice con una sonrisa retorcida.
Me quedo paralizada, un nudo en la garganta se forma y no me deja responder a la concubina de mi padre.
No la esperaba aquí.
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