Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 52

Entonces yo tenía una ley de vida.

»No te enamores nunca«.

Y vaya que la había cumplido de maravilla. Los dos años sin Alicia habían pasado rápido, mi vida laboral estaba en un excelente momento. Salía de vez en cuando con algunas chicas, y mis mejores amigos seguían siendo mis mejores amigos. Las tardes de domingo con Oliver, Lucca, Jeff y Bea eran divertidas. Llevaba a Florencia al cine y escuchaba las historias de amor de Miranda. Protegía a Richard con puños si era necesario. Las familias de mis amigos eran mi familia, así que yo era feliz invirtiendo mi tiempo libre en ellos. Una de las cosas más divertidas de ir a casa de Oliver eran los chicos problema que recibían, yo me carcajeaba cada vez que veía a Oliver en plan de chico serio y estricto, porque no era más que un personaje, él no era así, pero esos rebeldes no lo sabían, así que para mí era gracioso. Habían recibido chicos del programa de corrección durante muchos años, pero de todos modos yo les preguntaba a Paul y Martha cuando se detendrían y ellos siempre me respondían los mismo: »Cuando sintamos que le hemos cambiado realmente la vida de alguien«. Un tiempo después de aquella respuesta, llegó ella.

Oliver me había contado de la nueva muchacha que recibirían en su casa. Vi fotos de ella, tenía el cabello pintado en muchos colores, el color de sus ojos se intensificaba con el delineado que llevaba. Me contó que se quedaría por seis meses como prueba, no era raro, así que resultó irrelevante en mi vida.

Qué imbécil.

Hubiera preferido que continuara de esa manera. Que Anahí fuera solo una chica más en casa de los Carreira, pero no lo fue. Recuerdo perfectamente el momento en el que la vi por primera vez, nosotros íbamos a la casa de Oliver y yo vi pasar a una muchacha de cabello castaño precioso, iba en dirección a un bar de mala muerte, el único de esa zona. Lo primero que pensé fue que era ella, a pesar de que no tenía el cabello de colores, lucía como la muchacha de las fotos, pero era una idea estúpida, un chico problema que se quedaba en casa de los Carreira no salía solo a la calle, así que guardé silencio, cuando llegamos a la casa de Oliver, su carpeta estaba sobre la mesa, con las fotos que ya había visto. Entonces lo supe, sí era ella. Fuimos hasta ese bar lo más rápido que pudimos, cuando llegamos ella estaba en el piso, con varios tipos encima, la oía gritar y vi como Oliver los alejaba de ella, así que no tuve otra opción que hacer lo mismo. No era la primera vez que nos metíamos en peleas, había pasado con los Gutiérrez más de una vez. Me dieron varios golpes ese día, pero cuando pude la cargué en mis brazos y la saqué e ella. Era tan liviana, sus manos se aferraban a mi camisa, sus ojos estaban cargados de lágrimas y pude ver en ellos pánico. Cuando estuvimos en el auto ella se fundió en los brazos de Oliver como si él fuera su mismísimo héroe.

Tuve que haberlo visto en ese momento, tuve que haberme dado cuenta que no tenía caso competir. Que ya había perdido incluso antes de saber que estaba peleando por ella.

Ella y yo conversamos por un par de horas esa tarde. Le conté algunas historias sobre Oliver, de cómo nos conocimos y le conté quién era yo, básicamente. Que no era mucho, mi vida en ese entonces era la medicina, así que la historia no era muy larga. Esa tarde sentí algo que no había sentido por ninguna de las chicas con las cuales había salido. Ella me agradaba, era simpática, era dulce y no parecía una de las chicas que acostumbraban quedarse en casa de los Carreira.

Los días pasaron y lo que pensé que sería cosa de unas semanas, simplemente no desapareció. Cuando fuimos al Valle con Oliver, Lucca, Jeff y Ana, solo podía pensar en lo bonita que era. En cuánto me gustaba escuchar su voz y verla sonreír, entrecerraba sus ojos de una manera adorable. Así que ahí estaba yo, jugando en las maquinitas de esa feria viéndola de reojo, siendo testigo de cómo conversaba con Oliver, de cómo se rían juntos.

