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Extraños al atardecer

¡Hola! Bueno... quería decir algo acá esta vez, así que lo estuve preparando. A mí me gusta plantear mis historias sobre ejes que las estructuran, ¿no? Ok, uno de los ejes de esta historia es por así decirlo "aprender a querer otra vez". ¿Por qué les digo esto? Bueno, porque sé que hay gente sensible y joven leyendo, a la que tal vez le sirva la advertencia. La historia puede que vaya subiendo algunos grados desde ahora y sólo quería dejarles en claro que me gusta experimentar con estos personajes jajaja Así que advertidos quedan xDD

Capítulo XII:

                                              Extraños al atardecer

—Mierda, por un momento casi no llego.

Rodé los ojos.

—Muy graciosa.

Audrey rompió a reír del otro lado de la línea, haciendo que mis ganas de rodar los ojos una vez más se duplicaran. No tendría que haberle enviado ese mensaje antes, no tendría que ser tan abierta sobre mi vida sexual con todo el mundo. Pero es que, necesitaba sacarlo de mi pecho ¿entienden? Más si consideramos aquello que el desgraciado me murmuró mientras pensaba que dormía, es decir, una chica puede soportar tanto sin recurrir a su mejor amiga por consejo o… un arma.

—Ay, Marlín, ¿no crees que estás exagerando un poco? —El humor aún era palpable en su voz—. Sí, tal vez no te encendiste con el bombero al que pocas podrían resistirse, pero ¿y qué? Seguramente a… —Se interrumpió para sofocar una inoportuna risa—. Lo siento, no puedo decir esa mentira.

—Audrey no seas perra, la verdad es que ya me siento mal sin tener que oír tus bromas.

—¿Qué pasó con todo eso de tomarnos las cosas con humor, Mar? Recuerda que me hiciste prometer siempre buscarle el lado positivo a la mierda. —Creo que la hice prometer eso justamente después de aquel día fatídico en la cocina de mamá, ya saben cuando no pude obtener mi helado. Nunca le conté a Audrey lo que había ocurrido en palabras claras, no que lo necesitara de todos modos. Ella había sido capaz de ver mi necesidad por cambiar el peso de ese suceso, al punto en que me obligó a reír por ello y a enseñarle el dedo medio al recuerdo. Desde aquella vez le dije que continuara haciéndolo, si algo iba mal en vida ella estaba en la obligación de hacerme reír. Me sorprendía que aún tuviese esa promesa presente—. Y, vamos, esa clase de cosas pasan.

—Esa clase de cosas me pasan a mí, Aud —gimoteé en voz baja.

—Ya déjate de lloriquear, me sorprende siquiera que seas capaz de tener sexo con esa actitud. ¿Qué te dije de abusar del razonamiento? —Abrí la boca para quejarme ante esa ridícula pregunta, pero ella no me dio tiempo a emitir sonido—. Marín, si la gente pensara tanto como tú antes de hacer algo, ya nos habríamos extinguidos. El sexo implica ser algo espontanea y no tan mental. El problema está en tu cabeza, no en tu cuerpo, ni en tu salud, ni en ninguna de las cientos de teorías locas que habrás formulado hasta ahora.

Maldición, no era bueno que me conociera tan bien. Me dejaba en evidencia.

—Ok, entiendo tu punto —musité con calma—. Pero eso no me da una solución… es decir, ¡diablos! No es como si tuviese un interruptor escondido tras mi oreja. 

—Pues ha de estar metido en tu culo, porque antes no tuviste tantos problemas para apagar el incendio ¿o si?

—Eso es distinto. —Aunque no podía explicar del todo porque ahora era distinto, sólo sabía que lo era.

—¿Qué cambió? ¿Ya no te atrae?

—Eso es ridículo —mascullé sin siquiera vacilar—. Sólo no logré enfocarme, eso no significa que no estuviese funcionando todo bien hasta que…

—¿Hasta qué…? —me apremió ante mi repentino mutismo.

—Hasta que estuvo sobre mí.

Fue entonces cuando comencé a sentir que me volvía una espectadora, cuando la perspectiva cambió y súbitamente pude vernos. Vernos siendo algo más que una pareja pasando un buen rato, vernos como una pareja que intentaba amoldarse y cumplir con el protocolo. Por algún motivo no me gustaba pensar que “teníamos” que hacerlo para que volviéramos a la normalidad, como si con eso fallando aún estuviese claro que ambos estábamos en el lugar equivocado de la relación.

—¿Y qué pensaste entonces?

Me quedé en un silencio analizador por algunos segundos, lo que pensé podría resumirse en tres palabras.

—Era muy pronto. —Audrey soltó un breve suspiro, como diciéndome: buena, chica. Y no pude evitar sonreír al imaginarme su rostro en ese instante.       

—¿Quieres mi opinión de casi profesional del porno?

—Dispara.

—Intenta pensar en la primera vez que estuviste con él, piensa en cómo te sentías entonces y en qué querías que él sintiera viniendo de ti. —Ahora eso no era tan difícil, lo único que había querido en ese momento era cumplir sus deseos y eso me había inyectado el coraje para sentirme alguien capaz, alguien diferente a la cínica Marín que pensaba el sexo como un intercambio de fluidos—. Lo demás, descártalo —añadió Audrey, como si acabara de escuchar mis pensamientos—. No tienes que apagar tu hiperactivo cerebro para esto, Mar, sólo consigue meterte en la piel de esa chica que muere porque ese hombre la toque.

—Si bajas un poco el tono de voz, podrías trabajar en una línea para adultos —bromeé, logrando que soltara una carcajada.

—Ok, ¿te sientes mejor ahora?

—La verdad, no, pero veo que ya no tienes tiempo para mí. ¿Y Marc? —Por muchos problemas que yo tuviera, no podría olvidar ni en mis peores momentos que ese hombre se había confesado a mí amiga pocos días atrás. Y sé que ustedes también están al pendiente del chisme, ya no insistan.  

—Escapó y está aterrorizando a los aldeanos. —Bufé para que dejara las bromas de una buena vez y ella suspiró de forma audible antes de literalmente reventar mi tímpano con su grito—: ¡Marcus!

—¡¿Qué?! —lo escuché responder a la distancia, o al menos eso creí tras el pitido que aún ensordecía mi oído derecho.

—¡Marín quiere hablar contigo! —Hubo un pequeño lapsus de silencio, por lo que me dediqué a mirar por la ventana hacia el bonito día soleado que me saludaba esa mañana. Si se están preguntando dónde estaba Cameron, no desesperen, había ido a desayunar con los demás mientras yo me excusaba con la llamada de Audrey.

—¿Tienes que decir mi nombre así? —El regaño de Marc llegó medio amortiguado desde el otro lado, mientras mi amiga se carcajeaba a sus costas—. ¿Mar?

—¡Hola! —Era imposible que yo no respondiera con entusiasmo al sonido de su voz, Marc tenía ese efecto en mí—. ¿Cómo estás?

—Yo bien, corazón, ¿qué tal tú? —¿Verdad que él era genial?

—He tenido mejores momentos, pero no voy a aburrirte con eso. —Sacudí una mano restándole importancia a mi propio argumento, él rió con suavidad casi como si pudiera verme haciéndolo—. Te echo de menos.

Suspiró.

—También te echo de menos.

—Consíganse un cuarto —irrumpió Audrey por detrás de Marc, sonando quizá un poquito celosa. ¿Quién lo diría?

Él soltó una carcajada, murmurando algo que no logré oír por completo pero que obviamente no iba para mí.

—¿Has visto eso, Marín? Ahora ella no quiere compartirme con nadie. —Y él sonaba tan complacido por eso.

—Supongo que las confesiones de amor la pueden.

—Cierren la boca, estoy escuchando lo que dicen. —Ambos reímos ante la indignada replica de mi amiga.

—Sólo quería saber si las cosas marchaban bien. —Marc no respondió al instante, tal vez tomándose un segundo para preguntárselo a Audrey. Ahí lo tienen, mi buen amigo terminó siendo un dominado.

—Todo va bien —musitó finalmente con un tono de voz casi ronco. Diablos, no quería comenzar a imaginarme lo que estaba pasando del otro lado. Es decir, vamos, había niños en esa casa—. ¿Cómo está Cam?

—Bien, él está bien. —Por extraño que esto pueda sonar, no me sentía cómoda mintiéndole a Marc. Una cosa era omitirle mi secreto para no preocuparlo, otra era hacerlo creer que podía cuidar de su amigo cuando claramente yo estaba haciendo aguas en esa materia—. Le diré que te llame cuanto antes.

—Haremos una llamada por Skype así conoce a Daniel —sentenció Audrey, sin dejar lugar a la negociación—. Ahora lárgate y diviértete con tu bombero.

—Lo mismo digo —susurré con una sonrisa que no llegué a sentir más que en mis labios. No me malinterpreten, el hecho de que Marc y Audrey estuviesen bien me ponía muy contenta, sólo quería tener una probada de eso por mi cuenta. Sólo quería que Cameron no dudara de mi afecto hacia él—. ¿Marc?

—Dime.

—¿Podrías darle un beso ahora?

La calurosa risa de mi amigo golpeó de lleno en mi pecho, mientras lo escuchaba diciéndole a Audrey algo como “ven aquí” y segundos después el exagerado ruido de un beso.

—Marín, revisa tu correo cuando puedas te envié algo… ¡No! Marcus, dame el teléfono…

—Suficiente de charla, Jordan, no puedes empezar a seducirme con un beso así y luego dejarme colgado. —Se detuvo un segundo—. Lo siento, Marín, no es personal.

—Diviértanse… —Pero dudo siquiera que ellos me hubiesen escuchado, obviamente estaban demasiado ocupados probando las distintas técnicas de regado de jardines. Malditos sean, contando dinero frente a los pobres.     

Oh, saben que sólo estoy bromeando. No me frunzan el ceño, por supuesto que no podría estar más feliz por ellos.

                                                                 ***

Ahora si tengo que hablarles de mi situación, pues me sería un poco más difícil decirles que las cosas marchaban bien. No importó cuánto me esforcé por liberarme del compromiso de ir a la playa, Cameron tuvo el tacto de recordarme que me había perdido el desayuno y ante ese argumento tuve que ceder. Es decir, era cierto, me había saltado el desayuno ¡pero por una buena causa! Yo tenía que hablar con mi amiga, tenía que hacer un plan y convencerme a mí misma que podía con todo esto. 

Sinceramente, mientras me sentaba en una cama de esterillas, toallas acumuladas y dos bolsos sobre la arena, comencé a replantearme seriamente esa idea de poder lidiar con el asunto. Cameron había estado irritable durante el viaje al balneario de San Juan, echándome miradas de reojo que claramente iban con la intención de hacerme sentir culpa. Sí, buena suerte con esa. Podía estar mirándome feo todo el día, eso no haría que me disculpara por incumplir con la promesa de bajar por el desayuno. ¡Dios! ¿Por qué tanto escándalo? Debería hacerlo hablar con Ruth, ella le explicaría que presionarme no era el mejor modo de ponerme cooperativa. Si tenía en mente volver la comida el centro de nuestro viaje, pues podría ir olvidándose de mí, cogería el próximo vuelo y a la mierda todo eso de nadar juntos. Es decir, iba a poner mis límites también.

Lo quería; lo quería a él, no a un maldito supervisor de alimentos.

Me dispuse a no volverme un incordio, tomando asiento en el improvisado campamento que habían armado los chicos en la arena. Fui lo suficientemente educada como para declinar la opción de meterme en el agua, alegando que no me importaba permanecer allí cuidando las cosas. Y mientras le daba un repaso a mi Neruda, realmente comencé a relajarme. Bueno, teniendo en cuenta que estaba leyendo el libro que por excelencia se considera el representante de la expresión del amor ausente.

—Eso es trágico, Blue. —Alcé la vista abruptamente, notando que un Cameron completamente mojado se inclinaba para luego dejarse caer a mi lateral en la toalla.

Él había estado nadando desde que habíamos llegado, al principio lo observé como toda mujer en un radio de un kilometro y con buena vista habría hecho. Luego, cuando se pusieron a jugar y reír, me sentí una mirona por lo que saqué mi libro del bolso e inicié mi tortura con Neruda.  

—Es uno de los mejores libros de Neruda —mascullé, sintiendo la responsabilidad moral de defender al escritor.

—Es uno de sus libros donde más llora por amor, ciertamente no un libro para este momento. —¿Lo decía porque estábamos en la playa? ¿O se refería a nuestro momento en particular? Pues desde que había amanecido, parecía que nos íbamos distanciando más y más conforme pasaban los minutos. Lo miré esperando a que se explayara o me brindara una mísera conversación normal para variar, pero él sólo sonrió perfilando su vista hacia el agua—. “… Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos/—murmuró repentinamente algo vacilante—. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise/ Mi voz buscaba el viento para tocar su oído/ De otro. Será de otro. Como antes de mis besos/ Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos/ Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero/ Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido/ Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido…”

“Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.” —completé, sin saber a ciencia cierta por qué habría citado esa parte del poema. Me quedé observándolo algo atónita, era obvio que mi padre lo había instruido en otras cosas además del ajedrez.

Cameron me miró finalmente, dándome una breve sonrisa de lado antes de incorporarse en un solo movimiento.

—¿Vienes al agua conmigo? —Negué con suavidad y él asintió sin protestar, ya esperando esa respuesta por mi parte—. No puedes culparme por intentarlo.

—Voy a ir a dar un paseo para estirar las piernas, ¿ok?

—¿Quieres que te acompañe?

—No, estoy bien. —Metí el libro dentro de mi bolso con el pulso algo renuente a cooperar con la tarea—. Me llevo el móvil, llamaré cualquier cosa. Diviértete.

No esperé a que respondiera, me puse de pie sacudí mis shorts y colgué mi bolso de mensajero en mi hombro, para luego huir sin saber en qué dirección. No lo entendía, no entendía a qué venía todo esto. Por un lado estaba dispuesto a ganarse mi afecto de nuevo—el cual nunca había perdido, por cierto—y por el otro me recitaba un poema de despedida en el cual dejaba claro que se estaba dando por vencido. ¿Qué demonios? ¿Qué esperaba que interpretara de todo eso? ¿Acaso realmente esperaba que fuese de otro? ¿Acaso había cambiado de opinión sólo porque no fui a desayunar? ¿Siquiera eso era posible?  

Por largo rato caminé por los caminos circundantes a la playa, casi sin prestar atención al entorno. En algún momento me encontré con edificios coloridos y de fachada entre moderna y colonial. Al ver que estaba dejando atrás el paseo de palmeras que había estado acompañándome, decidí seguir adelante en busca de un sitio donde tomar un café. Sé que todo esto del distanciamiento había ocurrido por no desayunar, así que terminaba siendo algo irónico que fuese en busca de mi desayuno en ese instante. Pero el café siempre me ayudaba a enfocarme, además que me daría un empuje para pasar el resto del día en la playa hasta que mis compañeros se cansaran de nadar o yo me cansara y terminara ahogándolos. Opción que cada vez ganaba más peso en la balanza de la justicia de Marín.  

Estaba apunto de rendirme y pedirle a alguien instrucciones para encontrar un condenado café, cuando mis ojos se toparon con una imagen internacional que automáticamente me hizo sentir más cerca de casa. Me metí en el Starbucks agradecida por el aire acondicionado que me recibió con los brazos abiertos; tras hacer mi pedido me llevé mi caramel macchiato hacia una mesa junto a una ventana y entonces me dediqué a beber y pensar. Habría estado mucho mejor con unas cuantas gotas de coñac, pero tampoco me iba a poner exigente al respecto.

Me encontraba completamente ensimismada en mis pensamientos, tratando de deducir un modo de poner los consejos de Audrey en marcha y pensando cómo dejar de pensar siendo que era algo que hacía desde mi nacimiento, cuando mi teléfono emitió un zumbido sobre la mesa.

¿Dónde estás?

 

¿Sin carita sonriente? Vaya, esto era nuevo. Por un segundo me planteé la posibilidad de no responderle, pero entonces lo pensé mejor: ignorarlo no haría que el tema evolucionara. Teníamos que hablar, no sólo sobre la comida sino sobre todo lo que había pasado el día anterior. Porque, obviamente no pensaba que el problema fuese mi omisión del desayuno, esa resultaba ser una excusa pertinente. El verdadero problema era mi supuesta falta de afecto hacia él, o sea mi dificultad mental para llenar la pecera. 

En un Starbucks, sobre la calle San Gerónimo.

Un sorbo de café después me llegó otro mensaje.

Me gustaría que te divirtieras un poco conmigo, ¿te gustaría jugar a algo?

Enarqué una ceja sin tener idea de cómo interpretar lo que estaba leyendo, ¿jugar? ¿Divertirme con él? Claro, nada me gustaría más que poder patear a un lado el recuerdo del día anterior y hacer borrón y cuenta nueva. Pero no podía negar que me llamaba la atención su elección de palabras.

¿Jugar a qué?

Espera donde estás y lo sabrás.

Ok.

Bueno, ¿quién no se anotaría para jugar con un Cameron enigmático? Porque yo definitivamente estaba adentro, aún cuando no tenía ni la menor idea de lo que se traía entre manos. Esperaba que no fuese alguna actividad física como escalada, yo apestaba en casi todo lo que requiriera combinación de manos, piernas y fuerza. ¡Uh! Tal vez quería montar en una moto de agua, esa sin duda sería una actividad que ambos disfrutaríamos.

Pasaron unos cuantos minutos en los que básicamente me dediqué a intentar adivinar lo que haríamos, cuando sentí que alguien se aclaraba la garganta a mi lado. Al levantar la mirada, me encontré con sus ojos azules fijos en mi rostro y ese gestito que solía hacer cuando se ponía nervioso, ya saben, eso de jalar con sus dientes la esquina derecha de su labio. Debería hacerlo más seguido, porque era un gesto que pondría de rodillas a la mujer más reticente. Le sonreí, olvidando por un momento el tema del poema y sólo dedicándome a repasarlo con la mirada.

—Sé que esto pueda sonar un poco tonto, teniendo en cuenta el lugar en donde estamos —comenzó, metiendo las manos en los bolsillos de sus bermudas como si no supiera qué hacer con ellas—. Pero… ¿podría invitarte un café?

Bajé la vista hacia mi vaso vacío y luego lo miré de regreso, él medio sonrió dudoso.

—Yo…

—Estás esperando a alguien, ¿verdad? —Abrí la boca, confusa, lista para voltearme en busca de otra persona a la cual podría estar hablándole—. Claro que lo haces, lo siento. Es que te vi desde allí… —Apuntó a una mesa que había estado vacía durante todo el rato que yo había estado en el local—. Y me dejé llevar por el impulso.

Sus ojos escanearon mi rostro, aguardando con seriedad mi respuesta. Pero yo me encontraba momentáneamente descolocada, ¿qué se suponía que estaba pasando aquí? Parpadeé tratando de aclararme y por el rabillo del ojo noté mi móvil sobre la mesa, recordándome súbitamente el mensaje que me había envidado. Un juego, esto era un juego. Él me estaba invitando a jugar, a fingir que no nos conocíamos ¿cierto? ¿Sería eso? Diablos, ¿qué hacía?

—En realidad… —vacilé soltando un suspiro entre dientes—. No estoy esperando a nadie, ¿quieres sentarte?

Él me sonrió, evidentemente más relajado y luego procedió a sentarse en la silla que me enfrentaba. Al principio no parecía saber cómo ponerse cómodo, hasta que terminó echándose hacia atrás para obtener una perspectiva más completa de mí.

—Obviamente no eres de aquí —musitó con un tono que me recordó al joven Cameron, al adolescente que sonreía presionando sus labios y parpadeaba quizá un poco más de la cuenta—, ¿placer o negocios?

Miré sus manos entrelazadas sobre la mesa, pensando un instante cómo proceder.

—Supongo que un poco de ambos, ¿tú?

—Sin duda negocios. —Uf, ¿a qué venía eso? ¿Acaso íbamos a negociar algo durante ese intercambio? ¿O era que se valía cambiar un poco las cosas en el juego?

—¿Estás trabajando en la zona?

Él sonrió, sacudiendo la cabeza con suavidad.

—No precisamente, estoy viajando con un grupo y sacando fotografías.

—Eres fotógrafo —sentencié, logrando que su sonrisa se acentuara más.

—No, pero me gustaría serlo. Decidí comenzar a probar mi talento, viendo si tengo algún talento en lo absoluto. —Sacudió una mano definitivamente arrastrando desde el pasado otro de los ademanes de su juventud. El Cameron de antes gesticulaba mucho con sus manos, casi como si fuese incapaz de no intentar traducir lo que decía a lenguaje de señas.

—¿Y qué tal te va hasta ahora?

—Sería injusto que yo juzgara mi trabajo, supongo que la destinataria de las fotografías terminará por decidir si valen la pena. —Fruncí el ceño levemente, no recordaba que hubiese un motivo final para sus fotografías. Así que decidí indagar más sobre el tema, puesto que eso sería lo que cualquier chica haría con alguien que acaba de conocer, ¿no?

—¿La destinataria? ¿Alguien te envió aquí para fotografiar el lugar?

Mi extraño Cameron se rascó la mejilla, dándome una profunda mirada de ojos azules.

—Digamos que es una larga historia —respondió al cabo de un estudiado silencio.

—Cuéntame. —Me permití ser algo exigente, algo que quizá no habría hecho si él no hubiese propuesto ese juego de roles.

—Hay una chica…

—Siempre hay una chica —lo interrumpí, logrando que una sonrisita rompiera su semblante serio.

—Bueno, algunos años atrás le prometí que decoraría una biblioteca para ella con fotografías de los lugares más lindos que pudiera encontrar. —Aparté la mirada demasiado consciente de su analizador escrutinio—. Estoy intentando cumplir esa promesa.

—¿Y ella está aquí contigo? —Cameron se llevó una mano a la boca de un modo que no me permitió ver por completo su expresión. 

—No —musitó amortiguando su voz tras la palma de su mano—. No, ya no estamos juntos.

No podía negar que fue algo duro escucharlo decir eso, aunque en teoría era cierto. Él y yo ya no éramos pareja, éramos… éramos demasiado complicado como para poder ponerle un nombre siquiera.

—¿Y de todos modos piensas tomar las fotografías para ella?

—Soy muy fiel a mis promesas —espetó algo taciturno.

—¿Aun cuando a ella no le importes lo suficiente como para estar aquí? —Me miró entornando los ojos, claramente no muy contento con mis deducciones sobre la situación.

—No se trata de mí… —Fijó la vista en la ventana, dejando que la pequeña querella se diluyera entre el ruido de las personas y el ambiente cargado de aroma a café—. De todos modos, ¿qué hay de ti? ¿Estás aquí sola?

—No, también estoy con un grupo. Dos chicos y una chica. —Él sonrió al notar que lo había omitido deliberadamente.

—Igual que yo.

—¿En serio? —Fingí sorpresa—. Vaya coincidencia, tal vez deberíamos reunirnos todos para tomar un café.

—No lo sé, somos un grupo bastante cerrado. —Aun cuando sabía que estaba haciendo una broma, no pude evitar preguntarme cómo estaban tomando mi forzada entrada en el grupo los otros tres individuos.

—¿Una chica y tres chicos? —Asintió en respuesta—. Hm… ya veo que tipo de grupo son.

Cameron soltó la primera carcajada desde que había llegado y el sonido de su diversión me relajó de un modo considerable.

—No, no es así.

—¿O sea que ella es la novia de alguno? —Era el mejor momento para saciar mi curiosidad sobre Claudia, sin parecer demasiado entrometida al respecto.

—No, ella sólo es una amiga. —No es que desconfiara de él, pero me costaba un poco sólo creer que Claudia quería ser amiga de todos ellos. Más teniendo en cuenta que Mic y Oliver no era para nada de mal ver, teniendo tres hombres atléticos, guapos y aventureros a su disposición, una mujer no podía permanecer imperturbable ¿verdad?—. En realidad es alguien con quien se puede hablar cómodamente.

Estaba segura de que intentaba decirme algo con eso, estaba segura de que había un mensaje implícito allí.  

—Ya veo…

—Ella entiende —dijo de un modo contundente. Pero ¿qué diablos entendía? ¿Entendía que él era mío incluso cuando en la práctica no lo fuera?

—¿Y es bonita?

—Sí, lo es. —¿Acaso no podía mentirme un poco? No haría daño considerando que estábamos actuando, además que los extraños se mentían constantemente. Era como una regla para agradar, las mentiras siempre nos hacen personas más tolerables y luego cuando salen a flote, se acaban las relaciones. Es decir, ¡vamos!, información de la vieja escuela.

—¿Te gusta? —Ya que estábamos en ello, iría con todo mi arsenal. Cameron permaneció tanto tiempo en silencio, que por un segundo me arrepentí de haberle lanzado esa pregunta. Habían cosas que era mejor simplemente no saberlas, créanme.

—Intenté que así fuera. —Me quedé patidifusa con su respuesta. ¿Ven los que les digo? Aquí hay un algo que una chica no tendría que saber del hombre que quiere.

—¿Y qué pasó? —No importaba qué tanto no quisiera saber esto, yo tenía que oírlo, la opción de no indagar ni siquiera cruzó por mi mente.

—Simplemente no funcionó. —¿Qué mierda significaba eso? ¿Lo había intentado en el sentido más estricto de la palabra? Oh, mierda, mierda… algo se estaba apretando en mi pecho—. No quería eso, pero tampoco quería sentir que estaba viviendo colgado de una fantasía. La chica de la que te hablé… realmente lo arruiné con ella y estaba casi seguro de que todo se había terminado.

—¿Entonces te acostaste con Claudia? —le escupí de forma abrupta, olvidándome por completo de la actuación. Cameron se enderezó en su asiento, echando su cuerpo hacia adelante.

—No me acosté con ella, fue sólo un beso.

Aun cuando luché por mantener la compostura, sentí como mis ojos comenzaron a humedecerse delatoramente.

—¿La besaste? —conseguí murmurar tras exhalar el aire que había estado conteniendo. 

—Ella me besó a mí y por un momento en verdad intenté corresponderle.

¿Por qué me estaba contando todo esto? Maldito desgraciado, ¿acaso no me había hecho el suficiente daño ya? ¿Todavía necesitaba verme retorcer un poco más?

—Ya —mascullé, asintiendo repetidas veces para luego incorporarme de sopetón—. Espero entonces que ustedes sean muy felices, adiós.

Me precipité fuera del local sintiendo un dolor creciente en mi pecho, sintiendo como las lágrimas se acumulaban en mis ojos deseosas de romper mis barreras de contención.

—¡Marín! Marín, por favor detente. —Su mano aprisionó mi brazo, jalándome decididamente hacia atrás—. Tenías que saberlo…

—¿Para qué? ¿Necesitabas meter el dedo en la herida para no perder la costumbre?

—No… —Sacudió la cabeza con vehemencia, parecía tan o más perdido que yo en ese instante—. No, Blue, no quería hacerte daño. Pero tampoco quiero ser deshonesto contigo, en ese momento pensaba que ya no tenía nada que perder y lo creas o no, sentía que debía empezar a superarte. —Soltó una risa sin humor—. Pero ahora estás aquí y no quiero mentirte de ningún modo, sabía que decirte esto no sería fácil pero estoy dispuesto a mover cualquier obstáculo de mi camino. Esta vez voy a llegar a ti sin mentiras u omisiones.

Mordí mi labio inferior tratando de encontrar mi enfoque perdido, tratando de procesar sus palabras y sus motivos. De acuerdo, podía con esto, yo malditamente podía con esto. Lo miré.

—No recuerdo haberte dado mi nombre en ningún momento —le espeté letalmente seria, él me miró algo desconcertado para un segundo después sonreír con brevedad y deslizar una mirada tentativa por el largo de mi talle.

—Sin nombres funciona para mí. —Extendió una mano, rozando el cuello de mi camisa en un intento de corregir una parte que se había levantado, pero lo único que logró fue empujar los lados hasta profundizar un centímetro más mi escote.

Lamí mi labio con toda la intención de que su mirada fuese hacia allí y por supuesto que él no me decepcionó, sus ojos se oscurecieron al captar mi obvio gesto insinuante.

—Sabes algo, me alegro que ella no esté aquí contigo.

—¿Ah si? —inquirió con su voz bajando al tono de indiscutiblemente sexy Cameron.

—Deberías olvidarte de una vez de ella, seguramente ahora está coqueteando con algún tipo o buscando llevárselo a la cama.

—No creo que ella hiciera algo así. —Frunció los labios en un puchero comestible, como si le desagradara y agradara la idea al mismo tiempo. Le sonreí dando un paso más cerca de él, Cameron bajó la mirada para seguir mis movimientos con silencioso interés. Pasé mi índice por la cinturilla de sus bermudas, enganchando el pasador del cinturón de un modo casual y jalándolo lo estrictamente necesario para que su pecho rozara el mío.

—Oh, ella definitivamente lo haría.

—¿Qué estás haciendo? —Y aunque intentó sonar censurable, una de sus manos cayó posesivamente en mi cintura clavando sus dedos en la piel que se adivinaba por debajo de la fina tela de mi camisa.

—¿No es obvio? 

—No me conoces, podría ser un asesino o peor… —De ser posible la presión de su mano aumentó, casi como si me estuviera regañando en verdad.

—Siempre y cuando me mates luego de darme un orgasmo, prometo no presentar cargos. —Sin duda no reconocía a la persona que estaba diciendo eso con mi boca o tocando a ese hombre en medio de la calle con mis manos, pero no me importaba. Éramos desconocidos, estaba permitido ser quien quisiéramos.

Él me observó con detenimiento, quizá deteniéndose un momento demás en mi boca y en el modo en que mi respiración insistía en salir por entre mis labios levemente entreabiertos. Entonces me empujó los últimos centímetros que nos separaban, rozando su pelvis demandantemente contra mi cuerpo.

—Quiero esa boca —susurró inclinándose hasta que sus labios oscilaron cerca de los míos—. Quiero verte succionar con esa boquita tuya y verte tragar con hambre, hasta que haya acabado por completo dentro de ti.

Con sólo oírlo decir eso con su voz ronca y baja, ya sentía como mis piernas comenzaban a temblar de anticipación y la familiar presión latente se despertaba entre mis muslos.

—Te sigo —musité echando una mirada fugaz a la calle. Cameron también miró hacia nuestros laterales, para luego ofrecerme una oscura sonrisa. 

—¿Y por qué no aquí?   

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¿Opiniones? :D

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