Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El regreso de Blue

Escuché por ahí que tenían ganas de leer otro cap... ¿qué? ¿No fueron ustedes? Uf... que situación más incómoda... en fin, tengo cap así que tendrán que tolerarlo xDDD Espero les guste, y espero que estén pasando un lindo fin de semana. Acá llueve sin parar, lo cual siempre hace cosas raras en mi cabeza XD

Capítulos III:

                                                   El regreso de Blue

Es demasiado pronto para un “resumiendo” ¿verdad? Aunque para ser honesta con ustedes, debo confesar que carezco por completo del don de la síntesis (como si no lo hubiesen notado ya). Algunos nacen para ir al punto y otros nacemos para dilatar el tema, hasta que el punto se vuelve algo tan abstracto que es difícil identificarlo. En fin, aun cuando fuera demasiado pronto me sentía con la obligación moral de saltarme los días más aburridos de hospital.

Como el parto fue por cesárea, Audrey tuvo que pasar algunos días ingresada para darle tiempo a su cuerpo a sanar un poco. Creo. La verdad es que no tengo mucha idea del tema, jamás fui de las que investigan mucho sobre los partos y mi limitado conocimiento de los bebés se extendía hasta Daniel. Por lo que estuvimos cuatro largos días yendo y viniendo del hospital, sonriéndole a los familiares de Audrey que llegaban, despidiendo a otros e intentando convencer a Clarisa que Marc era un hombre decente. Cuando vimos que eso último era inútil, nos dedicamos pura y exclusivamente a hacer la estadía de Audrey lo más amena posible.

Al regresar a su casa todos estábamos deseando la comodidad del hogar, y yo intenté por todos los medios, no convertirme en un incordio. Me gustaba ver a mi amiga interactuar con su nuevo hijo, el modo en que le hablaba y lo hacía responderle a hurtadillas cuando creía que nadie la observaba, la manera en que lo miraba reconociendo con velocidad cada una de sus quejas y esa forma tan única de calmarlo con el sonido de su voz. Audrey podría ser una mujer particular para cualquier observador externo, pero tenía metido a flor de piel el papel de madre y por extraño que sonase, para mí le sentaba perfecto. Y Marc compartía esa idea también.

Si bien había sacado varias conclusiones sobre ellos dos, los sentimientos de Marc aún representaban un misterio para mí. Cuando caí en la tentación de preguntarle por el beso, él se encogió de hombros dándome una de sus sonrisas inocentes. Lo hacía parecer como nada, como algo que uno hace porque tuvo la oportunidad. Aunque yo me negaba de plano a creer algo así de Marc, sólo no me cuadraba. Su comportamiento con los niños era impecable, todas las enfermeras estaban como locas con él y pensaban que era el padre más adorable de la sala. Pero en lo que respectaba a Audrey, él continuaba manteniendo esa cortés distancia que a veces me exasperaba.  

¿Es que acaso les costaba tanto admitir que se gustaban? Audrey le ladraba, él se reía y la ayudaba en lo que fuese, como si no escuchara sus críticas o regaños. Sólo seguía siendo el amable Marc, ese que en contadas ocasiones mordía el anzuelo y se enfrascaba en una querella absurda con la que no llegaban a nada.

Pues básicamente ese jueguito extraño continuó cuando el escenario se traslado a la casa, por lo que tras dos días de escucharlos reñirse sobre tonterías decidí coger mi carro y salir a pasear.

No tenía un destino, sólo necesitaba apartarme de la tensión sexual de esos dos e intentar enfriar mi cabeza. Tanta charla sobre bebés y futuros comenzaba a afectar mi racionalidad. Y por mucho que Marc y Audrey discutieran o se burlaran mutuamente del otro, se veía que ese era su modo de demostrarse interés. Cuando Marc tomaba a Daniel en brazos, Audrey se apagaba y entonces parecía que sólo fuesen Marc y Daniel en su lunático mundo. Y cuando Audrey se ponía toda sentimental porque el niño lloraba sin consuelo, Marc se enfundaba en su traje de bombero (no literalmente, diablos) y la calmaba diciéndole que el bebé podía sentir sus emociones; la ayudaba a pasar el pequeño trauma de madre que acaba de dar a luz y luego se miraban de ese modo. Ustedes saben a qué modo me refiero, ese modo en que se miran las personas que se quieren. Aun cuando esas personas sean lo suficientemente tozudas como para admitirlo.

Ese modo en que meses atrás solía mirar a… bueno, él.

