Más que palabras
Bueno, dado que este es el último capítulo es más largo que todos los usuales. La verdad es que está dividido como en dos partes y Marín le puso pequeños títulos para esto. Léanlo con calma y bueno... espero les guste, después de esto queda una pequeña parte más que sería un epílogo. Saludos, realmente espero no decepcionar a nadie xD
Capítulo XXX:
Más que palabras
Pues, tras pensar una y mil formas de contar esto sin parecer que estoy perdiendo mi don para la redacción creativa —como si en algún momento lo haya tenido, ¿no?—, he decidido hacerlo del siguiente modo: una carrera de cien metros con obstáculos. Estoy segura de que en algún momento de sus vidas han visto alguna y que la imagen la tienen presente en sus cabezas. Ahora bien... ¿largamos?
Primeros cincuenta metros de la pista
Leí la "carta" de Paige unas veinte veces, tratando de comprender el significado más allá de la ira que nublaba mi entendimiento. Es decir, había vendido la casa, ella ¡había vendido mi jodida casa! ¡La mía! Disculpen la repetición, pero ¿se comprende que es algo mío? O mejor dicho, que lo era.
—Perra —mascullé por quinta o sexta vez.
Un observador imparcial miraría todo en su conjunto y creería, algo estúpidamente si me permiten decirlo, que Paige había tenido un detalle agradable. Agradable, no sumamente bueno o amoroso, sólo agradable. Pero yo lo sabía mejor, aquí no había ni un solo indicio de un afectuoso gesto para su hija, este era pura y llanamente, su modo de demostrar que tenía la razón. No lo hacía porque quisiera evidenciar su cariño hacia mí, lo hacía porque creía que era su deber sacarme de mi error. Y quizá, quizá, podría tener algo de razón, pero eso no le daba motivos para vender mi casa y mucho menos tratarme de estúpida de no actuar como ella lo deseaba.
El punto más molesto de todo, era que si me ponía en tozuda y no acataba el "consejo" de Paige, al final de cuentas estaría aceptando que eso era todo. Estaría aceptando que no haría nuevamente el sacrificio de ir a buscarlo; porque la primera vez él pudo necesitar mi confirmación para seguir intentándolo, pero hacerlo por segunda vez sería admitir que tanto Cameron como Paige están en lo correcto. Y, no, no puedo admitir eso. Por supuesto que concibo mi parte de culpa, o al menos eso creo. ¿Pero perseguirlo hasta Argentina para hacérselo saber? ¿Por qué? ¿Acaso no le tocaba a él hacer algo por nosotros?
«Detente, Marín»
Por un muy espeluznante segundo, pensé oír una voz en mi cabeza demandándome parar. Y por muy extraño que pueda sonar, hasta creo que se escuchó como la voz de mi padre. Aunque todos sabemos que es imposible y esta no sería la primera vez que imagino escucharlo. Necesitaba tanto un consejo real, no la muestra patética de maternidad de Paige, quería un consejo de alguien que me quisiera y supiera decirme qué era lo mejor para mí. ¿Debía seguir a Cameron otra vez? ¿Era eso lo que la voz de mi conciencia quería advertirme? ¿O sólo tenía que juntar mis cosas y marcharme a St. Louis?
—Ayúdame aquí, Arthur, necesito que me digas qué hacer.
Arthur era un campeón en eso de expresarse sin palabras. Él siempre estuvo a favor de Cameron, eso era un hecho irrefutable y sabía que tal vez nunca habría existido Arthur de haber ido con Cameron la primera vez. Es decir, aquella primera vez en mi cocina, donde todo se fue al diablo y mi mente se jodió. No que antes hubiese estado tan sana, tampoco desvirtuemos esto.
—¿Entonces voy a Argentina? —le pregunté, esperando en vano una señal o algo que me indicara qué decisión tomar. ¿Y si iba hasta allí sólo para descubrir que él ya me había superado? ¿Y si en realidad ya habíamos obtenido lo que cada uno necesitaba del otro?
No puedo negar que su presencia en mi vida fue más positiva que la de muchas personas con las que me crucé. Cameron había sido paciente, atento, amable, gracioso, empático, sexy hasta rabiar y me había amado. Porque no cabían dudas de que así fue y quizá aún así lo fuera, pero también se había equivocado. Y con eso había roto algo tan difícil de reparar, algo que se ubicaba tan dentro de mí que aún no conseguía encontrarlo y decirle que ya estaba bien, que sufrir por lo mismo una y otra vez no nos reportaría resultado, que podíamos aprender a aceptar a otros de nuevo, que ya dejara de tener miedo. Y aunque mi mente racional sabía esto, esa partecita de mí seguía sacudiendo la cabeza y pidiéndome que fuéramos en otra dirección, lo más lejos de Argentina posible.
—No puedo hacer esto.
Me incorporé de un salto del sofá de Marc y fui a buscar papel y una lapicera. No podía marcharme sin una despedida adecuada, le había prometido pasar por la estación para dar los últimos adioses, pero en ese instante me veía incapaz de hacerlo.
Dejé la nota pegada en la esquina del televisor, junté mis dos bolsos que ya había hecho con antelación y cargué mis pertenencias en mi carro. La duda me asaltó sólo un segundo, antes de que pusiera el auto en marcha y acelerara como si se me fuera la vida en ello. Al diablo Milaca, al diablo todo, al diablo las decisiones y las desilusiones, yo me merecía mucho más.
***
¿Recuerdan ese momento de déjà vu que les mencioné al inicio? Bueno, no importa si lo recuerdan, porque estoy segura que tarde o temprano la mala memoria de ustedes, comenzará a trabajar conmigo. Más o menos a partir de ya.
Obstáculos a la vista
Clavé los frenos con brusquedad, haciendo que el auto protestara ante el inhumano uso al que lo estaba sometiendo. Claro, como si los autos ahora poseyeran la facultad humana del dolor. ¡Cristo! Me estoy volviendo cada vez menos buena en esto.
Suspiré dándole un empellón a la puerta y brinqué velozmente a la acera, para no darme oportunidad de pensar lo que iba a hacer. Una vez que estuve instalada en el umbral, me miré la mano y miré la puerta y una vez más mi mano. Ya no podía echarme atrás, golpeé. No pasaron más que unos dos minutos cuando la puerta se abrió y un par de ojos grises demasiados familiares, se ampliaron considerablemente al encontrarme del otro lado.