La invité a salir. O más bien, Oliver nos invitó a salir, sin él. En verdad quería estar a solas con ella y escucharla hablar de lo que ella quisiera. Fuimos al cine, salida que resultó espectacular, disfrutamos la película y luego caminamos, entonces ella lo mencionó. Me contó que Oliver la había llevado a lo alto. ¿Oliver en verdad la había llevado a lo alto? Ese lugar era un santuario, él jamás había ido con nadie más que nosotros, ni siquiera con Dulce. ¿Por qué había llevado a Anahí? La respuesta era tan simple, pero para mí, no tenía sentido en ese momento. Esa noche por más que deseaba darle un beso en los labios, no lo hice. Le di un beso tierno en la frente, ella me miró algo confundida y sus mejillas tenían un ligero color rosa. Era tan preciosa. Oliver nos vio, como no podía ser de otra manera. Esa madrugada Florencia tuvo un accidente, me enteré solo porque estaba de guardia, Oliver no me llamó, ni siquiera me escribió. Me lo tuvo que contar un interno, me sentí enfadado con él porque se trataba de Florencia, él sabía cuánto amaba a esa niña. Miranda me pidió que fuera a buscarle algo de ropa y cuando llegué a la casa de los Carreira ellos hablaban de que Anahí no podía tener sexo conmigo. ¿Qué demonios hacían ellos hablando de sexo? ¿Y quién mierda era Oliver para decirle a ella con quien podía y no, tener sexo? Las tardes que pasaba en el hospital pensando en ella, sabía que estaba con Oliver. Conociéndose, haciéndose más cercanos, mientras yo solo tenía momentos fugaces, simples. No tenía ni un cuarto de lo que él tenía de ella. Y la sangre me hervía por eso, la extrañaba. Deseaba de forma intensa verla. Así que le pedí a un compañero que me cubriera, algo que yo jamás hacía, yo era la persona que cubría a los demás. En los años que llevaba trabajando en el hospital jamás me había ausentado, jamás había pedido días libres, jamás había pedido que me cubrieran medio turno o un turno completo, para mis compañeros de trabajo era un comportamiento extraño, así que el más cercano de todos, Daniel, me preguntó si tenía algún problema personal que me dificultara ir a trabajar.

Vaya problema personal que estaba teniendo en ese momento.

Lo era, honestamente. Yo estaba deshaciéndome de todas y cada una de las reglas que me había impuesto a mí mismo cuando ese niño murió por mi culpa. Me creía incapaz de relacionarme amorosamente con alguien de manera permanente y no me refiero a que vi a Anahí y de inmediato desee casarme, pero de vez en cuando me pillaba a mí mismo pensando en ella durante el almuerzo. O si alguna paciente llegaba al hospital con ese nombre no podía evitar sonreírle y decirle que era un nombre precioso. Me estaba volviendo un completo idiota, otra vez. Pero necesitaba estar seguro de lo que sentía, así que me arriesgué y la besé y lo que descubrí fue peor de lo que imaginaba. Me estaba enamorando de una chiquilla de bachillerato, el corazón me latía de prisa, las manos me temblaban y sentí cómo mi piel se erizaba. Sus labios eran suaves, cálidos y su piel era tersa. No quería soltarla, no quería separar mis labios de los suyos, pero debía hacerlo. Aquello ocurrió en una cabina de fotos en el valle, ella guardó las fotos, quise pedirle que me diera una de las tiras pero creía que era mejor así. Ya tenía suficiente con recordar sus labios antes de dormir como para tener también las imágenes reales.

En ese momento yo en verdad le creí.

Mentira.

No le creí. Pero me gustaba tanto que preferí hacerme el tonto. Yo sabía que ella hablaba de asuntos personales y profundos con Oliver, sabía que no confiaba en mí de la forma en que confiaba en él y eso me rompía. Cada vez que a ella le tocaba atravesar por algo, Oliver era el primero en la lista, había días en los que prefería no buscarla no porque no la echara de menos, porque jamás dejaba de pensarla, pero tomaba esos días de distancia porque el alma me empezaba a doler.

