Capítulo 37
Jacobo estaba sentado frente a mí, con las piernas cruzadas y los brazos sobre sus rodillas, escuchaba cada una de las palabras que yo le decía. Ahora, una vez terminada la historia, yo quería escuchar cada una de las palabras que él tenía para decirme.
—¿Se cuidaron? —lo preguntó como si no fuera capaz de aceptar una negativa, yo asentí con la cabeza, dudo mucho que él lo hubiera hecho sin protección y a decir verdad, tampoco yo—. ¿Y te gustó?
Rodé los ojos y salí de la cama. Me sentí incómoda por un momento, no duró mucho, lo cierto es que sí me gustó, así que volví a asentir con la cabeza, esperando a que él dijera algo más. ¿Por qué esperaba que él dijera algo más?
—Bueno pues... está bien —dijo al final encogiéndose de hombros—. Digo, yo no lo vi venir, pero si tú te sientes bien, entonces no hay nada que agregar.
—¿No crees que haya sido un error?
—Yo no puedo decirte que fue un error o un acierto, nadie puede, solamente tú. ¿Fue un error? —entonces negué con la cabeza—. ¿Lo ves? Lo que opine el resto sobre tu vida son solo palabras, la única opinión que debe importarte es la tuya.
—¿Cómo te sentiste luego de tu primera vez? —volví a sentarme en la orilla de la cama y él permaneció en su lugar, quieto, calmado, como si a él no le importara hablar de su intimidad conmigo—. ¿Creíste que fue un error?
—No —sonrió a medias—. Ella me gustaba mucho y no lo sé, cuando ocurrió, jamás deseé que entre nosotros hubiera algo más.
—¿Sólo quisiste hacerlo y ya?
—Pues sí. Se podría decir que sí. Vamos, que tampoco lo hice con una desconocida, frecuentábamos en ese entonces porque Miranda y yo aún éramos amigos y como Jane y Oliver siempre se han llevado bien, la veía mucho cuando venía aquí.
—¿Ya no la ves?
—No, ella tiene un novio o lo tenía, Jimmy, empezaron a salir poco después de lo que pasó entre nosotros y yo nunca he sido alguien que esté a favor de las infidelidades.
—¿Y Miranda?
—¿Qué piensa Miranda de las infidelidades?
—No —dije—. ¿Qué ocurre con Miranda?
Cuando vi su rostro supe que él había evitado con esmero llegar a este punto de la conversación. Y lo cierto es que no tenemos porqué hablar de esto, si él evadiera el tema, yo no insistiría, porque él debe querer hablarlo. Así que cuando descruzó sus piernas y se sentó en la orilla conmigo, pensé que no sabría nada del tema.
—Mirada y yo llevamos viéndonos como semana y meda, no sé cómo ocurrió, solo sé que una noche la besé.
—Jacobo, ella está vulnerable, tiene un niño en su vientre, se siente sola.
—Me he dicho lo mismo miles de veces —dijo—, pero me gusta.
—¿Y serás padre? —lo miré—. Digo, porque si sales con ella ahora supongo que debes estar pensando más allá.
Su silencio fue suficiente. Jacobo no quería eso, apoyé mi cabeza sobre su hombro y no volví a hablar del tema, creo que ya es lo suficientemente complicado como para pensar en eso tanto tiempo, él sabrá qué hacer y cuando lo haga, yo estaré allí para él.
«»
El domingo por la mañana Tony me mandó mensajes contándome como habían pasado la noche. También preguntaba cómo me sentía, la forma en que se estaba preocupando me conmovía, es un chico bueno, en verdad lo es. Salimos a almorzar a un centro comercial, Jacobo nos acompañó, no sé muy bien si porque ahora está con Miranda o porque es mi amigo, el caso es que los padres siempre preguntan por él y hasta parecen tristes cuando se va. Al verlo cerca de Miranda durante la cena, no pude evitar pensar en Jeff, en cómo se sentirá cuando sepa de esto. Quise decírselo a Jacobo, pero no me atreví, no es asunto mí, no debería meterme. Pero que no sea asunto mío, no significa que no pueda tener una opinión al respecto y opino que Jeff sería mejor para Miranda, pero como tener una opinión no significa tener que compartirla...
Tony me llamó a las diez de la noche para contarme que ya estaba en su casa, lo que habían hecho y cuánto te habían divertido. Se escuchaba alegre, animado, se escuchaba como alguien que no odiaría su lunes en la mañana. Volvió a preguntarme como me sentía, tanto física como anímicamente. Me agrada que se preocupe tanto por mí, hablamos alrededor de cuarenta minutos, en lo que él dejaba enfriar sus pies antes de bañarse, dice que no hay que entrar a la ducha con los pies calientes. Nos despedimos después de acordar que pasaría por mí después de clases. Cuando acabamos con la llamada, noté que no mencionó a Oliver propiamente, habló de sus amigos en general, sin mencionar los nombres, como si quisiera hacerlo lo menos personalizado posible. No le di importancia. No creo que lo haya hecho con intención.
A la mañana siguiente, cuando desperté y me dirigí al baño, me encontré con alguien en el pasillo. No supe cómo reaccionar, así que solo sonreí y fingí sorpresa agradable. La parte de la sorpresa no fue complicada. Oliver estaba parado frente a mí, con el cabello revuelto, su típica remera blanca de cuello redondo y sus pants negros, debe tener quinientas prensas iguales. De su hombro colgaba una toalla de rostro. Él se veía bien.
—Buenos días —dijo—. ¿Cómo amaneciste?
—Bien —sonreí digiriéndome al baño—. ¿Y tú?
Asintió con la cabeza. Supongo que para decir que él también estaba bien. No quise preguntar qué hacía allí, después de todo es casa de sus padres, es su casa, él puede caminar por estos pasillos cuánto quiera. Me encerré en el baño, mirándome al espejo como una idiota, llevé mi mano al pecho, en dirección al corazón y sentí como de a poco se iban normalizando los latidos. ¿Es por haber visto a Oliver? ¿Es por recordar a Dulce casi desnuda con su camisa puesta? Ambas cosas, probablemente.
Cuando bajé a desayunar él ya no estaba, sus padres dijeron que solo vino a bañarse porque había pasado algo con su ducha y no salía el agua caliente. De seguro en su gran noche de viernes hizo algo que descompuso el baño entero. Me pregunto si sus padres saben que él aún ve a Dulce. Quise preguntárselo a Richard, pero por lo que recuerdo, él no era su mayor fan, así que no quería arriesgarme a crear un problema innecesario.
Los días sin Oliver en la casa se han vuelto más largos, hasta los deberes que teníamos pegados a la nevera parecían más extensos y es que con uno menos había más tareas. En el colegio Jacobo y yo nos centramos en las olimpiadas, creo que no quiere hablar de otros temas, por miedo a que el asunto de Miranda, el bebé y él salte de nuevo. Creo que cometió un error y ahora está arrepentido y no tiene idea de cómo solucionarlo, yo tampoco sabría cómo. Normalmente Tony no me manda mensajes durante la mañana, algunas veces ni siquiera me escribe en todo el día, pero hoy lo estaba haciendo, preguntaba cosas al azar. Como mi color favorito o si prefiero el té frio o caliente. Me parecían preguntas extrañas, pero me agradaba responderlas, aunque eso no evitaba que me estuviera preguntando por qué podía mandarme tantos mensajes. Él siempre está ocupado. Tal vez es un lunes tranquilo para él.
En el recreo intenté hablar con Jacobo de otros temas, como el repentino cambio de actitud de Tony.
—No quiere que pienses que solo te quiere por el sexo —dijo mordiendo su sándwich—. Quiere demostrarte que le importas, habrás escuchando más de una vez que algunos chicos cambian de actitud después de las relaciones, pues él no quiere que te sientas así. O eso creo.
—¿No te parece tierno? —dije llevándome las manos al pecho—. ¡Es tan tierno!
—Si, bueno, él sigue siendo Tony Souto, yo no me emocionaría.
—Sí, bueno, tú eres un ser sin alma casi —rodó los ojos y metió el último trozo de sándwich en su boca—. Jacobo, si quieres podemos...
—Es que no quiero hacerlo —dijo arrugando la servilleta y arrojándola al basurero. Guardó silencio y yo hice lo mismo, su mirada estaba clavada en el suelo, sus pies estaban quietos y sus hombros caídos, entonces me miró—. Lo arruiné.
—No lo arruinaste, Jacobo.
—Sí, lo arruiné, yo no pensé lo que estaba haciendo y ahora...
—Ahora nada —interrumpí—. Esto ni siquiera tiene quince días, tú no le has prometido la luna, tampoco le has pedido que sea tu novia, ni siquiera le has insinuado que te harás cargo del bebé, solo se han besado un par de veces, si no quieres esto, estás en el punto exacto para detenerlo.
—¿Y qué le digo? —se encogió de hombros como si quisiera esconderse entre ellos—. Oye Miranda que divertido besarte estos últimos días, pero creo que ya no quiero esto.
—Creo que debes trabajar en tus palabras —sugerí y él me empujó de forma juguetona—. Jacobo, hay alguien increíble que quiere a Miranda, que la quiere tanto que aceptaría a ese bebé sin pensarlo, que aceptaría todo con tal de estar con ella, con tal que lo note.
—¿Me hablas de Jeff? —dejé caer los brazos a los lados, sorprendida por lo que acababa de oír—. Todos lo notan, menos ella y me arriesgaría a decir que Oliver no lo quiere notar. Cometí una tontería Ana y ahora no sé qué hacer para enmendarla.
Se veía angustiado, triste, como si en verdad sintiera que tiene un problema enorme. Y lo cierto es que sí. Me dijo que intentará hablar con Miranda, que en el mejor de los casos ella esté de acuerdo y en el peor de los casos... ninguno es capaz de imaginar un escenario tan malo. Las clases continuaron, supe, mi puntaje en algunos exámenes y aunque pudo haberme ido mejor en ciertas materias, la directora me pidió que vaya a la dirección, dijo que mi promedio era bueno, mejor de lo que ellos esperaban y que si seguía así, acabaría el año sin la necesidad de hacer exámenes extraordinarios, acordamos en que ella le daría la noticia a los padres de Oliver, ya que también quería hablar con ellos sobre Miranda, no creo que tenga un mal desempeño, pero sí creo que es por su comportamiento, algo he escuchado por ahí sobre eso.
A la salida, Tony me estaba esperando en la entrada, veía una camisa blanca y un pantalón negro, corrí a abrazarlo y él no tardó en corresponderme, no lo veo desde el sábado y es cierto que hemos pasado más tiempo separados que esta última vez, pero ahora siento que de verdad lo extrañé. Lamentablemente no se puede quedar más tiempo, así que nuestra compañía se limitó a los minutos que tomaron llegar a la casa de los Carreira. Nuevamente no me mencionó a Oliver, así que yo lo hice cuando él detuvo el auto.
—Entonces dime —sonreí—. ¿Todo bien con Oliver, Jeff, Lucca?
Se encogió de hombros un momento, luego volteó la cabeza para verme, la sonrisa seguía ahí, pero ya no era la misma. Lo sabía, ocurrió algo. Permanecí en silencio creyendo que si no lo presionaba, hablaría. Pero no sirvió.
—Todo está en orden —se inclinó para besar mis labios—. Tal vez pueda pasar a verte esta noche. ¿Qué dices?
—Digo que hay que preguntarle a los padres de Oliver.
—Oh, vamos —susurró pegando sus labios a mi cuello—. Ellos me adoran, seguro no será un problema.
—Te espero entonces.
Sujeté su rostro con las manos y lo besé. Se sentía bien besarlo, se sentía familiar, cálido, cómodo. Me gustaba. Pero aún así faltaba algo, faltaban las mariposas en el estómago y los fuegos artificiales en el pecho. Una de sus manos se detuvo en mi cuello, se apartó terminando el beso con besos más cortos.
—Eres realmente especial para mí.
—¿Esa es tu forma de decir te quiero?
Mordió su labio inferior para contener la risa, se veía tan guapo.
—Te quiero —susurró—. También puedo decirlo así.
Volví a besarlo, porque hacerlo no era difícil. Nos despedimos y él esperó a que yo entrara a la casa para irse. La mamá estaba en la casa con Richard, así que me uní a ellos para almorzar, la conversación fue buena, quise preguntar por mi hermano, pero pensé que sería entrar a un tema que honestamente no quería tocar a profundidad, así que lo dejé pasar. Richard y yo nos pusimos con las tareas que nos correspondían. Ahora ya no me parece la gran cosa, limpiar, sacudir, barrer, ya no me molesta, de hecho, aprovecho ese tiempo para pensar, algunas veces es contraproducente, pero la mayoría de las veces hace que el tiempo pase volando.
Terminé de limpiar el espejo del baño de arriba cuando pasé frente a la habitación de Richard, la puerta estaba entreabierta así que decidí entrar, quería saber si ya había llevado la ropa sucia abajo, porque poner el lavarropas era mi última tarea del día.
—Oye —guardó un papel en su bolsillo tan de prisa que ni siquiera le dio tiempo de doblarlo, simplemente lo arrugó—. ¿Pasa algo?
—No, no es nada —dijo saciando la mano del bolsillo—. Viendo unos apuntes.
—¿Seguro? Porque si alguien te está molestando...
—No es nada de eso. ¿Por qué lo crees? ¿Porque lo hicieron antes?
—Bueno... yo, no lo sé, solo quería asegurarme que estés bien... ¿Lo estás?
Me miró un momento, me rodeó y fue a cerrar la puerta de su habitación, luego me extendió la mano para mostrarme lo que tenía en el bolsillo. Tomé el papel y me di cuenta que se trataba de una carta, arriba se podía leer su nombre con unas letras gordas y pintadas con acuarela, no la leía entera, pero básicamente era una declaración de amor, mencionaba sus ojos bonitos, su cabello perfecto y su adorable sentido del humor. No estaba firmada, era una pena, me encantaría conocer a la chica detrás de tremendas líneas, me encantaría expresar de esa forma mis sentimientos.
—Esto es muy tierno —dije riendo, él rodó los ojos, me arrebató el papel de las manos y fue hasta su escritorio, cuando volvió a girarse hacia mí, me mostró un cuaderno abierto en una clase cualquiera, las letras eran idénticas—. Entiendo... sabes quién es.
Cerró el cuaderno de golpe, dejando a la vista un rótulo en la parte inferior derecha que decía: Felipe Sandoval. Sujeté el cuaderno y miré el rótulo de nuevo, volví a comparar las letras y es que sí, eran las mismas consonantes y vocales.
—Bueno... le gustas a Felipe.
—¡Ana! —exclamó arrebatándome la carta y el cuaderno.
—¿Qué tiene? ¡Es tierno!
—¡Me gustan las niñas! —dijo—. Felipe es un buen amigo, es responsable y es de los pocos dentro del salón que no es un imbécil.
—¿Seguro no te gusta? —si su mirada lanzara proyectiles, ya no estaría aquí—. ¡Solo digo!
—Soy completamente heterosexual, Anahí, créeme.
—¿Y qué piensas hacer?
—Nunca encontré esta carta —dijo abriendo su cajón y guardándola—. No tengo idea, nunca la vi, no sé si existe o no.
—¿Lo piensas ignorar?
—¿Tienes una mejor idea?
—¡Si! —exclamé cruzando los brazos—. Dile que no te interesa de esa forma, el pobre debe esperar a que le digas algo sobre su carta, yo lo esperaría.
—Si, claro —bufó—. Mi idea es mejor.
—Richard... ¿No crees que es extraño que él decida decirte lo que siente, suponiendo que sabe que te gustan las niñas? Digo, si a mí me gustara un chico gay no se lo diría, porque sé que es gay y no tengo posibilidades.
—¿Me estás queriendo decir que...? —se encogió de hombros y yo hice lo mismo—. Ana, no, no.
Miré en un rincón de su habitación y vi que su ropa sucia aún seguía allí, así que me agaché a recogerla, solo me queda una tarea que terminar. Salí de la habitación de Richard y no existe forma de declarar quién se veía más confundido. ¿Richard con un niño? No lo creo. Tal vez sea bisexual, muchos pueden no saberlo hasta que se enfrentan a una situación, honestamente no lo sé, pero si así fuera, sería asombroso.
Una vez que terminé con las tareas de la casa, me puse con las tareas del colegio.
Terminaba un ensayo para la clase de ética cuando alguien golpeó mi puerta. Cuando abrí, vi a Oliver del otro lado, preguntó si podía pasar, así que me hice a un lado para que entrara, cerré la puerta lentamente, como si quisiera ganar tiempo. No tengo un porqué, solo sé que cada momento con él me gustaría alargarlo lo más que pueda.
—Tengo que decirte algo —dijo dando golpecitos a la cama para que me sentara a su lado—. No sé como lo vayas a tomar.
—¿De qué se trata? —pregunté sentándome a su lado—. No parecen buenas noticias.
La idea de que Edmundo consiguió que yo volviera con él hizo que mi estómago se revuelva, creo que él lo notó, así que se adelantó para decir que no tenía que ver conmigo y el programa. Pasó las manos por su cabello y al dejarlas caer, sujetó las mías.
—Se trata de tu abuelo —soltó—. Falleció esta mañana. La señora Vera me lo contó hace media hora, Edmundo ya se fue y el programa quiere saber si es que te gustaría...
—No —dije—. No quiero ir al velorio, ni al entierro, ni a nada.
—Ana... sé que las cosas no han sido sencillas, pero si tú quieres, yo puedo acompañarte y asegurarme de que...
—No, Oliver —repetí—. No quiero ir. Quiero quedarme aquí con Tony, con Jacobo, quiero ir al colegio y participar de las olimpiadas, quiero hacer tarea de historia y darle de comer a Rayito y... y a Bravo y... —quería seguir hablando, pero las palabras no me salían, movía los labios, pero de mi boca ni siquiera salían las sílabas.
Oliver me rodeó con sus brazos y yo dejé que lo haga, los ojos me picaban y todo lo que veía me parecía deforme, todo se veía mojado. Él pasaba su mano por mi cabello y entonces recordé que mi abuelo lo hacía cuando yo era pequeña, muy pequeña, lo hacía cuando mis padres vivía, lo hacía frente a ellos, para fotos o para que mis padres vieran cuanto me quería.
Pero luego no lo volvió a hacer.
Nunca más. Y yo deseaba que lo hiciera, hasta que dejé de desearlo.
La puerta se abrió y vi a Tony entrar, no sé como pasé de estar en los brazos de Oliver, a estar en los suyos, pero sé que lo hice por voluntad propia. Rodeé su cuerpo con todas mis fuerzas y me permití llorar. Me permití llorar por alguien que más de la mitad de mi vida me ha ignorado, me ha tratado mal, me ha aplastado con su indiferencia. Y yo lo sabía, no lloraba por él, no lloraba por ese que decía ser mi abuelo, lloraba por ese a quien quiera o no, debo llamar hermano. Sus palabras: "Si yo no puedo tener una familia tampoco tú", recorrieron mi mente, pasaron por cada rincón. ¿Qué egoísta, no? Una de las pocas personas que tenía Edmundo, su única familia, acaba de perderlo y en lo único que puedo pensar y lo único que me puede hacer llorar es el miedo a que esto lo enfurezca y consiga llevarme de aquí, de donde soy feliz. Porque Edmundo no soporta que sea feliz, cualquier pizca de alegría que yo tuviera y él no, se encargaba de hacerla pedazos frente a mí. Sí, que mierda de persona puedo llegar a ser, que basura en verdad. Él debe estar destrozado y yo solo puedo temblar de miedo por lo que es capaz de hacer con mi pizca de felicidad. Escuché como la puerta de mi habitación se cerraba, pero nosotros permanecimos allí, abrazados, yo, escondiéndome en él, él, esforzándose por evitar que me rompiera.
—¿Sabes lo que ocurrió? —pregunté aún con pequeñas convulsiones por el llanto—. ¿Quién te lo dijo?
—Oliver me llamó mientras venía aquí —nos sentamos en la cama y él me apartó el cabello del rostro—. Cariño lo siento mucho.
—No —me apresuré a decir—. No lo sientas, no lloro porque vaya a necesitarlo o extrañarlo, lloro porque... porque mis abuelos son lo único que Edmundo tiene, yo pensé que no tenía nada, ni siquiera a ellos, pero ahora te tengo a ti, a Oliver, a su familia, a Jacobo y yo... ,mis abuelos son lo único que le quedaba.
Volvió a abrazarme, ésta vez con más calma. Me sequé las mejillas y me quedé justo allí, entre sus brazos, inhalando ese aroma a pastillas y algodón. No pude evitar sonreír al notar que también olía a perfume, pero que no era lo suficientemente fuerte para cubrir ese olor tan característico. Nos tumbamos en la cama sin hablar, sin hacer nada más que permanecer abrazados y tocándonos. Pasaba los dedos por su brazo, mientras él recorrí mis muslos con sus manos. No había una segunda intención en sus caricias, no eran con la intención de seducirme o de llevar esto más allá. Él quería que yo sintiera su presencia, quería que sintiera que estaba llí.
Y así era.
—Estás aquí —susurré volteando para verlo, él arrugó el seño dejando su manos sobre mi muslo—. Estabas en el hospital y Oliver te llamó y viniste y estás aquí —dije—. Porque yo te necesitaba, sí estás aquí.
—Y siempre quiero estar aquí —dijo—. Contigo... para ti.
Me envolvió con sus brazos y me besó.
Tierno, dulce, como si solo quisiera hacerme sentir bien.
Me refugié en él y fue extraño, porque no quise estar en otro lugar. No quise estar con nadie más. Quería abrazarlo a él, quería besarlo y quería que él me bese. Los segundos se hicieron minutos, los minutos horas y de ser las ocho y media de la noche, pasaron a ser las once con cinco minutos. Abrí los ojos y todo estaba oscuro, con cuidado moví el brazo de Tony para poder ponerme de pie. Salí de la habitación cerrando la puerta con cuidado, no quería despertar a nadie. En las escaleras me encontré con el papá de Oliver, tenía un vaso con agua en la mano y antes de que dijera algo, dije que me encontraba bien.
—¿Tony sigue contigo? —preguntó.
—Si, lo siento, lo despertaré enseguida solo quiero un poco de agua.
—Oh, cielo —exclamó—, deja que duerma ese pobre chico, si quieres, puedes dormir con Miranda o si piensas quedarte en tu habitación, quiero que sepas que yo no lo sabía.
Me sonrió guiñándome el ojo y yo me reí apenas. Eso me incomodó lo suficiente como para despedirme y correr escaleras abajo. La luz de la cocina estaba prendida, así que me preparé para responderle a alguien más que me encontraba bien. Para mi sorpresa, era Oliver.
—Pensé que ahora que tenías casa propia estarías más allí que aquí —dije tomando un vaso del estante—. Solo digo.
—Quería asegurarme que estés bien —respondió—. Pero creo que fue un gran error.
Iba a salir de la cocina. Yo debía guardar silencio, pero no lo hice.
—¿Un error? —dije, él se detuvo—. ¿Un gran error de que tamaño? ¿Uno tan grande como mudarte? ¿O más grande? ¿Qué tal uno tan grande como dormir con Dulce?
—¿Quieres que hablemos de errores grandes por dormir con alguien más? —volteó para verme—. Creo que podrías darme cátedra.
Me quedé con la jarra de agua en la mano derecha y el vaso en la izquierda.
—Lo que pensé —dijo—. Que pases buena noche.
Atravesé la cocina y fui hasta la sala lo más rápido que pude para evitar que saliera. ¿Tony se lo dijo? ¿Sería capaz? Un maldito campamento, sus amigos y cerveza, parece el momento perfecto para que un grupo de cuatro chicos hable de sus aventuras sexuales.
—¿Tony te lo dijo? —pregunté—. ¿Por qué...
—Tony no me dijo nada —me miró por un breve segundo para luego salir de la casa—. No con palabras.
Cuando iba a preguntarle qué demonios quería decir con eso, Tony bajó las escaleras acomodándose la camisa, lo cierto es que se veía algo arrugada. Nos observó a Oliver y a mí por unos segundos antes de acercarse por completo.
—Hay una urgencia en el hospital —me dijo—. ¿Estarás bien? Si quieres que me quede puedo...
—No, no es necesario cariño, yo estoy bien —me puse en puntas de pie para besarlo—. Hablaremos mañana.
Me dio un abrazo corto pero fuerte, un beso en los labios y salió de la casa, cuando se cruzó con Oliver le dio unas palmaditas en el hombro, Oliver hizo lo mismo. Primero vi como el auto de Tony se hacía más pequeño del lado derecho, segundos después, era el auto de Oliver el que se volvía más pequeño del lado izquierdo.
Cerré la puerta y le coloqué el seguro. Subí a mi habitación arrastrando los pies, de pronto me sentí cansada. Me tumbé en la cama boca abajo y lo último que recuerdo antes de quedarme dormida, es que inhalé con fuerza el aroma a medicamentos que había en mi almohada.
Tony estuvo aquí.
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