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Compañeros de desdicha

Bueno... es hora. Nah en realidad no iba a decir nada importante, estoy medio dormida todavía (siesta y eso) así que les dejo un nuevo cap y ya me dirán qué opinan. A nada, estamos del final y es tiempo de aclarar los últimos puntos de la agenda. xD

Capítulo XXVIII:

                                               Compañeros de desdicha

¿Han visto la película Ferris Bueller's Day Off ? A veces me siento un tanto vieja preguntando este tipo de cosas, ¡es una jodida película de los 80! Pero a mi entender ha trascendido completamente su época. Al punto que pienso que cualquiera podría encontrarse de algún modo, identificado con la necesidad de Ferris de tomarse un día libre del mundo en general.

De todos modos, si son lo bastante jóvenes como para no haberla visto o simplemente no quieren admitir que ya están comenzando a dejar atrás sus mejores años, les aconsejo que tomen nota de ella. Es especial para subirle el ánimo a una tarde particularmente aburrida, es especial cuando quieres pensar en cualquier cosa menos en tu vida, pero… (Y tomen una jodida gran nota sobre ese “pero”), no es especial cuando intentas sacar de tu cabeza cierto nombre. Porque —ya como se ha demostrado repetidas veces a lo largo de esta bitácora (y la anterior) — el destino tiene un sentido del humor taimado e incluso me atrevería decir que algo despiadado, pues sin duda no habría hecho que el mejor amigo de Ferris se llamara Cameron de lo contrario.

Aunque este Cameron no se parecía en nada a mi Cameron —obviemos aquí esa patética muestra de posesividad, ustedes saben a lo que me refiero—, el simple hecho de escuchar a Ferris regañar a su Cameron por tal o cual razón, hacía que me costara mucho no enseñarle el dedo medio al cielo raso. Donde, la católica/agnóstica/atea en mí, pensaba que se encontraba aquel ente superior descostillándose de risas a mis expensas.

Pero me daba igual, no iba a dejar que me vapuleara una estúpida película y sin duda, tampoco iba a permitirle a Cameron —en este caso sí estoy hablando del mío— que me arruinara una excelente película, sólo para evitar escuchar su nombre. Aunque no iba a negar que de aquí en adelante me sería muy difícil no fruncir el ceño ante la mención de esa palabra, o César, o Blue, o Marín… diablos, esto era genial, ahora iba a tener que cambiar mi nombre. Justo cuando comenzaba a acostumbrarme al condenado.

La puerta principal se abrió, antes de darme más tiempo de seguir sobre esa línea de pensamiento. Me había dado cuenta que al contar con tiempo para pensar, tendía irrevocablemente a echarme mierda encima. No crean que no había pensado, dado vueltas, volcado, trastocado, y vuelto a girar una y mil veces el tema de Cameron —el mío, no el de la película—; pero incluso con todos mis esfuerzo seguía sin llegar a una conclusión. ¿Estaba más feliz sin él? Bueno, eso era fácil, la respuesta era un rotundo no. Pero entonces me preguntaba, ¿estaría más feliz él sin mí? Y a esa pregunta automáticamente le seguía, ¿estaría más triste a su lado? Gratamente no tenía respuestas, gratamente me entregaba al disfrute poco intelectual de las películas para no pensar en profundidad algo con lo que contestar a todo eso.

¡Sí, soy una cobarde! ¿Es que acaso les di una impresión distinta en algún momento?

—¿Ferris Bueller, Marín? —Marc se dejó caer en el brazo del sofá que yo estaba ocupando, aún cuando tenía como dos traseros de sofá libre para recibirlo a él—. ¿A qué se debe?

—Me gusta le película —susurré, echándole una mirada superficial. Ya se había quitado la chaqueta, para luego doblarla diligentemente y colocarla sobre el respaldo de nuestro asiento.

En los dos días que llevaba invadiendo su casa (las cosas hay que decirlas), me había dado cuenta de que era muy meticuloso al moverse en sus propios dominios. También era sigiloso, atento y un excelente anfitrión. Creo que su rasgo más notable, era el hecho de que no había preguntado nada sobre lo ocurrido durante el viaje. Marc era paciente, sabía que presionarme a hablar no surtiría efecto y se lo agradecía.

—Es buena —musitó en acuerdo, deteniéndose en el momento en que Ferris le gritaba algo directo a Cameron como para introducirlo a fuerza en nuestra conversación—. Lo que no entiendo… ¿es necesario?

—No voy a dejar de mirar una buena película porque alguien se llame Cameron, Marc. Soy un poco más madura que eso… —Estoy segura que a ustedes también les cuesta creerlo, pero al demonio sus opiniones.

—No digo lo contario, cariño. —Él se deslizó del brazo del sofá, aterrizando suavemente en la esquina contraria a la mía—. Simplemente no veo la necesidad de que te patees a ti misma.

Fruncí el ceño, porque lo que yo estaba pensando como una proeza digna de una mujer superada, Marc lo estaba viendo como un intento de autoflagelación al corazón. ¿Y estaría en lo cierto? ¿Me estaba torturando con una película donde aparecía un Cameron, para evitar pensar en mi Cameron con tristeza o simplemente para pensar en Cameron?

Demasiada filosofía para una tarde de miércoles. Tomé el mando a distancia que descansaba junto a mi pierna y silencié a Ferris en medio de lo que sería otra de sus explicaciones graciosas sobre los acontecimientos.

—¿A qué hora entras a trabajar?

Marc bajó la mirada, seguramente sintiendo el cambio de tema algo demasiado brusco, pero de forma atinada no lo mencionó.

—En una hora.

—Bien… ¿quieres que me pare en la puerta y te despida ondeando mi pañuelo? —Él sonrió dejando atrás finalmente la pequeña tensión que lo había estado acompañando.

—No creo que sea necesario, pero gracias por el ofrecimiento. —Miró a los lados en un rápido estudio de los alrededores—. ¿Comiste?

¿Acaso la gente me veía cara de anoréxica?

Obvien eso, sólo estoy bromeando. Ya hasta me había acostumbrado que entre las primeras preguntas que me lanzaban todos, estuviese el “¿comiste?”. Era como una regla no escrita o algo así.

—Piqué algo cuando me levanté. —Y me había levantado como a las doce del mediodía, así que eso podía contar como almuerzo.

Admito que no estaba manteniendo el régimen que había logrado durante el viaje, pero sólo habían pasado tres días desde que había abandonado Perú y Cameron me había abandonado a mí. La comida se estaba volviendo un asunto secundario, aunque recordaba empujarme algo de tanto en tanto para no perder la costumbre. ¡Dios! Cómo me gustaría ser de esas personas que en su depresión se atiborran de comida, con mi vida de mierda entre depresión y depresión, ya estaría por lo menos en los ciento cincuenta kilos.

—Entiendo que no estás de humor para nada, pero deberías intentar salir a tomar aire o algo.

—¿Me estás echando?

—¡No! Dios, Marín. —Sonreí al verlo tan consternado por mi pregunta y él se dio cuenta que le estaba tomando el pelo, por suerte—. Sólo me preocupo por ti, linda, no quiero que estés deambulando como un fantasma en pena.

—¿No? Yo que pensaba hacer de tu casa una atracción turística, incluso iba a arrastrar cadenas y a llorar por mis hijos.

La sonrisa que esgrimió Marc, lejos estuvo de ser la sonrisa que había estado esperando. Me gustara o no admitirlo, él sentía pena de mi situación. Y estaba bien, yo también sentía pena de mi situación.

—Lo que me sorprende es que suenas tan convincente…

Enarqué una ceja sin comprender a qué se refería.

—¿Cómo que convincente?

—Sí —asintió, estirando una mano para coger la mía de modo casual—. Hablas con tanta convicción, suenas tan… bien. Pero entonces cuando no me ves cerca, pones esa cara ausente y parece que te quieres escapar de tu propio cuerpo. —Se sacudió el cabello con su mano libre, mientras yo lo observaba boquiabierta—. Y sé que debe estar doliéndote, pero no quieres demostrarlo. Respeto mucho que intentes mantenerte regia, Mar, pero… estoy aquí, ¿sabes? No importa qué relación tenga yo con Cameron, estoy aquí para ti y me gustaría que lo supieras.

—Lo sé.

—No creo que estés entendiendo, Marín. Los amigos no sólo estamos para prestar la casa en un momento de urgencia, también estamos para prestar un hombro y ayudar a compartir la carga.

Sonreí, incluso cuando mi boca no quería hacerlo. Lo hice porque me había convencido que para sacar mi vida adelante nuevamente, iba a tener que ser firme y dejar de llorar como si acabara de perder una pierna. Cameron era lindo, sí, lo quería, sí, pero mierda que no era mi pierna, ni mi mano y mucho menos dejaría que sea la razón de mis lágrimas por más tiempo. Había hecho mi luto, ahora tocaba seguir adelante ¿no?

—Lo sé, Marc y te lo agradezco.

Él suspiró, comprendiendo sin necesidad de más explicaciones.

—No soy la mejor persona para dar consejos sobre este tema y quizá, no vaya a decirte nada que te consuele. Pero… —Me observó con cierto humor pícaro iluminando sus ojos—. Creo que podemos ser compañeros de desdichas y palmearnos la espalda mutuamente.

—¿Aquí? —Le di un golpecito sobre el hombro izquierdo, logrando que soltara una leve carcajada. Dejé mi mano descansar en ese punto, para luego descruzar las piernas y arrastrarme hasta su lado del sofá. Marc me dio una mirada curiosa, pero no dijo nada mientras dejaba caer mi cabeza sobre su brazo—. ¿La echas de menos?

No tenía que aclarar sobre quién estaba hablando, llevábamos dos días mirándonos las caras mutuamente y ambos sabíamos reconocer la expresión de la mierda romántica —el modo en que había decidido llamar a todos los asuntos que competen al corazón— haciendo estragos en nosotros. Desde la pelea que Audrey me había contado, aquella en la que nosotras también discutimos y mi celular terminó muerto; desde ese entonces ellos habían dejado de intentarlo. Por supuesto, Marc seguía visitando a los niños e incluso planeaba traer a Sarah el día siguiente después de su turno, para que nos hiciera compañía. Pero eso no significaba que las cosas con Audrey fueran a solucionarse en ningún momento pronto. Marc lo sabía y extrañamente, lo aceptaba con la misma velada resignación que yo aceptaba lo de Cameron.  

Así que irónicamente nos llamábamos “compañeros de desdicha”, pensando que el tema de la mierda romántica no estaba hecho para ninguno.

—Es imposible no echar de menos a Audrey. —Eso era cierto, estando en el pueblo ya había pensado mil modos de ir a golpear su puerta para hablar, realmente hablar, con ella—. Pero contando las cientos de veces que he estado en esta situación, creo que comienzo a… tener cierta práctica.

—¿A qué te refieres?

Él pestañeó, pasando su mano por mi brazo como si estuviera reconfortándome por algo. Aunque en ese instante, él parecía necesitarlo más que yo.  

—Mm… no lo sé, estuvimos yendo y viniendo durante tantos años, que dentro de poco podremos hacer de nuestras peleas una tradición.

—Entonces, ¿piensas que van a volver juntos?

—Nunca estuvimos juntos en todo el sentido de la palabra, Marín. —Me incorporé lo suficiente como para darle una interrogante mirada—. Ella no quiere una relación conmigo, ella quiere liderar un grupo y que yo sea su fanático o algo así.

—No entiendo. —Es decir, eso no sonaba como algo que Audrey en verdad quisiera. Sabía que le costaba admitir sus sentimientos, incluso más que a mí, pero era obvio que quería a Marc de un modo más profundo de lo que él veía.

—Bueno… supongo que lo que ocurre es que ella nunca va admitir que todavía está ofendida por lo que le hice. Así que encuentra cierta satisfacción en dejarme claro que nunca la voy a tener, al menos no por completo.

Dios, eso sonó tan… estoy segura que a ustedes también tuvieron un jodido déjà vu profético, si es que dicha cosa pudiera llegar a existir. Me estremecí.

—¿Qué le hiciste?

Marc se giró para darme una ceja enarcada a modo de silenciosa pregunta.

—¿Ella nunca te lo dijo?

—Audrey es tan comunicativa como una ostra… jamás logré soltarle prenda sobre su “relación”

Él tuvo el detalle de sonreír, tal vez encontrando agradable el hecho de que mi amiga no compartiera sus intimidades tan frívolamente como yo lo hacía. Todavía no olvidaba que Marc había escuchado mi conversación sobre la adecuada atención de mis petunias.

—Pues veamos… —Se echó para atrás, usando el respaldo del sofá y yo me acomodé a su siniestra, esperando oír una historia que había estado cocinándose por mucho tiempo—. Audrey nunca ocultó el hecho de que me detestara.

—Cierto.

—Pero a mí me daba igual lo que ella pensara, a decir verdad no tengo recuerdos de ustedes. —Hizo una pequeña mueca en mi dirección—. Lo cual lamento, por cierto.

—Pierde cuidado.

—En fin, para mí tú eras la hija del profesor Lance y Audrey era la marimacho de cabello zanahoria. —Claro, Audrey había tenido el cabello mucho más rojizo en su etapa de adolescencia temprana, luego descubrió los tintes y su cabello adquirió un tono mucho más glamuroso. Ya hasta me había olvidado de ello—. Ninguna era relevante en mi mundo, siendo honesto… tenía una buena vida, una buena apariencia, una estupenda reputación gracias a mis hermanos, geniales amigos y chicas alrededor todo el tiempo. Que las menos populares me odiaran, era como que una hormiga me mirara feo.

—Yo no te odiaba, me eras indiferente.

