Déjà vu.
¡Hola de nuevo! ¿empezamos entonces la segunda parte de esta historia? Es que si descanso mucho se me van todas las ganas y no empiezo más. Así que les digo como advertencia, que esta es una segunda parte y para comprenderla sí o sí, necesitan leer la primera que se llama "Lo que sé de Cameron Brüner". Hecha la aclaración, bienvenidos a todos nuevamente, gracias por el apoyo y la posibilidad de encontrarnos una vez más por este medio.
Déjà vu.
Creo que más de uno estará teniendo un déjà vu en este instante. ¿Ven a esa chica en el carro bordó? ¿Si? Pues esa soy yo. ¿Y ven ese cartel que acabo de dejar atrás? Ese, el que dice "Milaca". Entonces sin duda deben saber dónde estamos, esclarecido eso, sólo resta descubrir el motivo que lleva al ser humano una y otra vez a tropezar con la misma roca.
Pero para eso se requiere más que entrar a un pueblo maldito, como el héroe que una vez más cae en desgracia. Vamos, vamos, en este caso obviamente me refiero a mí misma como la heroína.
Así que bienvenidos al séptimo círculo una vez más, busquen un lugar cómodo esto puede llevar su tiempo. O no...
***
Seguro se estarán preguntando, ¿qué? ¿Cómo? ¿Acaso esta chica obtiene algún tipo del placer enfermizo al jugar con fuego? Bueno, les aseguro que comprendo su reticencia a emprender una vez más este viaje. Pero esto es algo más bien temporal y no un acto del todo voluntario, si es que tengo que decirlo. Aunque antes de ir allí, primero hagamos un planteo de la situación para ubicarnos en espacio y tiempo:
Dos meses y medio atrás dejé este pueblo como ustedes bien lo saben, lamentando muchas cosas. No es necesario entrar en detalles al respecto ¿no? Casi podía asegurar que había superado todo eso de sentirme asqueada con la vida. Por supuesto eso no borraba nada de lo ocurrido, es decir, podía ponerme en una postura un poco más objetiva y aun así mantenerme firme en mi convicción. Marcharme fue lo mejor que pude haber hecho.
De todos modos le había prometido a Audrey estar presente para el nacimiento de su segundo hijo, y según las fechas que estábamos manejando, éste no tardaría en llegar. Claro que me causaba un profundo escozor tener que regresar al pueblo, por supuesto que tenía mis pegas y el temor latente de cruzarme con ciertas personas. Pero eso no podía impedirme conocer a mi futuro sobrino/ahijado, el hecho de que la vida apestara en casi todos los sentidos no significaba que yo tenía que darle la facilidad de quitarme las cosas buenas. Y Audrey, Marc, Sarah y el pequeño, eran sin lugar a dudas algo bueno. Yo merecía disfrutar de ellos, ¿no?
En los pasados meses había decidido hacer de esa premisa un modo de vida, estaba un tanto harta de limitarme en mis deseos. Por eso en cuanto estuve de regreso en St. Louis, mi primera misión fue conseguir cosas en las que entretener mi mente y disfrutar de ellas en el proceso. Cambié un poco mi rutina de trabajo, agradecida cuando mi jefa me permitió hacerme cargo de una columna online. Era el blog del periódico, normalmente se tenía por trabajo mediocre y ningún periodista serio lo quería hacer. Pero yo no era ni periodista ni seria, así que tomé la tarea con uñas y dientes, pues debía hacer catarsis por algún sitio y ese resultaba ser idóneo para mí. Por algún motivo trabajar con la muerte ya no me llenaba, en cambio investigar un poco para presentar textos de interés social era sumamente divertido.
Sabía que me estaba evadiendo para no pensar en "ya saben quién", pero ¿cuáles eran mis otras opciones? Había tocado fondo de tantas maneras distintas y tantas veces, que el acto de alejarme de toda esa mierda me parecía más temerario que cualquier otra alternativa. Es extraño, ¿verdad?
En cuanto a todo lo demás, les alegrará saber que sigo igual de jodida que siempre. Con la distinción de que ahora tenía una nueva psiquíatra, nada en contra de Alex, llámame Alex pero ustedes deben entender mi necesidad de cortar todo por lo sano. Y eso incluía a mi antiguo loquero. La nueva se llamaba Ruth, era agradable, aún no podía decir si su forma de hacer terapia servía de algo pero al menos asistía. En mi caso, eso ya era un gran maldito paso.
Y, ¿qué otra cosa estoy olvidando? Uf, dos meses sin ustedes y ya siento que estoy tratando con desconocidos. Pero no piensen que los había abandonado, comprendan que necesitaba de un momento de asimilación y sufrimiento, posterior a mi humillación. No es como si todos los días te levantaras con un novio que has esperado toda tu vida, para luego descubrir que había sido el juguete sexual de tu madre. Esa clase de cosas llevan su tiempo de procesar, y créanme, dos meses no habían sido suficiente. No estaba segura si llegaría el día en que pudiera pensar en ello y reírme por lo ridículo de la situación, no, tal vez nunca llegaría ese día. Al menos ya no lloraba cada vez que veía a una persona vestida de azul, diablos, eso sí que fue un momento bastante patético de mi recuperación. Ni hablar de los instantes en que pasaba por una frutería cubriéndome el rostro, mientras sentía como las manzanas clavaban sus ojos en mí. ¿Origami? Adiós, ¿perros? Debía cruzarme de acera siempre que veía uno con orejas largas. Y mi momento culminante llegó, cuando me rompí frente a un cartel promocional de la película Río. Lo sé, hasta yo siento vergüenza al recordarlo.
Nunca dije que no fuese una persona emocional, no era mi culpa que cada maldita cosa en la calle pareciera hablarme de él. Temía incendiar algo porque sería incapaz de controlarme ante la presencia de un bombero, hasta ese punto había llegado mi desesperación. Y unos días después conseguí ese lugar en el blog, lo cual había sido como tener mi propia bitácora abierta a todo público. Por alguna razón extraña, compartir mi desilusión con otros la hacía más soportable. Aunque no eliminaba el recuerdo, me ayudaba a entender que mi vida apestaría en la medida en que yo se lo permitiera. ¿Y saben qué? Ya no pensaba permitírselo ni un segundo más. Esa puta me lo debía, no sería más su ratón de prueba.
***
Llegué a la casa de Audrey en una sola pieza, algo que valdría apuntar como un estupendo precedente. Al menos ya no entraba en el pueblo haciendo gala de mi estupidez, si las cosas continuaban así podría salir con mucho mejores resultados que la vez anterior.
Por cuestiones lógicas evité mi antigua calle y cualquiera lo bastante cercana como para que un giro traicionero me llevara por aquellos lares. La casa seguía estando habitada por la Perra, también conocida como Paige o mi así llamada, madre. Entre las muchas cosas que salieron mal una vez que me había marchado, algunas otras funcionaron mejor. Marc se había encargado de hacerle llegar el testamento de papá a Manuel, por lo que el hombre se vio en la obligación de anular el contrato de venta de mamá. De acuerdo, ella seguía viviendo allí, pero al menos no podía venderla sin tener mi firma. Y como que no me apetecía darle mi firma, más que para aceptar que la desconecten en sus últimos días.
Detuve mi carro, observando un instante la entrada de mi amiga. La casa se veía tal y como dos meses atrás, era tan extraño pensar cómo habían sucedido las cosas entonces. Pensar que la última vez que había mirado esa entrada mi rostro se encontraba cubierto de lágrimas, mi pierna adolorida y mi corazón apretado en un puño. Al menos había logrado tachar dos cosas de esa lista, sin duda estaba mejorando.
Me bajé y llamé a la puerta, echando una mirada sutil a ambos lados de la calle. Nunca me agradaron las habladurías, normalmente podía pasar de ellas sin muchas molestias, pero la simple posibilidad de que la gente del pueblo supiera...
—¡Marlín! —Audrey, o mejor dicho una muy grande y redonda versión de ella, me abrió la puerta—. Estás guapísima, ¿te hiciste algo en el cabello?
Mientras me tomaba del codo para guiarme al interior, la observé por completo tratando de descubrir a mi amiga de la adolescencia en esa mujer que parecía toda un ama de casa con su delantal de cocina y su cabello rubio rojizo peinado en una coleta.
—Bueno, lo cepillé... —susurré siguiéndola desde cerca.
—Pues algo raro hay en ti, lo veo. —Se volteó el tiempo suficiente como para hacerme una seña para que la siguiera a la cocina—. Estoy preparando un pastel de chocolate.
—Genial. —¿Audrey sabía prender la estufa? Diablos, ¿cuántas cosas puede una perderse en dos meses y medio?
—Me alegro mucho que estés aquí, este muchachote estaba esperándote... —Se apuntó la barriga, haciendo alusión a su aún no nato bebé—. Es tan tozudo como tú, ¿lo ves? No quiere salir hasta que todo su público esté presente.
Sonreí sin saber a ciencia cierta qué decir. Ella continuó revoloteando de un lado a otro en la cocina, tomando medidas, estirando algo, guardando lo otro, lavando aquello. Era como si tuviese la energía de tres Audrey, bueno... más bien cinco, ella nunca tuvo la energía de las personas normales. Solía justificarse de las clases de educación física, alegando que sufría un enorme ataque de fiaca y que tenía medicación para tratarlo.
—¿Y Sarah? —pregunté, esperando que la pequeña saltara de algún lugar de un momento a otro.
—Está en el salón. —Apuntó ausente con su mano, para luego inclinarse sobre la isla y gritar—: ¡Sarah! ¡La tía Marlín está aquí, ven a saludar! —Pero no hubo señales de ella, aún cuando muy probablemente la habían oído en la Patagonia—. Está jugando a los vídeos, olvida hasta su nombre cuando se conecta...
—Voy a saludarla.
Audrey asintió sin voltearse a mirarme, así que salí de la cocina en busca de Sarah. Justo como lo había anticipado su madre, la niña se encontraba sentada enfrente del televisor, con sus manitas aferradas al control de la consola y los ojos fijos en los movimientos de un hada rosa voladora. Si eso hubiese sido todo, la verdad es que no me habría sorprendido. Pero junto al hada de Sarah revoloteaba otra con una varita verde que soltaba estrellitas siempre que atacaba, ¿ya adivinaron al dueño de esa hada? Vamos, sé que ustedes pueden.
—Divino... —murmuré, incapaz de no soltar una risilla de burla. Tanto Sarah como Marc, despegaron los ojos de la pantalla para posarlos en mí—. Hola, preciosa.
—Hola, tía Marlín —saludó la pequeña sin más, desechando mi presencia casi al instante.
Marc sonrió de forma automática, recordándome súbitamente lo contagiosa y reconfortante que podía ser esa sonrisa. Sin previo aviso sentí un nudo apretándose en mi garganta y al parecer Marc lo notó, porque se puso de pie a toda velocidad y me estrechó entre sus fuertes brazos sólo como él sabía hacerlo.
—No tienes idea cuánto me alegro de verte —susurró junto a mi oído, a lo cual me limité a responder con un asentimiento. Pues repentinamente las palabras parecían estar estranguladas en el interior de mi pecho—. ¿Cómo estás?
Me aparté lo suficiente para intentar darle una sonrisa, algo que murió en la misma intención.
—Bien... —grazné, sintiéndome estúpida por el torrente de emociones que me provocaba el simple hecho de verlo—. Tú te ves bien.
—Tú te ves fantástica. —Sacudí la cabeza, prefiriendo no decir nada al respecto y Marc limpió con su pulgar la pequeña humedad que se había amontonado bajo mi ojo—. ¿Ya viste a mamá pato en la cocina?
—¿Qué diablos pasa con ella?
Él soltó una risilla, echándole una mirada de soslayo a Sarah que nuevamente se encontraba perdida en el mundo de las hadas.
—Leí en un libro que cuando se acerca el parto, la madre tiende a ponerse más activa. Se supone que está preparando el nido.
—Oh, dios, ¿ella lo sabe?
—No, probablemente me arrojaría algo si se lo digo. —Sonrió con más tranquilidad—. Aunque es divertido verla ir de aquí para allá.
Asentí, riendo frente a la idea.
—Es bueno ver que no estuvo sola durante este tiempo. —Marc frunció el ceño levemente, dejando en claro que le fastidiaba ese hecho como a todos—. ¿Supieron algo de Eddie?
—No —masculló, tomándome del brazo para sacarme del salón—. Bueno, hablé con él y dijo tantas idioteces, que es mejor que desaparezca.
Mordí mi labio, preguntándome qué habría dicho el padre de los niños para molestar al sonriente Marc. Pero era obvio que él no quería ampliar más en la información, así que concienzudamente me guardé mi curiosidad.
—Al menos tú estás aquí. —Palmeé su brazo, obsequiándole una sonrisa de aliento y él me observó de un modo que no supe interpretar del todo. Un segundo después sacudió la cabeza y cualquier cosa que lo hubiese abstraído, remitió.
—Y ahora tú también, al menos ya no tendré que comerme toda la porquería que hace Audrey yo solo.
—¡Te oí! No creas que no te oí, Marcus. —Él miró por encima de mi cabeza en dirección a la cocina, soltando una carcajada alegre.
—Sé que me oíste, guapa, esa era la intención. —Tras guiñarle un ojo a mi amiga, Marc escapó a la sala para continuar con su juego y yo me volteé observando a Aud con una ceja en lo alto.
—¿Qué? —me espetó alzando el mentón.
—Nada —respondí, aunque tanto ella como yo sabíamos que ese "guapa" no se quedaría sin ser explicado en completa profundidad.
La seguí de nueva cuenta a la cocina, donde me había dejado un vaso de jugo junto a unas galletas en forma de estrellas dudosas.
—Son estrellas fugaces —me explicó al notar que no las comía—. Esa parte. —La deforme quería decir—. Es la estela, tienes que usar tu imaginación.
—¿Estás segura que esto es comestible?
—No jodas, Marlín, saben como las estrellas del cielo.
—¿Saben a hidrogeno molecular?
Ella entornó los ojos al mirarme, claramente no muy feliz por mi pregunta.
—No seas una listilla, das asco en tu papel de nerd.
—Y tú en el de cocinera, pero... —Algo duro y curvo golpeó mi cabeza, haciéndome tragar automáticamente cualquier opinión sobre las habilidades culinarias de Audrey—. ¿Me pegaste con la cuchara?
—Tú lo estabas buscando —se justificó alzando las manos como quien no quiere la cosa. Entonces dejó ir un suspiro audible, para luego colocarse a mi lado y reposar su cabeza sobre mi hombro—. Sé que es una mierda hacerte venir aquí y que probablemente sólo estés pensando en regresar a St. Louis, pero aprecio mucho que me acompañes. Tengo tanto miedo de echar todo a perder cuando nazca el bebé... de no ser suficiente para él y Sarah.
Coloqué mi mano sobre su cabeza, dándole suaves caricias a su cabello.
—Ellos son afortunados de tenerte como madre, Aud. Los quieres... no habría forma en el mundo de que lo arruines, siempre y cuando los quieras.
—Oh... —Audrey se cubrió la boca, aplacando un inesperado sollozo y luego me abrazó con fuerza—. Es la cosa más linda que te he oído decir, nunca supiste consolar a nadie ¿qué pasó contigo?
Me tomó por los hombros para estudiar mi rostro a consciencia, yo le sonreí.
—Supongo que la vida.
—Por algún motivo esa maldita sigue pasando aún cuando nosotros no queramos. —Ambas permanecimos en silencio mirando a la nada por un largo rato, entonces ella palmeó mi mejilla dulcemente y se dirigió al horno para chequear su pastel.
Sentí unos pasos acercándose con lentitud por el pasillo y al girarme me encontré con Marc, el cual se detuvo a mi lado sin apartar los ojos de la atareada Audrey a unos metros de distancia.
—Él dijo que no iba a darle su apellido —musitó repentinamente en voz baja, sólo para que yo lo oyera. Lo miré con los ojos abiertos como platos, incapaz de ocultar mi sorpresa. Obviamente se refería a esa conversación que había tenido con Eddie—. Está seguro que el niño no es suyo...
Finalmente me observó, supongo que esperando a que dijera algo pero seguía en un momentáneo estupor. ¿Acaso ese hijo de puta iba a negarle el nombre a su propio hijo? ¿Audrey lo sabía?
—¿Le dijiste? —espeté cuando fui capaz de encontrar mi voz. Él negó con suavidad, y pude notar cuánto le estaba costando confiarme ese secreto a mí.
—Eddie cree que es mío.
—¡Oh, mierda! —El grito repentino nos hizo brincar en nuestros lugares, ambos dirigimos la atención hacia Audrey que se encontraba mirando el suelo donde gran parte de su pastel había ido a aterrizar—. Se me cayó la bandeja —explicó acuclillándose para limpiar su desastre.
—Déjalo, yo lo hago. —Marc se adelantó jalándola del brazo para incorporarla, pero ella jaló de regreso soltando un muy imperceptible jadeo tras el pequeño juego de tirones—. ¿Audrey? —Mi amiga se colocó una mano en la parte baja del vientre, para luego lanzarle una curiosa mirada a Marc—. ¿Qué ocurre?
—O me acabo de orinar, o creo que rompí fuente.
—¿Bromeas? —inquirió él, anonadado, mirándole la barriga como si pudiese advertir la llegada del bebé de ese modo.
—¡Claro que no, estúpido! Muévete, tengo que ir al hospital.
De no ser porque la situación me estresaba tanto como a ellos, me habría partido de risa ante la expresión de horror que cruzó el rostro de Marc.
A esto me refería antes, justamente esta clase de cosas buenas son las que estaba decidida a mantener en mi vida. Por supuesto que habría un precio alto que pagar, porque nada bueno llegaba sin su correspondiente parte mala, pero era una de las primeras veces que estaba dispuesta a tomar lo que la vida deseaba darme. Era una de las primeras veces en que estaba dispuesta a reclamar todo lo que me habían negado por tanto tiempo, merecía mi cuota de felicidad ¿verdad? La merecía, aunque esto supusiera ignorar a la única persona que había tenido las agallas de reclamar como mía una vez.
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De momento lo dejamos acá digamos que este era un primer cap para ir rompiendo el hielo. Saludos y gracias por estar por acá! ^^
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