Capítulo 34
No le devolví la llamada a Jacobo. No me sentía capaz de hablar con él. No me sentía capaz de hablar con nadie en realidad. Los siguientes días fueron terribles, el examen que me faltaba lo rendí falta, con suerte hice la mitad de puntos. He estado hablando con Tony muy seguido, quería saber cómo llevaba el hecho de que le negaron la beca. Miranda por otra parte parece más relajada, como si ya se hubiera resignado a la idea de que estaba embarazada, en el colegio ya era de público conocimiento y no sé si ella lo note, pero las personas la miran extraño, como si estuviera contaminada y no creo que sea el hecho de que esté embarazada, sino el hecho de quien es el padre.
El fin de semana pasó como un rayo, no vi a Oliver hasta el domingo cuando vino a comer. Se suponía que debía buscarme para llevarme al colegio, pero no lo hizo, dijo que tenía mucha tarea y que debía acostumbrarse a su nuevo horario. Gerardo me contó que fue a verlo el viernes y que se veía bien. ¿Se veía bien? ¿Mientas yo lloraba en mi habitación porque quería verlo, él se veía bien? En muchas oportunidades intenté hablar con Jacobo al respecto, pero no conseguí hacerlo. También intenté hablar con Tony, pero eso fue aún más difícil. Siempre que nos veíamos él tenía un plan divertido o romántico para nosotros. El domingo por la mañana Tony apareció en la casa de los Carreira con bollos y chocolate caliente, Miranda lo recibió como si se tratara de algún ángel. Hacía comentarios como »Qué afortunada eres«. Y eso hacía que me sintiera aún más culpable.
Cuando vi el domingo a Oliver, sentí que me estaba evitando. Me tocaba lavar los platos con él, pero él decidió cambiar con Richard, que tenía que darle de comer a los animales. Al final Richard lavó y yo sequé. Ese no era el plan. Me contó cómo le iba con Adriana, no eran buenas noticias, dijo que ella ha estado muy distante y que ya no hablaban como antes. Que de hecho ella ha salido con otro chico, eso me hizo sentir terrible, Richard se escuchaba tan desanimado que lo único que quería hacer era abrazarlo. Intenté animarlo, pero creo que no soy buena en eso, al final se fue a su habitación solo, con la excusa de que debía hacer tarea. Por la tarde tuve la intención de ir junto a Oliver, así que le mandé un mensaje que no tardó en responder diciendo que no estaba en su nueva casa, que había salido y no sabía a qué hora volvería.
Me estaba evitando.
Por la noche repetí la videollamada con Jacobo. Planeaba decírselo, planeaba contarle que las últimas noches había llorado antes de dormir porque quería a Oliver. Quería verlo, quería hablar con él. Simplemente quería tenerlo cerca.
Pero no lo hice.
Soy alguien que quiere hacer tantas cosas y no las hace. ¿Por qué demonios no las hago? Terminamos hablando de Jacobo y su nueva conquista, una chica de segundo, excelente en matemática y física, pero pésima en lengua y ciencias. Jacobo se ofreció a ayudarle con esas materias, al final consiguió una cita de verdad. Estoy feliz por él, parece entusiasmado, pero esa alegría repentina por salir con alguien solo provocaba que yo tuviera menos ganas de contarle lo que me pasaba con Oliver. Toda mi vida he sido mi propia confidente, aunque no sé si eso cuente. Cuando tuve al primero, resulta que me enamoré de él y resulta que él se mudó a unas calles y ni siquiera quiere hacer espacio en su apretada agenda para verme. ¿Lo hace apropósito?
El lunes no vi a Oliver.
El martes no vi a Oliver.
El miércoles no vi a Oliver.
Cuando desperté el jueves, lo primero que hice fue mandarle un mensaje preguntándole si podía llevarme al colegio. Debe pensar que soy insoportable, pero no me importa. Quiero verlo y si él no hace nada para conseguirlo, yo sí. Para mi enorme sorpresa dijo que sí pasaría por mí. Me alisté todo lo rápido que pude, tiré los cuadernos dentro de mi mochila y bajé las escaleras de dos en dos, cuando entré a la cocina él ya estaba allí, con la mesa repleta de pedacitos de papel de colores, percibí un aroma a chocolate que seguro provenía del enorme pastel que estaba en medio, con fresas encima y chispas de colores.
—Feliz cumpleaños —antes de que él terminara la oración, ya me encontraba fundida entre sus brazos, inundando mis pulmones de su aroma, de él—. ¿Creíste que lo había olvidado?
No le respondí, permanecí abrazada a él, incapaz de apartarme porque temía que hacerlo significara que no volvería a verlo en unos días y eso en verdad me hacía temblar. Sus manos se enredaron en mi cabello y sentí su respiración en mi cuello. Luché con todas mis fuerzas para evitar las lágrimas, pero fue en vano. Ni siquiera yo recordaba que era mi cumpleaños, desde hace tiempo que lo considero un día común y corriente, antes me horneaba mi propio pastel y le daba una rebanada a la señora Mills y a su esposo, ellos siempre tenían algún regalo para mí, pero aún así dejé de hornear mis propios pasteles y dejé de romperme de emoción por tener un regalo ese día. Simplemente pasó a ser una fecha más en mi calendario. Él intentó apartarse, pero no lo permití, así que no volvió a intentarlo una segunda vez.
Podía ser una fecha cualquiera, podía ser martes o sábado.
Podía ser mi cumpleaños o Navidad. Pero definitivamente eso no importaba, la fecha, el día, la ocasión no era lo que yo sentía que fuera importante. Era él. El hecho de que estemos abrazados en la cocina, él lo hacía importante, especial. Yo no era capaz de dimensionar cuánto lo había echado de menos hasta que estuve entre sus brazos. Terminé por soltarlo sólo porque escuché pasos en el pasillo de arriba, debe ser Miranda o Richard o Florencia, no lo sé.
—No tenía idea —susurré—. No esperaba que supieras.
—Se me dan muy bien las fechas —sonrió—. ¿Café o chocolate?
—Chocolate —le devolví la sonrisa aún más amplia, no importa cuánto lo intente, no podía disimularla.
Moría por decir algo más. Como que él era maravilloso. Como que él era la forma más preciosa que tenía la vida para compensarme lo que había pasado con mi familia.
Y ésta vez iba a hacerlo.
—Oliver —dejó una taza de chocolate humeante frente a mí—. Tengo algo que decirte.
—Dime —sonrió, como si los problemas no formaran parte de su mundo—. ¿Quieres partir el pastel?
Acepté el cuchillo que me pasó y lo enterré en el pastel, en ese momento el flash de alguna cámara que no había visto me sobresaltó. Miré en dirección a Oliver y él me enseñó la foto. Una buena foto, lo que más llamó mi atención es la sonrisa que tenía, como si los problemas tampoco formaran parte de mi mundo. Le pasé una rebanada y corté una para mí. Le di un bocado y fui consciente de mi rostro de completo placer, sabía delicioso.
—¿Qué querías decirme? —retomó el tema limpiándose los labios con la servilleta, aunque no había nada que limpiar, era uno de esos gestos que él hacía por inercia, como si no supiera lo tremendamente precioso que se veía haciéndolo—. ¿Ana?
Metí una gran cucharada de pastel justo cuando iba a hablar, ya que sus hermanos entraron a la cocina corriendo. Richard me abrazó y me sacudió como si yo fuera algún decorado de trapo, eso me hizo reír. Miranda fue menos efusiva, me dio un abrazo y besos en la mejilla. Florencia por su parte, me abrazó la cintura apenas y corrió hasta su hermano mayor para pedirle una rebanada.
—¡Diecisiete años! —exclamó Richard sirviéndose café—. Cuídate eh, dicen que a ésta edad las chicas se embarazan.
Miranda tomó un puño de papel picado de colores y se lo arrojó, algunos cayeron en su taza y él se quejó. Los padres bajaron minutos después con una caja envuelta en papel de regalo y un enorme moño en el centro. El corazón se me aceleró y ellos rieron por algo, supongo que por mi rostro. No pude resistirme y lo abrí casi de inmediato, luego de abrazarlos. Saqué de la caja cuatro libros de recetas, postres, platos salados, tipos de pan y tragos. Puse los libros sobre la mesa y los observé un momento, cuando era pequeña moría por tener uno de esos libros a todo color y nuevos, la señora Mills me prestaba los suyos, pero no era lo mismo. Abracé a los padres de nuevo, intenté decir algo pero me quedé en la primera sílaba.
El desayuno fue un gran momento.
Uno de esos momento que pensé que ya no tendría, pero aquí estaba. Comiendo pastel y bebiendo chocolate la mañana de mi cumpleaños con gente que quiero, que me importa y que creo que siente lo mismo por mí. Hoy Oliver sí me llevó al colegio, sus hermanos le pidieron que esperara, pero él dijo que tenía prisa, así que éramos solo nosotros dos. El camino al colegio no fue malo, de hecho, que él esté a mi lado hacía que nada fuera malo.
—Gracias por la sorpresa —dije cuando se detuvo frente al colegio—. No tienes idea de cuánto me ha gustado.
Estiró el brazo y de su mochila sacó una caja dorada, era rectangular y el moño era blanco con estrellitas doradas. ¿Un obsequio? Me lo entregó con una de esas sonrisas de lado, como si él supiera que cuando hace eso se me derrite el corazón, cuando saqué la tapa...
No tengo idea de cómo describir lo que sentí.
Tomé entre mis dedos la pulsera dorada, que con letra cursiva tenía hecha la frase »¿Lo prometes?«. Cuando levanté los ojos para verlo, sabía de mis ojos empapados y seguramente muy enrojecidos, él levantó la manga de su chaqueta dejando a la vista una pulsera parecida a la que me había dado, la diferencia era que la suya decía, también en letra cursiva »Lo prometo«.
Solté el cinturón de seguridad y me abalancé sobre él, como si abrazarlo fuera lo más importante, lo más gratificante. Sentí sus labios sobre mi cuello y seguido un cosquilleo en tantas partes de mi cuerpo que prefiero resumirlo diciendo que fue en cada rincón. Me alejé un poco y dejé que él me colocara la pulsera, no podía dejar de mirarla, el espacio entre las palabras era tan diminuto que apenas era visible, de lo que se suponía que debía ser el punto del signo de interrogación inicial, se iniciaba la L y de la S final, nacía el signo de interrogación de cierre.
Sentí sus dedos rozando mi muñeca. Apenas era capaz de controlar las ganas de besarlo, estaba muy cerca, con el mínimo esfuerzo podía inclinarme, con el mínimo esfuerzo podía pegar mis labios a los suyos.
—Tienes que irte —susurró, entonces me detuve—. Jacobo te espera.
Miré en la misma dirección a la que él estaba mirando y efectivamente ahí estaba mi amigo con las manos metidas en los bolsillos y mirando el cielo, haciéndose el desentendido. Solté el aire que al parecer contuve y sonreí a medias mirando una vez más la pulsera.
—Es lo más precioso que me han dado —dije carraspeando.
—Pensé que no iba a superar a los libros de pastelitos —respondió, eso me hizo reír—. ¿Estás libre esta noche?
—¿Tienes otra sorpresa?
—Si te lo digo no será sorpresa —se rió—. ¿No crees?
Le di un beso en la mejilla y bajé del auto, lo miré por unos segundos antes de cerrar la puerta, entonces volvió a llamarme:
—Sé que no es lo que quieres para hoy —dijo—. Pero debemos ir a la entrevista, yo te acompañaré, mis padres irán luego.
Lo había olvidado. Apreté los labios tragándome todas las groserías que quería soltar y terminé por asentir con la cabeza. Me despedí agitando la mano, como queriendo mostrarle la pulsera una vez más, él lo entendió, así que me respondió de la misma forma. Fui hasta Jacobo y lo abracé con fuerza, él me correspondió enseguida, era un buen día, era un excelente día.
—¿Cómo estás? —pregunté entrelazando su brazo con el mío—. ¿Cómo está el mejor de los amigos del universo?
—No tan bien como tú —respondió riendo—. Feliz cumpleaños, guapa.
—¡También lo sabes! —exclamé rodeándolo con los brazos, otra vez—. ¿Cómo lo sabes?
—Recurrí a una fuente confiable —su mirada se dirigió al lugar donde estuvo estacionado Oliver—. ¿Y te dio la pulsera?
Detuve mis pasos, cubrí mi boca con las manos y él volvió a estirarme para que sigamos caminando. Me contó que le había preguntando a Oliver hace unas semanas cuando era mi cumpleaños, en una de esas conversaciones él le contó de la pulsera, también me dijo que ya la había visto, porque Oliver le mandó una foto el día que la retiró. Le di un golpecito juguetón en el hombro, indignada porque no me lo había dicho, pero nada de lo que pudiera enterarme este día, iba a conseguir que me sintiera mal. Caminé por el pasillo del instituto agarrada del brazo de Jacobo, nos reíamos de algo y sentí que todo estaba bien.
La última vez que celebré con alegría mi cumpleaños, fue el año antes del accidente, yo era muy pequeña, apenas tengo relámpagos de recuerdos de ese día. Me habían regalado una muñeca casi de mi tamaño y un juego de cocina completo y libros para colorear y un montón de ropa y gomitas de diferentes colores para el cabello, porque a Montse, a mamá y a mí nos encantaba hacernos peinados extraños, ellas me enseñaron a hacer trenzas y me dejaban practicar en ellas, por supuesto que yo era pequeña y me salían terribles.
No volví a hacerme trenzas.
Fue la última vez que celebré mi cumpleaños.
Hasta hoy. Pensar en mis padres y mis hermanos me dejó una sensación de angustia, pero no me acompañó por mucho tiempo, Jacobo se esforzaba por hacerme reír, cuando llegamos al salón me detuve frente a mi pupitre y lo miré parpadeando varias veces, había un ramo de flores en mi lugar, miré la tarjeta y la sonrisa salió sola. ¡Una tarjeta hecha a mano!
Sonreí y me reí y lloré un poco.
»Que sea pizza o medicamentos, cualquiera estaría bien. Feliz cumpleaños«
El salón estaba casi vacío, solo estaba Marco, un chico que parece que nunca quiere estar aquí, tenía los auriculares puestos y los ojos cerrados, no creo que sepa que estamos aquí. Abracé a Jacobo y sabía que no era el momento, sabía que decir lo que estaba por decir era ridículo, pero lo hice de todos modos, porque era Jacobo y con él no me sentía tonta, ni ridícula.
—Creo que estoy enamorada de Oliver.
—Lo sé guapa —susurró él abrazándome con más fuerza, como si quisiera evitar que me rompa—. Lo sé.
Jacobo no tocó el tema en todo el día. Supongo que piensa que si quiero hablar de eso lo haré y tiene razón. En este momento no puedo dejar de sentirme culpable, siento como si no solo le estuviera fallando a los chicos increíbles, sino a mí misma. ¿Desde cuándo yo no hago lo que quiero? La antigua Anahí hubiera besado a Oliver. La antigua Anahí hubiera dejado a Tony sin pasar por este embrollo. A la antigua Anahí no le hubiera importado estar con un amigo y después con el otro.
Pero a la Anahí de este preciso momento, eso le está partiendo.
La campana de salida sonó y como si me estuvieran estirando de la cintura corrí fuera del salón con el ramo de flores en la mano, Jacobo me seguía el paso y preguntó si pasaba algo. No pasa nada fuera de lo normal, es solo que Oliver debe estar esperándome y yo no puedo esperar un segundo más para verlo. Me detuve frente al portón del instituto y lo busqué, ahí estaba él, recostado por su auto, con las gafas de sol y cruzado de brazos. Me acerqué con Jacobo siguiéndome desde cerca, los chicos se dieron la mano y se dijeron un par de palabras que no entendí porque no me esforcé por escuchar. Jacobo me dio un golpecito en la espalda para despedirse y volvió a hacer ese gesto con el pulgar y el meñique. ¿Qué tipo de chisme quiere ahora?
—Iremos a la entrevista —explicó Oliver abriéndome la puerta del auto—. Créeme que me encantaría llevarte a almorzar primero, pero no quisieron cambiar el horario.
—No hay problema —respondí quitándole importancia—. Ni siquiera tengo hambre.
Durante todo el camino a la famosa entrevista, Oliver y yo hablamos como lo hacíamos antes. Cuando yo no era consciente que me gustaba, hablábamos sin parar, él me contaba sobre sus clases en la universidad y su nuevo trabajo, también de unos cambios que quería hacerle a la casa de sus abuelos, nada drástico; cambiar el color de las paredes y reubicar los muebles y cuadros. Yo evité a toda costa que el nombre de Tony surgiera en la conversación, afortunadamente lo logré.
Después de una hora en ruta, llegamos a un lugar más habitado, se podían ver casas más lujosas, restaurantes y un parque con bancos y una fuente que en ese momento estaba seca. Pero lo que más llamaba la atención era sin duda el edificio de quien sabe cuántos pisos, Oliver continuó con su camino hasta ubicarse en lo que podría considerarse como estacionamiento, un hombre se acercó a él, Oliver le enseñó una identificación y entonces pudimos salir del auto. El hombre vestía de negro, de los pies a la cabeza, se veía sudado, pero no cansado. Finalmente caminamos por el suelo de piedritas hasta llegar a unas puertas de vidrio, de su bolsillo sacó de nuevo la tarjeta y la pasó por un aparato en la puerta.
—¿A dónde se supone que vamos con tanta seguridad? —susurré una vez que estuvimos dentro.
—Verás —dijo guardando la tarjeta en su billetera—. Las familias albergues tienen unas tarjetas de acceso, lo que facilita el registro de cuántas veces hemos estado aquí por alguien del programa. Si el tema a tratar es otro ajeno al chico o chica que se alberga simplemente entramos sin la tarjeta.
—¿No es ridículo?
—Un poco —sonrió—. Pero te sorprendería la cantidad de veces que he estado aquí por otras personas.
—De nada por ser un ángel —bromeé agitando mi cabello, eso lo hizo reír—. ¿De qué se trata esta entrevista?
—Te preguntarán cómo te sientes, que cambios puedes ver entre tu vida actual y la anterior. No suelen hacerlo tan pronto, normalmente se espera unos meses más, pero por alguna razón quieren verte antes de tiempo.
—Oliver —sujeté su mano, él no tardó en darle un apretón a modo de respuesta—. ¿Existe la posibilidad de que...?
—No lo permitiré —susurró acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.
De mi rostro bajó a mi muñeca y acarició la pulsera que me había regalado en la mañana. Las puertas del ascensor se abrieron y el perfume de una mujer me golpeó, arrugué la nariz y entonces pude ver que se trataba de la señora Vera. Su rodete está tan bien hecho que parece una roca, vestía un saco color verde lima y una pollera hasta las rodillas a juego. Su maquillaje era suave, aunque no le vendría mal intensificar un poco el color rojo de sus labios, se veía muy pálida.
—¡Oliver! —exclamó sin salir del ascensor—. Iba a buscarte cariño.
Oliver entró primero y yo detrás. Se saludaron con besos en la mejilla, a mí solo me tocó una sonrisa torcida sin ganas. En ese sentido me siento más afortunada pues no tenía estampado los labios de ésta en mis mejillas, discretamente Oliver trató de deshacerse de las marcas, pero solo consiguió esparcirlas en su mejilla.
—Que bello rubor —murmuré antes de salir del ascensor, que había parado cinco pisos más arriba—. Enséñame a difuminar así.
Oliver arrugó la frente junto con los labios y se siguió frotando las mejillas aprovechando que la señora Vera iba delante de nosotros. Su comportamiento me hacía reír, hasta me pareció que estaba exagerando con la intención de verse simpático. Y lo conseguía.
Caminamos por un pasillo muy iluminado, el color gris era el dominante. Me crucé con un par de chicos golpeados, como si acabaran de salir de una pelea, de hecho seguían murmurando groserías, mientras caminaban detrás de un hombre vestido de traje. De inmediato percibí el aroma a cigarrillo, inhalé con fuerza y Oliver puso mala cara. La señora se detuvo frente a una puerta negra, amplia, de esas que tienes que abrir de par en par. Cuando las empujó, vi sobre sus hombros algo parecido a una oficina, un sillón negro fue lo primero que llamó mi atención.
En realidad no.
Lo que llamó mi atención fue la persona sentada en él.
—Señora Vera —habló Oliver—. Habíamos acordado que yo hablaría con Edmundo.
—Lo siento cariño pero...
—No —interrumpió Oliver poniéndose frente a mí—. Teníamos un trato, lo teníamos y usted...
—Y yo... —interrumpió esta vez ella, con tono más firme—. Digo que ese trato no se puede cumplir.
Oliver volteó para verme.
Edmundo caminó hasta nosotros. Se colocó al lado de Oliver y él no tardó en apartarlo con un empujón en el pecho. La señora Vera los observó cruzada de brazos, como si estuviera esperando una reacción inapropiada de Oliver, como la que acaba de tener.
—Estoy bien —susurré sujetando su brazo—. Estoy bien, Oliver.
La señora le pidió a Oliver que saliera del salón, lo hizo a regañadientes no sin antes soltarme un: »Solo llámame«. Él se veía más tenso que yo, pero sus palabras me hicieron sentir alivio, como si contar con su apoyo fuera suficiente para que yo me sintiera bien, como si él fuera suficiente para enfrentarme a mi hermano porque sí, era un enfrentamiento. Me senté en el sillón de enfrente, que era individual, él retomó su lugar y cuando pensé que la señora Vera se sentaría con nosotros terminó saliendo por la misma puerta que Oliver. Edmundo señaló un espejo que ocupaba parte de lo que tendría que ser la pared, no me tomó mucho tiempo entender lo que quería decir.
—Es una cámara Gesell —dijo—. Sirve para...
—Sé lo que es una cámara Gesell —respondí yo—. ¿Por qué sigues aquí?
—Porque es necesario que hablemos, Anahí. Sé que la idea no te gusta y al parecer a Oliver tampoco, pero él no puede cambiar el hecho de que seamos hermanos y tú tampoco.
—¿Qué esperas de mí?
—Espero que superes lo que pasó. Es verdad, te dejé con una señora y sus hijos, los abuelos apoyaron la idea. Pero tienes que dejar de pensar que eres la única que sufre. ¿Qué importa que lo hayas pasado mal? Yo también lo pasé mal y no por eso soy una mierda de persona.
—¿Tú no eres una mierda de persona? —aquello me hizo reír—. Lamento que lo hayas pasado mal entre los abrazos de los abuelos y sus muchos esfuerzos por complacerte. ¿No recuerdas como me trataban? Edmundo... me hacían comer en mi habitación sola. Por las tardes me mantuvieron encerrada en mi cuarto para que no te molestara mientras jugabas con tus amigos.
—¿Y eso qué? ¡Eras insoportable y los sigues siendo diez años después!
—¡Pues lo siento! —grité apretando los puños, el silencio nos invadió. Era la primera vez que yo me disculpaba con él y sentía que era de una forma honesta, aunque en el fondo sabía que no tenía porqué disculparme—. Lamento que lo hayas pasado mal, lamento que haya sido una experiencia terrible para ti, pero no existió, ni existe, ni existirá la fórmula para que yo pudiera evitarnos este sufrimiento, pero sí existió la fórmula para que tú evitaras esto. Debías cuidarme, Edmundo, yo lo habría hecho por ti. Debiste quedarte conmigo, yo me hubiera quedado por ti.
—Pero yo no —escupió las palabras como si se tratara de agua sucia—. No lo hice entonces y no lo haría ahora. Porque no eras mi responsabilidad, yo no tenía porque dejarme de lado a mí mismo por una niñita. No lo hice entonces Anahí y no lo haría ahora. Tenías que sobrevivir sola. ¿Es mi culpa que los abuelos no te quieran? Siempre supiste que fui el favorito, desde un principio. Siempre me han querido más que a ti. ¿Por qué mierda no solo lo aceptas y nos olvidamos de este estúpido asunto? ¿Sufriste? Como todos, deja de creerte alguien especial. Por eso los abuelos no te querían cerca, por eso yo nunca te quise. ¿Eso era lo que querías escuchar? Pues feliz cumpleaños, hermanita.
Las puertas se abrieron de nuevo y la señora Vera entró corriendo detrás de Oliver. Él me tomó del brazo y me levantó del sillón porque creo que yo no lo hubiera hecho por mí misma. Miré a Edmundo a los ojos y pude ver que jamás había sido más sincero en toda su vida. Mis pies se movían pero no era porque yo se los ordenara, era porque alguien me obligaba a avanzar.
—Señor Abellán, nosotros lo hablamos, habían formas, habían tiempos —la señora Vera seguía hablando y yo me seguía alejando—. Oliver, detente.
Entonces me detuve. El brazo de Oliver me rodeaba, solo entonces fui consciente de que estaba aferrada a él. Mis ojos se encontraron con los de la señora Vera y desde que la conozco, es la primera vez que me mira con una pizca de empatía. O lástima, quien sabe.
—Sacaré a Anahí del programa —era una amenaza, sin duda—. Volverá conmigo en unos días.
—No lo harás —masculló Oliver poniéndose frente a mí de nuevo.
—¿Estás diciéndome lo que tengo que hacer con mi hermana?
—¿En serio quieres hablar de cómo tratar a los hermanos?
—Lo lamento Oliver —la señora Vera se colocó en medio de ambos como queriendo evitar una pelea—. Pero la familia es quien tiene la última palabra, sin embargo —levantó el dedo índice y volteó para ver a Edmundo—, el programa también tiene un peso importante, así que ella no se irá hasta que tú presentes una carta formal al programa y éste lo analice. Mientras tanto, Anahí seguirá en casa de los Carreira.
—No puedes hacer eso —susurré caminando hasta él—. ¡Tú no me quieres, nunca lo has hecho! ¿Por qué quieres que vuelva? ¡Soy feliz aquí, Edmundo! Tengo amigos, siento que tengo una familia, tengo gente que me quiere. ¿Por qué mierda quieres quitarme eso?
—¡Porque si yo no puedo tenerlo, tú tampoco!
Dos hombres vestidos de negro, como el que vimos en la entrada, sostuvieron a Edmundo del brazo, no sé en qué momento aparecieron, ni quien los llamó. A mi lado no había nadie, pero frente a mí, estaba Oliver gritándole algo a la señora Vera, ella también gritaba con las manos en la cintura. Sentí unos brazos delgados rodearme y arrastrarme hasta hacerme chocar contra algo suave, inhalé con fuerza y por un brevísimo instante sentí el aroma de mamá. Ese aroma a fresas que siempre tenía después de lavarse el cabello, pero cuando volví a inhalar, me di cuenta que no era olor a fresas, sino a lima. La mamá de Oliver me acunó en sus brazos y susurró palabras que no logré entender.
¿Por qué lo sigo permitiendo? A éstas alturas Edmundo no debería tener poder sobre mí, pero lo tiene, porque es mi hermano, es un pedazo de mis padres, es lo único que me quedaba de ellos. Pero hoy, después de tantos años con esa duda, con esa incertidumbre de si él me apreciaba al menos un poco... hoy por voluntad propia lo ha aceptado. Él y yo nunca hemos sido unidos, no lo fuimos con nuestros padres y hermanos vivos, mucho menos lo íbamos a ser con ellos muertos. Tantas veces me he preguntado si Edmundo me quería o me odiaba. Creía imposible la segunda idea, porque a pesar de nuestras infinitas diferencias, yo no lo odiaba, decía que era así, porque de ese modo resultaba más fácil amortiguar su indiferencia. Decir que lo odiaba me ayudaba a no romperme ante la idea de que yo no era importante en su vida. ¿Cómo no voy a ser importante en su vida? No lo sé. Levanté la cabeza y entonces vi cómo salía de la oficina sin voltear a verme. Sentí escalofríos y un sabor amargo en mi boca, antes de que pudiera decir algo, un líquido algo espeso y burbujeante salió de mi boca, Oliver me sostuvo de la cintura y en un abrir y cerrar de ojos estuvimos en un cuarto mucho más pequeño, con azulejos blancos y azules. No recuerdo si vine caminando o si Oliver me cargo, es como si no estuviera siendo partícipe de mi propio presente. Me incliné sobre el retrete y vomité de nuevo. Alguien sostenía mi cabello y bastó un mínimo movimiento de su cuerpo para que despidiera ese aroma tan placentero para mí.
Mis manos apretaban el borde del retrete mientras seguía vomitando. Una de las manos de Oliver se posó sobre la mía, miré ese gesto apenas con el rabillo del ojo, nuestras pulseras estaban chocándose entre sí. Entonces las ganas de vomitar fueron disminuyendo, ya era más consciente de mi cuerpo y su temblor, respiré varias veces para poder controlar mis propias extremidades, él me pasó un poco de papel higiénico y lo acepté con la cabeza agachada. ¿Debería sentirme avergonzada? El chico que me gusta acaba de ver como por poco vomito mis intestinos, con un poco de suerte no lo he manchado a él. Debía sentirme avergonzada... pero no fue así. Se sentó a mi lado y estiró la cadena, me atrajo a él, rodeándome con sus brazos, como queriendo protegerme, como queriendo evitar que me rompa o en todo caso, juntar mis pedazos.
—Lo siento —murmuró con la voz entrecortada—. Yo debía protegerte, yo debía evitarte esto.
Levanté la cabeza solo un poco, lo suficiente para ver su rostro y sonreí apenas, entrelacé sus dedos en los míos y volví a recostarme en él. Sus manos estaban tibias, él se sentía caliente, yo en cambio me sentía a mí misma como un trozo de hielo, las puntas de mis dedos estaban heladas, así que las aferré aún más a las de mi compañero. Debía verse como una escena asquerosa. ¿El piso de un baño? ¿Vómito de por medio? Era el peor escenario posible.
—No necesito que me protejas —murmuré—. Necesito que estés allí para que me abraces, no espero que seas un superhéroe, no espero que me salves del sufrimiento, porque esto no es un cuento de hadas, yo no soy una princesa y tú, cariño, no eres un príncipe —eso nos hizo reír ligeramente—. No espero que me protejas, espero que me quieras cuando me lastimen.
—Y te quiero —susurró con los labios pegados a mi frente—. Y estoy aquí.
Y entonces entendí que nadie está obligado a querernos.
Ni siquiera la familia.
Quien nos quiere, nos quiere y punto, sin más ni menos.
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¿Ya vieron? ésta vez no me tarde JAJAJA ♥
Espero que les esté gustando la historia.
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¡Mil gracias por leer!
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