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Capítulo 35

Oliver me llevó a la casa para que pudiera cambiarme de ropa, en todo el camino no me obligó a hablar, él tampoco parecía querer hacerlo. Las peleas con Edmundo eran un pan de cada día, cualquiera debería pensar que ya estoy acostumbrada, y lo estoy. Es solo que llevo un tiempo sin verlo, llevo un tiempo sin pelear con alguien cada día, cada hora y que pase de repente me doblega. Le mandé mensajes a Jacobo contándole lo que pasó, evité ser muy explícita, pero sí lo suficientemente clara como para que entendiera que me gustaría verlo al llegar a la casa de los Carreira.

Y así fue.

Apenas abrí la puerta Jacobo se puso de pie, tiré la mochila al suelo o se cayó, no estoy segura. Corrí a abrazarlo y él me correspondió enseguida. Lo que le dije a Edmundo era verdad, aquí tengo amigos, aquí siento que le importo a alguien, a algunas personas. ¿Por qué no solo puede dejarme tener eso? Él lo ha tenido todo desde que mis padres murieron o tal vez no todo, pero sí más que yo. El amor que mis abuelos le daban era tantísimo que no les sobraba para mí y a decir verdad con el tiempo dejé de quererlo, ya no quería los restos de Edmundo, ya no quería las falsas atenciones de mis abuelos solo para disimular que se encargaban de mí, porque la maestra se daba cuenta que iba con hambre a la escuela, sólo porque a ellos se les ocurrió que llorar en la madrugada y despertarlos era suficiente como para castigarme y no darme de comer en la mañana. No era lo mismo si Edmundo nos despertaba, a él le daban leche caliente y al día siguiente lo mandaban a la escuela después de haber desayunado una gran taza de chocolate espumoso con magdalenas.

Honestamente esos detalles no me interesa compartirlos con nadie, porque es solo más de lo mismo. Jacobo recogió mi mochila y subimos a mi habitación, cuando abrí la puerta vi que estaba decorada con globos, volteé para verlo y él se encogió de hombros, me contó que mientras yo iba a esa estúpida entrevista, él había preparado todo esto, así que él ya estaba aquí cuando yo le mandé esos mensajes. Me cambié de ropa y nos acostamos en la cama, pusimos música y hablamos de vez en cuando. Agradezco que no haya insistido con la idea de salir, porque no quería hacerlo.

—¿Has hablado con Tony?

—No —respondí abrazando mi almohada—. No creo que sea necesario contarle lo que pasó.

—Hablo de tus sentimientos —aclaró—. ¿No le has dicho lo que sientes por Oliver?

Negué con la cabeza, abrazando la almohada aún más fuerte. Eso es algo por lo que no quiero preocuparme ahora. Debo hablarle de esto, lo sé. Pero necesito ordenar mis ideas, necesito aclarar mis sentimientos para mí misma, antes de ir ventilándolos por ahí. Tampoco creo que sea buena idea decirle a Tony lo que siento por Oliver, no es necesario hacerlo, como tampoco es necesario decirle a Oliver lo que siento. No pasará nada entre nosotros, una vez él dijo que yo era como Miranda. ¿Qué tan claro es eso?

A las ocho de la noche, después de tanto insistir, me alisté para salir, Jacobo insistió en que me iba a llevar a cenar, dije tantas veces que no, que me sorprende que no me haya gritado. Él bajó a la sala mientras yo me cambiaba de ropa, me puse un vestido celeste que jamás había usado, es una de esas prendas que la familia de Oliver me dio cuando llegué, miré mi cabello pensando qué iba a hacer con él, imaginé mi cabello de colores de nuevo, fantasee un momento con los colores que tenía antes de estar aquí, coloqué todo mi cabello de un lado y empecé a mover las manos, entrelazando los mechones uno por uno y después otro y otro.

Sujeté la trenza con una gomita color café, bajé las manos con cuidado, como si un movimiento brusco fuera a deshacer todo mi trabajo. Sonreí ante mi reflejo, pasé los dedos con cuidado sobre la trenza, no me quedó perfecta, pero sí me quedó mejor que cuando tenía cinco años. Desconecté mi celular y guardé el cargador en la mesita de noche, revisé los mensajes y no tenía ninguno de Tony, no es que espere que él sepa que hoy es mi cumpleaños, pero...

—¿Estás lista? —Jacobo entró a la habitación sin golpear la puerta—. ¡Vaya! Creo que reconsideraré nuestra amistad.

Aquello me arrancó una carcajada tan fuerte que él decidió fingir ofensa. Bajamos las escaleras mientras él no paraba de decir que la sorpresa iba a gustarme, de hecho, pasar la tarde con él fue maravilloso, fue como un día cualquiera, pero cada vez que miraba a alguna esquina había un globo recordándome que cumplía diecisiete años, así que algo simple como eso marcaba la diferencia, no era un día cualquiera.

Richard y Florencia estaban viendo la televisión, Jacobo me pidió que lo esperara en la sala mientras él iba a buscar el auto. ¿Buscar el auto? ¿Y donde más pudo haber estacionado si no era frente a la casa? No discutí, me senté al lado de Richard y sujeté su mano, solo entonces me miró.

—¡Qué linda! —aunque sonaba animado, daba la impresión que no lo estaba en realidad—. ¿A dónde irás?

—No le sé —me encogí de hombros—. ¿Cómo estás tú?

—Esto... no es un día para hablar de eso —sus ojos se entornaron y dirigió la mirada a la pantalla de nuevo—. Hoy no importa.

—Claro que sí, dime —tenía que ver con Adriana, podría jurarlo—. Podemos hablarlo.

—Pero no ahora —insistió—. Lo digo en serio.

Jacobo entró a la casa de nuevo y dijo que estaba listo. Le di un beso a Richard en la mejilla y otro a Florencia en la frente, le dije que pasaría por su cuarto para hablar cuando volviera, él solo asintió con la cabeza con una sonrisa torcida. Sentí culpa, pero Jacobo insistió para salir, así que terminé por obedecer. Subí a su auto y sin dar explicaciones él comenzó a conducir, iba en una dirección que yo no conociera, pero él hablaba tan rápido y de tantas cosas que no se daba un respiro donde yo pudiera preguntar. Seguimos unas calles más arriba y ni siquiera habían pasado diez minutos desde que subimos al auto, cuando él volteó a verme.

—Llegamos —sonrió—. Bájate.

—¿Qué? —lo miré sin quitarme el cinturón de seguridad, así que él lo hizo por mí—. ¿Qué haces?

—Dije que te llevaría a cenar, no dije que cenaría contigo.

Iba a hacer otra pregunta, pero él se inclinó sobre mí para poder abrir la puerta de mi lado. Miré el lugar a donde él apuntaba y era una casa particular, la entrada estaba iluminada, era de dos pisos, las paredes estaban pintadas de color beige y había un gran árbol en la entrada, volví la mirada a Jacobo:

—¿Esta es la casa de...?

—Entra —susurró—. Feliz cumpleaños, guapa.

Bajé del auto y caminé hasta la entrada, sentía que Jacobo me miraba desde donde estaba, yo volteé para verlo una vez más, entonces la puerta se abrió. En ese instante vi como mi amigo se alejaba, con calma giré la cabeza para ver quién era, sonreí de inmediato. Oliver tomó entre sus manos las mías y las besó. Por supuesto, es algo que él haría. Me invitó a pasar, lo primero que vi fue la sala a la izquierda, a la derecha la cocina, frente a mí un pasillo con puertas a los lados, el pasillo acababa con unas escaleras rectas, habían pocas luces encendidas, como si él quisiera que el lugar se viera así, me extendió la mano y yo la tomé, sintiéndome atontada. Caminé solo porque él me estiraba, llegamos a la cocina y pude ver la mesa que había preparado. Una exclusivamente para dos. Incluso había velas.

—¿Eso es vino? —susurré mirando las copas que ya estaban servidas—. Se supone que no debo beber.

—Será nuestro secreto —murmuró pasando una de sus manos detrás de mi cintura—. Acompáñame.

Intentaba fijarme en los detalles, pero era muy difícil no tener la vista pegada a Oliver. Él se veía mejor que cualquier cena o cualquier mesa bien decorada, su cabello estaba peinado hacia el lado derecho, tenía puesta una camisa celeste, casi del mismo tono que mi vestido, tenía un saco y pantalón negro a juego. Si, definitivamente él se veía mejor que cualquier sorpresa de cumpleaños, extendió una de sus manos sobre la mesa y ese movimiento bastó para dejar a la vista la pulsera que me había dado en la mañana, no pude evitar fijar mis ojos en ellas, se completaban, se complementaban, como si una no existiera sin la otra.

Como si yo no pudiera existir sin él.

—Que sean unos excelentes diecisiete años —levantó la copa ligeramente, yo hice lo mismo—. Salud, Ana.

En el mismo instante en el que nuestras copas chocaron, la puerta de la casa se abrió. Una voz familiar, muy familiar, sonaba cada vez más cercana, llamaba a Oliver, los pasos se detuvieron en el umbral de la cocina, al mirar en esa dirección, pude ver a un chico vestido de una forma parecida a la de Oliver, también tenía saco y pantalón de vestir de color negro, su camisa era de color blanca, su cabello, aunque estaba peinado, se veía menos rígido que el de Oliver. La sonrisa de Tony no tardó en desaparecer, sus manos cayeron a los lados, sus labios se separaron listos para decir algo, pero de su boca no salió una palabra. Con una sonrisa de lado, dio media vuelta y se fue por donde vino, lo primero que hice fue ponerme de pie. ¿Quería seguirlo? ¿Quería ir detrás de él? El sonido de la puerta al cerrarse fue lo que me hizo tomar la decisión, dejé la servilleta sobre la mesa pero creo que terminó cayendo al suelo.

Abrí la puerta de un estirón y Tony levantó la cabeza, estaba un movimiento de entrar a su auto. Me acerqué a él, Oliver no tardó en aparecer, pero él se quedó parado en el umbral de la puerta de su casa, con la mano en los bolsillos.

—Hola —dije—. Yo no...

—No digas nada —susurró—. Por favor no lo hagas.

—No tiene porqué —habló Oliver desde su lugar—. Fuiste tú quien olvidó su cumpleaños.

Tony pasó de mí. Caminó de nuevo hasta Oliver, con lentitud, como si quisiera ganar tiempo para no golpearlo. Llego a esa conclusión porque apretaba los puños con fuerza, cuando estuvo a un metro, por decirlo así, habló:

—¿Olvidar? —soltó como si se tratara de un escupitajo—. ¿Olvidar? ¡Tú sabías lo que tenía planeado!

—Mira la hora, tú lo olvidaste.

—¡No lo olvidé! Tenía trabajo que hacer, tú sabes cómo funciona lo que hago.

—Siempre es tu trabajo —respondió Oliver rodando los ojos—. Deja de usar esa excusa.

—¡Pues perdón! —el tono de Tony era de exasperación, levantó los brazos con la única finalidad de dramatizar—. Lamento que mi trabajo consista en salvar la vida de los niños y no en quitarle el polvo a un estúpido libro.

Sujeté el brazo de Tony y lo atraje hacia mí. Él ni siquiera volteó a verme, Oliver tampoco. Intenté llamar su atención pero era inútil. Oliver entró a la casa y Tony no tardó en seguirlo, me quedé allí afuera rodeándome con mis propios brazos, con algo de frio. Pensé en lo que estaba pasando, Oliver no quiere nada conmigo, no siente lo que yo siento por él, él me lo dijo, pero luego hace este tipo de cosas y yo no sé qué demonios significa. Y luego está Tony, es verdad que siempre está ocupado con su trabajo, pero el poco tiempo que tiene libre suele utilizarlo para que lo pasemos juntos. Él no me confunde.

Entré a la casa de nuevo, los busqué en la sala pero no estaban, tampoco en la cocina. Miré el pasillo y luego las escaleras, de cierto modo esto me incumbe, tomando eso como excusa, subí escalón por escalón, como si tuviera que contarlos. No necesité buscar la habitación en donde estaban, pues con quedarme de pie en el último peldaño era suficiente.

—¿Por qué lo haces? —Tony se escuchaba más calmado—. Me dijiste que no te interesaba.

—Y no me interesa —sentí que el corazón me latía en el cuello—. No me interesa de esa forma, Tony. Ella tuvo un mal día hoy, el único hermano vivo que tiene es una real porquería. Ella merecía pasar un buen cumpleaños y tú no le habías llamado y yo no quería que lo último que ella hiciera por su cumpleaños fuera llorar por el imbécil de Edmundo.

No quise escuchar la respuesta de Tony, bajé las escaleras y fui hasta el auto, me quedé allí por un momento, pensando en mis opciones:

Podía subir e irme con Tony a algún otro lugar.

Podía llamar a Jacobo y pedirle que volviera por mí.

Podía quedarme sentada en el comedor, bebiendo un poco de vino.

Pensé que lo había decidido, pensé que tenía mi elección. Pero lo que hacía era completamente diferente a lo que pensaba y lo que quería.

Porque quería quedarme con Oliver, pero pensaba que era mejor ir con Tony, en cambio ya le estaba pidiendo a Jacobo que volviera por mí. Así que me quedé allí, con los brazos caídos a los lados, mirando mi reflejo en la ventanilla del auto. Si no hubiera visto las lágrimas en mi mejilla, posiblemente no me hubiera enterado que estaba llorando, escuché dos voces que se acercaban cada vez más y también vi las luces de un auto que no tardó en estacionarse detrás del auto de Tony. Jacobo bajó del auto y me sujetó del hombro.

—Una cosa tenían que hacer bien —no sabía a quién le hablaba, hasta que miré a mi derecha—. Una única cosa; que tenga un buen cumpleaños.

Oliver metió la mano en los bolsillos mientras que Tony las mantuvo fuera. Ninguno se esforzó por hablar, así que yo tampoco lo hice. Subí al auto con Jacobo, me contó que estaba con Miranda, pero que si quería, podíamos ir a otro lugar, le dije que volver a la casa era un buen plan. Así lo hicimos, él mandó unos mensajes de texto mientras conducía, no me parecía lo más correcto, pero la calle estaba vacía, íbamos a una velocidad baja y quién demonios era yo para hablar de cosas correctas o incorrectas.

Lo primero que hice al llegar fue correr a mi habitación, quería sacarme ese estúpido vestido, Jacobo me dijo que subiría enseguida, así que le esperé acostada en mi cama, tapada hasta el cuello con una manta que aunque es muy poco probable que huela a Oliver, me parecía que así era. Mi amigo cumplió con su palabra, entró a mi cuarto unos minutos después, con pizza, gaseosa y dulces, lo miré desde mi lugar, él se vía realmente tierno con las dos cajas de pizza en una mano, la botella de gaseosa en la otra y unas bolsas de dulces colgando de sus dientes.

—Activando plan B —dijo luego de escupir la bolsa de dulces en mi cama, eso me hizo reír—. Feliz cumpleaños.

—Me gusta el plan B.

Y era completamente cierto. Comimos la pizza acostados en mi cama, las migajas no me importaban en realidad, podía sacudir antes de dormir. Le conté lo que había pasado, también le leí los mensajes que recibí de parte de ambos mientras me estaba cambiando de ropa. No le contesté a ninguno. Miré a Jacobo mientras él agarraba otro pedazo de pizza de doble queso y me sentí bien. Nunca había dimensionado lo importante que es tener un amigo, nunca tuve a alguien como Jacobo, que me escuchara y me llevara pizza y bolsas de dulce babeadas por mi cumpleaños. Pensé en lo que dijo Edmundo sobre volver con él y los abuelos, sentí que la comida subía por mi garganta y quise vomitar, la idea de alejarme de estas personas era horrible, terrible en verdad. Es como si por fin lograras encontrar un lugarcito en el mundo y alguien te desterrara.

—¿Qué pasará si me tengo que ir?

—¿De qué hablas? —Jacobo dejó su vaso con gaseosa en el piso para luego mirarme—. ¿Irte a donde?

—Volver con ellos —susurré—. No quiero volver con Edmundo y mis abuelos.

—No lo harás —respondió acercándose más a mí—. Dudo mucho que alguien aquí lo permita.

—Me queda un año para ser mayor de edad y poder cobrar mi parte de la herencia que mis padres me dejaron —solté—. No tengo forma de mantenerme y...

—Ana olvídalo, hay muchas salidas para este problema, puedes emanciparte, los Carreira pueden abogar por tu buen comportamiento y así saldrías del programa, tú puedes pedir un amparo al programa.

—¿Cómo sabes todas esas opciones?

—Lo averigüé —dijo—. Llamé al programa y pregunté qué se puede hacer en estos casos, ninguna opción es tan buena como emanciparte. Por favor, tienes diecisiete años, estás acabando el colegio, no eres una niñita. ¿Sabes cuántos de nuestros compañeros tienen un trabajo de medio tiempo y viven relativamente bien?

—¿Relativamente bien? —levanté la ceja y él se echó a reír—. No creo que sea tan sencillo, Edmundo es...

—Un imbécil, eso es lo que es, la gente del programa no tardará en darse cuenta y sé que no lo parece, pero la prioridad del programa son los chicos que forman parte de él, no los allegados, así que no te preocupes porque los Carreira arreglarán tus papeles, si fuera necesario. Los conozco.

Le di un abrazo, porque yo lo necesitaba.

El resto de la noche fue mucho mejor. Vimos unos cuantos videos en internet, luego Miranda y Richard se unieron a nosotros con helado. Mi cama estaba repleta de migas y gotitas de helado, no solo tendré que sacudir para dormir, tendré que cambiar las sábanas, pero eso era lo de menos. A las dos de la mañana decidimos que ya fue suficiente, tenemos clases en unas cuantas horas la semana que viene empiezan las olimpiadas y aún nos quedan cosas por hacer.

Permanecí en el umbral de la puerta viendo como Jacobo se alejaba en su auto. ¿Y si nos emancipamos los dos y vivimos juntos? No es una mala idea. Le puse el seguro a la puerta, apague las luces y con mucho sigilo subí las escaleras. Cuando llegué al pasillo me detuve un momento para mirar en dirección a la puerta de Oliver, me pareció ver una luz encendida, pero no me importó.

O eso quería, que no me importe. Pero no era así, sí que me importaba. Caminé hasta la puerta y la abrí con cuidado, la luz si estaba prendida y sí había alguien allí. Oliver se puso de pie cuando me vio, dejó el ordenador a un lado y me hizo un gesto para que pasara.

—Hola —susurró—. Quise hablarte antes pero estabas con Jacobo y mis hermanos y yo no quise arruinar tu noche por segunda vez.

—No la arruinaste —respondí sentándome en la cama—. Lo siento por no quedarme, debí hacerlo pero saber que Tony estaba allí...

—Lo entendemos, escucha Ana, yo no quiero interponerme entre ustedes, en realidad esa jamás fue mi intención. Él te quiere y tú también y eso es genial porque...

—Cállate —y él lo hizo—. Tú dices que no sientes nada por mí.

—Sí que siento algo por ti, pero no de esa forma, no como Tony, más bien como Jacobo o Richard.

Asentí con la cabeza, con una media sonrisa de lado. Él lo sigue afirmando, lo sigue asegurando y lo peor de todo es que cada vez que lo escucho decir eso, suena más y más convencido. Me acerqué a él, me puse en puntas de pie y le di un beso en la mejilla. Le deseé una buena noche y salí de esa habitación donde sentía que me estaba quedando sin aire, prácticamente corrí a la mía, esperando encontrar algo de tranquilidad, pero su perfume estaba pegado a mi nariz y su estúpida sonrisa era tan grande que ocupaba todos mis pensamientos.

Respondí los mensajes de Tony, le dije que estábamos bien, él ni paraba de disculparse, de decir que no lo había olvidado. En realidad tampoco me hubiera molestado con él si no sabía que hoy era mi cumpleaños, yo jamás se lo dije y ahora que lo pienso, no sé cuando es el suyo.

«»

Bajé a desayunar temprano, había dormido poco, pero ahora que Oliver ya no me despierta en las mañanas, tengo miedo de quedarme dormida y que se me haga tarde, así que me esfuerzo en no posponer la alarma una vez que suena. La única que estaba allí era Florencia, comía su cereal con leche como si fuera lo mejor de su día. Ojalá yo pudiera vivir mi desayuno de esa forma. El papá nos llevó al colegio, yo me senté en el asiento trasero con Miranda y Florencia, que no dejaban de pelear por saber quién pondría la canción en el auto. Como era de esperarse, ganó la más pequeña.

—Ana... —el papá me llamó justo antes de que abriera la puerta—. ¿Podemos hablar un minuto?

El resto bajó del auto dejándome a solas con él. Puedo imaginarme de qué quiere hablar y honestamente no creo querer hacerlo. Él dio una introducción innecesaria, disculpándose por el programa y la pésima atención que le prestaron a mi relación con Edmundo.

—No sé lo que ocurrió, la señora Vera suele ser muy estricta con los familiares, no permite ese tipo de entrevistas cuando ha pasado tan poco tiempo. De hecho el programa restringe las visitas a los jóvenes si ellos no desean verlos, esto debía ser tu decisión. Aún no entiendo qué fue lo que les dijo Edmundo para que ellos lo permitieran.

—¿Y qué pasará ahora?

—En teoría, estás bajo nuestro cuidado y el programa puede permitir que te quedes con nosotros hasta cierto punto, pero si tu hermano insiste, no sé qué tanto se pueda hacer.

—Es decir que existe la posibilidad de que me vaya.

—El programa no lo permitirá —dijo—. Y nosotros tampoco.

—Confía mucho en el programa ¿No le parece?

Volvió la mirada al frente, sus manos se resbalaron del volante y pude ver sus ojos gracias al espejo, tenía una mirada algo triste, como melancólica. No volvió a mirarme directamente, lo hizo a través del espejo y cuando lo hizo, sentí que iba a decir algo que yo no podía imaginarme.

—El programa ha hecho mucho por mí —ladeó la cabeza, pero no lo suficiente para mirarme—. Ni siquiera puedo imaginar lo que yo estaría haciendo si el programa no hubiera llegado a mi vida.

—¿Eso qué significa?

—Yo formé parte del programa —soltó—, cuando tenía quince años.

Esperé a que continuara, lo hizo después de unos segundos. Me dijo que había estado en el programa por tres años, que en todo ese tiempo vio tres veces a sus padres, todas las veces en su cumpleaños. No se escuchaba triste, ni enfadado, al contrario, sonaba como si extrañara esos días al menos un poquito. ¿Le habrá tocado una familia tan increíble como a mí? No lo sé, no quise preguntar.

—El programa velará por ti, Ana, como lo hizo por mí y si no lo hacen, nosotros lo haremos.

Me incliné para darle un beso en la mejilla. No quería arriesgarme a hablar y terminar llorando. Cuando entré al salón de clases, vi a Jacobo sentado en su lugar de siempre, leyendo un libro. Lo miré por unos segundos antes de acercarme a él. Me pregunto si él sabía que el papá de Oliver formó parte del programa, por eso estaba tan seguro que iba a estar bien. O solo quería confiar en que así sería.

Cuando me senté en mi lugar, él me dio un beso en la mejilla, luego volvió a su posición con el libro entre las manos.

Si él está tan tranquilo, creo que yo también puedo. 


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¡Hola! ¿Cómo están? Espero que bien. También espero que les haya gustado el capítulo de hoy. 

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Hasta muy prontito ♥

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