Llegó su cumpleaños y yo lo tenía todo preparado. Había pedido el día libre en el hospital para poder pelear con la receta que encontré en internet. No era el mejor dentro de la cocina, mis horas dentro del hospital no me dejaban mucho tiempo para experimentar, así que lo poco que sabía hacer nacía de improvisaciones y un poco de sentido común. Pero para ese día, había apostado en grande, quería sorprenderla con algo especial, quería lucirme y que ella viera cuánto me esforzaba por ser lo que ella merecía. Así que, con mis casi nulas destrezas en la cocina, pero con mi entusiasmo en exceso, me metí a la cocina con mi celular para seguir un video que me explicaba paso a paso la receta de cómo cocinar cangrejo. Cangrejo, maldita sea. Con suerte era capaz de preparar pollo al horno sin que se quemaran las papas, pero ahí estaba yo, como un completo estúpido esforzándome para hacerlo exactamente como la chica del video. La última vez que había sentido esa presión, fue cuando fui interno en pediatría. Cuando tuve todo listo y solo me quedaba arreglarme, recibí una llamada de una de las internas en mi servicio, uno de sus compañeros había cometido un error en la medicación de un par de niños que tenían síntomas parecidos, pero no era el mismo diagnostico. Me quedé allí con el celular en la mano mirando todo mi esfuerzo sobre una mesa con los platos listos y una botella de vino en el refrigerador. Nunca me había planteado la pregunta de: »¿Es necesario que vaya? ¿No hay alguien que pueda hacerse cargo?«. Era la primera vez, en toda mi maldita existencia, que no quería ir al hospital, que no quería ponerme mi bata, no quería, no quería.

Pero lo hice, porque era mi responsabilidad. Había hecho un juramento y lo tenía que cumplir me cueste los cangrejos que me cueste. Me sentía tan frustrado que no tuve tiempo de avisarle a Oliver, ni a Jacobo, porque ellos sabían de mi plan, de hecho Jacobo me ofreció su ayuda, la que rechacé porque le dije que quería hacerlo solo, quería sentir que todo ese esfuerzo era únicamente mío y para ella. Él me dijo que se encargaría de llevarla a mi casa a la hora que acordamos; 18:30.

Pero yo no contesté. Mi celular sonaba en el bolsillo de mi bata mientras yo sujetaba a un niño de cinco años que sufría una convulsión por los medicamentos mal suministrados. Me sentí una basura, porque un niño inocente estaba frente a mí inconsciente y en lo único que yo podía pensar era en ella, en que quería estar con ella. Pero el problema apenas empezaba, los padres estaban furiosos y no paraban de gritarme una cantidad de verdades, porque eran verdades. Porque los padres no le gritan a los internos, le gritan a los titulares y los titulares no podemos responder, es decir... se trataba de su hijo pequeño... El error había sido del hospital, de Igor, el interno en mi servicio, el error era mío, por desatender a mis pacientes, por dejarlos a cargo de alguien que acababa de salir de los salones de clase, el error era mío por no haber puesto a mis pequeños en primer lugar. Pero no me sentí culpable porque por primera vez sentía que me estaba comportando como un muchacho de veintidós años y enamorado para terminarla de arruinar. Toda mi vida había vivido con diez años más de los que tenía y tal vez fue un poco decisión mía, un poco decisión de mis padres y un poco circunstancias de la vida, pero durante esas horas en la cocina, me sentí un chico diferente, uno que podía reportarse como enfermo con tal de prepararle una linda y elaborada cena de cumpleaños a la chica que le gustaba.

Pero yo no era un muchacho que podía reportarse como enfermo. Yo tenía responsabilidades enormes que había asumido. Yo tenía obligaciones que cumplir, tenía vidas pequeñas, muy pequeñas que cuidar. Los padres confiaban en mí y me tomó mucho tiempo ganarme esa confianza. Nadie quería a un chiquillo unos años más grandes que sus hijos para que esté a cargo. Pero había construido una reputación, era bueno en lo que hacía y los mismos padres venían a mí pidiéndome ayuda, opiniones, soluciones... ya no era un chiquillo en el hospital, me había hecho de nombre. Y nada de eso me importaba en ese momento.

Dejé que los padres de Iván se desahogaran, me mantuve de pie frente a ellos con mi celular en silencio, porque necesité silenciar las llamadas de Jacobo que no cesaban, las manos detrás de la espalda recibiendo todos y cada uno de los insultos y amenazas. Finalmente se largaron a llorar y pude decirles que él estaría bien, que ya se le había aplicado otro medicamento para contrarrestar el equivocado y que yo mismo me haría cargo de él, personalmente. Sin embargo, volví a salir del hospital dejando las más estrictas órdenes que pude. Tenía quince llamadas perdidas de Jacobo, un montón de mensajes y tres horas y media de retraso. Cuando llegué a la casa de los Carreira, ella no estaba allí, así que fui a la casa de Oliver, le llamé varias veces a su celular pero no contestó, en ese momento pensé que él podría decirme donde estaba.

Y sí que podía decírmelo. Los encontré en el comedor, con las luces apagadas, las velas encendidas, chocando un par de copas de vino, mirándose y sonriéndose. Sentí mi corazón aplastarse, contuve la respiración por unos segundos mientras le permitía a mi alma volver a su sitio, porque cuando vi esa escena, la tuve en los pies, pisoteada, aplastada y humillada a más no poder. Salí de allí con la intención de ir al hospital a hacerme cargo de lo que nunca me lastimaría, a estar con quienes me querían, porque afortunadamente, no había niño en el hospital que no gritara de emoción cuando yo entraba a su habitación. Necesitaba ver esos ojitos enfermos pero felices, necesitaba ver sus rostros algunas veces pálidos, pero sonriéndome. Necesitaba a mis niños, porque ellos me hacían sentir que yo valía la pena, ellos me hacían sentir que mi esfuerzo valía la pena. Yo los necesitaba más de lo que ellos me necesitaban a mí.

Tuve una conversación con Oliver esa noche en la que él dijo que no la quería en lo absoluto y acusándome de haberlo olvidado. ¿Olvidado? ¿Después de que estuve más de cinco horas en la cocina, cocinando un maldito cangrejo él se atrevía a decirme que lo había olvidado? Quise golpearlo, quise decirle que dejara de interponerse. Pero no lo hice, porque hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera, yo tenía todas las de perder.

Jacobo se llevó a Anahí y Oliver y yo discutimos esa noche, le dije que yo la amaba, lo acusé de traidor, porque él conocía de mis planes, le expliqué lo que ocurrió con el pequeño Iván y me marché diciéndole que de él no lo esperaba.

Pasé la noche en la habitación de Iván, estaba en la UCI y sus padres no podían verlo. Cuando lo vi, sentí culpa, demasiada. Y dolor, mucho dolor, uno intenso. Me sentía traicionado, herido por ambas partes. Por Oliver, él era mi mejor amigo, sabía de mis planes, de mis intenciones con ella y aún así no le importó hacerme aquello. Y con ella, por permitírselo, por permitir que él se metiera aún más en su corazón. Y también me sentí traicionado por mí mismo... por permitir que ella se ahondara más en mi alma hasta el punto de no reconocerme. Arrastré una silla hasta el borde de la cama de Iván y apoyé mi cabeza en el colchón y me solté a llorar en extremo silencio. Todo me había salido mal, desde la cena hasta el pequeño que tenía frente a mí, pagando los platos rotos de mi estúpido enamoramiento. Y me odié, me detesté porque una vez más un niño, uno de los que tanto yo amaba y protegía, una vez más uno de ellos salía herido por culpa de mis pasiones.

Mientras desayunaba con mis compañeros, pensaba en la situación; estaba enamorado de la misma chica que mi mejor amigo y aunque su cuerpo estaba conmigo, su corazón estaba con él. No diré mentiras, por supuesto que lloré más de una vez por ella. Lo hice en varias ocasiones incluso en el trabajo, o en mi casa. Preguntándome cómo fue que había llegado a ese maldito punto una vez más. Me estaba perdiendo, hacía cosas que no eran propias de mí, como esa vez que le pedí a Daniel que me cubriera por la tarde cuando Ana fue al club con mi hermana, dije que había salido más temprano. ¿Salir más temprano? ¡Daniel me cobró ese favor con creses! Pero no importaba, el hecho de verla unos minutos era refrescante, como si tenerla cerca fuera suficiente para reiniciarme y ni hablar de si me abrazaba o la besaba. O cuando hicimos el amor por primera vez. Fue lo más masoquista y egoísta al mismo tiempo, que había hecho en toda mi vida. Yo la deseaba tanto, pero sabía que sería el primero y aunque en mi cabeza se repetía la frase de »No lo hagas, ella no te ama como tú la amas, no lo hagas, no seas imbécil, no lo hagas, no lo hagas«, preferí ignorarme, preferí pasarme por la tangente el hecho de que no solo ella podía arrepentirse minutos después, sino que yo acabaría destrozado.

Y así acabé.

Porque yo la miraba a los ojos y sabía que en ellos, no había amor por mí. Sabía que si ella debía ser honesta por un minuto, diría que no me quería, diría que estaba enamorada de Oliver. Así que esa mañana de sábado cuando ella me escribió, yo preferí ir a verla, cuando hacía diez minutos había llegado a mi casa, salí de la ducha cuando recibí su mensaje. Había sido una noche larga en el hospital, una niña falleció y tuve que darles la noticia a los padres, eso era agotador. Pero aún así fui a verla, porque ver sus ojos, escuchar su voz era reconfortante. Cuando llegué ella me besó con intensidad, habíamos tenido besos así, pero no tan repentinos. Insistió en que fuéramos a mi casa y aprovechando el hecho de que estaba sola, accedí sin hacer muchas preguntas. Ella lucía calmada o quería lucir así. Le pregunté si todo estaba en orden, si había pasado algo con Oliver a lo que ella respondió que no lo había visto.

Yo sabía lo que era el sexo sin compromiso, me había vuelto un experto en eso.

El problema era que ese no era sexo sin compromiso, porque mi corazón jamás se había sentido más comprometido con alguien. Jamás le había puesto tanto amor y respeto a mis caricias, jamás me había preocupado más por el placer o el bienestar de alguien más dejando de lado los míos completamente. Y no me refiero a que era un animal con las chicas, que no las valoraba o no me preocupaba por su placer, porque sí lo hacía, después de todo el sexo es cosa de dos... o más, si es que se quería, pero no era mi estilo. El caso era que, jamás me había comprometido tanto en un acto sexual, no era la primera vez que estaba con una chica virgen, pero sí era la primera vez que sentía que alguien podía hacer lo que quisiera conmigo.

Ni siquiera me había sentido así con Alicia.

Se suponía que debía volver al hospital al medio día, pero llamé a Franklin, uno de los internos a mi cargo para decirle que no volvería hasta el lunes, toda esa tarde la iba a pasar con ella, haciendo lo que quisiera, ver películas, comer, besarnos, conversar, quedarnos en silencio, en verdad, ella podía decirme: »Quedémonos aquí por el resto de la eternidad« y yo lo hubiera hecho. Hubiera dejado el hospital, hubiera dejado mi más grande pasión, hubiera dejado a mis pequeños humanos, me hubiera dejado a mí mismo por ella, hubiera renunciado a lo que fuera por esa eternidad... Y no crean que no sabía que eso era enfermo, obsesivo. Yo lo sabía, el amor no quita conocimiento, pero sí nubla la realidad, porque yo sabía lo que ella en realidad sentía, pero aún así ella estaba tumbada a mi lado desnuda, sonriéndome. Besándome en el cuello y provocándome.

¿Qué haces cuando conoces la verdad, pero la mentira te lleva a un punto de la felicidad que no sabías que existía? Lo correcto hubiera sido cortarlo de raíz o en el mejor de los casos, no permitir que se hiciera tan grande. Pero yo no quería hacer lo correcto, no quería seguir las reglas, no quería ir despacio porque todo en mi vida, desde mi educación primaria había sido de prisa, sin pensarlo dos veces, viendo la oportunidad en frente y tomándola, viendo cómo resolver los problemas en el camino. Así que quise aplicar esa técnica de la misma manera sin saber que sería uno de los errores más grandes.

Un par de semanas después supe que me había mentido. Que sí vio a Oliver ese sábado por la mañana, él mismo lo contó cuando mencionó su reencuentro sexual con Dulce a Jeff, Lucca y a mí. Cuando supe que ella había ido a verlo, sentí un balde de agua helada. No solo me había mentido diciéndome que no había visto a Oliver. Sino que lo había visto en esas condiciones, con Dulce... Y me llamó por despecho. Había utilizado todo el amor que yo pude darle hasta ese momento, para desquitarse.

Esa noche me sentí devastado. El corazón me dolía y sabía que debía dejarla, pero... ¿Cómo dejas algo que ni siquiera tuviste? La idea de que ella no dejó de pensar en Oliver cuando estuvo conmigo me acompañó por semanas. Cada vez que la veía sonreír o las veces que lo repetíamos, no podía con el ardor en mi pecho, con las ganas de soltarme a llorar frente a ella como todo un crío y preguntarle qué debía hacer para que me viera como a él. Qué debía cambiar. Qué debía dejar. Qué debía tener. Porque lo hubiera hecho, en ese momento sin duda lo hubiera hecho.

Y lo peor de todo era que, yo veía que Oliver sentía lo mismo por ella, sin embargo, el Tony egocéntrico que siempre existió, no podía evitar pensar que a pesar de que él también la quería, jamás podría quererla como yo. Porque Oliver seguía siendo él, algunas veces la trataba mal, decía cosas que la herían y luego pedía perdón como si eso fuera suficiente y no digo que no tenía derecho a equivocarse, porque todos cometemos errores, yo mejor que nadie lo sabía, pero ella no los merecía.

Yo, con todo el amor que sabía que le tenía, sentía que no la merecía. Y él, con sus desplantes repentinos y sus comentarios hirientes mucho menos, pero aún así la tenía.

Hasta que un día, sin aviso, sin imaginarlo, sin esperarlo siquiera... ella decidió romper conmigo. No tengo las palabras exactas para describir el dolor que sentí en ese momento, un dolor punzante que me golpeaba repetidas veces en el estómago, hasta que mi única reacción fue mentirle. Le dije que me habían dado la beca, le dije que lo habían reconsiderado. ¿Reconsiderar? Cuando un plantel de doctores toma una decisión, no la reconsideran.

¡No existía ninguna maldita beca!

Ella me felicitó como si segundos atrás no me hubiera arrancado el corazón con sus palabras. Contuve las lágrimas todo el tiempo que estuvo frente a mí, grabándome cada detalle de su precioso rostro y recordando su cuerpo desnudo, porque sabía que jamás lo volvería a ver. Cuando la dejé en casa de los Carreira, nos dimos un corto beso en los labios que me quemó por dentro. Yo sabía que aquello pasaría eventualmente, sabía que no estaríamos juntos siempre, aunque yo lo deseara. Sabía que sus sentimientos por Oliver terminarían desbordándose al punto de ser incontenibles. Y ese momento había llegado.

Y yo no estaba listo para soportar ese dolor tan grande.

Volví a mi casa y me largué a llorar como jamás lo había hecho. Me sentí roto, me sentí incompleto. Ni todos los niños del mundo, ni todos los quirófanos podían hacerme sentir ni siquiera un cuarto de la felicidad que ella me daba con solo sonreír. Empaqué todas mis cosas entre ira y dolor. Fui al hospital y presenté mi renuncia, el jefe del hospital no sabía qué ocurría, solo vio mis ojos rojos y mi indiscutible decisión de marcharme. Volví a mi casa, pedí un taxi y me fui al aeropuerto, no podía estar un segundo más allí. Compré un pasaje al primer próximo vuelo y me marché sin saber que iba a hacer exactamente. No me despedí de mis padres, ni de mi hermana... le dije a Anahí que no me gustaban las despedidas pero que cuando tuviera listo mis "papeles" lo haría público. Ni siquiera sabía el idioma del lugar a donde estaba yendo, no sabía qué iba a hacer, no sabía cómo lo iba a enfrentar. Pero sabía que no sobreviviría si me quedaba a verla fundirse en los brazos de mi mejor amigo. Aquello me destrozaría, acabaría conmigo. Así que me fui, tiré todo por la borda, todo por lo que había trabajado, todo por lo que me había esforzado, por lo que había luchado. Dejé a esos pequeños, esos que yo tanto amaba y que me alegraban los días. Estaba roto en tantos pedazos que ni siquiera mis niños eran capaces de salvarme y ellos no merecían verme así. Si yo decidía hacerme el valiente y quedarme a afrontar aquello, temía que un niño pagara las consecuencias, temía suministrar mal un medicamento, no revisarle la garganta a alguno o no ver síntomas de alguna enfermedad grave, temía de mí mismo, de mis nulas capacidades para mantenerme cuerdo en ese momento.

Estaba abatido, destruido y me sentía perdido. La amaba como jamás amé. La tuve todo lo que ella me permitió tenerla. Y me marché dejándole solo un mensaje de texto que escribí en el baño del aeropuerto de un país extranjero, desconocido, mientras lloraba como un completo imbécil la pérdida de algo que jamás tuve.

Y las primeras semanas fueron brutales. Me quedé en un hotel, pensando que tal vez podría recuperar fuerzas y volver. Pero con el paso del tiempo me di cuenta que el dolor no me abandonaba, que al contrario, se ahondaba en mí, dispuesto a acompañarme por quien sabe cuánto tiempo. Utilicé parte de mis ahorros en mi primer mes de duelo, hasta que me di cuenta que no podía seguir así. Estaba tumbado boca arriba mirando el techo, comía muy poco y apenas conocía la recepción del hotel. Así que empecé a buscar un departamento y un trabajo, el cual no fue fácil de conseguir ya que no conocía el idioma. La gente habrá pensado que era un completo estúpido por querer buscar trabajo en un lugar sin conocer en absoluto el idioma. Así que, buscando un profesor particular fue que llegué a Nelly. Nos conocimos en un café mientras yo desayunaba pensando que estaba perdido, metafórica y literalmente. Logramos comunicarnos con dificultad, ella hablaba un poco de español y me ofreció su ayuda. Me enseñó lo básico, me acompañó a recorrer la ciudad y como último favor, me recomendó en su trabajo, ella era enfermera y bastante querida por sus compañeros y jefes. Me hicieron tests, exámenes, análisis y finalmente me dieron el trabajo.

A los seis meses ya podía desenvolverme completamente solo, sin necesidad de pensar en qué me habían dicho o en cómo debía decir lo que quería decir. Dejé el español completamente de lado, casi intenté borrarlo de mi sistema para enfocarme en ese nuevo idioma. Leía libros y libros con un diccionario al lado y mandándole mensajes a Nelly para que me asesorara si me encontraba con una palabra que no lograba comprender.

Claro que vi sus mensajes y escuché sus correos de voz.

Pero nunca respondí. Ni siquiera a mis amigos, ni siquiera a Bea. Hablé con mi hermana un par de veces porque me sentía incapaz de hablar con mis padres, sentía que les había fallado, que me había equivocado y preferí huir antes que afrontarlo, esa no era la manera en la que nos habían educado, pero en ese momento me sentí sin salida y todas mis reglas y mis normas para con el mundo desaparecieron. Hablaba con Daniel de vez en cuando para saber cómo evolucionaban los casos de un par de niño que yo seguía muy de cerca, hasta que me despedí de él diciéndole que podía hacerse cargo. Dejé esa vida atrás por muchos meses, hablaba solo con Becky. Tampoco hablaba de mi pasado con Nelly, a pesar de que nos habíamos hecho buenos amigos y solíamos compartir un par de copas en las noches, nunca me sentí capaz de confesar que lo había abandonado todo por una chiquilla de diecisiete años. Los meses fueron pasando y llegó a cumplirse el primer año.

Hacía un año que no escuchaba su voz. Que no veía su sonrisa. Que no me perdía en sus ojos. Le había pedido a mi hermana que no me hablara de ella, aunque no pude contarle la verdad, ella lo intuía, Becky no era tonta y sabía que una beca no era el motivo de mi partida. Pensé en decirle la verdad, ya había pasado un tiempo y yo creí que me sentía mejor. Me refiero a que, ya no lloraba en las noches, ni tenía ganas de golpear a Oliver. Estaba sobreviviendo, tenía un trabajo estable y estaba conociendo un nuevo país, una nueva cultura, Nelly me llevaba a excursiones los fines de semana si no teníamos guardia y yo estaba por empezar una especialización en lo que siempre quise; cirugía infantil. Mi vida estaba tomando forma de nuevo, la medicina estaba ocupando su lugar de siempre y yo me sentía mejor.

Hasta que mi hermana me lo dijo.

—Ya cumplieron un año.

No pude responder. No sabía cómo hacerlo. Me sentí enfadado con mi hermana porque se lo había pedido, le había suplicado casi que no me hablara de ellos, que no la mencionara. Yo no se lo estaba preguntando, yo estaba rehaciendo mi vida, había salido con un par de chicas y me estaba sintiendo dueño de mí mismo otra vez. Pero Becky decidió compartirme aquello, su voz se escuchaba baja o tal vez solo era por el murmullo del bar en el que yo estaba.

—Sé que te fuiste por ella, sé que te hirió tanto que tuviste que marcharte, no me mientas por favor. Solo dime la verdad. ¿Te destrozó, verdad?

—No te puedes imaginar cuánto —susurré, sintiendo ese nudo en la garganta otra vez. Hacía meses que no lo sentía, pensé que se había ido, pensé que el día en el que volviera a saber de ella, yo podría sonreírle al recuerdo. Pero no era así, el recuerdo me seguía hundiendo un puñal en el corazón, impidiéndome seguir adelante, toda esa psicología positiva y esa felicidad falsa y frágil que me había querido vender a mí mismo se desvaneció al escucharla decir eso, al ser consciente que ellos llevaban un año juntos. Y hacía un año que yo me había ido. Ellos pudieron seguir, mientras yo me quedé atrapado en el tiempo, recordando esas caricias y engañándome a mí mismo diciéndome que era la última noche que desearía besarla. ¡Mentira! Esa última noche jamás llegó—. En verdad... no te puedes imaginar lo destrozado que me dejó —repetí terminando de beber la botella de cerveza que tenía frente a mí.

Al tener aquella información, fue como recaer en una adicción, en la más fuerte que alguna vez tuve. Volví a sentirla a mi lado todo el tiempo y de pronto todas las chicas que conocía, se llamaban Anahí. Ya no podía con ese dolor en el pecho, en el estómago, en todo el cuerpo. Así que, una mañana, cuando Nelly y yo salimos de una guardia de prácticamente veinticuatro horas, se lo conté. Nos habíamos emborrachado tanto que le confesé hasta el último detalle, terminamos llorando en la alfombra de mi departamento.

Fue ridículo.

Y reconfortante.

Así fue como sobreviví en el extranjero por un par de años. Compartiendo con Nelly y otro grupo de chicos, amigos del hospital que ella me había presentado. Y ese segundo año lo pasé mejor... Becky me seguía actualizando sobre ella de vez en cuando, sabía que le iba bien en el instituto de cocina y sabía que su relación con Oliver era la envidia de todo el pueblo. No lo dudaba, porque era la mía también. Y aunque aún pensaba en ella y sentía que la seguía amando como si lo nuestro estuviera en sus inicios, continué con mi vida aferrándome a la idea de que podía y debía hacerlo. Robert, un amigo del hospital me presentó a Tatiana, me gustaba, siempre lucía hermosa con su cabello rojo hasta la cintura y sus pecas esparcidas en la cara, estaba a la mitad de la carrera de medicina, así que podía entender mis horarios y yo mejor que nadie entendía los suyos. No le hablé de mi pasado porque no era necesario, pero sí le dejé claras mis antiguas creencias, creencias que había abandonado por Anahí.

»No me quiero casar y tampoco quiero tener hijos«, ella lo aceptó sin problema alguno. Nuestra convivencia era asombrosa, sentía que ella en verdad me quería y yo solo esperaba a que fuera domingo para poder verla... Sentía que yo también la quería. Hasta que Nelly plantó en mi cabeza la idea de que, para estar seguros de que ya no amaba a Anahí, debía verla. Nelly era una excelente amiga, una excelente persona y hubiera sido capaz de poner las manos en el fuego por ella, tanta era mi confianza que creí que esa era una idea fenomenal.

La peor. La peor idea sin duda, que alguna vez se le pudo ocurrir a alguien... 

______________________________________

Siempre quise que vieran un poco de la historia con los ojos de Tony, especialmente esta parte. 

¡Falta poco! 

»No olviden que esta historia tiene una playlist en Spotify, pueden buscarla como "Lplp". 

»Pasen por mi nueva historia titulada "Tan inevitable como quererte". 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro