Regresando al juego
¡Hola! Primero que nada, felices pascuas... espero hayan conmemorado el día comiendo mucho chocolate ;) Bueeeeno, veo que el capítulo anterior despertó emociones variadas así que yo sólo digo que tenemos que intentar ver todo esto de ambas caras. Si bien corremos con ventaja para ponernos en el lugar de Blue, recuerden que todo lo vemos sólo a través de sus ojos. En fin, espero les guste el cap ^^
Capítulo XXVII:
Regresando al juego
—Espero que estés listo para esto… —Haciendo una pequeña pausa para crear suspenso, giré mis cartas mostrando mi mano con orgullo—. Flor corrida, supera eso.
Sonreí reconociendo mi inminente victoria, para luego echar una mirada tanto a la izquierda como a la derecha y estirarme discretamente a lo largo de mi maleta para voltear el otro grupo de cartas.
—Qué hijo de puta —mascullé frunciendo el ceño—. ¿Cómo es posible que esta sea la quinta vez que ganas? —Amontoné las cartas de mi lado con un leve bufido, tratando de pensar el momento en que Arthur logró juntar esa flor imperial que había pateado el trasero de mi juego. Era imposible que alguien sin manos para sostener las cartas estuviese haciéndome ver tan mal, ¿acaso no iba a tener algo de compasión por mí?—. Sabes, Arthur, es de poco hombre humillar a una dama en mis condiciones.
Comencé a mezclar las cartas, esperando que tarde o temprano la suerte comenzara a sonreírme. Había oído, como supongo todos también lo han hecho, ese dicho que va sobre “desafortunado en el amor, afortunado en el juego” o alguna mierda por el estilo. Pero, o bien el dicho no aplicaba para enfrentamientos con amigos imaginarios, o bien debo probar mi supuesta fortuna en la ruleta. No que me sintiera tan optimista como para llevarlo tan lejos.
En fin… no crean que repentinamente estaba bien con todo lo que había ocurrido y no tenía mejor cosa que hacer que jugar al póker con Arthur. Es decir, sé que soy algo inhumana a veces, pero también tengo mi corazón ¿saben? Y para todo fin explicativo puedo decirles que estaba hecho trizas, mierdas, pedazos, desecho… ustedes escojan, cualquier apelativo sería aplicable en ese momento. Y es que sin dudas estaba todo eso y más, pero ¿y qué? ¿Acaso podía despotricar y llorar como estúpida en un aeropuerto por horas? No es que no pudiera, dicho sea de paso, pero ese no era mi estilo para sufrir. Siempre que no encontrara un elemento afilado para decorarme la piel, estaba segura de no correr riesgos de llevar mi sufrimiento por viejos parajes. ¡No lo iba a hacer! Sé que me creen idiota en muchas ocasiones, pero ¿cortarme por un hombre? No, eso ya era perderme el amor propio. Así que preferí sortear—es decir en el sentido de evadir, no de poner a rifa—mi malestar, apretándome contra un vidrio cerca de las puertas de embarque, con mi maleta delante de mis piernas dobladas, mi baraja de cartas y Arthur frente a mí. Entre todos, estábamos logrando salir del pozo de la miseria y comenzar a ver la realidad como lo que era: un aeropuerto del cual tendría que salir a como de lugar. Estaba en un país extranjero, tenía un pasaje de avión que no me alcanzaría para cubrir un viaje a casa y tenía como media docena de recuerdos que le sumaban kilos a mi equipaje. Recuerdos en el sentido más literal de la palabra, no mentales (aunque de esos tampoco me faltaban).
Esto era una basura de proporciones épicas, pero a la mierda la llantina de antes, yo iba a salir de allí como que me llamaba Marín Lance.
Justo cuando comenzaba a repartir las cartas para patear el culo de Arthur y finalmente ponerme en marcha con un plan de acción —simplemente no me sentía capaz de empezar hasta cambiar mi suerte en el juego, que sepan—, el sonido de un móvil proveniente de algún lugar cerca de mí, me abstrajo por completo. Miré a los lados, pasando mis ojos por las pocas personas que aún estaban diseminadas por la terminal esperando. Ninguno hizo amague de coger la llamada y el móvil continuó sonando, y sonando, y sonando, hasta que en un instante los ojos de una mujer que dormitaba a unos metros de distancia, se clavaron en mí demandantes. Me encogí de hombros con sutileza, como para dejarle claro a la mujer con ese simple gesto que yo no era la dueña del móvil que sonaba, dado que el mío había perecido en la isla Margarita. Si ella fue capaz de leer mi larga justificación en mi expresión, no pareció importarle mucho, porque continuó mirándome de un modo que comenzó a incomodarme. «Venga, señora, estoy sola y necesitada, pero no es para tanto»
Bajé la vista hacia mi maleta, donde tres cartas todavía esperaban a sus compañeras para completar el juego y luego miré, sin mirar por supuesto, a Arthur de modo interrogante. Él estaba tan desesperado como yo por salir de ese jodido aeropuerto, aunque tampoco había salido con ninguna buena idea hasta el momento, pero quería saber su opinión sobre el tema de la señora. Si la dejaba llegar a segunda base conmigo, ¿me dejaría comprar un pasaje con su tarjeta?
Estaba pensando la mejor manera de dejarle caer esa línea de modo casual, cuando el móvil fantasma se silenció y la mujer que me había estado observando fijamente, se acomodó sobre sus bolsos para intentar atrapar el sueño una vez más. Bueno, hasta allí llegó mi intento de seducción. No había pasado ni medio minuto cuando la misma música molesta comenzó a tronar de nuevo, logrando que en esa ocasión al menos cinco pares de ojos irritados se centraran en mi persona. Solté un bramido por lo bajo, jalando mi bolso de mano de unas de sus tiras para apretarlo contra mi pecho. Estaba empezando a no gustarme la hostilidad en la mirada del resto de los durmientes, ya no tan dormidos. Esto ya no podía pasarse como un simple insano interés hacia mi persona, esto era pura y exclusivamente rechazo. Y fue entonces cuando lo sentí, atrapándome a mitad de un serio pensamiento, la vibración de algo justo encima de mi teta izquierda (pero los sensibles pueden llamarlo “seno izquierdo”).
Fruncí el ceño, colocando mi bolso sobre mi regazo y metí la mano siguiendo el sutil movimiento en su interior. La música se intensificó conforme arrastraba de las oscuras profundidades de mi bolso un móvil. Pero no mío. Apreté el botón verde para silenciarlo y pude jurar que automáticamente sentí el suspiro masivo de mis compañeros de espera. Vaya que eran delicados.
—¿Hola? —Coloqué el móvil junto a mi oído, volviendo la espalda hacia la mujer gruñona que había instigado el movimiento de miradas desdeñosas hacia mí. Ella sin duda no obtendría ni un bocado de este bello manjar, había perdido su oportunidad conmigo. Y quise dejárselo bien en claro.
—¿Marín?
Mi respiración se atoró en algún lugar camino a mi boca, mientras hacía un gran esfuerzo para no volver a llorar ante el susurro de su voz. Dios, ¿cuán patética iba a ser ese día? ¡Por favor! Estaba comenzando a asquearme de mí misma.
—¡¿Marc?! —prácticamente grité su nombre. Y supe, sin necesidad de voltearme, que nuevamente estaba siendo blanco de las miradas malhumoradas. Bueno, qué les den a ellos y a todos los presentes en ese jodido aeropuerto, Marc lo valía—. ¿Marc? —repetí, al no obtener respuesta a mi demasiado efusivo saludo.
—¿Me escuchas, Mar?
—¡Sí! —¿Por qué estaba gritando? Joder, ¿por qué estaba temblando?—. Oh, Marc, no sabes cuánto me alegro de oírte.
—Ya, nena, yo también me alegro de oírte. —Había una cierta nota de pesar en su timbre, pero me negué a sentir eso como compasión dirigida hacia mi persona. No estaba segura de cómo, pero sabía que él lo sabía y discutir ese asunto, simplemente iba más allá de lo que podía hacer en ese instante—. Escúchame, Marín, quiero que hagas algo por mí…
—Cameron no… —comencé, sintiendo mi voz algo más insegura de lo que me había esperado. Es decir, después de estar tres horas sentada jugando con Arthur, había contado con que pudiese hablar sin sentir mi garganta rasposa y el latido de mi corazón acelerarse.
—No, no, escúchame. Esto es sobre ti, ¿de acuerdo? —Sonaba tan seguro, tan autoritario, que no fui capaz de contradecirlo. Este era el Marc bombero, el Marc que sabía controlar las situaciones sin importar qué tan afín fuera o no a la causa—. Vas a buscar un cajero automático, vas a utilizar tu tarjeta y sacar de tu cuenta corriente el dinero que deposité allí para ti. Luego quiero que saques un pasaje para volver a casa, me llamarás cuando lo tengas y me dirás los detalles de tu vuelo y cuándo llegas. Te estaré esperando en el aeropuerto, ¿me has entendido?
—¿Marc? —Él soltó un suspiro que prácticamente pareció atravesar la línea hasta golpear justo en mi estómago. Sabía que lo sabía, pero esto era más que sólo saberlo. Cameron lo había enviado a socorrerme, incluso el hecho de que tuviese yo su móvil y no él, debía de significar algo—. ¿Él te dijo que me dieras dinero? —Marc no respondió, no que lo necesitara de todos modos—. ¿Dónde está? Marc, él no tiene tarjetas, ni dinero en efectivo… ¿cómo va a hacer?
—Escúchame, cariño, no te preocupes por él ¿si? —Me tragué mi frustración al notar que Marc se oía ligeramente molesto, pero al mismo tiempo me sentía incapaz de no preocuparme por él incluso ante la demanda de mi amigo. Es decir, más allá de la discusión y el que me hubiese abandonado, no podía sólo desentenderme sin más—. Haz lo que te pido, toma el dinero, saca el pasaje y vuela hasta aquí.
—Pero…
—Marín, en este momento sólo me importa que llegues segura a casa. Colabora conmigo.
Asentí, limpiándome una lágrima que insistía en tomar parte en esa escena.
—Ok… —musité, dándole una fuerza que no sentía a mi voz—. ¿Marc?
—Dime.
—¿Puedes quedarte un momento más hablando conmigo?
Oí una pequeña y familiar risa proveniente del otro lado, y sin saber cómo, me sentí más cerca de casa que nunca.
—Todo el tiempo que quieras, cariño.
***
Por extraño que parezca, todo comenzó a encajar en su lugar luego de esa llamada. Bueno, al menos en lo referente a mi posición en el mundo, porque mi posición en la vida seguía siendo un jodido enigma, pero al menos ya sabía dónde no tenía que estar. Por ejemplo, no tenía que estar en Cusco; eso ya estaba bastante claro para mí. Y tras un largo, larguísimo viaje, con dos escalas, varias tazas de café y alrededor de tres horas de sueño, había llegado. A mi lugar en el mundo.
Bueno, ni tanto, pero quería ponerle un poco de sentido profundo a toda la mierda esa de moverme de un lado a otro como una boya atrapada por una correntada. Llámenme loca, pero necesitaba de algún modo sentir que estaba yendo en la dirección adecuada. Sólo una vez me había sentido así de desconectada, así de superflua… como si necesitara amarrarme de algo solido para sentir que no estaba ocupando un espacio que no estaba diseñado para mí. Y estaba tan molesta con Cameron por hacerme esto, por hacerme sentir desdeñada como cuando papá murió. Era como si todo se repitiera de nuevo, ahora volvía a sentirme como aquella muchacha que había perdido toda conexión con lo humano. Mirando sin ser vista, tocando sin ser sentida, gritando sin ser oída.
Se sentía como si de algún modo, hubiese dejado de pertenecer. Cuando parece que todo el universo conspira para empujarte lejos, pertenecer a alguien te otorga cierto sentido de arraigo. No lo sé, pero había comenzado a sentir que con Cameron cerca finalmente estaba aprendiendo a sostenerme. Tal vez me equivoqué, tal vez vi esa relación del modo incorrecto, tal vez no debía pertenecer a nadie más que a mí misma.
—¿Marín?
Alcé el rostro de la línea de baldosas que me había obligado a seguir —para ir al mismo ritmo que el resto de los pasajeros que bajaban del avión—, haciendo que mis ojos se trabaran con los suyos incluso en medio de un tumulto para nada despreciable. Marc me sonrió a unos cuantos metros de distancia, pero no importó en lo absoluto, esa jodida sonrisa podría iluminar el maldito aeropuerto si se lo proponía. Corrí hacia él chocando algunas personas e importándome un cuerno por estar luciendo como una protagonista de alguna mala telenovela, yo tenía que llegar a él. Y en cuanto me detuve a dos escasos pasos, Marc me atrapó entre sus brazos apretándome tan fuerte que creí que llegaría a romperme. Repentinamente sentí que había llegado a algún punto de no retorno.
—Marc… —No me importó que mi voz saliera medio llorosa, quería que él supiera lo mucho que estaba necesitando ese abrazo—. Dios, maldito seas, te eché de menos.
—Ni la mitad de lo que yo te eché de menos, nena. —Me apartó tomándome de las mejillas para darme una rápida inspección con sus cálidos ojos castaños—. Te ves hermosa, ¿sabes?
Sacudí la cabeza, sabiendo que eso era una mentira de grandes dimensiones. Luego de llorar, viajar, no dormir, llorar en silencio en el baño, viajar un poco más y discutir con Arthur, hermosa era el término que más lejos estaba de mí.
—No tanto como tú, ¿qué mierda comes para estar así de bueno?
Él soltó una carcajada, apretándome nuevamente entre sus brazos. Se sentía tan bien eso, volver a tener mi cabeza sobre su escudo de bomberos, como si nada hubiese cambiado en todo ese tiempo. Aunque ambos sabíamos que mucho había cambiado.
—Es genético, Marín, mi abuelo era un tipo bien parecido, mi padre era un tipo bien parecido… ¿sabes lo que eso significa?
—¿Que el gen atractivo se saltó una generación? —aventuré, soltando una risa cuando él puso los ojos en blanco.
—Que mis hijos serán jodidamente guapos —me corrigió, a tiempo que arrastraba mi maleta lejos de mis manos y comenzaba a caminar en dirección a la salida—. Quizás quieras tomar nota de eso.
—No, gracias, no creo que pueda lidiar con tanta belleza diariamente. —Marc cruzó un brazo por sobre mis hombros, deslizando su mano suavemente por los músculos agarrotados de mi cuello.
—Anda pues, pero luego no digas que no te advertí sobre esto. Soy mercancía de buena calidad. —Sacudí la cabeza, mirándolo de soslayo mientras mi pequeña sonrisa se disolvía en mis labios. Él giró el rostro al cabo de un segundo, tal vez sintiendo la presión de mi escrutinio y lentamente se inclinó dejando caer su frente contra la mía—. Voy a llevarte a casa, Marín y vas a estar bien.
Inexplicablemente esa simple aseveración hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas que apenas pude contener y Marc se detuvo por completo, dándome un imperceptible beso donde antes había estado su frente.
—No siento que vaya estar bien.
—Tonterías.
—Duele —admití, dejando que todo el aire escapara de mis pulmones con esa única palabra—. Duele mucho…
—Lo sé, cariño. —Deslizó su áspera mano por debajo de mis ojos, llevándose los vestigios de mi llanto con un gesto algo tosco, molesto incluso. Tuve la vaga idea de que Marc no sabía todo lo que había ocurrido y le estaba costando no preguntar al respecto—. Dime si puedo hacer algo por ti.
—Ya hiciste más que suficiente, Marc.
El resto del camino hacia su camioneta lo hicimos en silencio, e incluso por largo rato me dediqué a observar por la ventana, viendo como dejábamos atrás la ciudad de Minneapolis y rápidamente nos dirigíamos hacia Milaca. Mi infierno, me recordé con cierto toque de ironía. Era muy probable que no fuera el lugar en sí después de todo, era muy probable que el infierno lo cargara yo misma sobre mi espalda o en mi interior, ¿quién sabe? Era muy probable que Cameron estuviese en lo cierto en algo, era muy probable que yo sólo intentara escapar de esto, siempre quise escapar de aquí ¿no? Pensaba que entonces encontraría un propósito, mi razón de ser o qué sé yo. Pero eso no había ocurrido, en mis años como chica independiente en St. Louis no había logrado absolutamente nada. Medio aparentaba tener una amiga, medio aparentaba tener un trabajo y cuando era necesario, medio aparentaba ser capaz de conquistar a un hombre para esquivar la soledad. Y esos habían sido mis logros más notables, no fue hasta que recibí el aviso de mi madre, no fue hasta que sentí que mi lugar de pertenencia se veía amenazado, que comencé a tomar las riendas de las cosas. Al final de cuentas, parecía que siempre volvía al mismo punto, como si con cada cosa que me trajera de regreso a Milaca, se me presentara simbólicamente una oportunidad de un nuevo comienzo.
Y este iba a ser el mío, esta vez iba a tomar las decisiones correctas y cuando saliera de allí, no estaría escapando de nada. Por una maldita vez en mi vida, incluso con malas cartas, haría que el juego se volteara en mi favor.
Fin.
¡Vamos! Es una broma, necesito que mi humor comience a mejorar de algún modo y molestarlos jamás pasa de moda, ¿a poco no les gusta tener a la Marín de siempre de regreso en casa?
__________________
Fue idea de Marín eso del "fin" no mía, eh xDD Este cap. digamos que es para acomodar las cosas. A partir de ahora nos metemos en el último tramo de la historia. :D
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro