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Capítulo 32

Jacobo y yo estuvimos toda la tarde juntos, estudiamos para los tres exámenes que nos faltaban e hicimos lo que nos correspondía para las olimpiadas, la hermana de Candelaria siempre nos dejaba las investigaciones a nosotros, teníamos que armar las preguntas para las competencias de historia, artes, matemática, literatura y química. Jacobo era quien mandaba las preguntas porque al parecer yo no sé plantear preguntas interesantes o difíciles dignas de unas olimpiadas estudiantiles, tal vez porque jamás he participado en una, en mi colegio anterior no se hacían estas actividades.

—Entonces... —dije sentándome en mi cama—, ya podemos hablar de Candelaria y su pérdida de la razón.

Arrugó los labios y esperé su respuesta, pero nunca llegó. Lo miré entrecerrando los ojos pensando en todas las posibles respuestas de Jacobo a semejante estupidez. Él es un chico listo, Jacobo no es idiota, Jacobo es centrado y bueno, no puede siquiera pensar en volver con alguien como Candelaria, ella es un demonio vestido de algodón, él no puede caer en sus estúpidas mentiras.

Dejó las tarjetas con las preguntas de química a un lado y me observó un momento antes de ir hasta mí y sentarse a mi lado. Que guarde tanto silencio solo me hace pensar que está buscando la manera de decirme algo que no me gustará. Juguetea con mis dedos y cuando le arrebato mis propias manos, decide mirarme.

—Jacobo —insistí—, no estarás pensando en volver con ella ¿verdad?

—Yo no dije eso.

—Tampoco dices lo contrario.

Se puse de pie y dio unas cuantas vueltas por mi habitación para luego volver a parar frente a mí, con los brazos caídos a los lados y con un gesto de cachorro con hambre. Grité en mis adentros, en verdad puede ser así de imbécil.

—Candelaria y yo tenemos historia —soltó—, te lo juro, ella era una novia excelente, su familia me quería, mi familia la quería, nos entendíamos, disfrutábamos las mismas cosas, en verdad hacíamos buena pareja, yo lo arruiné ¿De acuerdo?

—Ni siquiera están juntos y ella ya te hace sentir que lo que ocurrió fue culpa tuya.

—Las cosas no son como tú crees, ella es buena persona, es solo que así como yo, cometió errores, lo que pasó entre nosotros no hubiera pasado si yo...

—¿Tú? Deja de decir que solo fue culpa tuya, ella...

—¡Tú no estabas aquí! —gritó—. No me conociste en ese momento de mi vida, no tuviste que convivir conmigo, no tuviste que presenciar la horrible persona que era ¡Tú no estabas aquí! Así que deja de creer que puedes opinar porque no es así.

La escena era perfecta, él me miraba desde arriba, mientras yo estaba en mi cama cruzada de piernas mirándolo desde abajo, sintiéndome muy pequeña. Bajé la cabeza solo un poco, lo suficiente para ver las piernas de Jacobo saliendo de mi habitación, bajé la cabeza aún más hasta que el cuello me dolió. Me acurruqué en uno de los lados de la cama, dándole la espalda a la puerta, dispuesta a no moverme hasta el día siguiente. Primero Tony, ahora Jacobo. Deseo con todas mis fuerzas no ver a Oliver hasta mañana, porque no soportaría pelear también con él, así que lo cumplí, solo salí de mi cuarto para bañarme y lavarme los dientes, lo hice tan rápido que puedo asegurar que no estuve fuera por más de diez minutos. Cuando volví, la luz azul de mi celular parpadeaba, tenía mensajes, al desbloquearlo vi que eran de Tony, Jacobo y Oliver.

Abrí primero los de Jacobo:

»Lo siento. No debí hablarte así, eres mi amiga y te preocupas por mí, no tienes idea de cuánto te lo agradezco, desde que los demás se alejaron de mí, no volví a sentirme acompañado por nadie hasta que llegaste, sé que hoy no lo pareció, pero te quiero y me importa lo que piensas. No volveré con Candelaria, no lo habíamos retomado aún y ya me puso condiciones, una de ellas era no volver a hablarte y créeme que entenderé si te enfadas por siquiera considerarlo. Yo estoy molesto conmigo mismo. Estuve con ella una vez y la perdí y sobreviví. No quiero averiguar cómo se sentirá perderte a ti. Te quiero Ana«

Froté mis ojos para secarlos antes de abrir el mensaje de abajo:

»Hazle captura de pantalla a esto porque no volveré a ponerme así de cursi jamás en mi vida«

No pude evitar reír, me tomé mi tiempo para responderle, borraba y volvía a escribir, hasta que envié el mensaje en el que decía que también lo quería y que aunque quería golpearlo por considerar dejar de hablarme, no iba a hacerlo, porque era mi amigo. Y en verdad lo es.

»Fue un día terrible y nada tiene que ver con el hecho de que perdí a un niñito de cinco años, pero sí tiene todo que ver con el hecho de que te fuiste enfadada. Anahí lo siento, no tengo derecho a pedirte explicaciones, ni de tu vida actual, ni de tu vida pasada. Es solo que cada vez que hablo con Oliver él parece tener tanta información fresca de ti, como si acabara de hablar de algo personal contigo, como si él hubiera estado en esos momentos tan difíciles para ti. No me molesta el hecho de que confíes en Oliver, de hecho no me molesta nada. Es solo que soy un idiota celoso. Lo lamento«

Pensé demasiado tiempo en lo que iba a responderle a Tony. Había tantas cosas que quería decirle, pero algo es completamente cierto; jamás podre abrirme con él como me abrí con Oliver. Y no porque sea él, sino porque no es Oliver.

Oliver es... no lo sé. No tengo idea de lo que es, solo que es algo que nadie más es. Tiene algo que nadie más tiene. Como si al contarle las historias más tristes que llevan años aferradas a mi corazón, se fueran desprendiendo cada vez que se las cuento, como si lo más trágico no lo fuera solo por el hecho de que él está allí y es ridículo, es estúpido y muy patético. Lo sé. Pero no puedo evitar sentirlo de esa manera, si pudiera controlar la forma en cómo siento lo que ocurre a mi alrededor no estaría aquí en primer lugar.

Terminé diciéndole que esos no son mis temas favoritos y que si los hablé una vez, no quiero hacerlo una segunda. Por ahora.

Finalmente abrí el chat de Oliver, eran dos mensajes, el último era un emoji triste.

»Estoy por ver una película en mi habitación, ¿La vemos juntos?«

Miré hace cuanto me mandó ese mensaje, cuarenta minutos. Cerré los ojos y suspiré mirando en dirección a la puerta. Perderme cuarenta minutos de película es demasiado, ya no la voy a entender, aún así estaba caminando por el pasillo, en puntas de pie hasta la habitación de Oliver, golpeé un par de veces pero fue tan despacio que ni siquiera yo lo escuché, así que decidí abrir la puerta un poco.

Oliver estaba en su cama, con las luces apagadas, tapado hasta el cuello, las rodillas levantadas y la notebook apoyada en ellas, abrí un poco más la puerta, lo suficiente para entrar y cerré con cuidado, él levantó la mirada, permanecí frente a él por unos segundos, hasta que se corrió para darme lugar, me escabullí debajo de las sábanas y mis manos no tardaron en encontrar las suyas, la película se seguía reproduciendo en la pantalla, solo pude identificar a un hombre vestido de soldado y a otro que aunque vestía igual, se veía más sucio y golpeado. Me acerqué aún más a Oliver, él no se opuso. No me esforcé por entender la película, pero sí me esforcé por no distraerlo más, jugar con sus dedos ya era suficiente, creo yo.

Las voces desaparecieron y en su lugar se escuchaba una canción algo ruidosa, abrí los ojos y vi en la pantalla un montón de letras que subían, miré a mi lado y Oliver estaba allí, con una mano bajó la pantalla de la notebook y la hizo a un lado, parecía que lo hacía con algo de esfuerzo, entonces lo comprendí; su otra mano la tengo yo, apretada entre las mías.

—Lo siento —murmuré sentándome a su lado en la cama—, creo que me dormí.

—Desde que llegaste —respondió rodando los ojos—, no te disculpes.

—Tal vez deba ir a mi habitación.

—¿Quieres irte?

—¿Tú quieres que me vaya?

—Nunca quiero que te vayas.

Me acomodé a su lado de nuevo, estiré la sábana para cubrirme hasta el mentón y él hizo lo mismo, estábamos separados por centímetros, de hecho, si me movía solo un poco ya iba a tocarlo. Pero no me moví, él tampoco.

No sé en qué momento me quedé dormida, solo recuerdo que estaba pensando en él, en lo cerca que estaba y en lo cálido que se sienten sus brazos al lado de los míos, en cómo sus dedos aparentemente por accidente, rozaban los míos. El ruido de un libro al caer es lo que hizo que despertara, me senté en la cama sobresaltada, después de todo es la habitación de Oliver, la cama de Oliver, no tengo la menor duda de que si sus padres nos veían, eso no iba a terminar bien para ninguno de los dos, froté mis ojos con calma ya que en la puerta no había nadie, estaba cerrada justo como la recuerdo. Las cortinas estaban cerradas pero de todos modos podía ver que el sol aún no terminaba de salir. Mis ojos recorrieron el resto de la habitación, vi a Oliver con unos libros en las manos y una valija a sus pies con puños de ropa mal puestos. Nuestras miradas no tardaron en encontrarse, él se veía cansado, como si dormir no formara parte de su lista de prioridades.

—¿Qué haces? —susurré clavando mis ojos directamente a su valija—. ¿A dónde vas?

Sus labios estaban separados, su cabello estaba hecho un desastre y la playera blanca que tenía puesta estaba tan arrugada como la vi ayer. Puso los libros en un bolsón que no había viso hasta ese momento, era muy grande y negro, tenía bolsillos por todas partes y ya estaba casi lleno con más libros. De pronto la habitación me pareció más vacía que otro día. Su escritorio estaba vacío, los cajones de su mesita de noche no tenían un solo papel dentro y su armario estaba abierto de par en par con algunos estantes casi vacíos.

—Oliver —repetí—. ¿Qué haces?

Me senté a orillas de la cama, esperando por una respuesta. Deseaba que me diera alguna para así dejar de pensar la cantidad de cosas que ya estaba pensando. No puedo recordar si la habitación ya estaba en estas condiciones ayer cuando llegué por la noche o hizo todo esto mientras yo dormía. ¿A dónde va? ¿Por qué?

—Oliver... —aunque quería elevar la voz, no podía, era solo un susurro.

—Me mudaré —dijo por fin—, me voy.

La habitación se hizo más grande y estaba cada vez más vacía. Me acerqué a él y me arrodillé en el piso ante sus maletas, sus camisas, remeras y pantalones si estaban allí arrugados y hechos bolas, no lo estaba imaginando. Busqué su pared llena de fotos y por un segundo, al ver un cuadro colgando pensé que era solo un chiste. Pero no, ese era el único cuadro, los demás ya estaban descolgados y en el suelo, al lado de una caja que decía en letras grandes «Frágil».

—¿A dónde? —deseaba tener el control del tono de mi propia voz, pero no era así—. ¿A dónde se supone que te vas?

—A la casa de mis abuelos —respondió tirando otro puñado de ropa—. No está lejos de aquí, vendré algunos días y...

—¿Vendrás algunos días? —repetí prácticamente escupiendo sus palabras—. ¿Desde cuándo lo planeas? ¿Y por qué lo haces?

—Quiero vivir solo, eso es todo.

Volví a sentarme en la cama, o más bien, casi caí en ella. ¿Oliver iba a mudarse? ¿Eso quiere decir que ya no voy a verlo todos los días? ¿Se supone que puedo visitarlo? ¿Se marcha por mi culpa? La cama se hundió a mi lado y sin siquiera mirarlo apoyé mi cabeza en su hombro, él tomó mis manos y las apretó entre las suyas, estaban calientes y se sentían firmes, como si esas manos fueran a sujetarme para que yo no cayera al abismo. Y es curioso, porque siento que estoy cayendo ahora.

—¿Por qué? —volví a susurrar, aunque no quería hacerlo—. Solo dime.

—Ya te lo dije —podía repetirlo mil veces, pero no iba a creerle—. Creo que es momento de que viva solo, me ofrecieron un trabajo dentro de la biblioteca de la universidad, así que ya no tendré que depender de mis padres y eso me agrada.

—El hecho de que trabajes y estudies ¿Cuánto tiempo me deja para verte?

—Te llevaré al colegio todos los días y si quieres, también te buscaré, tengo que cumplir una cantidad de horas a la semana en la biblioteca, no tengo un horario fijo, así que podremos vernos y estaremos bien, tú estarás bien aquí y...

—Entre todos los momentos que tienes para mudarte ¿Decides hacerlo ahora?

Algo en sus ojos me hizo comprender que él no iba a responderme. Me dirigí a la puerta y aunque tardé unos segundos en salir de la habitación, no volteé para verlo. Crucé el pasillo lo más rápido que pude, cerré la puerta de mi cuarto y me quedé allí con el picaporte en la mano, mirando el piso, preguntándome a mí misma que era esa sensación tan horrible que estaba sintiendo. ¿Cuál es el maldito problema? Oliver se muda, no pasa nada. La casa de sus abuelos es casi a un paso de aquí. No se muda de país, pero en mi interior, que ahora mismo era un verdadero desastre, se sentía como si se mudara de planeta. El hecho de saber que ya no iba a estar cruzando el pasillo me causaba dolor en el pecho. Era muy temprano para alistarme, pero no me importó, mandé a toda prisa un mensaje y fui al baño. Me sentía en piloto automático, hacía cosas solo porque sí, porque en realidad no las pensaba, cuando quise ser consciente, ya me estaba terminando de peinar. Guardé los cuadernos de las asignaturas de ese día bajé a desayunar, esperaba encontrarme un escenario distinto al de los otros días, no siempre veo a los padres de Oliver por la mañana, así que en verdad quería ver otro rostro.

Y así como lo imaginé, los padres de Oliver estaban sentados tomando café y comiendo masas dulces cuando llegué, parecían sorprendidos, pero no de mala manera. Decidí acompañarlos y aunque me moría por preguntar sobre la nueva fabulosa hazaña de Oliver, no lo hice. No es asunto mío, Oliver no es ni mi hijo, ni mi hermano, no me debe explicaciones, ni justificativos, ni nada parecido.

Afortunadamente tocaron el tema de Edmundo, ese asunto era tan majestuoso que ocupaba toda mi mente, así que lo agradezco. Él definitivamente no iba a poder verme, la señora Vera se disculpó con los padres por ese incidente, cree que eso puede ser un detonante para que mi actitud empeore, los tres nos reímos un poco por eso. Al verlo allí, frente a mí, con una taza de café y un poco de chocolate en la comisura de los labios, me sentí tranquila. Ellos estaban conmigo, desde pequeña quise alguna figura adulta que me hiciera sentir protegida o acompañada, la señora Mills lo fue por un tiempo, me dio trabajo en su panadería y de vez en cuando me dejaba hacer la tarea en lugar de trabajar, me preguntaba cómo me fue en el día y aunque nunca le conté como me iba en realidad, me sentía bien cada vez que lo hacía, porque me sentía importante para alguien. Ahora veo a los padres de Oliver en posición de defensa, como queriéndome proteger del programa, ya no soy una niña, pero este es el momento de mi vida en el que siento que no tengo que preocuparme tanto por mí, porque hay adultos responsables cubriéndome la espalda.

Me contaban sobre una entrevista que tengo con los del programa cuando Oliver entró a la cocina con la mochila colgada del hombro. Saludó apenas, yo terminé de beber el café con la espalda encorvada y los hombros escondiéndome el cuello.

Sentí vergüenza.

Como si al entrar Oliver a la cocina, el mundo entero supiera que dormí con él, en la misma cama, cubiertos por la misma sábana, compartiendo la misma almohada. Otra vez. El timbre sonó y los hermanos de Oliver también llegaron, afortunadamente ellos parecían muy animaos, Florencia hablaba gritando y Miranda también, así que ese barullo evitaba que Oliver me dirigiera la palabra y no es que no quiera hablarle, es solo que en este preciso instante, no quiero hablarle.

—Miren quien nos acompaña —la mamá de Oliver entró a la cocina con Tony al lado—. ¿Ya desayunaste cariño? Te veo muy delgado —dijo dándole unos golpecitos juguetones en la panza—. ¿Te trae mal el amor?

Al decir eso miró en mi dirección y guiñó el ojo. Las mejillas me ardían y terminé metiéndome el pionono completo en la boca sin parpadear. Tony se reía ante los comentarios de la mamá que gustosa preparaba una taza de café para él.

—En realidad ya nos tenemos que ir —dije apenas terminé de tragar—, Jacobo me espera.

—Acabo de salir del hospital cariño, en verdad agradecería ese café —susurró Tony a mi oído mientras me daba un beso, para disimular supongo yo—. Pero si tienes prisa puedo...

—¿Tienen prisa? —sonrió la mamá, si antes de ver a Tony me parecía que estaba de buen humor, ahora es el doble. Puso el café en un terno y le dio unas masas dulces en un envase pequeño—. Cómelo en el camino hijo.

Tony se inclinó para darle un beso en la mejilla a la mamá y ella le acomodó el cabello. Un par de palabras más y por fin nos despedimos. Antes de salir de la cocina miré a Oliver, tenía la taza sujetada con los dedos y estaba de pie, su otra mano descansaba en su cintura y como si se tratara de alguna escena de película, se llevó la taza a los labios mientras no me quitaba los ojos de encima. Quise hacer algo tan infantil como sacarle la lengua, pero no lo hice.

Una vez con Tony en el auto mientras le daba las masas dulces en la boca y él conducía, vi que me había respondido, antes de bañarme le escribí a él, quería verlo, moría por verlo. Le pregunté sobre sus planes del día, me contó que tiene el día libre, así que no esperé a que él me lo propusiera:

—¿Podemos vernos de nuevo hoy?

Su mirada fue breve, tierna en realidad.

—Estás de examen.

—Pero ya no quedan materias difíciles —me excusé y no era del todo mentira—. Por favor.

Colocó su mano sobre mi rodilla y la apretó con cuidado. No dijo que sí, pero ya no fue necesario. Llegamos al instituto y él se quitó el cinturón de seguridad, yo hice lo mismo, dejé el termo y el envase en el asiento de atrás porque se lo había acabado a mitad de camino. Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé, sus manos no tardaron en estar en mi cintura. El sabor a café estaba muy presente y no pude evitar sonreír por eso.

Me gusta el café, me gustan sus labios y me gusta él.

—Ana —su tono de voz era bajo y solo cuando se separó ligeramente pude darme cuenta lo agitados que estábamos los dos—. Tal vez debas... tienes clases.

—Claro —me apresuré a decir mientras me acomodaba el cabello detrás de la oreja—. Clases, exámenes, etcétera, etcétera, etcétera —me reí, no podía ocultar los nervios.

—Te veré más tarde —sonrió dándome un beso esta vez en la frente—, que te vaya bien.

—Y a ti —dije—, que te vaya bien durmiendo... a ti...

Susurré una grosería y él se rió. Necesito bajarme de este vehículo y alejarme de él.

Cuando llegué al salón, Candelaria estaba hablando con Jacobo. O tal vez hablar no sea la palabra correcta. Ella hacía un montón de gestos mientras él hacía otros. Ella no pudo evitar su mirada de rabia cuando me senté en mi pupitre. Sin una gota de vergüenza empezó a gritar en medio del salón.

—¿Eres consciente que lo estás tirando todo por la borda por ella?

—¿Aún queda algo por tirar? Tú acabaste con todo hace tiempo.

—¡Hace dos meses me suplicabas que volviera contigo!

—Es verdad —dijo—. Pero ya no quiero lo que quería hace dos meses. Y ahora por favor detente porque esto es bochornoso.

Por supuesto que Candelaria no dejó de gritar, lo hizo incluso cuando Jacobo ya tomó su lugar y sacó sus cuadernos, lo hizo incluso cuando el salón se iba llenando y solo se detuvo, gracias al cielo se detuvo cuando el profesor entró a la clase.

Además de una Candelaria insoportable. Un Jacobo silencioso. Un examen ni bueno ni malo. Puedo calificar al día como aceptable. Los peores momentos fueron cuando recordé que Oliver se mudaría, que probablemente lo esté haciendo en ese momento, pero no tenía que preocuparme, yo no iba a estar allí para verlo cargar sus cajas. No iba a estar ahí porque iba a estar en cualquier otro sitio con Tony.

La campana de salida sonó y aparentemente Jacobo estaba tan ansioso por irse como yo. Nos despedimos en el portón con un beso en la mejilla, en el camino se cruzó con Tony quien le saludó con un apretón de manos y una sonrisa, Jacobo continuó caminando de espaldas mientras me hacía señas sobre Tony y yo y el global símbolo de teléfono con el pulgar y el meñique. ¿Me estaba pidiendo un chisme?

—No te tardaste —dije rodeando su cintura con los brazos—. ¿Pudiste descansar?

—Así es —respondió dando besos a mi mejilla—. ¿Nos vamos?

Entrelacé sus dedos con los míos mientras caminábamos a su auto. Su perfume se mesclaba con ese aroma a alcohol y guantes de látex. No era desagradable, sino todo lo contario. No pregunté a dónde íbamos, pero cuanto más avanzábamos pude darme cuenta que nos dirigíamos a su casa. No me molestó, me gusta su casa, es bonita, limpia y siempre parece estar en silencio.

Y no me equivoqué.

Un completo silencio reinaba en la sala. Y en toda la casa. Me contó que su hermana estaba dando un examen y que volvería a la noche. Que sus padres estaban dando una conferencia en la ciudad y que volverían el fin de semana. Me llevó al comedor y puedo jurar que mi cara de asombro fue completamente real. ¡Preparó el almuerzo!

—Mira nada más —sonreí tocando con cuidado la servilleta que estaba sobre el plato—. ¿Acaso también cocinas en tus ratos libres?

—Lo intento —comentó mientras estiraba la silla para que yo me sentara—. No pasa seguido, así que no seas tan cruel.

Iba a responder, pero no fui capaz de hacerlo. Él tenía la mano apoyada en el respaldo de la silla y yo lo miraba desde abajo, su mano rozó mi mejilla con cuidado y cuando lo note ya estaba entre sus brazos, mis pies no tocaban el suelo y mis manos no tocaban otra cosa que su cabello. No soy capaz de decir cuánto tiempo pasó de estar entre sus brazos a estar recostada en el sofá. Tony estaba sobre mí, besando mi cuello y yo lo permitía, porque quería que lo hiciera. Yo permití que abriera el cierre del costado del jumper y yo colaboré a la hora de quitármelo.

Porque yo quería. 

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No sé por donde empezar para pedirles disculpas. Prometo que no volverá a ocurrir. Los parciales, el trabajo y el teatro se me mezclaron y me fue imposible actualizar antes. Pero ya adquirí experiencia amigos míos, no me pasará ésto de nuevo.

Una vez dadas las disculpas correspondientes... ¡Nuevo capítulo! ¿Qué opinan? Espero que les haya gustado y que haya valido la pena la espera.

También quiero agradecerles infinita y profundamente a las personas que me escribieron para saber cuándo actualizaba. A algunos pude responderles o a otros no, por lo mismo: tiempo.

De todas formas quiero que sepan que estoy muy agradecida con todos por su interés en la historia ♥

¡No olviden votar, comentar y agregar a sus bibliotecas!

PD: No se preocupen, primero muerta antes que dejar incompleta la historia.

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