Capítulo 46
Sonreí al ver el pastel de chocolate de cuatro pisos perfectamente decorado, eran los acabados pulcros y finos de Dalila, mi amiga en el instituto de cocina. Me detuve a contar las velas; veinte en total. Sonreí aún más, muy bien cumplidos. Sentí las manos de alguien aferrarse a mi cintura, inhalé su aroma cerrando los ojos, permitiéndome sentir sus labios recorrer de mi oreja a mi hombro que estaban descubiertos por el corte del vestido turquesa que mi amiga escogió para esta noche, porque lo echamos a la suerte, yo no podía elegir entre uno amarillo y este, así que estaba contenta de todos modos.
—Feliz cumpleaños a ti... —canturreó mi novio moviéndonos de un lado a otro muy despacio—. Te ves tan bella, como siempre.
—Tú también estás muy guapo —susurré apoyando mi pulgar sobre sus labios, él lo besó—. ¿Crees que podamos salir de la fiesta más temprano? Me compré un conjunto que tengo puesto ahora mismo y que seguramente te encantará quitarme, es de encaje, a ti te gusta el encaje.
Oliver se carcajeó, aferrándome aún más a él. Se mordió el labio mientras sonreía y negaba con la cabeza. Estábamos en medio de un efusivo beso cuando alguien se aclaró la garganta con fuerza, la necesaria para que nos sintiéramos observados. Nos separamos y volteé para ver de quien se trataba, aún faltaba media hora para que los invitados empezaran a llegar.
—¿Comiendo el postre tan temprano? —Sam tenía las manos en los bolsillos, estaba más alto, lucía más musculoso y la barba estilo candado que tenía le daba un aire serio y formal, aunque en realidad de eso no tenía nada—. ¡Feliz cumpleaños, hermosa! —gritó extendiendo los brazos.
Corrí a abrazarlo mientras me partía de la risa. No lo veía desde hace más de un mes, viajó a otro país para un trabajo de investigación de la universidad y cuando volvió yo estaba tan liada con mis propios exámenes que no tuvimos oportunidad de vernos, hablábamos todo los días, eso sí; aún cuando estábamos sumergidos en nuestros propios campos, buscábamos el momento para hablar. Con Jacobo había sido más sencillo, él no viajaba y yo tampoco, él, junto con otras víctimas que elegía al azar, probaba mis experimentos en la cocina.
—Gracias por no decírselo —dijo Sam estrechándole la mano a Oliver.
—¿Te guardé el secreto y no me dejas comer postre? —preguntó aceptando el apretón mientras rodaba los ojos.
Le di un empujón a mi novio, él estaba conmigo cuando Sam me dijo que no podría venir esa noche porque debía entregar un informe lo antes posible y tenía otras cosas encima, me sentí tan triste que lloriqueé en sus brazos diciendo que lo echaba mucho de menos y que quería verlo. Pero lo agradecía, me encantaban las sorpresas y de este tipo, mucho más.
Oliver fue a ver a Laia, que correteaba por el lugar amenazando con tirar algo al piso, le encantaba estirar todo lo que estuviera a su alcance y si se rompía, todavía mejor. Richard no tardó en llegar acompañado de un chico, sonreí al verlos. Aún lamentaba que las cosas con Felipe no hayan resultado, fue su primer corazón roto, sufrió tanto que yo sufrí con él. Estuvo tirado en la cama por semanas y fueron sus peores vacaciones de verano, pero Jacobo le presentó a un amigo de la universidad y aunque esta vez hay una diferencia de cuarto años, parecían entenderse muy bien, Joshua le había ayudado a concentrase en sus estudios de nuevo, era su último año y perder su promedio perfecto por un mal de amores no era la mejor idea. Joshua era alto, le pasaba una cabeza, llegué a la conclusión de que a Richard le gustaban los chicos altos. De cabello castaño y ojos celestes, muy bonitos. No era nadador casi olímpico, pero era un excelente bailarín.
Hablando de otra Carreira, Miranda, ella ya no sabía de corazones rotos, lo de ella era miel sobre hojuelas. Jeff seguía perdidamente enamorado de ella y logró, sin duda alguna, que ella se perdiera de amor también. Ya llevaban un par de años juntos, como Oliver y yo, solo que ellos habían avanzado, vivían en un departamento y disfrutaban de Laia el mayor tiempo posible, ella entre los libros de leyes, porque escogió Derecho y él entre el trabajo.
Florencia era otro caso, últimamente le había ido mal en la escuela, ella decía que solo quería ir a las clases de teatro, todos le habíamos dicho que seguiría yendo, que nadie se lo iba a prohibir, pero que también debía ir a la escuela, porque no podía dejarla. Y si a esas ganas nulas de ir a la escuela le sumábamos lo triste que se sentía a causa de la muerte de Manchas, era todavía peor. No era sencillo, algunas veces me tocaba lidiar con ella en las mañanas para que bajera a desayunar, solía quedar como la mala del cuento para ella, pero al final del día siempre se acurrucaba a mi lado para ver una película, era solo una hermana pequeña siendo una hermana pequeña. Y a mí me gustaba eso.
Paul y Martha entraron al salón, ella enganchada de su brazo luciendo un vestido largo color vino, siempre esbelta, siempre guapísima. Desde que tuvieron ese arranque de tomarse unas prolongadas vacaciones, habían cambiado con respecto al trabajo. Delegaban más, se tomaban días libres y siempre se aseguraban de estar para la hora de cenar. Al salir del instituto yo iba a su salón principal donde trabaja todo su equipo, las recepcionistas que coordinaban las fechas, los lugares y el tipo de evento. Las decoradoras que siempre buscaban innovar y modernizarse en cualquier categoría. Pero mi parte favorita era la del banquete, más específicamente los postres, era la encargada del área y aunque había días en los que sentía que me derrumbaba, ella estaba a mi lado recordándome que podía hacerlo y que si estaba cayendo ella estaría detrás de mí dispuesta a sostenerme. Había tenido días buenos y malos, eventos excelentes y otros desastrosos, pero era verdad, ella había estado en todos, felicitándome si era el caso o alentándome a seguir si fuera lo contrario. Paul y yo también nos habíamos acercado en esos dos años y un poco más, él era alguien a quien amaba con todo mi corazón, como a todos los miembros de la familia Carreira, pero él era sin duda un padre sustituto con todas las letras. El mismo día que cumplí la mayoría de edad, me llegó una carta de parte de la señora Vera diciendo que culminé el programa con éxito, al día siguiente, ellos pidieron darse de baja del programa para ya no recibir a nadie.
Lucca y Beatriz estaban esperando a su primer hijo que aunque no fue planeado, sin duda fue una sorpresa agradable para todos. Ninguno había hablado de matrimonio y no era algo que yo me atreviera a preguntar, después de todo eso era solo un papel, el compromiso que ellos tenían iba más allá, tal vez ellos lo habían hablado, tal vez no. Pero no importaba, el niño definitivamente era anhelado por todos. ¡El primer pequeño del grupo!
—Espero que me estén buscando a mí —Sam y yo volteamos y ahí estaba él—. ¡Esa barba, hermano!
Su cabello rubio parecía más esponjoso, pero seguía igual de brillante. Él había ido al gimnasio en los últimos meses y el trabajo ya empezaba a notarse. De hecho cuando estábamos en el colegio él lucía en forma, luego empezó la universidad y digamos que tantas horas sentado estudiando los diferentes enfoquen de la psicología resultó en unos cuantos kilos de más, no le prestó mucha atención, hasta hace un par de meses que me rogó que fuera al gimnasio con él, yo accedí, después de todo estaba tragando azúcar todo el tiempo, no me venía mal atenderme. Una muchacha de baja estatura estaba a su lado, él la sostenía de la cintura y ella lucía su tímida sonrisa, Liza era así, en los ocho meses que llevaban juntos apenas habíamos podido socializar porque ella prefería quedarse callada y escuchar todo lo que tú querías decirle. Estudiaba bioquímica y era casi tan rubia como Jacobo, era delgada y tenía unos ojos celestes muy hermosos, las pocas veces que logramos conversar pude darme cuenta que era simpática y cada vez que la pillaba mirando a Jacobo, veía que se le caía la baba. De que estaba perdidamente enamorada, lo estaba, sin duda alguna. Y él se había vuelto un romántico a morir, no le conocía ese lado y creía firmemente que él tampoco sabía de su existencia hasta que la conoció. Como si ella le presentara a una versión de él completamente nueva. Jacobo siempre había sido atento y dulce, pero con ella era un nuevo nivel.
La fiesta empezó oficialmente, amigos del instituto llegaban y me saludaban como si de verdad yo fuera lo más especial ese día. Oliver se tensó a mi lado cuando vio entrar a su jefa acompañada por su esposo, llevaba más de un año trabajando en una editorial importante y su jefa era alguien muy difícil de tratar pero al parecer yo le caía bien, así que se auto invitó a la fiesta diciéndole a Oliver que se verían en la noche. Él no supo qué decir, así que solo asintió con una sonrisa, como si el hecho de que ella asistiera, estuviera previsto desde un principio.
—Me gustaría saber dónde quedó ese chico seguro que intimidaba y no era intimidado —susurré entrelazando sus dedos con los míos.
—Enterrado bajo la mirada de esa señora —respondió dándome un apretón.
Me aseguré de que todos los invitados estuvieran cómodos, aunque Martha no quería que me levantara, quería que lo dejara todo en manos de las personas encargadas de organizar, pero yo llevaba un tiempo en eso de los eventos y me resultaba difícil no prestar atención al tipo de servicio que se estaba ofreciendo. Me costó obedecer, pero cuando Sam empezó a contar cómo le fue en su viaje, me olvidé por completo de que había más gente cerca. Sirvieron el plato de entrada, con la vista recorrí el resto del salón solo para asegurarme que los mozos ya estaban atendiendo a todos y luego volví a concentrarme en Sam y sus relatos.
—Señorita Anahí —escuché que alguien llamó, interrumpiendo a Sam en su historia—. Lamento mucho molestarla en medio de su cena, pero hay un hombre allí afuera que asegura que la conoce, pero no tiene invitación.
Peter era uno de los guardias de seguridad que trabajaba para Martha en eventos muy importantes, le dije que no era necesario que estuviera esa noche, pero ella insistió. Me limpié la boca con la servilleta de tela color beige asegurándome de no estar manchada y volteé para verlo:
—¿No te dijo su nombre?
—No señorita —tenía las manos detrás de la espalda y estaba erguido—. Puedo describirlo si le sirve de algo —entonces asentí—, alto, de cabello negro y mucha, muchísima barba, de piel...
—¿Edmundo? —susurré mirando a Oliver—. ¿Crees que sea él? Me llamó esta mañana para felicitarme.
—Puede ser... ¿Quieres que vaya a ver?
Le di un beso en la mejilla y le dije que iría yo, habían preguntado por mí y así como Peter lo describía era muy probable que se tratara de Edmundo. Habíamos hablado un par de veces esos años, pero no nos habíamos visto, creíamos que no era el momento, pero afortunadamente las llamadas ya no terminaban en insultos y en promesas de no volver a hablarnos jamás. Me disculpé con mis invitados y seguí a Peter que me aseguró que solo se apartaría de mí si yo se lo pedía. Caminamos hasta la entrada, pensar que podía ser Edmundo me ponía nerviosa, no porque no quiera verlo, sino porque no sabría cómo reaccionar. ¿Debería abrazarlo? Peter se hizo a un lado para dejarme ver al hombre, estaba de espaldas, tenía puesto un traje de color negro, su cabello era negro, aunque estaba muy bien moldeado, un poco más rebajado por los lados. Volteó despacio, como si quisiera que lo viera de a poco.
Sentí que mi corazón se detuvo por un momento. El aire dejó de entrar a mi cuerpo y de pronto los tacones me parecieron zancos. Cuando estuvo frente a mí, cara a cara, soltó una sonrisa de lado, yo quise corresponderle pero no fui capaz. No sabía si había parpadeado en esos segundos ¿O minutos? No tenía la menor idea. Él estaba ahí frente a mí, era real. Estaba pasando y yo no podía hacer otra cosa que tener mis ganas de llorar.
—Feliz cumpleaños, guapa.
El corazón me dio un brinco decidido a latir de nuevo, inhalé con fuerza olvidándome de los tacones, olvidándome del vestido, olvidándome de la elegante fiesta que había puertas adentro. Me lancé contra él enrollando mis brazos en su cuello, los suyos rodearon mi cintura, él se esforzó para mantener el equilibrio por ambos y lo agradecía en mis adentros porque si hubiera dependido de mí, hubiéramos acabado en el césped.
—Al menos sé que no me odias.
—Jamás podría odiarte, Tony —susurré inhalando con ganas su aroma, no había cambiado, era el mismo olor, el que recordaba cada noche del primer año que no lo tuve y el que se me estaba empezando a olvidar—. Hueles igual...
Tony nunca llamó, nunca escribió, nunca volvió; hasta ese momento. Los ojos me picaban y la respiración se me empezó a volver irregular. No quería soltarlo, no quería que viera que estaba por soltarme a llorar, pero fue inútil. Me separó de él y levantó mi rostro con sus manos, sus ojos estaban más brillantes, su piel lucía bronceada y me pareció percibir no solo un aroma a alcohol en gel y pastillas, sino que también un perfume, hacían una mezcla que jamás había olido. Como si ese aroma le perteneciera solo a él y nadie en el mundo pudiera plagiarlo.
—Te fuiste —susurré dejando que los brazos cayeran a los lados por su propio peso—. Y no te despediste, me prometiste que nos despediríamos.
—Oliver siempre ha sido mejor que yo cumpliendo sus promesas —susurró, sus ojos se volvieron tristes por un momento—. Y yo no podía despedirme de ti, no quería despedirme de nadie.
Los pasos firmes de alguien acercándose hicieron que volteara, Oliver se detuvo de inmediato. Sus ojos casi salieron de sus cuencas y sus hombros de aflojaron de pronto. Tony se acercó a mi novio con un paso dudoso. Le extendió la mano y Oliver la miró un momento, posteriormente la aceptó y cuando pensé que solo sería un apretón, se abrazaron. En todo ese tiempo, jamás había visto más conmovido a Oliver, no podía ver a Tony, pero era capaz de imaginar que se veía igual. Se dieron unas palmadas en la espalda y luego se separaron, me coloqué al lado de Oliver rodeándolo con los brazos y Tony sonrió al vernos.
—Veo que lo de ustedes resultó —soltó guardando las manos en los bolsillos—. Me alegra saber eso.
—Creo que lo tuyo también funcionó —respondió Oliver—, te tardaste en volver.
—No volví, Oliver —su sonrisa se volvió más pequeña—. Solo pasé a saludar.
—¿No te quedarás? —insistió, como si se tratara de una segunda oportunidad para cambiar su respuesta—. ¿Es en serio?
Tony negó con la cabeza sonriendo de nuevo. Se veía diferente, parecía más serio y formal, como si hubiera madurado diez años en tres. El recuerdo de un Tony jovial invadió mi mente, pero al compararlo con el que tenía frente a mí, hallaba pocas similitudes. No solo había cambiado físicamente, que claro que era un cambio, lucía musculoso y cuando lo abracé pude comprobarlo, definitivamente iba al gimnasio. Pero él, lo que transmitía ya no era igual. En ese momento sentí que tres años fueron demasiado.
—Me queda un año y medio en la especialización de en cirugía infantil —contó—, ha sido duro, trabajé como nunca antes lo había hecho para llegar donde estoy ahora, no estoy listo para volver, de hecho no creo que lo vaya a hacer. Tengo una vida hecha allá, tengo amigos, un buen sueldo y salgo con alguien.
—Aquí también tenías una vida y no te importó dejarla —respondió Oliver encogiéndose de hombros.
—Cariño... —alargué mirándolo con una sonrisa que él sabía lo que significaba.
En todo ese tiempo había oído a Oliver decir muchas cosas sobre Tony. Que lo odiaba, que lo extrañaba, que lo quería, que no quería volver a verlo, que le daba igual, que no era para tanto, que era para todo... en fin... él había pasado por muchas etapas así que tener a Tony frente a nosotros sin haberse preparado mentalmente... no sabía qué etapa podía llegar a utilizar.
Tony volvió a guardar las manos en los bolsillos y le sonrió aún más.
—No la dejé, solo la puse en pausa —se encogió de hombros queriendo quitarle importancia—. Pienso retomarla, pero desde allá. ¿Por qué no se toman unas vacaciones y vuelven conmigo? No les vendría mal, tú amigo mío, puedo ver lo que necesitas. Tengo una casa con habitaciones de más, estarán cómodos y puedo mostrarles la ciudad.
Oliver sonrió decaído, sabía que quería ir a ese viaje, y no solo que quería, más bien lo necesitaba, sabía que quería reencontrarse con su mejor amigo de toda la vida, sabía que quería ponerse al día y escuchar cada una de sus historias, porque seguramente tenía varias, pero no podía hacerlo. Su trabajo le exigía muchas horas diarias, nosotros apenas habíamos tenido tiempo de salir un par de días a la casa de verano de mis padres, salir del país por más de una semana era algo que estaba lejos de ocurrir.
Tony dijo que no quería pasar, que prefería pasar mañana en la mañana o por la tarde. Insistí por varios minutos y dijo que ese era mi día y que no era justo que él se robara la atención, aquello hizo que me carcajeara. Detrás de todo ese cambio físico, seguía el mismo Tony bromista, con una pizca de egocentrismo. Me alegraba que no se haya desvanecido por completo. Le di un abrazo rodeando su cuello con mis brazos, cerré los ojos perdiéndome en ese aroma de nuevo, apreté su saco en mis puños pensando que la última vez que lo vi, no sabía que era la última, él solo se marchó sin despedirse, sin mirar atrás y tal vez pensando en cómo nos sentiríamos, pero sin darle mucha importancia, o tal vez si le dio importancia, solo le dolía, como a todos.
Cuando Oliver y yo volvimos a la cena mantuvimos el secreto, nos costó mucho, sobre todo a Oliver que parecía inquieto, ansioso, miraba la hora cada cierto tiempo, como si en cualquier momento su reloj fuera a marcar las diez de la mañana, que era la hora que acordamos con Tony para que fuera a la casa de los Carreira. Jeff no tardó en notar el comportamiento de su amigo, pero estaba tan ocupado intentado darle de comer a Laia que no pudo insistir, así que se conformó con un falso: "No es nada". Para mí fue sencillo disimular, llevaba haciendo eso por mucho tiempo. Cuando Tony se fue no me sentí bien un solo día, tenía momentos felices, momentos plenos, que eran tan fugaces y se opacaban apenas recordaba su sonrisa o su aroma. Más de una noche lloré abrazando una almohada en la que podía recordar ese olor, aunque la funda ya se había lavado mil veces. Jacobo y Sam habían sido testigos de las veces que me llené de furia contra él, acusándolo de desconsiderado, egoísta, malvado. Con el paso de los meses dejé de pensar tanto en él, no porque lo estuviera olvidando, sino porque me estaba olvidando a mí. Me estaba quemando a mí misma por dentro y necesitaba sacarlo de mi sistema. Era sencillo seguir con mi vida estando rodeada de otras personas como Oliver, Miranda, Richard o mis amigos, pero cuando estaba sola... bajo la ducha o a un lado de la cama, no podía pensar en otra persona que no fuera él. En cómo estaba, en qué estaría haciendo, pensando en la posibilidad de que él también pensaba en mí. Y cuando logré acostumbrarme a la idea de que probablemente no lo iba a volver a ver, cuando logré acostumbrarme a ese pinchazo en el pecho cada vez que lo pensaba, apareció. Sonriente, elegante, varonil, guapo... como si no hubiera pasado nada. Cuando había pasado todo en realidad.
—Ya comiste el pastel —susurró Oliver acercándose a mi oreja, la música estaba fuerte y pude sentir su mano subir desde mi rodilla y perderse entre mis muslos, agradecí lo largo del mantel—. Si nos vamos ahora nadie va a notarlo.
Me reí por eso, recordando que fui yo la que propuso esa escapada. Le di un beso corto en los labios y me adelanté, él espero unos minutos para seguirme, lo esperé recostada por la puerta del acompañante de su vehículo y le guiñé el ojo cuando lo vi llegar. Oliver y yo estábamos en el punto de la relación donde sabíamos perfectamente los defectos del otro y aún así nos amábamos. De eso se trataba. Habíamos hecho planes a largo plazo, me quedaban tres años para terminar el instituto de repostería y él por el momento prefería escalar puestos en su trabajo. Mucha de mi ropa ya estaba en su casa, más por comodidad. Algunas veces pasábamos los fines de semana encerrados allí, apagábamos el celular y disfrutábamos de la compañía del otro, veíamos películas, conversábamos, cocinábamos o nos perseguíamos en ropa interior solamente para terminar en la cama. No podía recordar una pelea importante, no discutíamos mucho. Él no era un novio celoso y yo tampoco, tenía muchos amigos en el trabajo con los que solía salir a tomar un trago y yo tenía amigos con los que salía a bailar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó cerrando la puerta de la casa poniéndole el seguro.
—Cansada... —rodeé su cuello con mis brazos y lo besé de manera lenta, provocativa—, pero no tanto como para no...
Dejé la idea flotando mientras seguía con los besos en el cuello, él ladeo la cabeza para darme mejor acceso y sus manos terminaron sobre mis nalgas, las apretó ligeramente para acercarme más a él y pude sentir sus labios buscar mi cuello. Pero entonces se detuvo, como si acabara de recordar algo importante.
—Hablo de verlo —dijo—. Hablo de Tony.
Interrumpí los besos dejando mis labios pegados a su cuello. Sus manos no se movieron de lugar y permanecimos allí lo que me pareció una eternidad. Me alejé de a poco, aún con los brazos alrededor de él, las suyas subieron hasta mi cintura, aflojando el agarre.
—Como si volviera a ver a un viejo amigo —respondí mirándolo a los ojos—. No voy a decirte que no lo extrañé, porque todos lo hemos hecho.
—¿Nosotros estamos bien? —susurró tan bajo que apenas pude oír.
Acaricié sus mejillas y volví a besarlo, ya no había tanta necesidad y pasión como al principio. Eran besos más cariñosos, dulces, como los que nos dábamos cuando estábamos en plan románticos tirados en su cama un domingo por la tarde con un tazón de palomitas y una película romántica de fondo. Él no tardó en corresponderme, sus caricias eran suaves, lentas, como si quisiera tener cuidado para no lastimarme, eso me hizo sonreír, recordé nuestras primeras veces, él se comportaba con tanta delicadeza y no me refería a que dejó de ser tierno, porque ser tierno y dulce era parte de la personalidad de Oliver en la cama y en su vida amorosa en general, pero podía decir con total seguridad que, con el tiempo, había aprendido que yo no era de cristal...
—Siempre seremos nosotros —susurré separando nuestros labios solo un poco—. Y mientras seamos nosotros, estaremos bien.
La intensidad en los besos volvió. Su pregunta no la esperaba, no logré descifrar si se trataba de preocupación, angustia, temor, celos... había tanto que me quedaba por aprender de él, pero sabía que nada de lo que pudiera conocer haría mi amor más pequeño. Cuanto más lo conocía, cuantas más cosas descubría de él, me gustaba mucho más.
Le saqué el saco arrojándolo en el sofá, lo mismo hice con la corbata.
«»
Cuando invité a nuestros amigos a desayunar esa mañana creyeron que era para aprovechar los postres que sobraron de la fiesta de la noche anterior. Tony llegó a la hora acordada y Oliver fue a abrirle la puerta, cuando él entró a la cocina vestido con un pantalón beige y una camisa negra remangada hasta los codos, la primera en soltarse a llorar fue Miranda, corrió a abrazarlo con toda la fuerza que no sabía que tenía.
Richard, Jeff y Lucca le siguieron, Beatriz seguía en su silla con las manos sobre su vientre de veinte semanas, mirándolo con los ojos cristalizados y los labios separados. Tony no le había hablado ni siquiera a ella en todos estos años. Ella lo esperó, ansiaba un mensaje de texto, un mensaje de voz, un correo o una palomita mensajera.
—Linda... —dijo Tony acercándose, le vio el bulto y sonrió—. Linda estás...
—¡Vete a la mierda! —le gritó poniéndose de pie—. ¿Sabes cuántas veces te llamé? ¿Cuántos mensajes te escribí? ¿Cuántos correos te mande? ¿Tienes una maldita idea de cuánto tiempo llevo posponiendo mi boda solamente para que tú estés allí? ¡Eres un egoísta! Pudiste haber desaparecido de todos, pero no de mí. ¡Eres mi mejor amigo! ¿Cómo pudiste dejarme de esa forma? ¿Cómo pudiste irte sin decirme a dónde ibas? ¡Sin pedirme que te acompañara!
—Bea, lo siento... —susurró dudando en acercarse más—, linda lo siento tanto. Perdóname por favor...
Beatriz se largó a llorar en medio de la cocina. Tony se acercó con paso inseguro y ojos tristes, muy tristes. Sin duda la había echado de menos, ella terminó por fundirse en sus brazos llorando con más intensidad, de una forma que yo no sabía que ella podía llorar. Al verlos abrazarse de esa forma, pude recordar lo que él me dijo de su mejor amiga una vez, ella era su todo, a quien le contaba lo que fuera y aún así no le había hablado en todo ese tiempo. Miré a Jacobo y a Sam de reojo, ellos saludaron a Tony con un corto abrazo y unos golpes en la espalda, pensé en cómo me sentiría si uno de ellos se fuera sin despedirse, por más de dos años. El corazón se me encogió, lo que ellos eran para mí, lo era Tony para ella.
No tardamos en retomar el desayuno. No era el momento de preguntarle cuándo se iría o si volvería para quedarse de forma permanente, pero sí era el momento exacto de disfrutar lo que estaba pasando. Estábamos todos juntos de nuevo, como hace un par de años atrás, habíamos aprendido, habíamos crecido, habíamos madurado en muchos aspectos y estábamos juntos. Otra vez.
Y tenerlos a todos frente a mí riendo y conversando como si el tiempo no hubiera pasado, hizo que me sintiera feliz.
Completamente feliz.
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¡Tony volvió! ¿Lo extrañaron? Díganme qué les pareció.
No olviden comentar, votar y agregar a sus bibliotecas ♥
¡Hasta el próximo sábado! ¿O antes?
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