Con toda la emoción por el nuevo bebé, obviamente me pregunté un par de veces dónde podía estar, qué estaría haciendo en tal o cuál momento, o cómo habría interpretado las escenas de nuestros amigos. Pero no podía formular mis dudas en voz alta, por una parte porque sabía que tanto Audrey como Marc estaban evitando mencionarlo adrede. Y segundo, porque por supuesto que él era un tema que ya debería haber superado. De acuerdo, no tanto como superado, pero ustedes comprenden lo que eso significa.  

Así que hice lo que estuvo en mis manos por no caer en la tentación de decir su nombre, aunque inconscientemente esperaba atrapar de alguna conversación al azar una pizca de información sobre su persona. ¿Era demasiado patético esto? Vaya, mejor no respondan.

Encendí el radio del automóvil, dándole una posibilidad a la música para distraerme. Mientras tanto doblaba en una esquina cualquiera, pisando el acelerador lo suficiente como para hacer volar las hojas muertas que decoraban el camino gracias al paso del señor Otoño. ¿Recuerdan como en el jardín de niños enseñaban las estaciones como si fuesen personas? El señor Otoño, el señor Invierno, el señor Verano y la señora Primavera, la cual era una zorra porque se daba de señora cuando ni un marido tenía.

Eché una mirada a la calle que atravesaba el pueblo por completo y luego di una vuelta para salirme de esa vía, pues si avanzaba un tanto más estaría en el punto de mi caída espiritual. Me refiero al accidente, por supuesto. Sé que lo de “caída espiritual” puede interpretarse de varias maneras en mi caso, así que comprendo si estaban intentando determinar cuál de todas.

Sacudí la cabeza enfocándome en la canción que comenzó a tocar el radio, no la conocía. ¡Gran sorpresa! La verdad es que no conocía casi ningún tipo de música, la música normalmente sacaba a relucir las peores partes de mí. Y nunca la tuve como buena compañía. Me di cuenta tras escuchar la primera línea, que ese caso no sería la excepción. ¿Acaso había una regla en la que todas las emisoras decidían pasar música desgarradora en tus peores momentos anímicos? Díganme, pues es como si el maldito universo confabulara con todas las estaciones de radio y los cantantes para acabar por hacerte mierda… o impulsándote a lanzar tu carro por un precipicio. Como si la vida real no fuese la bastante horrible, la música nos recordaba que incluso en ese plano todo podía ir mal.

—Gracias, Lady como te llames… esto era justo lo que estaba necesitando.

Obviemos lo ridículo que es discutir con una canción y aún así no osar a cambiarla por temor a fastidiar el momento autocompasivo.

«Sí, prefiero que duela a no sentir nada en lo absoluto» decía la mujer en ese momento, como si hubiese hallado el modo de responderme y a la vez burlarse de mí.

Dios, maldita basura. Odio la música, ¿ya se los he dicho antes? Bueno qué va, en resumidas cuentas la canción a la que amablemente llamaré “seccionadora de corazones”, iba sobre una mujer que estaba sola recordando y entonces simplemente admite que lo necesita. Y como si esto no fuese un golpe lo bastante fuerte para mis resistencias, luego aparece la voz de un hombre diciendo que espera verla cruzar la puerta como antes y que sólo la necesita ahora. Es precisamente en ese momento de la canción en la que doy una vuelta brusca del volante, tomando una calle que no estaba siquiera cerca de mis planes a veinte años.

Sin duda alguna sabía que me arrepentiría de ello, pero culpen a la Seccionadora de corazones o a quién fuera se le ocurrió escribir una canción así, ¿cómo se suponía que podía reaccionar a gente que estaba diciendo necesitarse? Sé que creen que no tengo emociones, que soy un jodido robot, pero hasta allí podría mantener la fachada que tanto me había esmerado en sostener frente a mis amigos. Yo lo necesitaba aún, lo necesitaba ahora. Tal vez no para hablarle o creer que él me estuviese esperando, sólo quería ver su casa, ver el pórtico, quizá y captar su reflejo a contraluz en una ventana. ¿Era eso mucho pedir?

Me respondí de ciento de maneras distintas, mientras presionaba el acelerador y dejaba que el instinto me guiase por un camino que había transitado durante gran parte de mi vida. Crucé casas y rostros familiares, pero no atiné a bajar la velocidad, incluso cuando la canción ya había terminado. Cuando faltaban sólo diez casas para llegar a la mía—las había contado en mis peores años de obsesión, no se fijen—, disminuí la velocidad y giré el rostro lo suficiente como para parecer escasamente interesada. Lo que me duró alrededor de dos coma cinco segundos, o sea el tiempo que le tomó a mis ojos registrar su jardín y notar algo que simplemente no tenía pies ni cabezas.

—¿Qué…? —musité y sin darme cuenta mi pie derecho voló al freno, haciendo que el auto se sacudiera antes de ahogarse y detenerse por completo.

Miré arriba y abajo de la calle, esperando que nadie hubiese notado mi pequeño fallo de conductor. Pero la verdad era que me importaba un cuerno si causaba un accidente con mi despiste, mis pensamientos no estaban corriendo en ninguna otra dirección que no fuese hacia su casa. La casa que dos meses atrás me sirvió de refugio, la casa donde lo vi por primera vez y lo observé durante años, la casa que lo había mantenido anclado a Milaca. Esa casa que ahora mostraba un cartel de alquiler que la anunciaba disponible a cualquier extraño.

¿Entienden mi desconcierto?  

Aspiré una profunda bocanada de aire, empujando la puerta del conductor que chirrió acusadoramente. Pasando mis manos a lo largo de mi sweater para inspirarme coraje, me encaminé con paso decidido hacia la entrada. Debía haber un motivo para que hubiese colocado su casa en alquiler, y una extraña sensación de pesadez en mi estómago me impulsaba a intentar averiguar dicho motivo. Justo cuando estaba por extender mi mano para llamar, la puerta se abrió revelando a un sonriente hombre del otro lado. No específicamente el hombre que había estado esperando, dicho sea de paso.

—Hola, tenemos a una madrugadora.

Creo que intenté sonreír, aunque sentía que el gesto estaba almacenado en una parte de mi cerebro cerrada a cal y canto.

—Hola…

—¿Vino a ver la casa? —Asentí, todavía la bastante ausente como escuchar lo que me decía—. Adelante entonces, iniciemos el tour.

Entonces caí en cuenta de que el hombre era el encargado de mostrar la casa a los posibles interesados, y de ser posible aquella sensación en mi estómago creció hasta casi tocar mis pies. Diablos.

¿Dónde estaba Cameron? ¿Por qué estaba permitiendo que ese hombre de traje gris enseñara su casa como si se tratara de un museo? ¿En qué demonios estaba pensando al sólo dejarla allí indefensa? ¿Y dónde estaba Cassi? ¿Sería parte del paquete él y Kid? Dios… me sentía enferma, llevaba unas cuantas semanas sin experimentar aquella comezón en mis manos, sin saborear ese gusto amargo deslizándose por mi garganta. Y me odiaba por permitir que eso me afectase a tal punto. ¡Condenado fueras, Cameron Brüner!

—Es lo bastante amplia para una familia con niños, ¿tiene usted niños? —Sacudí la cabeza en una muda negación, siguiendo al hombre a través de la sala.

Donde antes había estado todo el equipo de pesas de Cam, ahora se encontraba una mesa con un gran jarrón en el medio y papeles diseminados sin ningún cuidado. El sofá seguía siendo el mismo, aun cuando parecía un completo extraño en ese entorno y las pocas fotos que decoraban las paredes habían sido removidas, dejando el espacio en blanco que atestiguaba su paso por allí.

¿Podría ser posible que una casa perdiera su personalidad? No estaba segura, pero todo lo que se presentaba ante mis ojos carecía de eso… personalidad.

—¿Por cuánto es el contrato? —inquirí, cuando fui capaz de reunir mis pensamientos. El hombre, cuya voz se me hacía ligeramente familiar, se volteó observando los papeles que tenía en su fichero de mano.

—Bueno, inicialmente es por un año… pero el dueño aún no se decidió por completo a no extenderlo. Así que las posibilidades de mantenerlo son buenas.

Eso significaba que Cam abandonaría su casa por un año, sin garantías de regresar alguna vez en el futuro. ¿Por qué? ¿Qué demonios estaba pasando aquí?

—¿Le gustaría ver el piso de arriba? Las habitaciones son amplias y con una excelente iluminación.

Me encogí de hombros, pues lo único que deseaba en ese entonces era correr al interior de mi auto y tal vez llorar. O buscar alguna otra canción que terminara por decirme qué hacer. ¿Qué hacía? ¿Por qué me dolía tanto que no estuviese aquí? ¿Acaso realmente esperaba que sólo se quedara aguardando mi regreso? ¿Ni siquiera iba a intentarlo una vez más? Sé que yo le dije que no podía seguir con él, ¡diablos si no lo sabía! Pero me jodía que hubiese superado el asunto así de rápido. Me jodía que yo aún no fuese capaz de superarlo, mientras él andaba Dios sabe dónde.