Marc acusó mi comentario con un leve asentimiento y una sonrisa petulante. Recordaba a ese Marc joven tan pobremente, que me costó un buen rato congeniar esa imagen con la actual. Pero era cierto, en la escuela Marc incluso podía considerarse más socialmente activo que Cameron. Cameron gustaba porque además de ser guapo, era desinteresadamente cortés. En cambio Marc, Marc gustaba porque era pícaro, alegre y juguetón. Hasta podría decirse que era encantador, tenía las sonrisas, la apariencia y la labia para engatusar a quien sea. Menos a Audrey, claro, ella siempre había parecido inmune a su encanto natural.

—Bueno, al caso… todo el tema cambió cuando tenía como catorce años. —Bajó la vista hacia sus manos, perdiendo el brillo característico de Marc y yo apreté su mano casi de forma instintiva—. Había logrado pasar desapercibido por tanto tiempo que incluso… bah, no lo sé, supongo que ya estaba comenzando a creerlo yo.

—¿Qué cosa?

—Y pensaba que sería capaz de graduarme sin problemas —continuó sin reparar en mi pregunta—, pero entonces tuve a tu padre como profesor de historia. —Se detuvo cerrando los ojos brevemente, al parecer bastante ensimismado en sus recuerdos—. Ni siquiera sé cómo se dio cuenta, pero supongo que observaba más en detalle que cualquier otro profesor.

No podía hacerme una idea de lo que me estaba hablando, pero el hecho de que estuviese compartiendo un retaso de información inédita sobre mi padre, hacía que mi corazón comenzara a latir a toda prisa.

—¿Qué cosa? —repetí, ganándome una breve mirada de soslayo por su parte.

—Una vez me pidió leer algo para toda la clase, como era mi costumbre en momentos como esos, me escabullí con alguna broma tonta e incluso empecé a hacer preguntas que nada tenían que ver con el tema. —Volvió su mirada a sus manos, mientras hacía girar sus pulgares en círculos en un claro gesto de incomodidad—. Lo tenía tan bien practicado, ¿sabes? Pero no sé, cuando tu padre lo dejó correr y trasladó sus miras hacia otro estudiante, pensé: bien, otra catástrofe evitada.

Abrí la boca para responder pero nada salió de ella, así que sabiamente me callé y esperé porque continuara.

—Y habría acabado bien, si él no me hubiese pedido quedarme unos segundos más cuando la clase terminó. Fue directo, no se anduvo con rodeos y supongo que lo respeté más por eso.

—¿Qué te dijo?

—Me dijo: ¿sabes leer? Y yo le respondí que no. —Los ojos de Marc lentamente se deslizaron hacia los míos, que supongo habrán lucido como dos platos enormes y conmocionados—. Es decir, no es que no supiera… sólo que no podía como los demás. Tu padre me dijo entonces: ¿las letras giran y las palabras se mezclan cuando intentas leer? A lo cual yo respondí con un asentimiento y el profesor Lance me dijo que iba a ayudarme, me dijo que no tenía que avergonzarme porque no era nada que estuviese haciendo mal yo. Pero también me dijo que iba a tener que esforzarme para poder lograrlo.

—Dislexia —susurré apenas escuchando mi voz.

Marc asintió con suavidad, volviendo a cerrar sus ojos por una fracción de segundo. Supe entonces que si bien estaba contándomelo, no había mucha gente que fuera conocedora de este detalle sobre él y me sentí especial porque me lo confiara.

—El plan de tu papá era bastante simple, me iba a conseguir un tutor que me ayudara con mis tareas de escritura y lectura. Hasta el momento me había salido con la mía, porque siempre conseguía que alguien me giñara las respuestas en los exámenes. —Sonrió, la típica sonrisa sesgada de Marc—. Además que Cameron tenía una facilidad estúpida para esos temas aburridos, siempre lograba pasarle mi hoja y le pagaba el favor con matemáticas.

—Tramposos.

—¿Puedes deducir a quién consiguió tu padre para que me diera asistencia?

—¿Audrey?

—Sí, obviamente escogió a la más lista de la clase. —Alzó una mano antes de que pudiera pensar en una replica—. No te ofendas, tú eres endemoniadamente lista pero tu padre consideraba que te dejabas llevar un poco por el divague y él pensaba que lo que menos necesitaba yo era un tutor que me dejara divagar. Ahora que lo pienso, creo que tu padre sabía que Audrey me detestaba y me tendría siguiendo órdenes como un soldado.

Solté una carcajada, sabiendo que esa era una posibilidad muy grande. Nunca me había detenido a ver cómo percibía mi padre al resto de mis compañeros, sabía que se interesaba por sus alumnos, sabía que deseaba por sobre todo que aprendieran algo y no forzarlos a memorizar datos. Pero jamás se me habría ocurrido hasta qué punto había tocado las vidas de las demás personas, tanto en Cameron como en Marc, había un recuerdo claro y fuerte de mi padre. Era tan extraño saber que más personas lo tenían presente, era tan extraño sentir que mi vínculo con Marc se volvía más estrecho gracias a él.

Dios, por qué infiernos tuvo que morir tan joven. ¿Acaso el universo no se dio cuenta de esa terrible falla en el plan maestro?

—Le dejé claro a Audrey que sólo accedía a las clases porque tu padre me lo había pedido —prosiguió Marc, completamente ajeno a mis cavilaciones—. Es decir, ella no ocultaba su aversión hacia mí, tampoco nunca la había explicado. Así que como era la única persona a la cual no podía agradar sin importar qué hiciera, me dediqué a darle el mismo tipo de trato. —Su voz cobró un tono más jovial, como si en verdad aquella parte de la historia le agradara—. Dios, Mar, era tan relajante no tener que pretender enfrente de ella. Audrey jamás esperaba que fuera gracioso, sonriente o encantador, como la mayoría de las personas. Ella sacaba lo peor de mí, sacaba una parte de mí que mantenía bien guardada de los demás.

—¿A ti mismo? —aventuré en un murmullo, Marc asintió con aire ausente.

—No es que me presentara ante todo el mundo fingiendo, pero la gente tenía una idea bastante armada de mí. Aún la tienen. La mayoría piensa que no me molesto, que no grito o despotrico por nada y si por esas casualidades lo hago, intento que sea del modo más privado posible. —Aparté la mirada, tratando de que no notara la mueca que no pude contener en mis labios. Yo pensaba así de él, hasta que lo vi interactuar con Audrey nunca me había imaginado que Marc pudiera tener una pizca de malgenio—. Obviamente eso no significa que esté todo el tiempo en un limbo de Rivotril, sólo me controlo mejor y me gusta pensar que puedo sortear una discusión, apelando al buen humor. Pero con Audrey… Dios, con ella es imposible hacer eso.  

—¿Y qué ocurrió?

Soltó un pequeño suspiro, pasándose las manos por el cabello como si necesitara ocuparlas en algo.

—Ella me ayudó hasta el último momento… pensaba que una vez que obtuviéramos un régimen de estudio, ella me dejaría a mi suerte o yo sólo dejaría de asistir a las clases. —Se encogió de hombros—. Pero entonces el profesor Lance murió.

Nunca, sin importar cuántas veces escuchara el nombre de mi padre asociado a la palabra muerte, nunca, sería capaz de sentir eso como algo correcto.

—Realmente pensaba que luego de un año de estudios, podría dejar las estúpidas clases. Pero cuando el profesor… —Sacudió la cabeza, dándome una escurridiza mirada—. Cuando tu padre murió, sentí incorrecto incumplir con mi palabra. Le había dicho que me esforzaría, le había prometido buscar la ayuda necesaria para sortear mi problema del mejor modo. Y no iba a fallarle, por mucho que mi tutora me desagradara y por mucho que yo le desagradara a ella. El siguiente año me presenté ese primer miércoles de tutoría, casi esperando que Audrey no apareciera. Pero contrario a lo que había pensado, ella estaba allí y me dijo: el profesor Lance pensaba que había algo en ti, algo más de lo que aparentas. Yo no lo veo, pero no estoy dispuesta a llevarle la contra esté o no él aquí para vernos.

—Dios… —musité, sintiendo como mis ojos se humedecían y mi corazón se saltaba un latido para lamentarse conmigo. Marc cruzó su brazo por encima de mis hombros atrayéndome hacia su pecho y me dejé arrastrar, porque no me sentía con fuerzas para negarme ese pequeño consuelo.

—Seguimos teniendo las clases después de eso, todos los miércoles y viernes sin importar qué, nos presentábamos en la biblioteca. —Hizo una pausa más larga, supongo que necesitando un segundo extra para juntar sus palabras—. Y un día, mientras discutíamos a la maldita Eustacia Vye e intentaba explicarme sobre su ilícita vida de libertina; una palabra cargada de doble sentido, una respuesta mordaz y una risa irónica, terminaron por llevarnos a una parte oscura de la biblioteca. Mierda… —suspiró—. Ni siquiera me gustaba mucho, es decir… me gustaba provocarla y que ella siempre respondiera a la altura, pero nunca había siquiera pensado lo mucho que me gustó callarla. Es decir, tener el efecto de dejarla sin palabras… fue tan…

—¿Estimulante?

—Estimulante podría calar… —sonrió de forma perezosa—. Pero yo más bien pensaría en caliente. —Reí, dándole un suave codazo—. Pues… más o menos después de eso, nuestras lecciones iban un rato sobre los textos y los deberes, y luego una sesión de besos y manos entre los estantes de literatura inglesa.

—¡Marc!

—¿Qué?—inquirió con fingida inocencia—. Sólo pasábamos el rato, le dije que no iba a salir de allí y que si no quería aceptar mis términos, bien podríamos hacer de cuenta que nada había pasado. Pero ella dijo que de todos modos nunca pensaría en mostrarse en público con alguien como yo, y yo le dije que tal vez sería lo mejor, porque nadie se creería que me presentaría voluntariamente a su lado.

—Eso es muy cruel, Marc. —Todavía me costaba pensar que él fuese capaz de ser tan hiriente a posta. 

—Lo sé, Marín, pero ella no tenía consideración… me creía demasiado estúpido como para poder verme como su pareja. Y ese era el modo más idóneo de resolver todo, quería besarla y si tenía que esperar hasta esos días y tenía que ser condescendiente para lograrlo, entonces lo haría. —En esa ocasión el suspiro que soltó, no tuvo nada que ver con la evocación del recuerdo—. Pensé que iba a ser así siempre, ¿sabes?

—Oh…

—Por eso cuando ya estábamos cerca de graduarnos, durante nuestra última clase justo antes de dar los exámenes finales, me sorprendí cuando me dijo que quería hacer algo más.

—¿Algo más? —pregunté enarcando ambas cejas. Marc asintió de un modo algo extraño, medio encogimiento de hombros medio asentimiento.

—Me pidió. —Sus ojos escrutaron mi expresión con letal seriedad. ¡Oh, Dios, qué le había pedido!—. Ella dijo que no quería ser virgen cuando cumpliera los dieciocho años. Sabía que faltaba menos de una semana para su cumpleaños y…

—¡¿Tú?! —exclamé sin poder evitar que mi mandíbula cayera colgada—. ¿Audrey perdió su virginidad contigo?

—¡Pensé que ya sabías que lo habíamos hecho! —gritó él a su vez con cierto toque de consternación.

—¡Sexo! —volví a exclamar, como si eso aclarara algo—. Simple sexo, no que tú habías sido el primero.

—Las mujeres y su estúpida manía de darle tanta importancia a la primera vez.

—Cuida tus palabras, amigo. —Clavé mi índice en su pecho, frunciéndole el ceño en advertencia. Marc me sonrió, juguetón, y supe casi de forma certera que para él también había sido importante—. ¿Sabes qué...? No entiendo.

—¿Qué no entiendes? Nos acostamos el mismo día de mi último partido de baloncesto, tenía que estar allí para jugar y sólo tenía una hora entre un acto y el siguiente…

—¿Entonces? —inquirí algo vacilante. Porque yo no asistía a partidos de baloncesto y no tenía idea qué había sido de ese último juego.

—Entonces, lo hicimos y le dije que debía marcharme. Audrey me miró como si acabara de robarle la inocencia… —Le di un codazo en las costillas, ganándome una divertida carcajada a cambio—. La cuestión fue, Mar —susurró sobándose el golpe—, que ella no entendía lo importante que era para mí estar en ese juego.

—¿La reemplazaste por un estúpido juego? —Lo siento, quería a Marc pero eso había sido un gran desatino por su parte. ¿Quién deja a la mujer que acaba de desvirgar sola para ir a un juego de baloncesto? ¿Qué pasó con el concepto de acurrucarse? Estaba tan muerto como el caballerismo.

—¡No era un estúpido juego! —Abrí los ojos tomada por sorpresa, pero antes de que pudiera pensar algo que decir, él volvió a la carga—. Ustedes son tal para cual, ¿sabes?

—Lo voy a tomar como un cumplido.

—El punto es… que… —Hizo una pequeña mueca con la boca, dejando que su mirada vagara ausente hacia la televisión muda—. Siempre supe que no iba a ser nada importante de mi vida, ¿sabes? Siempre lo tuve muy presente, sabía que mi momento más glorioso sería el instituto, así como también sabía que eso iba a ser efímero. Ustedes… —Me miró, dejando que una triste sonrisa tirara de la comisura de sus labios—. Estaban llenas de oportunidades, eran listas, bonitas, audaces, lanzadas… lo tenían todo para armarse una vida fuera de este apestoso pueblo. Pero yo desde el principio supe que iba a morir en este lugar, con un trabajo mediocre y quizá, casado con una mujer amante de la religión.

—Marc eso no es cierto —protesté, incapaz de seguir oyendo esa idiotez.

—No es que pensara que sería una mala vida, pero era lo que iba a tener. Y quería… —Volvió a pasarse la mano por el cabello, elevando los mechones castaños en todo tipo de ángulos—. Quería hacer bien la única cosa en la que destacaba y no por mi personalidad afable, sino porque era jodidamente bueno haciendo eso. Quería que al menos mi madre pudiera decir: el ignorante sonriente de mi hijo al menos ganó el último partido y fue ovacionado una vez por toda la gente del pueblo. —Se rió, aunque no había mucho de alegría en esa risa—. Sé que es poco, sé que es un deseo mediocre y estúpido, pero a mis dieciocho años lo consideraba importante. Ya que no podía enorgullecer a mis padres de ningún modo, al menos podía dar lo mejor de mí físico.

—Marc…

—Y no iba a faltar a ese partido. —Enfrentó mi mirada con resolución—. No iba a faltar ni aunque Miss Octubre viniera a golpear mi puerta pidiéndome una semana de sexo desenfrenado, ¿entiendes el punto?

—¿Miss Octubre? —susurré más para mí que para él. Marc asintió sin siquiera pestañar.

—Sí, ya sabes… ¿Jordan Monroe de Playmates? —Pestañeé sin tener idea de qué rayos estaba hablando—. ¿Miss Octubre Playboy 2006?

—¡Oh! —Hice una mueca cayendo en cuenta de todo—. Qué asco, Marc.

—Por favor, Marín, no hagamos de cuenta que somos así de inocentes.

—Entonces te fuiste a tu importante juego, ella se enfadó y…

—Y básicamente nos apartamos, luego conoció a Eddie le dije que se estuviera con cuidado, ella me dijo que me metiera en mis asuntos, peleamos, Eddie la embarazó, pelearon, le dije “te lo dije” y volvimos a pelear. Luego Eddie la embarazó otra vez, apareció su secretaria en plano y luego tú ya estabas aquí.

—Vaya… —Eso sí que era un resumen, lo demás eran puras tonterías.

Marc se encogió de hombros en una teatral muestra de desinterés, estaba más que segura que la parte de Eddie apareciendo en escena debía desquiciarlo. Es decir, ¿a quién no? Ese idiota había robado la chica de Marc, ellos tenían historia acumulada y era completamente injusto que un cualquiera apareciera, tomando lo que desde un principio tuvo que ser suyo. Claro, cometió un error, pero explicado desde su perspectiva no sonaba tan garrafal. En realidad sonaba muy comprensible. Marc no se tenía en la estima suficiente como para pensar que saldría del pueblo a comerse el mundo, él pensaba que su logro mayor era el de agradar a todos y ganar una temporada de baloncesto, y que por ello le daría un motivo a su madre para sentirse orgullosa. Sin importar cuánto le dolería a Audrey que él se hubiese marchado, la verdad era que Marc había actuado acorde a su personalidad. Acorde a las acciones de un adolescente que no tenía mayores expectativas.

—Qué mierda más injusta —musité, notando que no importaba cómo lo justificara yo, Audrey seguía siendo la que terminaría por juzgar todo—. No es esto lo que te venden en la vida, ¿sabes? Se supone que si quieres algo con fuerza y realmente das todo por ello, al final de toda la mierda lo alcanzas. —Él me miró con un gesto que no supe y, dada las circunstancias, preferí no interpretar—. Ella tendría que haberte acompañado a tu partido, ella tendría que haberse sentado en las gradas y alentarte, para terminar de festejar juntos. Y luego tú habrías sido el padre de Sarah y Daniel, y habrían estado felices.

Marc esbozó el fantasma de una sonrisa, pero sus ojos no participaron en lo absoluto del gesto.

—No creo que la vida real funcione así, Marín. Porque entonces tú no estarías aquí hablando conmigo, sino que estarías de camino a algún lugar exótico de Perú.

—Por eso digo que es una mierda…

—Con el tiempo terminarás por aceptarlo.

Sacudí la cabeza con vehemencia, tragando fuerte para pasar un repentino nudo en mi garganta. Lo miré.

—¿Por qué tenemos que soportar el dolor hasta que el tiempo decida que ya tuvimos suficiente? 

—Porque nosotros somos incapaces de tener suficiente de ellos —respondió con una sencillez que logró estremecerme.

No me gustaba pensar que siempre sería así, no me gustaba esa sensación de vacío que parecía instalada en mi pecho de forma definitiva. Solté un tembloroso suspiro por entre mis labios, por que en ese instante supe que desde ese momento y para siempre, jamás iba a tener suficiente de Cam. Y lo quería, y no habría medida de tiempo que aliviara el dolor, y no había distancia que pudiéramos poner entre los dos, yo siempre iba a volver a él incluso cuando él ya no sintiera la necesidad de volver a mí.

—Maldita basura romántica. —Pateé el piso con la punta de mis pies, llevando la atención de Marc hacia ese punto—. Nada de esto tiene ni puto sentido, ¿sabes? No deberíamos estar lamentándonos como si hubiese muerto alguien, si ellos no nos quieren… Marc, al demonio. No es lógico que sigamos en este estado.

Hubo una intención por su parte de reír, pero yo estaba hablando jodidamente en serio y creo que lo notó tras observarme por un largo segundo.  

—Eres bastante pragmática, Marín.

—Me precio de serlo —mascullé altiva.

—Tal vez… no lo sé, pero para ti tener una relación con Cameron tiene sentido ¿no? Es decir, después de todo lo que pasaron crees que merecen el final feliz…

—Por idealista que eso suene, sí —susurré con un encogimiento de hombros que lo retaba a llamarme tonta, por albergar un pensamiento tan inocentón.

—Pues ahí pienso que está tu problema. —Fruncí el ceño, completamente perdida en su argumentación—. Yo no creo que el amor tenga que tener sentido, Mar, el amor sólo debería ser sentido.

Y por extraño que sonase, tras escuchar aquello sentí como si el mundo acabara de colocar el freno de mano y girado por completo sobre su eje, para empezar a correr en dirección contraria. Nunca, ni una vez en mi vida, se me habría ocurrido que palabras tan simples pudieran contener tanta verdad. Una verdad demasiado aterradora para mí, porque patear el sentido y la lógica a un lado, era doblemente más difícil que admitirse enamorado de alguien. Lo que Marc había dicho no era una opinión, era una realidad. Una realidad en la que al parecer muchos ya estaban viviendo, una realidad en donde Cameron había estado todo este tiempo esperándome y yo no supe reconocerlo allí.

—Diablos, ya tendría que haber salido. —Marc se incorporó de sopetón, pero mi cabeza se encontraba lo bastante lejos de esa sala, como para inmutarse por sus movimientos apresurados—. ¿Vas a estar bien? —Asentí, a tiempo que lo veía deslizarse la chaqueta azul por los brazos—. Si necesitas cualquier cosa, baja a la estación.

—Ok. —Como punto a considerar, la casa de Marc se encontraba en una colina específicamente a una cuadra de la estación de bomberos. A eso se refería con “bajar”.

—¿Marín? —Arrastré mis ojos hacia los suyos, sintiendo una leve nota de preocupación en su timbre—. ¿Segura estás bien, nena?

—Estoy bien, nene, lárgate de una vez. —Marc se inclinó para plantarme un beso en la frente y dejó que su índice de deslizara por mi mejilla, como marcando el camino de una lágrima invisible.

—Nos vemos mañana.

Antes de que me levantara del sofá para acompañarlo, él se apresuró hacia la salida ondeando su mano en mi dirección. Me encogí de hombros, palpé el sofá y a tientas alcancé el mando a distancia, justo a tiempo para escuchar a Ferris decirle a Cameron que no estaba enfermo, sólo deprimido. No le di gran trascendencia a esa frase y me arrellené en mi lugar, lista para devorarme el resto de película y La laguna azul que comenzaría una vez terminara esa. Tenía un plan tan bien diagramado para lo que restaba de día, que cuando un teléfono comenzó a sonar sobre la mesa de café, sentí cierto enfado hacia el aparato. ¿Es que acaso una no podía tener un mísero segundo de evasión sin que la realidad apareciera para fastidiar?

Fruncí el ceño, estirándome hacia el aparato que pertenecía a Marc, el cual obviamente en su carrera para salir se lo había olvidado. Incluso sospechaba que se trataba de él, llamando para que se lo alcanzara. Miré la pantalla en un parpadeo, deteniéndome un segundo extra en la cantidad de números que aparecía en la susodicha. No un nombre o algo como “privado”, sino muchos números como si…

—Oh mierda… —Como si lo estuvieran llamando desde el extranjero. Respondí—. ¿Hola?

Hubo un largo sonido de estática o viento soplando desde el otro lado de la línea, antes de que una voz se volviera lo bastante clara como para identificar una sola palabra.

—¿Blue?

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Obviamente este cap. era para aclarar la historia de Aud y Marc, todos aquellos puntos que se habían quedado colgados. Espero les haya gustado, fue un cap relativamente tranquilo ¿no? 

Por cierto que las dos películas que nombra Marín, son geniales... realmente si no las vieron, deberían ;) 

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