Capítulo 3
Las dos estaban acostadas en la cama de la suite principal del hotel Estrella, esa sucursal no era para nada igual a la que iba a manejar Angie, estaba más bien en una ciudad tranquila, más como un lugar de paso, no era un destino final como las paradisiacas playas donde ella trabajaba, pero aún así mantenía los estándares de calidad de todas las sucursales.
—Te extrañé —dijo Dulce y suspiró—, te extraño cada día, Angie... estoy celosa de tu amiga Silvia y de todas las amigas que tienes por allá...
—No seas tonta, ella es mi amiga, tú eres mi hermana —comentó.
—Se mueve, siéntelo —dijo Dulce y llevó su mano a su barriguita.
—A ver...
Angie colocó su mano expectante hasta sentir la patadita.
—¿Se siente lindo? —quiso saber.
—Se siente perfecto —afirmó Dulce.
—Mi plan era ser madre a los treinta —dijo con una risa más bien cargada de amargura—. Ahora ya no me interesa, seré tía, mejor —añadió sonriente.
—Y serás la mejor...
—¿Ya saben si será niña o niño? —preguntó Angie.
—No... bueno, de ese tema hablaremos luego...
—¿Eh?
—Tenemos un plan, con Maxi, pero no me hagas decírtelo antes de tiempo —pidió.
—Está bien —añadió Angie con diversión—. ¿Alguna vez te dije que odio que tengas más secretos con él que conmigo?
Dulce rio y quedaron en silencio por un buen rato, sintiendo las pataditas del bebé.
—Angie...
—Hmmm
—Dime la verdad... ¿cómo te sientes? Y no finjas conmigo...
—Nerviosa —respondió ella y volvió a tenderse sobre su espalda—. No sé si quiero verlo, Dulce, pero no hay salida, ¿no?
—No —respondió Dulce y se encogió de hombros—. Es bastante difícil para Maxi y para mí dividirnos entre ustedes... necesitamos que hagan un esfuerzo por nosotros ahora, aunque solo sea estos días —pidió.
—Lo sé, y lo haré... somos adultos, ¿no? Y lo nuestro es pasado.
—¿Estás segura? —quiso saber Dulce con curiosidad.
—Claro —zanjó Angie con decisión.
—Bueno... ¿y no quieres saber nada de él? Sé que nos has pedido que no te digamos nada, pero ahora lo vas a ver...
—Solo dime que está obeso, que tiene la barba sucia y olor en las axilas, dime que sigue borracho desparramando su dinero y su vida por la basura y sabré que mi decisión fue la mejor —susurró en un vano intento de sonar indiferente.
—Sí, está obeso, tiene la barba sucia y olor en las axilas —dijo Dulce divertida—, y sí, sigue desparramando su dinero en alcohol y también en mujeres, se paga prostitutas todo el tiempo —añadió.
Angie la miró, vio su sonrisa y supo que estaba mintiendo.
—¿Se habrá pegado alguna enfermedad de transmisión sexual? Dime que sí... algo que haga que su piolín ya no funcione y se le esté pudriendo, a punto de caer —añadió recordando el nombre que el mismo Bastian le había puesto a sus partes íntimas cuando aún era un niño.
—Eres malvada —respondió Dulce con diversión y Angie solo sonrió—. ¿Por qué no mejor me cuentas cuántas veces a la semana piensas en él y en su piolín?
—Ah, no, no vamos a hablar de esas cosas el primer día que nos vemos luego de tantos meses —zanjó Angie y Dulce se echó a reír.
—¿De que hablamos entonces? —quiso saber ella—. Eso es lo más divertido del mundo.
—Okey —respondió ella—. Pero mejor cuéntame tú. ¿Tienes relaciones con esa panza? ¿Puedes hacerlo o es incómodo? ¿No lastiman al bebé? —inquirió.
Dulce se rio tan fuerte que hasta lágrimas le salieron.
—Sí que las tenemos, las hormonas me tienen toda alborotada —comentó e hizo un gesto como si se soplara con las manos— y no, no lastimamos al bebé, tonta.
—Era una curiosidad —dijo Angie encogiéndose de hombros.
—Muy astuta para cambiar de tema, pero te olvidas de que te conozco —sugirió Dulce y luego suspiró—. La verdad es que mejor estás preparada... Bastian sí trae una barba... una muy sexy, y un cuerpo tonificado y casi tan bronceado como el tuyo, su trabajo lo tiene horas bajo el sol y el color le queda perfecto con sus ojos... Prepárate, porque te prometo que cuando lo veas se te aflojarán las rodillas y tendrás que sujetarte... te lo digo porque soy tu amiga y sé el efecto que él tiene en ti.
—Tenía...
—Sí, claro, tenía —musitó Dulce y puso los ojos en blanco.
—¿Por qué todos dan por hecho de que sigo enamorada de él? ¿Por qué todos creen que al verlo desfalleceré? —inquirió—. ¡Han pasado siete años!
—Define todos —pidió Dulce.
—Tú... Silvia...
—Será porque somos tus amigas y te conocemos, aunque me pese aceptar que tengo competencia —añadió y Angie sonrió.
—Bastian puede aparecerse desnudo enfrente de mí, con todo su bronceado, sus músculos tonificados y su barba sexy, a mí no me afectará en lo absoluto, he superado esa etapa —dijo con decisión.
—Okey, qué bueno, porque eso en realidad me tenía preocupada —comentó Dulce con ironía.
—No me tomas en serio —se quejó Angie y las dos rieron.
—Entonces... ¿qué tal el rey Arturo? ¿Tiene una buena espada?
—Ya veo que hablas en serio, las hormonas te tienen alborotada —rio Angie—. Normal, la verdad que nada de otro mundo, ya me cansé de él, al volver lo mandaré a volar.
—¿Y eso?
—No lo sé, se acabó la emoción...
—No te has vuelto a enamorar, Angie, ¿verdad? De ninguno de esos chicos con los que has salido.
—No... no quiero volver a enamorarme, me vuelvo vulnerable, tonta y pierdo el control de mi vida. Mejor me mantengo enfocada en lo que quiero para llegar a la meta —comentó con seguridad.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Cuál es esa meta? —quiso saber Dulce.
—Seguir ascendiendo en el trabajo...
—¿Hasta donde más? Ahora serás gerente de una de las sucursales más importantes. ¿Qué viene después? —quiso saber—. Maxi y yo pensamos que trabajas mucho, demasiado... ¿Eres feliz así?
—¿Feliz? —inquirió, sabía que a Dulce no podía mentirle por lo que tendría que buscarle la vuelta a esa pregunta—. Yo ya no creo mucho en la felicidad, Dulce.
—La felicidad no es algo en lo que se crea o no —respondió como si aquello fuera más que obvio—. ¿Te hace feliz la vida que llevas? Trabajas de sol a sol y ganas un montón de dinero que no gastas en nada porque nunca te das un espacio para disfrutar, para simplemente ser.
—Claro que lo hago, suelo salir con Silvia o Arturo... a comer, al cine... qué se yo... Pero a lo que me refiero es que la felicidad para mí es una falacia, una especie de espejismo con que la sociedad nos engaña.
—¿Qué? —inquirió Dulce desconcertada.
—Sí, el consumismo te inserta ideas sobre como ser feliz, si viajas, si compras tal cosa, si tienes tal auto o tal casa, si vas a tal sitio... y cuando lo haces, eso solo dura un rato, hasta que aparece otra ilusión y vuelves a ir tras ella. Es un truco, al final nunca lo alcanzas, pero te mantiene en movimiento —respondió con orgullo de su planteamiento.
—Vaya, qué concepto tan extraño tienes de la felicidad —dijo Dulce sintiendo que su amiga estaba más rota de lo que creía.
—¿Qué es para ti la felicidad? —inquirió Angie.
—Estar ahora aquí contigo —murmuró Dulce—, sentir las pataditas de mi bebé... despertar al lado de Maxi cada mañana.
—Bueno, es que tu vida es más sencilla —musitó.
—Vaya, sí que estás distinta —señaló Dulce con tristeza frotándose con suavidad la barriga—. Mi vida no será tan emocionante como la tuya, pero algo tengo claro —zanjó—: soy feliz... la mayor parte del tiempo, no le debo nada a nadie, no tengo que esconderme de nadie y no tengo conversaciones inconclusas atragantándoseme en el alma durante siete años...
Angie la miró atónita.
—Si vamos a ofendernos lo haremos bien, ¿no? —añadió Dulce con decisión—. Yo no te tengo miedo, te conozco más de lo que crees y no me asustas con tus lentes de sol y tus tacones. Y para que sepas, yo he elegido esta vida, por eso soy feliz, en cambio tú, finges querer lo que tienes para así autoconvencerte de que no necesitas nada más, y por eso andas corriendo tras el éxito o tras cualquier cosa que tape el vacío enorme que tienes en tu interior. ¿Y sabes qué? Eso no va a suceder, no hasta que tengas la suficiente valentía como para enfrentarte a ti misma y definir qué es lo que quieres de verdad.
—Sé lo que quiero —respondió ofendida.
—¿Y eso es?
Angie incómoda buscó palabras que cubrieran su incertidumbre.
—Paz... quiero paz... y quiero éxito...
—No vas a tener paz hasta que no te reconcilies contigo misma —zanjó Dulce—, y, además, el éxito que persigues es irreal, buscas tapar la sensación de vacío con más logros y más ascensos, pero el éxito que buscas no está allí... eso no es éxito en realidad, el éxito es sentirse feliz con uno mismo.
—Ya te dije que no creo en la felicidad —dijo ella incapaz de dar su brazo a torcer.
—No, no es que no creas, tienes miedo de la felicidad, que no es lo mismo.
—Eso ni siquiera tiene sentido —protestó Angie.
—Pronto lo tendrá —asumió Dulce y Angie no respondió—. Como sea, te extrañé... todavía te extraño —dijo bajando el tono de su voz.
—Estoy aquí ahora, a tu lado —respondió Angie sin comprender.
—Sí, pero todavía no eres tú...
—Esta es la persona que soy hoy, Dulce... debes comenzar a aceptarlo.
—Lo haré cuando esté convencida de ello... cuando tú estes convencida de eso.
Angie bufó.
—El embarazo te tiene imposible —zanjó.
—Por suerte, a mí se me pasará en semanas —respondió ella—, no puedo decir lo mismo de ti.
—Te amo, ¿lo sabes? Y no quiero pelear contigo —bufó Angie tomándola de la mano.
—Y yo a ti —añadió Dulce—. Tampoco quiero pelear, pero no voy a callarme nada de lo que piense con respecto a ti, ya he callado muchos años... ¿y para qué ha servido?
Angie sonrió, a pesar de todo se sentía a gusto y orgullosa de la persona en la que Dulce se había convertido en todos esos años. Se conocían ya hacía media vida, y habían atravesado juntas varias pruebas. Ella la conocía, era cierto.
—Sabes que no menosprecio tu vida, lo sabes, ¿verdad? —preguntó Angie con temor a que ella se hubiera ofendido por haberle reprochado que su vida era sencilla.
—No, no menosprecias mi vida, sé que incluso hay veces que me envidias...
—¡Ja! —rio Angie con amargura, al final eso a veces era cierto.
—Niégalo —dijo Dulce con mirada retadora—, niega que antes no querías lo que yo tengo.
—Antes, Dulce, tú lo has dicho... antes... Ahora quiero otras cosas.
Pero en ese mismo instante Angie lo dudó, desde que había bajado de aquel avión era como si dos personas convivieran en su interior, la Angie que solía ser y la que era ahora, era como si disputaran una batalla en su interior, llevándola de un lado al otro a merced del viento. Eso la hacía sentir incómoda, insegura y desconcertada. En ese momento, lo único que Angie quería era que las cosas volvieran a ser como antes, pero no tenía claro en qué parte de ese antes.
Me encanta Dulce... y me encanta esta conversación... Salud por esas amigas que te dicen las cosas en la cara con amor, respeto y sinceridad.
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