—¿Señorita? —interrumpió el vendedor, forzándome a calmar mi patético comportamiento. Nosotros habíamos terminado, era obvio que él seguiría adelante y yo debería hacer lo mismo de una maldita vez—. ¿Se encuentra bien?

—Sí… —Tragué con fuerza—. Es sólo que… ¿podría beber un vaso de agua? El viaje me ha sentado algo mal.

El hombre me sonrió compasivamente, dándose la vuelta para dirigirse hacia la cocina. En el segundo en que lo perdí de vista, reagrupé mis neuronas y me giré furtivamente hacia la puerta de salida. Mi giro fue tan inesperado, que terminé por darle una patada a la estúpida mesa que no tenía absolutamente nada que hacer allí. El jarrón se tambaleó y yo ahogué un grito, cuando éste volvió a su sitio sin reportar daños para mi buena fortuna.

—Mierda —masculle sobándome la pantorrilla.

Rápidamente me incliné para levantar los papeles que había mandado a volar con mi poco agraciada retirada, y tuve que detenerme un segundo al notar que se trataba de la correspondencia de Cameron. Un gran número de cartas de distintos servicios que me hacían pensar que llevaba largo rato sin mostrar su cara por ese sitio. Las apilé en un montón tratando de no pensar mucho en ello y volví a colocarlas sobre la mesa, por el rabillo del ojo capté un sobre que se había arrastrado a los pies del sillón y me lancé sobre él. Estaba por tirarlo con el resto para huir antes de que el vendedor regresase, pero entonces vi algo que me paralizó. El sobre decía mi nombre.

Unas grandes letras toscas, escritas con rotulador negro sobre el papel madera. ¿Qué mierda? Yo era la destinataria, pero… ¿por qué estaba en su casa? No lo pensé, me limité a actuar. Metí ilegalmente el sobre en la parte trasera de mi pantalón, para luego cubrirlo con mi sweater con los segundos justos como para voltearme y sonreírle al vendedor.  

—Aquí tiene… —Me alcanzó el vaso de agua y bebí con manos temblorosas, rogando que la culpabilidad no se reflejara en mi rostro. Bueno, técnicamente no era robo de correspondencia, puesto que tenía mi nombre escrito. Habría sido distinto si tomara alguno de los otros sobres, ¿verdad?

—Gracias. —Empujé el vaso de nueva cuenta hacia sus manos y comencé a retroceder de costado como los cangrejos—. Es un lindo sitio, pero… tengo que… consultarlo con mi prometido.

Luego de encontrarme uno y obligarlo a comprometerse conmigo. Sí, ningún problema allí.

—Oh… —Él pareció genuinamente desconcertado, pero al segundo supo reconstruir su apariencia de profesional—. Perfecto, entonces, espero que puedan tener en cuenta la casa. La verdad es que ofrece muchas ventajas, y el precio es más que aceptable para estos tiempos.

—Claro —sonreí, siguiendo mi camino zigzagueante hacia la puerta. Al segundo en que mi trasero dio contra una pared, me volteé tomando el pasillo de salida a toda velocidad, como una imbécil que parecía estar siendo perseguida por una jauría de perros hambrientos.

Dios, a veces soy ridícula, no se fijen tanto.

Escuché que el vendedor me decía algo más, pero yo ya tenía la mitad de mi cuerpo dentro del auto y las llaves en el encendido. Me puse en marcha sin darle una segunda mirada al lugar o siquiera pensar en voltear el rostro hacia mi casa, la de papá que estaba habitada por perras. Ustedes entienden.

Cuando estuve a unas seguras cinco calles de distancia, aparqué debajo de un árbol y de un tirón saqué el sobre de la parte trasera de mis jeans. Las palabras Marín Lance, cubiertas por un enorme sello rojo me hicieron fruncir el ceño. Miré el sobre por ambos lados, notando que el remitente era Cameron pero el muy idiota había escrito mal mi dirección en St. Louis. Y la fecha de regreso al remitente era de hacía un mes. ¡Un jodido mes!

Rompí el papel madera, aunque desde el exterior se podía sentir la forma de algún tipo de libro. Cuando finalmente lo tuve en mis manos, descubrí que no era cualquier libro, sino que era el mío. Mi cuaderno de bitácora, ese que le había dejado a él. Me lo había enviado de regreso, y la idea de que no hubiese querido conservarlo hizo que las lágrimas pincharan amargamente en mis ojos. Por puro instinto comencé a pasar las páginas, esperando que hubiese algo entremedio dedicado a mí. Pero lo único que reconocí fue mi irregular letra, garabateada hoja tras hoja con una caligrafía que de tanto en tanto se veía borroneada.

Mi garganta se cerró con fuerza, mientras inútilmente intentaba forzarla a seguir pasando el aire hacia mis pulmones. ¿Por qué me lo había enviado? Sí, por supuesto que no me había llegado, pero su intención había sido regresármelo. Y justo cuando comenzaba a sentir las lágrimas desbordándose de mis ojos, llegué al final. Casi diez hojas escritas por una mano que no era la mía y con la misma letra tosca del sobre.

Inspiré profundamente, y me eché a leer.

Al principio me costó un doble trabajo comprender que ese era él, que aquellas palabras eran suyas y que se las estaba dirigiendo a mi público ficticio. Algo que sin duda dejaba en claro que había leído la bitácora completa, y que intentaba mantener el espíritu de la misma. Con cada párrafo el desgraciado me desgarraba un poco más, hablando de su niñez, de su padre, de su hermano y hermana. Incluso de lo que sentía por toda la gente de ese pueblo. Él no se limitó de ningún modo, él habló de mi padre… de cosas que yo desconocía por completo, y habló de mí. Y no puedo comenzar a decirles cómo se sintió verme a través de sus ojos, ver lo mucho que quería a mi papá y cuánto deseaba ser alguien digno. Cameron no pedía riquezas ni nada extravagante, él sólo quería ser visto como un buen hombre. Aun cuando nada en su vida se lo había facilitado, había intentado mantenerse firme. Y no estaba buscando inspirar lástima o alguna especie de redención, él se había limitado a aceptar, a posponer y a esperar. Incluso cuando la espera parecía totalmente inútil.

Me encogí en el asiento, dejando que mis lágrimas corrieran libres por mis mejillas. Lo peor de todo era que quería encontrarlo, quería decirle que en verdad lo entendía y que lo perdonaba. Tal vez nosotros no podíamos ser, pero él no se merecía mi desdén tampoco. Sólo se sentía como una hipocresía el hacer de cuenta que esto no causaba un revuelo en mi interior. ¡Necesitaba hablarle!

Volví a tomar el sobre para guardar el cuaderno, dispuesta a salir disparada a la casa de Audrey en busca de información concreta. Pero no fue del todo necesario, pues al levantarlo algo se deslizó de su interior cayendo con suavidad sobre mi regazo. Era un montón de papeles doblados cuidadosamente. Los abrí notando que en la parte superior tenían enganchado con un clip otro sobre más pequeño, pero antes de abrirlo leí el contenido de la carta. La cual sí estaba dirigida a mí.

Blue, la verdad es que no sé cómo hablarte en este momento y ni siquiera sé por qué estoy enviándote esto. Pero al leer tu bitácora, noté que había varias cosas que no sabías de mí y que tendría que dejar en claro. No… no estoy pidiéndote que vuelvas, no me creo con derecho a pedirte nada. Pero… te envío esto con la esperanza de que puedas, en algún momento, darme la oportunidad de verte de nuevo. Tal vez sólo vernos, tal vez sólo pasar el rato o hablar de nada… tal vez sólo discutir para no perder la vieja costumbre.

Marín te adjunto mi itinerario, decidí que era tiempo de juntar mis cosas y mi cámara, y salir de aquí. No soporto más este lugar, no entiendo cómo en algún momento pude creer que era lo que más quería. No quiero un lugar, Marín, una casa vacía no es nada más que eso… un recordatorio de lo mucho que te echo de menos. Y estuve todo este tiempo aquí sólo esperando a que regresaras, pero ahora sé que hay más. Tú metiste en mi cabeza la idea de querer más, tú me hiciste sentir egoísta a tal punto que incluso te hice daño para intentar tener algo que siempre quise. Lo lamento.

Aunque esas palabras no sirvan de nada y no borren el pasado, tienes que saberlo… nunca lamenté nada tanto como esto.

Me prometiste que vendrías conmigo a conocer el mundo, ¿lo recuerdas? No es que me guste recordarte lo pésima que eres en las promesas, pero tal vez… no lo sé, tal vez te sientas con ganas de conocer esto conmigo. Si dices que no lo entenderé, pero tienes que saber que tenía que intentarlo. Porque siempre voy a querer intentarlo contigo.

 

Besos, Cam.

Y en el sobre más pequeño había un boleto de avión, él me había enviado un boleto para que lo siguiera. 

______________________

¿Opiniones? ¿Ya pueden ver para dónde va esto? xD Bueno, les dejo la canción que venía escuchando Marín a la derecha o en twitter. Y les dejo un saludo a todos, se portan bien y buen inicio de semana ^^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: