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Capítulo 24



Hoy no necesité que Oliver me despierte. Es sábado, le hubiera ahorcado si lo hacía y no sólo por despertarme, sino por la escenita de ayer. No lo he visto desde entonces y tampoco sé si quiero verlo. Pasé la mañana entera con Richard, fue a mi habitación, quería compañía y yo también. Tony no dejaba de llamarme y mandarme mensajes, no contesté. No quise contárselo a Richard, porque quién sabe lo que me iba a decir. Pero sí se lo conté a Jacobo, lo que no le conté fue que su dulce ex, la máquina expendedora de sonrisas y de amor, me había eliminado del grupo. No es necesario que me diga que ya no estoy invitada a su reunión de hoy en la noche, he captado la indirecta. Que poco me duran los amigos. Me tocaba preparar el almuerzo con Miranda. Decidimos que sería carne con ensalada de verduras, yo hice la carne, ella la ensalada, también corté rodajas de pan y preparé jugo de limón. No vi a Oliver en toda la mañana, Miranda tampoco parecía de buen humor. ¿Qué demonios pasa? ¿El mal humor ahora es un virus? ¿Estaré infectada y no lo sé?

Me pasé el resto de la tarde estudiando para los exámenes, necesitaba más puntos que cualquiera para terminar bien el año, así que debía esforzarme. Mañana es la dichosa salida al orfanato, no quiero ir y no sé si ésta es una actividad obligatoria. Podría decir que tengo que estudiar, no es mentira después de todo. Pero ese es un problema del que me preocuparé mañana.

Tony insistió con los mensajes.

»¿Estás molesta conmigo? Fue Oliver quien no quiso que salgas«

»¿Podrías atender mis llamadas al menos?«

»Uno de los mejores neurocirujanos que existe actualmente está cinco filas delante de mi hablando de sus experiencias y cómo ha conseguido salvar casos perdidos y yo me lo estoy perdiendo porque no me atiendes, al menos di que me llamarás en la noche y así podré dejar de sufrir por lo que queda de la conferencia«

»Es verdad. Yo no tengo relaciones, yo no tengo novias, ese es el motivo por cual no te lo he pedido, no sólo se trata de la beca que espero recibir, se trata de que no me gustan las relaciones amorosas, no me gusta el compromiso exagerado con alguien, no me gusta sentir que tengo que recordar llamar o mandar un mensaje o decir "te quiero" de vez en cuando. No quiero tener que pensar en alguien más que no sea yo al momento de tomar una decisión sobre mi vida como por ejemplo: mudarme o cambiar de hospital. No quiero casarme, no quiero hijos, soy pediatra no porque me gusten los niños y no me malentiendas, me gustan y mucho, pero soy pediatra porque el desafío de tener que diagnosticar a alguien que no me entiende, a alguien que no puede decirme lo que siente o dónde le duele me vuelve loco. Yo no nací para estar con alguien, no nací para que alguien dependa de mí, de forma sentimental. Porque si existe alguna forma en la que yo quiera que alguien dependiera de mí, sería que esa persona esté anestesiada en una mesa de quirófano conmigo abriendo su cuerpo, esa es la única dependencia que busco en mi vida»

Leí demasiadas veces ese último mensaje que podría reescribirlo sin mirar, sin olvidar ni un solo punto. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, mi mensaje ya había sido enviado, recibido y leído.

»Y yo lo acepto«

No estaba segura de lo que eso significaba y creo que Tony tampoco, porque no me respondió. Me crucé con Oliver un par de veces durante la tarde, pero no nos hablamos, creo que hoy ni siquiera nos saludamos. Cuando subió las escaleras dejándome en la sala con una taza de café no pude evitar sentir que lo extrañaba. No me habla hace menos de veinticuatro horas y yo siento que ha pasado un siglo. Invité a Jacobo alrededor de las seis de la tarde, estudié mucho y sé que él también, aunque él lo necesita menos que yo. De igual manera ambos nos merecemos un descanso. Jacobo no tardó en llegar a la casa de los Carreira, yo me estaba cambiando de ropa cuando él llegó, pude escuchar que alguien abría la puerta, pero no escuché una sola palabra. Podía ser Oliver enfadado porque yo tenía pensando hacer vida social sin haberle pedido permiso, o podía ser... ¡no puede ser!

Bajé corriendo las escaleras y me detuve en el último escalón, Miranda y Jacobo se miraban mutuamente, él fue el primero en voltear para verme. Miranda se hizo a un lado y fue a la cocina, le hice señas a Jacobo de que pasara, él lo hizo y cerró la puerta. Nunca le pregunté si él era consciente de lo que Miranda sintió hace unos años y tampoco estaba segura si abordar ese tema era buena idea. Florencia vino corriendo de la cocina con Richard, se estaba riendo de algo. Richard no puso mala cara al ver Jacobo, se pasaron la mano y a Florencia solo le sonrió, los hermanos tenían pensado ver una película y aunque nos invitaron a verla con ellos nosotros no teníamos ganas, al menos yo. Discretamente le pregunté a Richard si tendría problemas por subir a Jacobo a mi cuarto, él respondió encogiéndose de hombros, como quitándole importancia, así que lo hice. Él seguía mis pasos hasta que llegamos a mi cuarto, parecía incómodo, pero no le iba a durar.

—Tienes un bonito cuarto —dijo sentándose en mi cama—. ¿No tendremos problemas?

—No creo que los padres de Oliver...

—Oh, no —cortó de inmediato—. No me asustan los padres de Oliver, me asusta Oliver.

—No seas tonto, él sabe que somos amigos, él es feliz de que yo tenga amigos o bueno... un amigo. Candelaria me sacó de su exclusivo grupo.

—¿Ella, qué? —parecía incrédulo, sorprendido, perplejo—. Debe ser una broma.

—No, lo hizo ayer en la noche, al parecer estamos en séptimo grado.

—¿Cómo dices?

—Olvídalo.

Jacobo se acostó en el piso y yo en la cama boca abajo para poder verlo. Como pensé, la incomodidad no le duró mucho. A los quince minutos de estar en mi cuarto ya estábamos hablando de absolutamente todo, ahora sabía más de él que ayer en la mañana, cuando le pedí que me diera el resumen de esa carta.

Jacobo es el hijo del medio y el único chico. Su hermana mayor tiene veinte años, estudia arquitectura y se llama Katherine. Su hermana menor tiene diez años, es muy revoltosa y se llama Anne. Su madre es odontóloga y una apasionada por la música clásica, su padre trabaja como consejero en —para mi sorpresa— la universidad de Oliver, también enseña braille y le lee a niños los sábados por la mañana, Jacobo dice que le encanta que su papá tenga mucho que hacer y que aunque al principio no quería que siguiera con su trabajo de consejero, porque lo era antes de su ceguera, su padre se negó a abandonar su empleo, hoy Jacobo está agradecido por eso.

—Estaba pensando en veterinaria —dijo Jacobo jugando con la punta de mi sábana—. Siempre me han gustado los animales pero no creo que sea capaz de ponerlos a dormir.

Yo iba a contestarle, pero no pude hacerlo. La puerta se abrió de golpe y vi a Oliver parado en el umbral, apretando el picaporte con la mano, no creo que haya entrado sabiendo que estaba con alguien. Creo que entró para decirme algo, pero ver a Jacobo tirando en el piso lo desconcertó al punto de poner cara de idiota.

—Hola —saludé, Jacobo se sentó en el piso, también lo estaba mirando—. ¿Te ayudo con algo?

—¿Así son las cosas? —pregunta cerrando la puertas detrás de él—. ¿Si no te dejo salir con Tony metes a alguien a tu cuarto?

—¿Disculpa? —dije poniéndome de rodillas en la cama y cruzándome de brazos—. Y no me hables de lo que pasó con Tony.

—¿En verdad harás esto? ¿Te comportarás como...

—¡Oye, alto amigo! —interrumpió Jacobo antes de que él pudiera decir lo que creo que iba a decir—. Debes calmarte, no quieres decir eso.

—¿Y tú qué demonios haces, Jacobo?

—Es mi amigo, Oliver. Tú querías que hiciera amigos, pues aquí está, hice un amigo.

—Me refería a...

—¡No! —interrumpí ahora yo bajando de la cama—. No harás eso de nuevo, no cambiarás de opinión, no me compararás con el clima, ni retirarás tus palabras.

—No puedes meter a un chico a tu cuarto. ¿Qué ocurre contigo?

—No estamos haciendo nada malo, estamos hablando, como lo haría con cualquier persona.

—Pues vete a hablar al patio o a la sala pero no en tu cuarto con la puerta cerrada.

—¿Quién eres? —dije riendo con ironía—. ¿Mi padre?

—Ya quisieras tener uno —soltó y sentí que mi corazón se hacía pedazos.

Me quedé de rodillas en la cama, vi como Jacobo le daba un puñetazo pero no fui capaz de reaccionar, Oliver lo empujó, pero no fue suficiente, el solecito volvió a lanzarse sobre él empujándolo contra la puerta y dándole otro golpe en la cara. Sentía el cuerpo tan duro, no podía parpadear siquiera o al menos así lo sentía.

—¡Que mierda ocurre contigo! —le gritó cuando Oliver lo empujó de nuevo.

—Yo... —primero miró a Jacobo, luego dirigió su mirada hacia mí—. Ana... yo...

—¡Lárgate! —grité con todas mis fuerzas, cuando me di cuenta estaba casi bañada en mis propias lágrimas—. ¡Lárgate Oliver!

No vi cuando salió de la habitación, el abrazo de Jacobo me lo impidió. Se tumbó en la cama conmigo en brazos mientras apretaba mi rostro contra su pecho y daba una cantidad de besos a mi cabeza. Lo abracé con toda la fuerza que mi cuerpo tenía en ese momento, no sabía si le estaba haciendo daño, él no iba a decírmelo. Porque Jacobo es un buen amigo.

Cada vez que sentía que era capaz de calmarme, las palabras de Oliver volvía a repetirse en mi cabeza y yo volvía a llorar. Faltaban treinta minutos para la media noche y Jacobo seguía en mi cuarto, en mi cama, abrazándome y consolándome. De vez en cuando hablábamos de temas suelos, pero yo no era capaz de mantener una conversación real, él lo entendía, podía notarlo.

—Debes irte —dije limpiándome la nariz con el dorso de la mano—. Es muy tarde.

—No te preocupes —respondió limpiándome la mejilla—. Kath vendrá a buscarme cuando yo se lo pida, está despierta estudiando.

—No puedo creer que dijo eso —susurré volviendo a las lágrimas—. Ese no es Oliver.

—Tienes razón —aseguró—. No es Oliver.

A las dos y media de la mañana Kath pasó a buscar a su hermano, bajamos las escaleras con cuidado, las luces estaban apagadas y yo creo que los padres de Oliver no sabían que él estaba. Entiendo que Richard no les haya contado, ¿pero Miranda guardaría ese secreto? Me despedí de él con un abrazo muy fuerte y le agradecí por milésima vez. Volví a mi habitación y cuando cerré la puerta di un pequeño salto del susto, había alguien sentado en mi cama. Alguien que no quera ver, no quería escuchar y alguien en quien no quería pensar.

—Ana...

—Lárgate —siseé abriendo la puerta de nuevo—. No quiero verte, no quiero hablar contigo, no quiero que me mires siquiera ¡lárgate!

Fue hasta mí y cerró la puerta, creo que para que nadie nos escuche. Lo tenía parado frente a mí, muy cerca, podía oler su aroma, no su perfume, ni su desodorante, sino su propio aroma. Ese aroma nunca me había causado tanto asco. Me alejé yendo hasta mi cama, me acosté y me tapé con la sábana hasta la cabeza.

—Perdóname —susurró.

No le respondí.

—Lo siento tanto —sentí que la cama se hundía a mi lado, apreté los ojos con fuerza para contener las lágrimas pero no pude—. Ana...

—No me toques —gruñí moviéndome a un lado para alejar su mano de mi hombro—. Eres una basura.

—Lo soy —aceptó con un hilo de voz—. Ni siquiera tú me odias como yo me odio a mí mismo.

—No me importa lo que tú sientas —dije destapándome para mirarlo, tenía los ojos rojos—. No me importa si crees que soy una puta, no me importa lo que pienses de mí por meter chicos a mi cuarto, no me importa lo que pienses de mi relación con Tony, no me importa lo que pienses en lo absoluto, puedes irte al infierno.

—Estoy allí —su voz era casi inaudible—. Estoy justo en el infierno, porque soy un imbécil, Ana yo...

—No me importa, Oliver, ahora lárgate.

Volví a darle la espalda, segundos después escuché cómo la puerta se cerraba. No tardé en soltarme a llorar, lo hice con tanta intensidad como no lo hacía hace mucho tiempo, grité tantas veces contra mi almohada que perdí la cuenta. Pataleé, di puñetazos y lloré lo que quedaba de la madrugada. Lo esperaba de Miranda y a ella la hubiera entendido, las hormonas, más el hecho de que no soy Santo de su devoción, de ella lo hubiera entendido y hasta perdonado. Pero ¿Oliver? Se trataba de Oliver, maldita sea. Cada vez que lo pensaba el pecho me dolía y sentía una intensas ganas de vomitar, más de una vez salí corriendo hasta el baño, abrazaba el inodoro con fuerza mientras tenía arcadas, me sentía tan mal. La cabeza me daba vueltas y me dolía el cuerpo, moría por otro abrazo de Jacobo, no quería estar sola, quería tenerlo conmigo para que me hable de otras cosas o para que me abrazara, Jacobo abraza muy lindo, pero no tanto como Oliver Me sentí avergonzada conmigo misma por pensar eso.

A las seis de la mañana vomité. Volví a mi cuarto con cautela, el sol ya estaba saliendo pero aún nadie se había levantado y lo agradezco. Ya no estaba llorando, no porque no quisiera, sino porque no podía, de alguna manera, creo que me sequé en una sola noche. Tenía la cabeza apoyada en la almohada viendo la ventana, la cortina dejaba una pequeña abertura por donde entraba la claridad. Alguien abrió mi puerta y me pareció que mi corazón se detuvo por un segundo para volver a latir al siguiente segundo, ésta vez más rápido.

—Ana, linda —mi cuerpo se relajó cuando escuché la voz de la mamá—. ¿Estás bien? Me pareció escucharte salir del baño.

—Estoy bien —respondí evitando mirarla—. No pasa nada.

—Linda... —con cuidado me giró en la cama para ver mi rostro—. ¡Cariño!

Se sentó a mi lado y acunó mi cabeza como Jacobo, creo que no estaba tan seca después de todo.

—¡Cariño qué ocurre! —me mecía de un lado a otro mientras acariciaba mi cabello—. ¿Quieres que llame a Oliver? Ya está despierto.

—No —me apresuré a decir limpiándome el rostro—. Estoy bien, es solo que estoy nerviosa por los exámenes, no me siento preparada y tengo miedo de defraudarlos.

—Te he visto estudiar y hacer tarea, te irá muy bien, no tienes de qué preocuparte.

Asentí con la cabeza y le di una sonrisa sólo para que se tranquilizara. Dijo que si no quería ir al orfanato no había problema, pero sentía que si no iba eso causaría más sospechas, así que accedí, debe ser un lugar grande, no tendría por qué estar con Oliver.

A las nueve de la mañana ya estábamos listos. Me había tomados dos tazas de café con azúcar y me maquillé más de lo me dejan desde que llegué, pero no me dijeron nada al respecto. Yo no miraba a Oliver, así que no puedo saber si él lo hacía, durante todo el camino hable con Richard, hablar con él siempre era divertido, es un chico genial, aunque ahora solo puedo verlo como el hermano menor de imbécil más grande del planeta. Cuando llegamos me aseguré de no apartarme de Richard, todo el recorrido lo hice con él y aunque en varias oportunidades Oliver se acercó a nosotros no se atrevió a hablarme. Que inteligente. Richard me hablo de una chica llamada Magdalena, de hecho caminábamos por los pasillos buscándola, dijo que cuando me vio por primera vez le recordé mucho a ella. Cuando la vi supe de qué estaba hablando.

Una muchacha de mi misma estatura pero más delgada estaba a unos metros de nosotros, tenía el cabello de muchos colores, perforaciones en las orejas, el labio, la ceja y la nariz, su delineado de ojos era espectacular, pero a mí no me dejarían hacerme uno igual en éste momento, ella hablaba con otro grupo de chicas y apenas vio a Richard le sonrió, lo siguiente que vi es cómo lo estrujaba entre sus brazos.

—¿Cómo has estado, Richi?

—¿Richi? —susurré lo más bajo que pude, pero creo que me escuchó.

—Maggie, ella es Ana, Ana, ella es Maggie.

Nos saludamos con una media sonrisa, ya no me sentía tan cómoda, ella nos invitó a sentar con su grupo de amigas. Eso me recordó a Candelaria, la chica que no supera la secundaria y me elimina del grupo en el que ella misma me integró. La tal Maggie habla un montón, parlotea sin parar y luego de una hora de escuchar prácticamente solo su voz ya tenía ganas de meter mi cabeza en algún agujero, así que me disculpé diciendo que necesitaba ir al baño, para mi desgracia ella se ofreció a acompañarme. Los cinco minutos que nos tomó llegar hasta el baño, ella los aprovechó al máximo hablando de cómo era el lugar, dándome datos de los chicos que vivían aquí, hasta que al parecer, ella se cansó de hablar.

—Y dime —sonrió—. ¿Cuál es tu historia?

—¿Cómo? —pregunté mientras me secaba las manos—. ¿De qué hablas?

—Oh, vamos —respondió riendo—. Sé que eres la chica que se queda en casa de Richard, ¿por qué estás ahí?

—¿No te parece algo muy personal? —pregunté mientras ella caminaba a mi lado—. Creo que tú no vas por la vida contando qué haces aquí.

—Es un orfanato —levantó los brazos como si fuera obvio—. Soy huérfana.

Nunca había utilizado esa palabra para describirme a mí misma, pero ahora que lo escuchaba en boca de otra persona me parecía apropiada.

—Yo igual —dije sin pensar—. Esa es mi historia.

—Debe haber más —hizo una pausa muy corta—. Mi mamá murió de un infarto cuando yo tenía cuatro años así que no la recuerdo, mi papá se volvió alcohólico y murió atropellado por un camión de carga cuando salía borracho de una cantina, así que mi hermana mayor debía cuidarme, nosotras nos llevábamos muy mal, discutíamos todo el tiempo, de hecho nos odiábamos —eso me resultaba familiar—. Ella se suicidó hace dos años, fue cuando entré al orfanato.

No sabía que decirle. Decir que le entendía era una opción, pero no abrí la boca.

—No tienes que contarme tu historia —tranquilizó—. ¿Sabes? Cuando encontré a mi hermana colgada del árbol de mi casa, tenía una bola de papel metida en la boca, cuando la policía me lo dio tardé un mes en saber qué decía: »Lamento no haber sido una buena hermana mayor, lamento no haberte cuidado y lamento que haya más odio que amor en nuestra relación, pero te quiero Maggie«, que forma más estúpida de despedirse.

Iba a decirle algo, pero Oliver llegó hasta nosotras con las manos en los bolsillos y la cabeza casi agachada. Saludó a Maggie con un corto abrazo y trató de sonreírle, yo aparté la vista por supuesto. Fueron varios segundos de silencio incómodo, en donde yo miraba distraída en otra dirección y Oliver carraspeaba cada tanto. Sentía que la mirada de Maggie iba de Oliver a mí y de mí a Oliver.

—¡No puede ser! —exclamó—. ¿Tuvieron sexo?

—¡Oye, no! —respondí lo más rápido que pude, ella aflojó los hombros.

—¿Y actúan tan incómodos siempre?

—Sólo cuando él es un imbécil —solté yéndome del lugar.

Busqué a Richard de nuevo y afortunadamente lo encontré no tan lejos de donde lo había visto por última vez. Jugaba con unos niños en los columpios, no hablamos mucho en realidad, yo pensaba en la historia de Maggie. Muchas veces le he dicho a Edmundo que quería verlo muerto, pero creo que hasta ahora, nunca lo he imaginado realmente. ¿Colgado? ¿Atropellado? ¿De un infarto? ¿Por cáncer? No, nunca lo he pensado en realidad, tampoco quería hacerlo, así que aparté la idea de mi cabeza y me dediqué a empujar niños en los columpios mientras éstos se reían como si se tratara del mejor momento de sus vidas.

Pasamos todo el día en ese lugar. No podía dejar de pensar en mi examen de mañana, ni en lo que Oliver había dicho, ni en el hecho de que Tony no respondió mi mensaje, ni en la hermana muerta de Maggi. Estaba llegando al límite a las seis de la tarde, afortunadamente cuando estaba por derrumbarme, Richard dijo que ya nos íbamos, suspiré aliviada. Me quedé dormida apenas subí al auto, Richard se encargó de despertarme cuando llegamos, tenía tanto sueño que no me sentía capaz de estudiar, así que puse mi despertador a las cinco de la mañana, con eso podría leer los temas, como mínimo. Así que, cuando vi mi cama, caí rendida sin hacer el mínimo esfuerzo de mantenerme despierta.

Mi despertador sonó justo a la hora en que lo programé, busqué el celular con la mano hasta que lo encontré debajo de mi almohada. Con mucho esfuerzo me desperecé quiera o no, tenía que leer el contenido para hoy. Fui al baño para asearme teniendo la esperanza de que eso sería útil, cuando volví a mi cuarto revisé mis mensajes.

»¿Cómo te sientes?«

»No dudes en llamarme si me necesitas«

Esos eran mensajes de Jacobo, habíamos hablando un poco durante el día de ayer mientras yo estaba en el orfanato, pero no tocamos el asunto de Oliver.

»Perdona que haya desaparecido, tuve días intensos«

¿Tú tuviste días intensos, Tony? Habían más mensajes:

»Mañana vuelvo al pueblo, pero regreso al trabajo el martes, podemos vernos, si es que quieres«

»Espero que no sigas molesta conmigo Ana«

»Te quiero«

»Y no lo digo porque recordé que debía decirlo, sino porque quiero hacerlo, te quiero«

No le respondí a Tony, pero si le mandé varios mensajes a Jacobo, él también ya estaba despierto, así que hicimos una videollamada para estudiar juntos. A las seis y cuarto de la mañana decidimos continuar en el instituto, el examen era después del receso, así que teníamos más tiempo. Bajé a desayunar apenas estuve lista, no vi a Oliver por ninguna parte. Actué lo más normal que pude frente a todos y cuando iba a preguntar por el hermano mayor, entró a la cocina con la mochila en el hombro.

—¿Nos vamos? —pregunté.

—No vas conmigo —soltó mientras revolvía su café—. Tu otro noviecito vino por ti.

Cuando iba a preguntar de qué estaba hablando el timbre sonó. Richard fue a ver de quien se trataba y segundos después, volvió con Jacobo al lado. Su espectacular cabello rubio estaba acomodado y aunque sabía que estaba cansado podía jurar que el resto no lo notaba. Le saludé con un beso en la mejilla y luego de cruzar un par de palabras con los padres de Oliver estuvimos listos para irnos.

—Nos alegra que se lleven bien —dijo el papá dando unos golpecitos a la espalda del solecito.

—¡Oh, sí! —intervino Oliver—. No tienen idea de lo bien que se llevan.

—¿Tienes un problema conmigo, Oliver? —el tono de Jacobo no era bueno.

—¿Yo? —preguntó bajando su mochila sobre una silla—. Dime tú si quieres problemas.

Jacobo avanzó unos pasos hasta Oliver, pero yo me puse en medio. La mamá se quedó con la taza pegada a los labios mientras nos miraba, Richard tenía una ceja levantada, Miranda sostenía su sándwich cerca de su boca, el papá ladeó la cabeza y Florencia no se enteró de nada porque hojeaba un libro con muchos dibujos.

—¿Ocurre algo? —preguntó la mamá bajando su taza sobre un plato pequeño—. ¿Nos perdimos de algo?

—No —aseguró Oliver sosteniendo su mochila de nuevo—. Bueno, no por el momento, solo esperemos que Ana no quede embarazada como Miranda.

—¡Maldita sea, Oliver! —gritó su hermana arrojándole el sándwich y manchándole la camina.

—¿Qué dijiste? —el papá nos miró a Jacobo y a mí, yo quería ahorcar a Oliver.

—Eres un imbécil —soltó Jacobo mirando fijamente a Oliver.

—Como sea.

Oliver salió de la cocina dejándonos terminar con la patética escena. Lancé la cabeza hacia atrás intentando buscar fuerzas para no perseguirlo y arrancarle los ojos.

—¿Tenemos que preguntar? —dijo el papá señalándonos, yo me moría de vergüenza.

—Por supuesto que no, señor —Jacobo fue el primero en hablar y yo lo agradezco—. Somos amigos, es todo.

Luego de sentir que la vergüenza me consumía y acabó del todo conmigo, Jacobo y yo llegamos al instituto, su hermana nos trajo. Era linda aunque me hubiera gustado conocerla con un estado de ánimo menos destruido como lo tenía ahora. Ésta vez Candelaria no le saludó, Meredith y Samuel tampoco, el único que aún me regaló una sonrisa, fue Aarón. Entre clases y durante el recreo Jacobo y yo repasamos todos los temas, cada vez que respondía bien una pregunta me sentía contenta, tenía menos miedo y se me iba olvidando el asunto de Oliver. La hora del examen llegó y puse toda mi concentración en esas dos hojas de doble carilla que tenía en mi pupitre, tenía que aprobar éste y todos los exámenes, no me permitiría a mí misma reprobar ni uno solo. 

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Y como lo prometí ayer, éste es el capítulo de hoy ♥ 

Espero que les haya gustado, no olviden comentar, votar y agregar a sus bibliotecas. 

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