
13. El infierno
Llevaba dos días yendo a ver a Rafael a diario, no solíamos estar solos, siempre estaba alguien con nosotros, o Lina o Taís, pero era sábado y entre todos convencimos a Taís de que saliera con Rodri a divertirse. También irían Paty y Lucas, y luego las chicas quedarían a dormir en casa de esta. Lina tenía una presentación esa noche así que finalmente me ofrecí a quedarme en el hospital aquella noche.
Ciertamente podría resultar incómodo, hasta ese momento —y salvo ese primer— día no habíamos hablado casi nada, además nunca me ofrecía para estas cosas porque no quería molestar ni que se creara un ambiente extraño. De hecho, la que pasaba las noches con él era Taís, pero esta vuelta las cosas solo se dieron.
—Le dejo su cena, señor —dice la enfermera dejando una bandeja en la mesa y retirándose. Estábamos viendo una película por televisión, sin hablar más que para comentarla, desde que Taís y Paty salieron rumbo a la fiesta.
—¿Me puedes ayudar? —pregunta mientras presiona el botón de su cama para quedar sentado.
Sin decir palabra me acerco a él y muevo la mesa con ruedas posicionando la parte libre sobre la cama. Le toca carne con arroz y un vaso de jugo de durazno. Hay gelatina de postre y una pequeña ensalada en un pote trasparente.
—Parece que no es tan mala la comida de aquí —digo y él sonríe.
—Sabe peor de lo que se ve —bromea y entonces me doy cuenta de que él no puede cortar la carne.
—¿Quieres que te la prepare? —pregunto y él asiente. Tomo en mis manos los cubiertos y corto la carne en pequeños pedazos. Cuando termino le paso el tenedor para que pueda comer. Su mano derecha la maneja muy bien.
—Eres muy amable. Quien iba a pensar que luego de tantos años nos encontraríamos y me tendrías que cortar la carne en trozos. Hubiera esperado que eso sucediera cuando estuviésemos casados, viejos y achacosos —bromea.
—Entonces ya no tendrías dientes para masticarla —continúo y sonríe. La comodidad invadiéndonos de nuevo.
Me siento en mi sitio y vuelvo mi atención a la película. Entonces él se dispone a comer mientras también la observa. Cuando las letras empiezan a ascender, él apaga el aparato. No puede abusar con eso pues le da dolor de cabeza.
—¿Crees que recuperaré la movilidad de mis manos y dedos? —dice mirando su mano izquierda.
—Creo que lo harás —sonrío—. Has mejorado bastante y recién empiezas el tratamiento.
—Tengo que intentar abrirla y cerrarla, sujetar esa pelota suave que está allá —dice mostrándomela y yo asiento.
Termina de comer y retiro la mesa poniéndola a un costado en espera de que la enfermera vuelva a recoger la bandeja. Camino hacia la mesita de noche donde está la pequeña pelotita suave y de goma y se la pongo en su mano izquierda.
—¿A ver? —sonrío animándolo y él me devuelve la sonrisa. Su mirada es fresca y jovial, tal como la recordaba en mis sueños.
Abre y cierra con mucho esfuerzo sus dedos envolviendo la pelotita. Ambos miramos sus manos y no puedo evitar pensar en cuanto extraño sus caricias. Nadie ha tocado mi cuerpo con tanto amor y respeto. Rafa deja su mano encerrando la pelotita y yo sin contenerme ni pensarlo, envuelvo mis dos manos alrededor de la suya. Él me observa.
Parece un gesto tan común, solíamos andar de la mano incluso antes de ser novios. Y en ese momento aunque me siento cómoda sé que es algo raro y a lo que ya no tengo derecho.
—Disculpa —digo alejando mis manos.
—Déjalas ahí —sonríe—. Creo que los impulsos eléctricos de tus manos en la mía le devolverán la movilidad. —Asiento y la vuelvo a envolver. Siento mi piel tocando su piel y el calor de nuestros cuerpos todo concentrado en ese único punto donde se unen en ese momento. Muevo mis manos acariciando la suya, cierro los ojos y suspiro.
—Te pondrás bien... lo sé... —Quiero decirle que lo extraño, que lo he extrañado... quiero pedirle perdón, pero esa palabra no es suficiente.
—Así que dormiremos juntos esta noche —bromea para alivianar la tensión que se ha creado en el ambiente pero no separamos nuestras manos.
—Tú en tu cama y yo en el sofá —agrego mirándolo.
—¿Te acuerdas la primera vez que dormimos juntos? Hablo de dormir...
—Claro... dormir en tus brazos, mi lugar favorito —susurro sin pensarlo.
—Ven aquí —dice abriendo su brazo derecho para que me coloque a su lado.
—¿Estás loco? —pregunto y él asiente.
—Sí y lo sabes, hay cosas que nunca cambian —bromea insistiéndome con la mirada para que me acerque a él.
Entonces suelto su mano izquierda y me levanto para bordear la cama y llegar al otro lado. Me siento en la orilla y me acuesto, lentamente recuesto mi cabeza en su hombro. Nos quedamos en silencio. Puedo sentirlo suspirar.
Las lágrimas se atoran en mi garganta y ya no puedo contenerlas. Lloro, al principio en silencio y luego empiezo a tener pequeños espasmos.
—Shh... no llores —dice Rafa y besa mi frente.
—Tú deberías odiarme —murmuro entre sollozos.
—Lo he hecho por demasiado tiempo —agrega y eso duele—. Y he descubierto que odiar es una pérdida de tiempo. Solo me hice daño a mí mismo —añade.
—Perdón, Rafa...
—No hablemos ahora, Caro... no aun. Solo quiero estar así un rato más... como si... —Hace silencio y yo continúo.
—Como si los años no hubieran pasado...
—Así mismo... —añade y hacemos silencio.
Cerca de las tres de la mañana despierto en el mismo sitio. A pesar de estar incómoda me siento en paz. Me levanto despacio y me acerco al sofá, coloco las mantas y me acuesto en él. Una luz tenue ilumina sus facciones, duerme tranquilo. Saco mi libro para leerlo ya que no logro conciliar el sueño de nuevo, y me pierdo en mis recuerdos.
Mi padre me estiró del brazo, me levantó de la cama en la que estaba desnuda y me zarandeó de un lado a otro. Lo golpeó a Rafa dejándolo sin aliento y me llevó a rastras hasta el auto. Él intentaba defenderme pero yo solo quería que huyera, mi padre era capaz de matarlo si lo desafiaba.
Durante todo el camino de regreso solo repitió una frase, una y otra vez: «Eres una maldita puta, igual de zorra que tu madre... terminarás igual que ella». Siseaba aquello entre sus labios fruncidos por el enojo mientras manejaba a una velocidad exorbitante. Yo miraba por la ventanilla y lloraba en silencio, esperando que la suerte estuviera de mi lado y chocáramos, así todo acababa. Me imaginé mil situaciones de accidentes que podíamos vivir ese día, me lamentaba por morir sin despedirme de Rafa, pero era lo mejor... él no merecía alguien como yo a su lado.
Al llegar a casa papá me sacó del auto estirándome del cabello, entramos y me arrojó al sofá ordenándome que no me moviera. Luego de despedir al personal de la casa que aún estaba trabajando, ingresó sacándose el cinturón.
Me golpeó de la forma más brutal, como nunca antes. Empezó pegándome en las piernas, lo hizo una y otra vez hasta que empezaron a sangrar, luego me pegó en la espalda, la hebilla de su cinturón ingresó en mi piel dejándome nuevas cicatrices como la que acababa de cubrir con el tatuaje. Me golpeó en los brazos, y en el pecho... me dio cachetadas y estiró de mi cabello sacando enormes mechones rubios en sus manos... Incluso me dio un fuerte golpe en mi zona íntima, gritando que la próxima vez que estuviera con alguien recordara ese golpe. No quiero repetir los términos que utilizó para decirme aquello, porque la palabra «soez» quedaría corta.
Luego me obligó a bañarme y a acostarme. Me dijo que estaba castigada y que no me dejaría volver a salir de la casa en mucho tiempo. Claro, eso también era porque no quería que nadie supiera de sus golpes, y me había dejado magullada por completo.
Me sumergí en la oscuridad de mi cuarto y todos los demonios empezaron a salir. Mi cuerpo estaba lleno de manchas moradas y de heridas sangrantes. Los demonios salían de debajo de mi cama, del armario, del baño... de mi cabeza y de mi alma. Las palabras de mi padre se repetían en mi cabeza una y otra vez: «Zorra», «puta», «terminarás como tu madre». Entonces la imagen de mi madre colgada como un péndulo inerte y morado sobre mi cama aparecía en mi imaginación, ella reía y se burlaba diciéndome: «Gorda asquerosa». Me tapaba con la manta hasta la cabeza para acallar aquellos pensamientos oscuros que se apoderaban de mi mente y entonces oía a Gael: «Volverás a mí».
Esos fueron mis días y mis noches, hasta que papá dejó a Gael entrar a visitarme. Él me abrazó y me dejó llorar en sus brazos, me besó en la frente y luego de que me calmara me contó que mi padre le había contado lo sucedido. Me dijo que era mejor así, que las cosas con Rafa no tenían futuro, que mi familia nunca lo aceptaría y que Rafa simplemente no era un chico para mí. Odié a Gael por decirme aquello pero me sentía de alguna forma una niña protegida en sus brazos. Gael se fue sin que yo supiera aun que era él quien había contado mi secreto, era tan ingenua y confiaba tanto en él, que ni siquiera había sospechado de él.
No comía nada y si lo hacía apenas me miraba al espejo vomitaba de nuevo. Me odiaba, me odiaba por no poder ser una chica normal, por no poder llamar a Rafa para que me buscara y nos fugáramos juntos. Él no se merecía eso, no podría hacerlo, tenía una familia que adoraba y que necesitaba de él... Yo no podía cargarle con mis problemas...
No le escribía y me pasaba las noches releyendo nuestras conversaciones, nuestros besos, sus palabras, nuestras caricias, nuestros momentos. Me pasaba las noches deseando abrazarlo, deseando pedirle disculpas por esto que estaba sucediendo. Él estaría tan preocupado y yo no podía hacer nada, mi padre lo mataría... me lo había dejado bien en claro.
«Si no te alejas de ese mocoso, lo mataré. Sabes que lo haré, ¿cierto?».
No lo podía asegurar, pero si era capaz de golpear así a su propia hija... ¿acaso podría dudarlo?
A medida que los días pasaban los demonios iban ganando en mi cabeza y ya no quedaba nada de la luz que Rafa había encendido en mí ser... No quería seguir existiendo... no quería seguir viviendo... pensé en mi madre y en eso que ella había hecho. Consideré miles de formas de suicidarme, había visto la horrorosa expresión de sufrimiento en la cara de mamá por la muerte por asfixia, así que esa no era una opción. Tampoco pegarme un tiro porque no sabía dónde papá escondía el arma... Cortarme hasta desangrarme me parecía lento y doloroso... Así que solo quedaban las pastillas... ¿pero cuáles? ¿De dónde las conseguiría?
Lo deduje enseguida.
Fingí sentirme mejor y le prometí a papá que jamás volvería a ver a Rafa, incluso mentí hablando mal de él a mi padre, diciéndole que no me había dado cuenta lo patán que era. Les mentí a todos una vez más, Alelí pensaba que yo estaba mejor, Gael creía que había vuelto a él, mis tíos estaban contentos de volver a recibirme en su casa cuando finalmente mi padre redujo el castigo y me dejó ir hasta la casa de ellos.
Entonces lo planeé muy bien, ese día robaría las pastillas de la tía. Luego iría a casa y por la noche, cuando papá ya dormía, las tomaría. Así a la mañana siguiente, ya no despertaría. Todo estaba demasiado claro para mí.
Pero ese día también pasaron otras cosas. Escuché a Gael hablando con Alelí admitiendo que él le había dicho a mi padre de nuestro paradero. Alelí le cuestionaba el porqué lo había hecho si sabía que mi padre me lastimaría de la forma en que lo hizo. Gael le decía que era mejor el castigo físico que tener que verme con ese «idiota». Alelí le respondía que estaba loco y que su cariño por mí no era normal, le decía que la estaba asustando.
Esa misma tarde también escuché a mi tío preguntarle a su ama de llaves si el chico que había venido a preguntar por mí hacía unos días, había vuelto. Me pregunté si acaso Rafa habría venido allí, pero preferí ignorar esa información. Salí de casa de mis tíos y fui a la mía. Papá aun no llegaba, así que me dispuse a preparar las cartas de despedida. Le escribiría una a Alelí, una a Gael, una a papá, una a mis tíos y por supuesto, una a Rafael.
Estuve horas escribiéndolas y dejé la última para Rafa. Pero entonces me llamaron porque alguien venía a verme. Un amigo de Gael, dijeron... pero no era así... era él... Rafael.
Me pareció tan surreal, una vez más mi ángel, mi hermoso ángel guardián me venía a salvar de mi propio infierno...
Pero no, ya era tarde para eso, no podría salvarme, no había salidas para nosotros, y yo no lo quería arrastrar conmigo al infierno. Quería que él fuera libre y feliz, que brillara con esa luz, que fuera el ángel de alguien más, alguien que de verdad lo mereciera... no yo...
Lo cierro y me acerco de nuevo a él. Lo observo dormir perdido en un mundo de sueños. Contemplo su piel, sus cejas, sus pestañas. Observo los labios que saboreé tantas veces. Paso mi mano con suavidad por sus cabellos rozándolos apenas y pienso.
«Quizás fui muy egoísta en ese momento, quise acabar con mi vida pensando en que todos estarían mejor sin mí. Pensé que te ahorraría muchos problemas, y que con mi padre encima de nosotros, estar juntos sería una pesadilla. Tú no merecías pasar por todo aquello y yo no sabía cómo salir de ese infierno en que vivía. No pude entender en aquel momento que ya te había arrastrado conmigo».
Me acuesto de nuevo en mi sitio e intento volvera dormirme.
¿Qué tal? ¿Les está gustando?
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