—¿Marlín?
—Lo siento. —Y para ser completamente injusta con ella, me abalancé en su dirección sin dejarle más opciones que atraparme entre sus brazos—. Dios, Aud, no sé cómo pero la jodí y no quiero que estemos enfadadas. No quiero irme de aquí pensando que las cosas se arreglarán si dejo el tiempo de por medio, no tenía derecho a opinar sobre algo de lo que no tengo idea. Y lo que hagas con Marc, aun cuando yo quiera que estén juntos, tiene que ser lo que tú quieras. Y lo siento, y te quiero, y... no sé mucho más. Sólo que echo de menos tus regaños, echo de menos tus desquiciadas analogías sobre el sexo y echo de menos el sonido de tu voz. Porque escucharte me recuerda que no estoy tan sola...
—Oh, maldita seas —arguyó con voz contenida, para luego apretarme con fuerza, ocultando el rostro en mi hombro para disimular las lágrimas—. ¿Cómo diablos alguien puede enfadarse contigo? —Dio un ligero paso hacia atrás, mirándome con los ojos humedecidos—. Eres mi pequeñogremlin incomprendido, tal vez nadie te entienda pero yo no necesito entenderte para quererte.
—Los gremlins son criaturas malas que arruinan todo —reflexioné, algo desanimada por la injusta comparación. Audrey sonrió con un leve asentimiento; mi Audrey, la chica de siempre... la ruda, directa, pelirroja negada que siempre había estado para mí.
—Precisamente.
Y le sonreí de regreso, porque en esos segundos de contemplación supe que tenía una amiga en un millón.
—Eres una perra.
—A la cual quieres con locura —aseveró, sin el menor asomo de duda.
—Y lejos de mí está negar eso.
Inexplicablemente sentí como un peso se liberó de mis hombros con ese breve y alocado intercambio. Bueno, ni tan inexplicable, pero me sentía con más propiedad para poder comprender la situación de Audrey ahora. Sabiendo lo que ellos habían pasado, podía justificar la actitud precavida de mi amiga y podía justificar la actitud resuelta de Marc. Ambos tenían parte de la razón, no era una locura tan inconcebible. No entiendo por qué las personas se empecinan en ser la voz cantante, cuando en una relación todos los implicados tienen un poquito de verdad en sus argumentos.
Lo sé, lo sé, ¿acaso no ves la ironía allí, Marín? Malditos fueran, ustedes, si hasta puedo oírlos pensar eso desde aquí. Sí lo veo, por cierto, denme algo más de crédito.
—Lamento no haberte ido a visitar, Marlín, sabía que estabas en la casa del Bombero, sólo no sabía cómo ir hasta allí y... —Alcé una mano para silenciarla, ir hasta la casa de Marc habría significado más para ella que sólo ir a buscarme, lo sabía.
—No te preocupes, Aud.
—¿Qué quisiste decir con eso de irte de aquí?
Me encogí de hombros con fingida indiferencia, desviando la mirada a un punto arbitrario detrás de ella.
—Es hora de que vuelva a casa.
—¿Qué mierdas son esas, Mar? Esta es tu casa, sabes que puedes quedarte conmigo para siempre. Nos aislaremos de los hombres, iniciaremos nuestra propia relación... es más te pediré matrimonio para que todo sea legal. Eso ya está permitido en este estado.
No pude evitar reír ante la idea de prescindir de los hombres para el resto de mi vida. Sin duda eso pintaba una perspectiva de futuro mucho más alentadora. Audrey resulta ser bastante simple de complacer, la tendría comiendo de mi mano con sólo invitarla a una cena una vez al mes.
—Por tentadora que suene la propuesta... —Sacudí la cabeza, tratando y fallando en mantener mi sonrisa socarrona—. Igual... me gustaría saber si puedes llevarme al aeropuerto.
—¿No te llevas tu auto?
—No, larga historia —musité, sin ánimos de dar mayores explicaciones en ese instante—. Pero puedo contarte de camino.
—¡Ok! —La idea de obtener algunos chismes frescos siempre entusiasmaba a mi amiga, puedes sacar a la chica de Milaca pero jamás sacarás lo cotilla de la chica. Audrey se volvió sobre su eje sin darme tiempo a pensar nada y vociferó un grito que pudo llegar hasta los oídos de Cameron—. ¡Sarah! ¡Junta tus muñecas, vas a quedarte con tu tío Marc!
—¡Sí! —Se escuchó el grito de Sarah proveniente del interior de la casa, mientras Audrey me hacía una seña para que aguardara.
—Voy a recoger a Dan y su bolso, lleva tus cosas a mi auto.
—Marc está en la estación —alcancé a informarle, antes de que desapareciera escaleras arriba.
—¡Sarah! ¡Vas a quedarte con tus tíos los bomberos!
—¡¡Sí!!
La niña salió disparada por la puerta unos dos minutos más tarde, para luego detenerse de golpe y observarme con la típica curiosidad infantil.
—Hola, princesa.
—Hola, tía Marlín, ¿también vas a quedarte con los bomberos? —preguntó, supongo que haciendo alusión a los bolsos que estaba trasladando al coche de su madre.
—No, voy a casa.
—¿Me trajiste algo?
—Sí, lo dejé en la casa de Marc, él te lo traerá mañana.
—¡Sí!
Con la duda sobre los regalos resuelta, Sarah abrió la puerta trasera del auto y se montó sin pedir ayuda. Justo cuando terminaba de ordenar mis cosas en el maletero, Audrey salió con un niño enorme en brazos y un bolso de bebé rojo con la insignia del escuadrón de bomberos en su lateral derecho. Juro que intenté no rodar los ojos, pero si esto no era una señal que me partiera un rayo aquí y ahora.
—Dios mío, ¿ese es Dani? —Mi amiga sonrió alegre, colocando al niño de frente a mí para que pudiera apreciarlo por completo. Se lo veía tan distinto, todo un hombrecito de cabello rubio rojizo, envestido en lo que sólo pude suponer era un obsequio de Marc—. ¿Va listo para la acción? —pregunté, señalando su atuendo de bombero en miniatura. Nunca en mi vida había visto una cosa más adorable, se los digo.
—Así podrán usarlo en el calendario de este año, mi bebé será todos los meses, te lo digo.
Nos subimos al auto luego de instalar al bebé bombero en su sillita y sin demoras, es decir sin absolutamente ni un segundo de demora —porque Audrey conducía como una madre apunto de dar a luz—, nos dirigimos a la estación. Aproveché esos minutos para explicarle rápidamente la situación con Paige y, palabras más palabras menos, esto fue lo que Audrey dijo:
—Sigo detestándola hasta la última fibra de mi ser, pero... —Clavó sus ojos grises en mí, como avisándome que me preparara para oír lo siguiente—. Tal vez hizo bien en vender la casa.
—¡¿Qué cosa?! —Estaba a un segundo de brincar de ese auto en movimiento, lo juro. ¿Qué mierda pasaba aquí? ¿Había caído en el mundo de Alicia sin estar dormida? Podía aceptar esta mierda de cualquiera, pero no de Audrey, por favor.
—Mar. —Tras una pequeña pausa para mirar a sus niños por el espejo retrovisor, continuó—: Nadie va a negar nunca que tu papá fue el mejor hombre que pisó este pueblo de mierda...
—¡Mami dijo mierda! —informó Sarah a los presentes, al parecer no tan ajena a nuestra charla.
—Mami tiene permitido decir mierda, Sarah —espetó mi amiga con una voz engañosamente tranquila—, tú podrás cuando tengas la edad de mami.
—No voy a vivir tanto —se quejó la niña, rompiendo por completo el ambiente serio que había intentado crear su madre.
—¿Te das cuenta con lo que tengo que lidiar? —Audrey negó a su propio comentario, para luego cargar sus pulmones y hacer un segundo intento—. Mar, tal vez esa casa sólo está sujetándote, tal vez ese es el modo en que te sujetas a él. Y no estoy diciéndote que lo olvides, pero no puedes vivir amarrada a un recuerdo. Tu papá se fue, no está en esa casa, no es esa casa... él está contigo y siempre lo va a estar sin importar adónde vayas.
Fruncí el ceño levemente. ¿Desde cuándo las personas a mi alrededor se habían vuelto tan sabias? ¿Es que yo era la única ahora que parecía tener la mente en una nebulosa? ¿Por qué repentinamente sentía que todos estaban en lo correcto y yo vivía equivocada?
Una sensación de frío bajó por mi espina a toda marcha, causándome un evidente estremecimiento. Me vi obligada a posar la vista en la ventana, para no comenzar a hiperventilar como una chiquilla de cinco años asustada, y terminar de arruinar mi imagen frente a mi amiga. ¿Qué estaba mal conmigo? Nunca me había sentido tan atrapada en una situación, nunca había pensado lo horrible que se sentía perder el control de lo que ocurría. Porque, sin importar cuánto quisiera decirme que podía controlar esto, la triste verdad era que no podía hacerlo. Ya no, había una gran diferencia entre controlar las cosas y simplemente huir de la confrontación. Y había una gran diferencia entre querer a mi papá y aferrarme a él para no tener que querer a nadie más. ¿Para qué? ¿Qué pasaba si me entregaba a alguien completamente y luego me dejaba sola? ¿Qué pasaba si me permitía amar a Cameron y luego moría? Sé que es un temor estúpido, porque temer a la muerte resulta ser un desperdicio de energía. Pero eso no quitaba la idea de mi cabeza.
—¿Mar? —Despegué la mirada del infinito, para devolverle la cortesía a Audrey—. ¿Vas a bajar?
Asentí, dejando que ella y los niños se me adelantaran en un vano intento por rearmar mis defensas. Me ocupé de cargar el bolso de Dani, mirando sin mirar el entorno donde Cameron había pasado los últimos años de su vida: la estación de bomberos.
—Pero miren quién está aquí, si es la hermosa Sarah.
—¡Germán! —Observé como la niña corría para colgarse de un enorme hombre vestido con la misma ropa que siempre llevaba Marc, él la recibió con los brazos abiertos y hasta la lanzó una vez al aire, causando que Sarah riera.
—Germán, ¿has visto a Marc? —inquirió Audrey, pasándose a Daniel hacia su brazo derecho.
—Sí, está ordenando equipo en el camión. —Ella asintió dirigiéndole una breve sonrisa al hombre, para luego hacerme una seña invitándome a entrar—. ¿Quieres ver los perritos que tuvo Daisy?
—¿Puedo, mami?
—Sí, sí, claro... —Al ver que me demoraba un poco, Audrey me jaló de la muñeca dejando a Sarah al cuidado de Germán. No nos tomó mucho trabajo localizar a Marc, el cual no ocultó su curiosidad al vernos acercarnos—. Marcus, traje a los niños para que se queden contigo. —Sin darle posibilidad de negarse o aceptar, Audrey le puso a Daniel en los brazos y me pidió el bolso con un ademan—. Tiene dos mudas de ropa, cinco pañales y dos biberones cargados. No creo demorarme tanto, pero si necesitas cualquier cosa ve a casa a buscarlo.
—¿Qué...? —intentó interrumpir Marc, pero Audrey no pareció reparar en ello o simplemente pasó de largo como un tren de carga sin frenos. Lo cual, en honor a la verdad, era lo más probable.
—Sarah está con Germán viendo los perritos, puedes dejarla jugar con ellos pero nada de televisión y ni se te ocurra decirle que puede adoptar ningún perrito. Trajo sus muñecas y tiene que colorear unas páginas de su libro para la escuela, asegúrate de que lo haga. No aceptes excusas, sólo dile que la haga o se las verá conmigo. Gracias.
Mi amiga sonrió hacia un muy anonadado Marc, antes de depositarle un pequeño beso a Daniel en la cabeza y volverse en mi dirección.
—¿Audrey? —La voz de Marc hizo que se detuviera en seco y ambas lo increpamos con la mirada—. ¿Qué ocurre?
—Es una larga historia, tengo que llevar a Marín al aeropuerto. —Sonreí en acuerdo, cuando los ojos de Marc se clavaron en mí de modo interrogante—. Volveré antes de que te des cuenta.
—Pero...
—Marcus no discutas. —Él pestañeó seguramente azorado por la orden tan tajante, entonces Audrey soltó un cansino bufido, volvió sobre sus pasos y lo miró fijamente a los ojos—. Lo siento.
Y sin que ninguno de los presentes pudiera preverlo, ella lo tomó por el frente de su camiseta y lo jaló hasta su boca sin pedir permiso o mediar explicación. Abrí los ojos como platos, viendo como mi amiga abusaba de los labios de Marc en medio de la estación de bomberos. Por supuesto que no fui la única que los vio, porque instantáneamente se comenzaron a oír silbidos y aplausos que nada hicieron por detener esa muestra lasciva de afecto.
—¡Bien hecho, sargento! —gritó algún hombre desde una esquina, haciendo que Marc riera y se liberara de Audrey para observarlo con un vago gesto de censura.
Ella se apartó como toda una dama y también miró en dirección a la voz, frunciéndole el ceño al ejecutor de las palabras.
—Soy una madre, señores, compórtense. —Los bomberos respondieron con más vítores, silbidos y aplausos, al punto en que Dani comenzó a poner mala cara—. Cuida a nuestros bebés, ¿si?
Pero ellos no fueron lo bastante ruidosos, como para que no escuchara ese pedido murmurado por parte de mi amiga. Marc bajó la mirada un segundo en su dirección, dándole un muy ligero asentimiento en respuesta. Y por extraño que pueda sonar, para mí ese asentimiento significaba mucho más que una simple aceptación de sus labores como niñera. Audrey se giró en mi dirección sonriendo de oreja a oreja, y no me cupieron dudas, era mucho más.
***
Veinticinco metros con baches
Oí tantas veces esa tontería de "un tropezón no es caída", que pensé en reutilizar la frase y darle un uso más acorde con la situación actual. Todos estamos de acuerdo que tropezar no es caer —ya que son dos tipos distintos de acciones—, pero a lo que en realidad apunta esto, es al grado de dificultad que encarnan ambas cosas ¿no? Cuando te caes la respuesta más común es rendirte y no seguir adelante —la más común de la gente vaga, ¡vamos!—, pero cuando te tropiezas por algún motivo el mundo asume que debes continuar. Porque ya que tropezar no es lo mismo que caer, se considera que la fuerza utilizada para sortear ese obstáculo es menor, y no intentarlo sería igual que comportarse como un verdadero flojo. Rendirte cuando las cosas parecen perdidas está bien aceptado, ¿pero rendirte cuando aún hay posibilidades? ¡Eso es una calamidad!
Pues, permítanme decirles que esas son puras mierdas. Caerte puede significar que simplemente no estás apto para enfrentar la carrera, mientras que tropezar podría querer decir que estás encarando todo desde la perspectiva equivocada. ¿Qué necesidad hay de intentar sortear un obstáculo para el cual no estás listo? Ninguna. Pero lo que la gente olvida constantemente, es que siempre cabe la posibilidad de hacer un rodeo y evitar desde el inicio aquel estúpido tropiezo. Cuando no puedes brincar algo, lo esquivas y cuando sabes que vas a tropezar, te corres. Tan simple como eso.
—¿Cuál es el plan?
Le eché una mirada de reojo a Audrey, observando casi sin querer la aguja del velocímetro subiendo paulatinamente. Ella habría podido dar tanto de sí en la Formula 1, se los digo.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, ¿dónde vas a ir?
Me encogí de hombros, llevando mi atención hacia la carretera.
—A casa.
—Oh... —Instantáneamente la miré, incapaz de pasar por alto su reacción de desencanto.
—¿Qué?
—Nada, nada. —Audrey sacudió una mano en el aire tratando de parecer casual al respecto, pero les aseguro que ella era tan casual al hablar como yo buena comiendo.
—Dime lo que piensas. —No tenía que ser un genio, para saber que algo en mi respuesta estaba picándola—. Vamos, habla de una vez.
Ella soltó un suspiro, encontrándome un segundo con sus ojos antes de regresar la vista a la carretera.
—Bueno... tienes ese pasaje de avión, Marín. Y sabes que sería la última en estar de acuerdo en algo con la Santa Puta, pero quizá...
—¿Quizá? —la apremié en un tono ligeramente demandante.
—Como dijiste antes, no puedo decirte qué hacer independientemente de lo que yo quiera, porque sólo vale lo que tú quieras.
—¿Crees que debería buscarlo, Aud?
Movió la cabeza en un gesto más bien dubitativo, el cual poco hizo por ayudarme a tomar una decisión.
—Lo que importa es lo que tú quieras —repitió, haciendo eco de mis palabras unos momentos antes.
Pero esto era distinto, porque en su caso lo que yo quería y lo que ella quería era lo mismo. Mientras que en el mío, simplemente ya no lo sabía.
—No sé qué quiero —mascullé, cruzándome de brazos y apartando la mirada. Si bien era obvio que quería a Cam, es decir que quería estar con él, también era obvio para mí que no debía ser yo la que lo buscara. Creo.
—Sabes, en 1800 era indecoroso mostrar las emociones, pero te aseguro que hoy en día ya no se tacha de histriónico a quien lo hace.
—Adoro cuando me hablas toda técnica. —Audrey puso los ojos en blanco y yo no pude evitar reír ante su gesto enfurruñado—. ¿Cuál es tu punto? —pregunté, recuperando algo de mi seriedad.
—El punto es, Marín, que tú en lo que se refiere a tus sentimientos eres todo lo contrario a histriónica. —Abrí la boca para protestar, pero ella me detuvo alzando su índice—. Y no digo que sea algo malo, supongo que muchas personas matarían por tener ese control de sus emociones como tú lo haces. Es decir... te conozco desde hace muchos años y son contadas las ocasiones en las que en verdad te permitiste bajar las barreras. Eres tan buena para escaparte por la tangente, cuando algo te duele simplemente lo comprimes en una bola y haces de cuenta que desaparece, o tú desapareces. Pateas a un lado la responsabilidad de sentir tristeza o empatía hacia las personas...
—¿Qué...?
—No digo que seas mala, Mar —interrumpió, dándome una breve sonrisa de aliento—, sólo que te resguardas tan bien en tu universo lógico-pragmático, que a veces cuesta mucho decir qué es lo que sientes. —Se detuvo el tiempo suficiente como para estirar una de sus manos y atrapar la mía—. Tienes un refugio de teorías al cual huyes cuando algo no te cuadra, le das una y mil vueltas hasta que le encuentras sentido. Pero lo que no tiene sentido para ti, lo descartas.
Pasé saliva con algo de dificultad, tratando de no sentirme herida por sus palabras. Sabía que si me decía eso era para que comprendiera algo y no para ofenderme, pero de todos modos me fue difícil simplemente borrar la impresión que sus palabras dejaron en mi cabeza. Audrey pensaba que era como una especie de robot insensible. Y sin duda eso no era algo para lo que estuviera mentalmente preparada, eso no era algo que una desea escuchar de su mejor amiga.
—¿Estás molesta conmigo? —Sacudí la cabeza en una negación, pues aún me sentía incapaz de armar una frase coherente. Tal vez porque mi sistema de almacenamiento de datos, estaba recalculando como un GPS en territorio extranjero—. Marlín, dime algo, vamos.
—Yo... —Pero por más que lo intenté, no salieron palabras en mi defensa. ¿Sería este un modo de aceptar su teoría como correcta?
—En muchos modos nos parecemos, Mar, a mí tampoco me gusta mostrar esa parte. Pero eso no significa que no lo haya hecho, he tenido mis momentos de flaqueza y no es tan malo.
—Apesta —medio gruñí.
—Bueno, sí, apesta. Aunque también tiene sus recompensas.
Suspiré, sin ánimos de seguir adelante con esa conversación. No es una noticia para nadie el hecho de que yo apesto en todo lo concerniente al romance, y hablar sobre ello sólo lo dejaría aún más patente.
—¿Sabes lo que pienso? —Audrey me miró tras hacer una maniobra con la que adelantó a una enorme, y bastante intimidante, camioneta—. Pienso que si voy hasta allí, lo tomo de las manos, lo miro a los ojos y le digo "te amo", no se sentirá real. Parecerá una actuación y un modo simple y poco creativo de intentar estar a su altura.
—No creo que él finja —musitó mi amiga, malinterpretando mis palabras sin darse cuenta.
—No es eso a lo que me refiero, no es él y sus sentimientos los que están en tela de juicio. En todo caso... —Solté un bufido, buscando renovar el aire de mis pulmones que se sentían ligeramente sofocados en el interior del carro. Ni siquiera estando con Audrey podía abordar el tema sin sentirme una forastera en mi propio cuerpo, en ocasiones soy tan patética—. ¿Cómo hago para que parezca autentico y no una burda imitación de algo que leí o vi en una película?
Mi amiga pestañeó un par de veces, al parecer sin esperarse ese tipo de pregunta viniendo de mí, y al cabo de un largo segundo de silencio asintió con suavidad.
—"El primer hombre que comparó las mejillas de una muchacha con una rosa era obviamente un poeta..."
—"El primero en repetirlo era posiblemente un idiota" —completé, reconociendo al vuelo la cita de Salvador Dalí. Audrey me guiñó un ojo, para luego centrar su atención en algún punto vacío de la carretera.
—Marín, las palabras nunca cambian y siempre va a existir alguien antes que tú que ya las habrá utilizado. Pero no es eso lo que realmente importa, lo que digas vale siempre que tú sientas que vale. Y lo que hagas, a veces incluso vale más. —Fruncí el ceño de modo sutil, haciendo que mi amiga soltase un leve gruñido exasperado—. Bien, maldita seas, ¿te sentirías mejor con un ejemplo?
—¿Un ejemplo? —inquirí, sin poder ocultar mi desconcierto. Ella maniobró hábilmente con una mano el volante, mientras se estiraba hacia la guantera para rescatar su móvil de entre un montón de papeles y juguetes.
—Sólo haría esto por ti, Mar, sólo por ti.
Enarqué una ceja aún sin tener idea de qué diablos hablaba. Por lo que me limité a observarla marcar un número y luego colocar el móvil en el cenicero, de modo que éste quedara enfrentándola.
—¿Diga? —Al cabo de unos cuantos timbrazos, se escuchó una voz masculina que reconocí al instante. Sonreí casi por inercia.
—Escúchame, tengo que decirte algo.
—¿Audrey estás conduciendo?
Pude ver el momentáneo desconcierto en el rostro de mi amiga tras aquella pregunta, pero ella rápidamente aplacó ese gesto y miró el móvil de un modo resuelto.
—Sí, pero escúchame...
—No debes hacer llamadas mientras conduces, ¿te has vuelto loca? —Era obvio que el bombero en su interior saldría a relucir le gustara o no a mi amiga, quedara o no bien dentro de la escena. Es decir, esta es la vida real y los lindos detalles siempre están expuestos a ser arruinados por lo ridículo—. Hablaremos cuando estés de regreso, ahora cuelga el jodido teléfono.
—Está en manos libres —se justificó ella, denotando cierta irritación en sus palabras—. Ahora cierra la maldita boca, estás echando a perder todo.
—¿De qué demonios estás hablando, Audrey?
Así que de esto van las confesiones de amor, espero que ustedes estén tomando nota como yo. Seguramente algún día podamos sacar jugo de esta situación tan inspiradora.
—Marcus, joder, deja de interrumpir —su voz caló en lo profundo, porque incluso la leve estática que se había estado oyendo en la línea, cesó—. Infiernos, no hay quien pueda contigo, hombre.
—¿Qué quieres decirme? —En ese momento el tono de Marc vagaba entre lo burlón y lo impaciente. Sonreí imaginándome su expresión y su sonrisa imposible de copiar.
—Esto... sabes que te quiero, ¿no?
—Más bien tengo una sutil sospecha —respondió él, haciendo que Audrey bufara molesta.
—La cosa es que sí te quiero —continuó ella entonces, bajando su mirada un muy breve segundo—. Desde el primer día que te conocí me gustaste, pero sabía que nada iba a pasar así que preferí alimentar mi odio hacia ti, es decir... todos sabemos que no soy tu tipo de mujer. —Hizo un esfuerzo por sonreír—. Así que pensaba que si lograba convencer a todos que te detestaba, entonces algún día iba a convencerme a mí misma.
—Audrey...
—Y te mentí, aquella vez que te fuiste te dije que de todos modos ya había obtenido lo que quería de ti y no era cierto. Pero te dije eso porque vi en tus ojos, lo poco que habían importado para ti todos esos años que fingíamos no soportarnos para el público y que nos fuimos descubriendo en la biblioteca. Nos sentíamos tan inteligentes por lograr engañar a todos, pero al final de cuentas se sintió como si sólo yo fuese la engañada. —Volvió a mirar el teléfono, del cual sólo se oía el suave murmullo de la respiración de Marc—. Nunca prometiste nada más de lo que diste, lo sé, pero de todos modos pensaba que era más. Y fue una estupidez, pero creía que iba a tener más... y es que aún no logró sacarme de la cabeza la idea de que nuevamente, voy a quedarme esperando ese algo más.
—No —susurró él de un modo apenas audible.
—Eso no borra lo que siento por ti, porque aunque quiero sacarte de mi vida, hace mucho tiempo que entendí que eso es imposible —rió con suavidad—. Y lo siento, me gustaría tener algo mejor que decirte pero estás clavado conmigo, amigo. —Sus ojos volaron en un parpadeo hacia mí, antes de soltar otra tímida risilla—. Oh, claro, también te amo.
El silencio que precedió a la confesión de Audrey fue tan largo, que por un segundo llegué a pensar que se había cortado la llamada y Marc se había perdido todo aquello. Puedo decir que Audrey albergó esa misma duda, porque en un instante miró el móvil con cierta nota de molestia, pero al notar que los números del contabilizador seguían corriendo, ella sólo negó a nadie en particular.
—¿Marín?
Di un respingo sin esperar que él me hablara a mí, pero intenté que mi voz no evidenciara mi confusión.
—Dime.
—Espero que tengas mucha suerte en tu viaje. —Por el rabillo del ojo pude ver el modo en que Audrey apretaba los labios, en lo que sólo pudo ser un gesto de silencioso dolor. «Dios, Marc, no hagas esto»
—Oh... gracias —musité sin saber qué otra cosa decir. Y como la llamada seguía activa, repetí—: Gracias.
—Por cierto, Mar, asegúrate de no retener mucho tiempo a mi mujer, la estamos esperando aquí.
No estoy segura de si existan buenos o malos tropezones, y si bien es más fácil rodear algunos para evitar topárselos de lleno, otros simplemente merecen la pena ser enfrentados con todo lo que tenemos a mano. Al final de cuentas, nunca se sabe qué tropezón te ayudará a colocarte correctamente en el camino.
***
Algunas cosas que ocurren al final de un largo recorrido, no tienen una explicación mítica profunda a la cual podamos culpar de todas nuestras decisiones. Algunas decisiones se dan en el transcurso de minutos, otras en el transcurso de semanas, meses, años, y algunas son decisiones que se toman poco a poco durante toda la vida.
Últimos veinticinco para renovar el aire
Al bajar del avión ya sabía, de algún modo elemental, que había tomado la decisión adecuada. Y, por supuesto, no me tomé ni un segundo para reconsiderarla. ¿Recuerdan cuando les hablé de mis métodos de improvisación? ¿Recuerdan lo mucho que apesto improvisando algo? Bueno, desgraciadamente yo tengo toda una vida de ridículos momentos que me mantienen recordando ese detalle de mi personalidad. Así que en esa ocasión decidí no darle lugar a la posibilidad, y como pocas veces en mis veintisiete años, opté por hacer un plan real. Estaba decidida a recuperar mi vida en el punto en que se había estancado, lo extraño es que no me tomó ni medio segundo llegar a esa conclusión. Es decir, cuando me dije que lo haría de este modo, todo mi ser estuvo de acuerdo. Extraño ¿no?
Saqué mi móvil (el de Cameron, ustedes saben) del bolsillo y tecleé un mensaje rápidamente. La respuesta no se demoró casi nada, lo cual agradecí en mi fuero interno. Una vez que hube llegado a destino, escribí una pequeña nota y le entregué mi cuaderno de bitácora al joven que oficiaría de mensajero.
—Cuida bien eso —le advertí medio en burla. Pero al parecer él captó la parte que no era broma, porque asintió seriamente a mi pedido.
No puedo negar que no me haya sentido medio desnuda al dejar ir mi cuaderno, pero esperaba que fuese lo correcto. Había descubierto algo mientras hablaba con Audrey y la escuchaba confesarle su amor a Marc, había descubierto que eso no era para mí. Nunca me había engañado al respecto, ¿saben? Hay personas que nacen para amar, otras para ser amadas y otras para escribir sobre el amor de alguien más. Yo era de esas últimas. Y no fue hasta que me tomé a mí misma como personaje, que me di cuenta de ello. Puedo hablar de amor, puedo describirlo y escribirlo, pero no puedo pronunciarlo bien.
Esperaba que Cameron entendiera eso con mi gesto, esperaba que viera que aunque no soy de las que lo gritan a los cuatro vientos, que aunque no soy las fáciles de querer, sí soy capaz de sentirlo. No soy un jodido robot, sólo alguien que se tragó por tanto tiempo sus palabras que ya no es capaz de expresarlas como la gente normal. Esto no significa que sea incapaz de sentir con la misma intensidad que los que lo pregonan con orgullo.
Soy diferente, original, me gusta pensar que especial y soy tuya, Cam. Y tengo la firme sospecha de que siempre será así, porque algunas personas siempre permanecen en tu corazón, aun cuando tú no permanezcas en el suyo.
***
Todo habría acabado tiernamente bien ahí, ¿verdad? Y es probable que se estén preguntando, ¿qué demonios ocurre? ¿Acaso no le habías enviado la bitácora a Cam? Bueno, creo recordar haberles dicho que la vida real está a la orden del día para echar a perder los detalles románticos. Y como este cuaderno ha sido fiel a la realidad desde el inicio, pues me voy a limitar a contarles qué pasó luego de mi bellísimo y profundo cierre.
No había acabado de arrastrar mis bolsos hasta la cama para comenzar a desempacar, cuando golpearon la puerta. Sabía que era imposible tener visitas tan pronto, así que no pude evitar observar por la mirilla con cierta curiosidad y esa cierta curiosidad fue en aumento, al descubrir que se trataba del chico mensajero. «¿Qué demonios?»
Abrí de sopetón.
—¿Qué pasó? —lo increpé sin mediar palabras de cortesía. Él presionó sus labios en un breve gesto de pesar, para luego extender una de sus manos en mi dirección. Bajé la vista por inercia, notando que estaba devolviéndome mi cuaderno de bitácora y una vez más lo observé con incredulidad—. Voy a repetir la pregunta, ¿qué pasó?
—Sólo sigo órdenes —musitó el chico, cabeceando una vez hacia mí a modo de despedida.
Incapaz de cerrar la boca o encontrarle algún sentido a lo ocurrido, me metí dentro con pasos inciertos y sin darme tiempo a pensarlo, comencé a pasar las hojas de la bitácora. Aun cuando sabía que era ridículo esperar encontrar algo allí, pues no había habido tiempo para que él me escribiera nada, ni siquiera había habido tiempo de que leyera la primera página. Era estúpido buscar un mensaje en su interior, cuando a todas luces se veía el mensaje en el gesto; me la había regresado sin molestarse en abrirla, me la había regresado porque obviamente ya no le importaba lo que yo pudiera decirle.
—Ok... —solté en un suspiro, resignándome a aceptar la verdad—. Ok.
Al menos, me dije para mis adentros, lo había intentado. Y siendo que esto debería dejarles alguna enseñanza aplicable a la vida, supongo que podría ser: persevera y mira como todo se va al diablo con una sonrisa. ¡No sean exigentes conmigo, acaban de darme salida sin una palabra! En un país extranjero y debo añadir, tras lo que podría ser mi completa aceptación de mi fracaso en el amor.
Mientras me infundía valor para moverme del pequeño recibidor, otro nuevo toque en la puerta me obligó a volver en mí. Bufé, pues realmente no estaba de humor para ser socialmente cortés con nadie. ¿Acaso no me dejarían tiempo para compadecerme? ¡Cinco minutos! Cinco minutos y luego juntaría mis cosas y me iría hasta el fin del mundo, lo cual dicho sea de paso no quedaba muy lejos de allí. Después de todo estaba en Tierra del Fuego.
—¡¿Quién es?! —exclamé en dirección a la puerta, obviamente demasiado ensimismada en mi mierda como para detenerme a pensarlo.
—Señorita Lance, no creo que esa sea forma de hablar a sus invitados.
—Oh... diablos. —Sin notar el momento en que alcancé el picaporte, me vi abriendo la puerta de un tirón y enfrentando una mirada que sólo podía pertenecer a una persona en el mundo. «Diablos»—. Hola.
—Hola, Blue.
—Pensé... —murmuré sin mucho sentido, alzando el cuaderno de bitácora que aún tenía en la mano—. Yo creí que tú...
—Me pareció algo extraño que Grace insistiera tanto en que me quedara en este lugar, sobre todo me pareció extraño que Tino se ofreciera a pagar por cada uno de mis gastos aquí. —Pestañeé un par de veces sin saber qué decir a eso, pues estaba claro que ellos habían sido parte de mi plan para poder encontrarlo sin reportar las mismas dificultades que antes. Cuando le dije a Grace mi idea, ella no tuvo reparos en asegurarme que tendría a su hermano en un lugar fijo, para que fuera imposible desencontrarnos. Tal vez me había olvidado la sutileza de la sorpresa, en pos de mantener el control de daños. Demándeme—. Pero lo que más extraño me pareció fue recibir tu cuaderno en mi puerta y no a ti.
—Creí que sería mejor así —le espeté, mirándolo con los ojos tan abiertos que comenzaba a sentir cierto picor por el esfuerzo. Pero es que temía pestañear y que desapareciera, temía que esto no fuera más que otro sueño inducido por las pastillas que me había tomado antes del viaje en avión.
—¿Sin verme quieres decir?
—No —me apresuré a responder con más seguridad de la que sentía, la verdad sea dicha—. Claro que iba a verte, pero quería que leyeras esto antes.
Cam miró la bitácora un segundo, sacudiendo la cabeza en una muy tenue negación.
—No quiero leerlo, Marín.
Cualquier rastro de felicidad que pudo haber tenido su mirada hasta ese entonces, se esfumó junto con la fuerza en sus palabras. Y mierda si no lo sentí hasta en lo más profundo de mi ser, mierda si no seguía sintiendo ese mismo sofoco de antes. No iba a poder controlar esto, lo sabía, así que hice todo lo posible por sonar firme al menos.
—Sí, más o menos me imaginé eso cuando la devolviste. —Él frunció el ceño, haciendo amague de dar un paso, pero decidiendo al final de cuentas permanecer en el pasillo. Si les soy sincera no me habría molestado que entrara, si les soy absolutamente sincera estaba a un segundo de jalarlo por mis propios medios y terminar con eso del mejor modo que se me daba.
Ya saben, no me hagan decirlo. Bueno, perfecto: ¡invitándolo a nadar en mi pecera! Ya lo he dicho.
—No me refiero a eso, lo que quiero decir es que no quiero leer algo así. —Suspiró pesadamente, colocando una de sus manos en el marco de la puerta y yo lo miré enarcando una ceja—. No quiero leerte diciéndome lo que piensas, Blue, no quiero que esa sea la única forma en la que nos comunicamos. Quiero poder escuchar lo que piensas de mí, quiero escucharlo de tu boca y no quiero que haya posibilidades de malinterpretar nada. Porque al fin y al cabo, si leo eso es muy probable que sólo lea lo que yo quiera leer.
—Y qué quieres leer... —Una pequeña sonrisa tiró de sus labios, a tiempo que yo pasaba mi peso de una pierna a otra en gesto impaciente. No necesitaba que me explicitara nada, sabía lo que quería y sabía que esto lo había querido siempre. Es decir, sabía que esto era lo que me había pedido en el aeropuerto de Piura; no una confesión de amor sino la verdad de lo que pensaba de nosotros. Tan simple y complicado como eso—. Sabes, siempre creí que no quería entregarle el control de mi destino y felicidad a nadie, porque esa era una responsabilidad mía. —Sonreí recordando cuando él me había dicho que me daba el control de su felicidad, hasta ese momento nunca había comprendido en verdad lo que eso significaba, nunca me había dado cuenta que él se había entregado a mí hacía mucho, mucho tiempo—. Pero quiero entregarte eso a ti, porque sé que puedo vivir sin ti y sé que la vida va a continuar y que el mundo no detendrá su marcha, sé que se puede aprender a seguir adelante cuando el resto de ti se queda estancado. Pero no quiero eso.
—¿No?
Sacudí la cabeza en una sutil negación y él me miró con tal intensidad que casi olvido lo que había estado diciendo. Dios, nunca iba a cansarme de fantasear con este hombre, ni siquiera en un momento por demás serio podía dejar de imaginármelo desnudo. Soy tan asquerosamente elemental.
—Creo que... creo que ya sufrimos lo suficiente en nuestras vidas, como para ofrecernos de voluntarios a sufrir más. Y pensaba que estar sin ti dolería pero sería tolerable y al menos tendría el orgullo de saberme más inteligente que eso. Pero el caso es que... —Hice una breve pausa, sonriéndole sin darme cuenta—. A la mierda el orgullo, no quiero verme inteligente por ser capaz de burlar lo que siento, quiero ser estúpida al punto de hacer algo estúpido y esperar lo mejor de ello. No quiero que una estadística me diga sobre nuestras mejores posibilidades, Cam, quiero lanzarme a ello y convertirme en una estadística de lo que ocurre cuando lo intentas.
La mano de Cameron abandonó el marco de la puerta, cayendo casualmente junto a la mía. Un segundo después sentí su índice trazar un imperceptible camino por mi palma, hasta el punto donde mi pulso lentamente iba sacudiéndose de regreso a la vida.
—Y en todo esto —comenzó a decir él, a tiempo que cerraba sus dedos sobre mi muñeca y me jalaba muy sutilmente en su dirección—. ¿Me permitirías ser estúpido contigo?
Solté una pequeña carcajada, avanzando dos pasos hasta que nuestros cuerpos se rozaron.
—Pues no lo sé, el estúpido que tenga que elegir realmente tiene que ser bueno en ello. Es decir... —Enlacé mis manos alrededor de su cuello, mientras Cam pasaba sus brazos entorno a mi cintura y me estrechaba aún más—. Él debería ser un hombre capaz de aleccionarme cuando vea que estoy equivocada, también un hombre al que le guste escucharme, lo bastante creativo como para ayudarme a afrontar mis más oscuros temores y... —Sentí su pulgar e índice tomando mi barbilla, obligando a mis ojos a encontrase con los suyos—. Lo suficientemente paciente como para esperar mis tiempos de asimilación.
—Parece un trabajo pesado.
—Lo es.
Él se inclino hasta que su aliento se confundió con el mío y les digo que una fuerza totalmente desconocida para mí, me mantuvo firme en mi lugar. Pues sabía que no le estaba ofreciendo ningún premio, pero yo era eso e intentar darle algo que no era, sería caer en viejos errores.
—Entonces supongo que eres afortunada de poder contar con un bombero que no le teme a los retos.
—Cam... —Pero antes de ser capaz siquiera de terminar mi frase, él zanjó la distancia entre nosotros y me dio lo que yo recordaba como un beso de mi indiscutible, exasperante y completamente adictivo, bombero.
Y claro, pueden gritarlo conmigo: ¡Al fin, maldita sea, al fin!
—Nunca. —Me apartó un poco para mirarme y tras otro rápido beso continuó—: Nunca voy a dejar de esperarte, Blue, llevó esperándote desde los diez años de edad.
—Y esta es su recompensa por su paciencia, señor Brüner. —Abrí los brazos dejando que su fuerza me mantuviera pegada a su pecho y él soltó una risa ronca, jodidamente sensual si me permiten decirlo.
—Debo ser el favorito de Dios entonces. —Le fruncí el ceño no encontrándole gracia a su chiste, a tiempo que Cam ingresaba la habitación aún conmigo atrapada en su abrazo—. Piernas —indicó, a lo cual yo respondí enlazando mis piernas alrededor de su cintura—. Buena chica, Blue. —Depositándome un beso pateó la puerta y en silencio hizo nuestro camino hacia la cama—. No sabes cuánto esperé que me encontraras, Marín, porque simplemente me sentía incapaz de obligarte a esto. Necesitaba que tú lo quisieras tanto como yo.
—Y lo quiero. En verdad lo quiero, señor Brüner.
—Yo también la quiero señorita Lance.
No es que ustedes necesiten saber lo que pasó después, pero tenemos un cuarto de hotel vacío y como varios días para ponernos al corriente después de nuestra abrupta separación, estoy segura que podrán armar el cuadro a partir de eso.
Entonces, luego de analizar los detalles y en vista de que las hojas de este cuaderno se terminan, he decidido que la enseñanza la deduzcan ustedes. No lo sé, tal vez no es tan importante el hecho de sentirnos o no amados, tal vez eso ni siquiera es del todo relevante. Pero me gusta creer que la vida vista como una carrera, tiene cientos de pequeñas victorias. Y quizá el amor no está al final del camino, quizá no todos tenemos ese destino en mente o quizá nos decimos que no lo queremos tanto como deberíamos para no torturarnos si no lo conseguimos, pero no podemos negar que la esperanza de encontrarlo muchas veces sea la que nos incita a seguir andando, ¿no?
No, es cierto, definitivamente esto no funciona. Lo cursi no me pega, pero al menos me llevo diez puntos por intentarlo. Y eso es lo que en verdad importa; intentarlo.
__________________________
Toda opinión al respecto es bien recibida, no tengo mucho más para decir que gracias a todos los que llegaron hasta acá. Siempre es un placer compartir cada historia, cada viaje con ustedes y saber que hay respeto y buena onda, sólo hace de esta actividad algo mucho más gratificante. Nada... nos vemos en el epílogo, si tienen ganas de más, obvio.
Besos, Tammy ^^
Pd: Canción que inspiró el cap en twitter, fb y el multimedia. Y también algunas imágenes que me quedaron de esta historia, las dejo en FB.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro