Capítulo 18
—Flore, no quiero que hagas nada de lo que tienes prohibido ¿de acuerdo? Yo llevaré tu justificativo a la academia cuando salga de la universidad.
La niña puso un intento de mala cara, eso nos causó gracia, pero nadie se atrevió a reír. Florencia asintió con la cabeza tumbándose en el asiento trasero con los brazos cruzados. No puede asistir a la academia, algo que aparentemente es el peor castigo que le pueden dar.
—¿Vamos a lo alto luego? —preguntó con un tono más bajo.
—Ayer cuando fui a la casa de Tony, Becky me invitó a un club el miércoles y como no tengo traje de baño se ofreció a acompañarme para buscarlo hoy, iremos a almorzar juntas y luego recorreremos un poco —esperaba que eso le sirviera como respuesta—. Pero aún no se lo he dicho a tus padres.
—Yo me encargo, mamá tiene mucho trabajo esta semana, ésta organizando un cumpleaños infantil así que no volverá a casa hasta la noche, no te preocupes, yo se lo diré más tarde —hizo una pausa para continuar casi enseguida—. Me alegra que salgas con otras personas.
Acompañamos a Florencia a su salón y allí nos despedimos. Richard fue a su clase y yo fui al gimnasio, la mayoría de mis compañeros ya estaban estirando o apoyados por la pared deseando estar dormidos. Como yo.
—Hola Anahí —una muchacha de cabello negó y flequillo de costado estaba justo detrás de mí—. ¿Cómo estás?
—Hola... —alargué esperando a que me dijera su nombre, es la misma muchacha que dijo que yo estaba por besar a Oliver.
—Candelaria —sonrió—. Cande, mejor o como quieras.
—Oh, hola, perdona es que los nombres se me dan falta —intenté justificarme, no era del todo mentira—. Estoy bien ¿y tú? ¿algún consejo para gimnasia?
—Intenta que no note que no puedes respirar, si lo nota se emociona y te hará trabajar hasta verte morada.
—Vaya... que divertido.
De por sí no soy buena haciendo ejercicio y hablo de flexiones de brazos, trotes y abdominales. Lo llevo como puedo. Por ser mi primera clase el profesor se empeñó en ponerme a prueba. Trotamos diez vueltas alrededor de la cancha sin parar, lo conseguí a penas, tenía la lengua casi por el piso, pero intenté seguir el consejo de Candelaria. El salto largo y salto alto fueron problemas, no mido más de un metro cincuenta y cinco, tengo las piernas cortas, no podía saltar el doble de mi estatura, tal vez alguna campeona olímpica pueda, pero yo no, como no lo conseguí las primeras dos veces, me hizo repetirlo cinco veces más. ¡Debe ser un chiste, carajo!
—Profesor ¿no cree que ya fue mucho? Es su primera clase —agradecí en mis adentros que Candelaria quisiera defenderme.
—Sí, de cuerdo —le debo la vida a esta chica, casi literalmente, ya me estaba costando respirar—. El resto a sus posiciones de futbol y balón mano.
Me senté a un costado recargando mi espalda por una pared y extendiendo mis piernas, sentía los pies calientes, jamás había hecho tanto ejercicio, en mi otro colegio si no quería tener gimnasia simplemente no iba ¿pero aquí? Ni siquiera creo que eso pueda ser posible.
—¿Haces algún deporte? —me preguntó el profesor pasándome un vaso con agua.
—No —respondí aceptando el agua con gusto—. Bueno... andaba en skate pero dudo mucho que cuente.
—Tienes razón, no cuenta.
Él soltó una media sonrisa y yo me encogí de hombros. No esperaba que me diera puntos por andar en skate. Pensar en eso, me recordó que Oliver no me había mostrado aún el suyo, tenía que recordárselo ésta tarde al llegar a la casa.
—¿Te animas a fútbol o a balón mano? Aquí los equipos son mixtos, los deportes no tienen género.
—En fútbol, supongo.
—¿En qué posición?
—Portería.
—Bien, acompáñame.
Hizo sonar su silbato y todos se dieron la vuelta para mirar. Enseguida me arrepentí.
—Anahí irá a la portería ¿quién la quiere en su equipo?
No esperaba que se pelearan por mí, ni siquiera esperaba que me elijan, pero para mala suerte de todos y peor suerte la mía, tenían que hacerlo. Un muchacho rubio con la remera remangada, supongo que para mostrar los músculos rodó sus ojos azules, dando a entender que no le quedaba opción. Créeme que yo tampoco quiero amigo.
—Con nosotros —dijo sin muchas ganas, yo hubiera reaccionado igual, me pasó unos guantes y yo me los puse—. Intentaré que no te golpeen —murmuró alejándose de mí.
—Idiota —murmuré yo, yendo hasta la portería.
No estuvo mal. Pero tampoco estuvo espectacular. Durante los quince minutos que duró el partido, sólo me entró un gol, intenté consolarme a mí misma pensando que atajé por lo menos cinco. Por supuesto que me lancé al suelo varias veces y mis codos y rodillas empezaban a sentirse. El muchacho rubio era muy bueno y me parece que el único lugar donde lo vería sonreír es en la cancha, porque cuando el profesor sopló su silbato para marcar el final del juego y afortunadamente el final de la clase, él volvió a poner la cara de haber lamido un limón.
—Yo creo que te convocarán para las olimpiadas —comentó Candelaria corriendo hasta mí—. A mí me va mejor en balón mano.
—Pues a mí no se me da nada, no quiero participar de ninguna olimpiada.
Cuando volvimos al salón la directora esperaba pacientemente a que nos acomodáramos. Dio unos anuncios como que el viernes hay reunión de padres, los exámenes están por comenzar, que las inscripciones para las olimpiadas ya estaban abiertas y que los que no iban a participar ya estaban advertidos de que perderían cierto porcentaje de proceso en cada materia, proceso que por ejemplo, a mí me falta. Cuando la directora se marchó, alguien se sentó a mi lado, eso me sorprendió, ya que desde que llegué, las sillas de mi derecha e izquierda siempre estaban vacías. Candelaria sacó su cuaderno y anotó la fecha en la esquina superior derecha mientras yo la miraba confundida, pero no le dije nada.
Sonó la campana de recreo, guardé mis cosas y salí del salón, no sabía si buscar a Richard, porque seguramente estaría con Adriana, les vi caminar juntos en dirección al comedor, se estaban riendo de algo y yo me sentí completamente incapaz de acercarme a ellos y arruinarles su bello momento.
—Hola —la voz de un muchacho sonó a mis espaldas y yo volteé, sólo deseaba que no fuera Rubén—. ¿Estás sola?
El chico rubio que al principio no quiso tenerme en su equipo estaba parado frente a mí, aún con las mangas de su remera remangadas esperando a que alguien le suelte halagos y más hágalos por su increíble trabajo de gimnasio... o esteroides, quien sabe.
—Pues si...
—Pensé que saldrías con Candelaria.
—¿Por qué en éste colegio alguien no puede salir al recreo sola sin que sea algo de qué preocuparse?
—¡Vaya ánimo! Sólo preguntaba, pero quédate sola.
Me dio la espalda y empezó a caminar, a correr casi. Iba a detenerlo, pero no lo hice, dejé que se mezclara con la gente que venía en dirección contraria hacia el comedor, me uní a esa manada y fui a comparar algo para comer. Ésta vez no traje nada de la casa y tenía hambre. Cuando estaba por ser mi turno en la fila, alguien me tocó el hombro.
—Te vi hablando con Jacobo —era Candelaria—. Pero cuando volteé ya no estaba contigo.
—Sí bueno... un sándwich y un jugo —pedí a la señora del comedor, ella me los pasó y yo le di el dinero—. Creo que lo espanté.
—A Jacobo nadie lo espanta, Jacobo espanta —soltó rodando los ojos—. Ven.
La seguí hasta salir del comedor, el patio estaba repleto, algunos leían mientras caminaban, otros mandaban mensajes de texto, unos cuantos comían y vi a algunos que caminaban con la cabeza tan agachada que daban a entender que querían ser invisibles. Seguía a Candelaria con mi comida en las manos, ella no hablaba, sólo bebía su jugo. Me pareció que nos estábamos acercando a un grupo de chicos, sé que son de mi salón porque ya los he visto durante las clases. Desee que pasáramos de largo, pero no fue así, ella se sentó con las piernas cruzadas en el piso, en medio de una muchacha y un chico. Permanecí allí inmóvil, no me estaba pidiendo que pasara el recreo con gente que no conozco ¿o sí?
—Siéntate —sonrió—. Vamos, no somos malos.
—No, pero se supone que yo sí.
Nadie respondió a mi comentario, una chica de cabello afro se hizo a un lado, me senté junto a ella y me sonrió, sus dientes eran tan blancos que creo que sentí envidia. Miré alrededor discretamente mientras desenvolvía mi sándwich. No me gusta que me hagan sentar con gente que no conozco y encima no nos presenten. Miré a Candelaria que estaba frente a mí, levanté las cejas, ella también me estaba mirando, mordía su sándwich como si en realidad no estuviera pasando nada.
—De acuerdo —dije poniéndome de pie—. Agradezco la obra de caridad pero no me molesta estar sola, aunque aparentemente en éste colegio se preocupan mucho por la vida social de las personas, no es necesario que hagan esto.
—¿Hacer qué? —el muchacho que estaba sentado al lado de Candelaria me miró, tenía los ojos castaños, pero castaños bonitos, no simples, como la mayoría—. Si tienes un lugar mejor donde estar o mejor compañía, puedes irte.
—¡Aarón! —la muchacha de pelo afro lo hizo callar, porque aparentemente pensaba decir algo más—. Soy Meredith, sé lo molesto que es que te hagan sentar con gente que no conoces, Candelaria lo hico conmigo, bueno... con todos prácticamente.
—Bueno, pues yo no quiero ser parte de su squad —dije envolviendo mi sándwich de nuevo, caminé en dirección opuesta apretando mi comida, creo que algo de mayonesa se escurrió a través de la servilleta, entonces me detuve y volteé para mirarlos—. ¿Por qué yo?
Mi tono de voz era ligeramente alto, ya que no estaba tan cerca.
—Pues quédate a averiguar.
Otro muchacho habló ésta vez. Rodé los ojos y volví a sentarme con ellos, en otro momento no lo hubiera hecho, pero no tengo amigos y eso es triste de muchas maneras, no me molesta, me refiero a que no me molesta la soledad, es solo que la soledad es lo único que he conocido en toda mi vida, nunca he disfrutado de buena compañía hasta que llegué aquí. Además sé que relacionarme con mis compañeros me hará quedar bien con la directora ya que mi serio problema de trato con la gente era algo que tenía preocupados a todos. Básicamente los escuché hablar, pero no los escuché del todo. En mi antigua escuela yo era la niñita huérfana, la que siempre estaba sola o la que se escondía en el baño a fumar y beber, era la que nunca hacía las tareas y se negaba a pasar a exponer, mis compañeros me tenían miedo, así que nunca nadie se acercó a mí y yo nunca me acerqué a nadie. Ahora estoy aquí, sentada en medio de un grupo de cuatro chicos de mi edad, ninguno está ebrio, ni huele a humo y tengo la leve sensación de que todos tienen la tarea de física hecha, tarea que yo no he empezado. El estómago se me revolvió y bebí del jugo para hacer pasar esa mala sensación, no fue de gran ayuda. Aquí, aunque era la chica del programa de corrección de adolescentes, la gente se acercaba a preguntarme si estaba sola, iban a buscarme al comedor, me incluían en su grupo de amigos y eso era definitivamente más de lo que había recibido en toda mi vida.
—Oye Ana —Meredith me tocó el hombro y yo volteé para verla, estaba guardando mis cosas, la campana de salida tocó hace unos minutos y supuse que Becky me estaría esperando—. Dile a Aarón tu número de teléfono, te incluirá en un grupo.
—Oh, bueno es que... yo no tengo celular ahora.
—¿Es por el programa? —Samuel, el otro chico se colocó a mi lado, creo que es el que menos me ha hablado.
—No... los Carreira me dejan tener celular, es sólo que aún no he tenido tiempo de ir a sacar un número, pero lo tendré ésta semana.
—Perfecto, luego me lo pasas —sonrió Aarón—. Nos vemos chicos.
Fue el primero en salir. Me acerqué a Candelaria, estaba terminando de guardar sus lápices y yo estoy apurada, pero sentí que debía despedirme. Cruzamos un par de palabras más, no quería que Becky esperara mucho, al final Meredith y Candelaria se quedaron más tiempo en el salón porque querían terminar una tarea que les faltaba. Caminé por los pasillos repletos de adolescentes eufóricos por salir, cuando estaba por atravesar el portón, alguien tocó mi hombro. ¿La gente no conoce el espacio personal en éste colegio?
—Hola —Samuel estaba detrás de mí, mirándome como me miró durante el recreo, con curiosidad—. ¿Te vas sola?
—De hecho no, saldré con una amiga, creo que me está esperando —estiré mi cuello para mirar y efectivamente vi a Becky con el celular en la mando, supongo que mandando mensajes—. Sí, allí está.
—¿Becky Souto? —preguntó casi incrédulo—. ¿Eres amiga de los Souto?
—Bueno, me quedo en casa de los Carreira ¿qué esperabas?
—Oliver y Tony, claro —murmuró—. Bueno... nos vemos mañana entonces.
Me despedí con una sonrisa y corrí hasta Becky, ella sonrió cuando me vio, nos saludamos con dos besos y subimos al auto. Empezamos a platicar de lo que haríamos y cómo lo haríamos. Decidimos ir por comida rápida, a ella no le importaba que comiéramos en el auto camino a las tiendas, mencionó algo de las listas de tareas, agradezco que lo sepa y que entienda, porque si no me equivoco ésta mañana las listas ya estaban pegadas por el refrigerador. Ella pidió una hamburguesa doble con papas y queso extra y un zumo de limón, yo pedí una hamburguesa simple, papas con queso extra y un agua con gas, necesitaba una cerveza, quería una cerveza, pero no podía y generalmente no consumo refrescos, así que sólo quedaba el agua con gas. El tráfico estaba cargado, eso le daba tiempo de morder su hamburguesa y untar sus papas en queso derretido, yo le ayudaba con el popote y el jugo, así que el almuerzo fue casi un éxito, sin contar la gran mancha de queso que Becky se ganó en la blusa. Pusimos todos los restos en una bolsa de papel y lo coloqué detrás del asiento del acompañante.
—Justo a tiempo —sonrió estacionando el auto—. ¿Tengo algo en los dientes? —me sonrió de forma exagerada y pude ver un pequeño punto negro en medio de su encía y un incisivo, con el dedo meñique lo saqué y lo limpié por una servilleta que tenía a mano—. Genial, gracias.
Becky me hizo probar al menos veintidós trajes de baño, bikinis, trikinis maldita sea, odio los trikinis y lo acabo de descubrir. Por mayoría de votos, me llevé un traje de baño de dos piezas, color amarillo, en realidad era precioso y me quedaba bien en el busto, no tengo grandes pechos, es verdad, pero lo poco que tengo quiero tenerlo cómodo. Ella por capricho se llevó un traje de baño color verde limón, le quedaba precios. Mientras ella se cambiaba yo esperaba afuera, mirando a mi alrededor. Estoy de compras con una chica... las únicas compras que hacía con una chica eran a mitad de la noche en un callejón oscuro y eran drogas, no microscópicos pedazos de tela, si alguno de mis amigos me viera haciendo esto, se burlarían, se tirarían al piso y se partirían de la risa. ¿Por qué me sigo refiriendo a ellos como mis amigos? Lo sean o no, de vez en cuando los extraño o tal vez extraño lo que me daban, alcohol y cigarrillos, en verdad quería algo de eso ahora, no me vendría nada mal, me quitarían las ganas de reírme de mí mismas, porque sí, quiero reírme de mí misma. Recorrimos un poco más el centro comercial, entramos a mirar más ropa pero ya no compramos nada. A las cuatro de la tarde decidimos que había sido suficiente, yo tenía tarea y una lista de cosas por hacer antes de que los padres de Oliver lleguen a la casa y ella tenía que seguir estudiando, aparentemente nunca termina de estudiar.
—¿Y cómo está Tony? —pregunté abrochándome el cinturón.
—Acelerado —respondió mirando por el espejo retrovisor—. Está de guardia, treinta y seis horas, tiene que cumplir con su turno y cubrir a un compañero así que si no te busca, compréndelo.
Ese comentario me sorprendió tanto que no pude decir nada, me removí en mi asiento y esperé a que el tema desapareciera, porque así debería ser, si alguien no responde a algo que dijiste, cambias de tema, lo eliminas, abortas misión, pero creo que Becky no se sabía el reglamento.
—Sé que hay algo entre ustedes —dijo al final y yo quise morirme—. Y ésta bien, no los juzgo, el problema es que él es tan obsesivo, una vez se quedó en el hospital por doce días ¡doce días! —exclamó como si fuera una locura y estoy de acuerdo—. Cuando su jefe lo mandaba a casa él no se iba, se quedaba a dormir escondido en la sala de descanso, él quería quedarse para estar presente durante los catástrofes en urgencias, su trabajo lo vuelve loco, casi literalmente y eso suele espantar a las chicas.
—Tony no va a espantarme —murmuré quitándome el pelo de la cara—. Entiendo lo que hace y...
—No Ana, aún no lo entiendes —paramos en una luz roja y ella volteó a verme—. No me malinterpretes, mi hermano es un hombre asombroso, maduro de todas las formas que puedas imaginarte, listo, guapo, responsable y divertido, tiene todo lo que podría volver loca a cualquier chica, pero lo he visto perder tantas relaciones a causa de su trabajo que... no estoy segura si deberías entrar a esa rueda.
—¿De qué rueda hablas?
—La rueda de Tony Souto —soltó—. El círculo de Tony Souto.
¿Y qué demonios significaba eso? Yo cambié de tema después de recuperarme del ataque de Becky, pero lo sentí como un ataque, no con malas intenciones, más bien como un choque accidental, como cuando vas caminando de espaldas y empujas a alguien sin querer y ese alguien cae y su rostro impacta con el pavimento, bueno, sentí algo similar. Llegamos a la casa de Oliver después de diez minutos, afortunadamente no había tráfico, tomé mi bolsa con mi traje de baño y me despedí de Becky, cuando bajé del auto ella volvió a llamarme:
—No creas que mi hermano es mala personas —pidió agachando su cabeza para mirarme por la ventanilla—. Es que, creo que se siente médico antes que persona, no será así siempre, solo no dejes que te espante con su obsesión.
—No lo hará —sonreí, pero en serio creía que no lograría hacerlo—. Lo sé.
Entré a la casa caminando rápido, para mi gran suerte no había nadie en la sala, subí para darme una ducha, necesitaba refrescarme y no precisamente porque hacía treinta y pico grados de calor, sino por todo lo que Becky dijo. ¿La rueda de Tony? ¿Cómo debía sentirme después de escuchar algo como eso? Bajé para hacer las tareas que me correspondían, lavar los cubiertos, regar las plantas, limpiar las ventanas y lavar los platos de las mascotas, no era una gran lista y terminé todo muy rápido, la lista de Miranda seguía pegada en el refrigerador sin ninguna tarea punteada, las listas de Oliver y Richard en cambio estaban tildadas de principio a fin. Subí a mi habitación de nuevo, tengo tarea que hacer.
Escuché voces en el pasillo. ¡Miranda! Lo había olvidado, dejé mi cuaderno y miré la hora, 20:30, pude hacer algo de tarea, no las terminé pero aún tengo tiempo, Oliver me avisó que la cena estaba lista, también me preguntó cómo me fue con Becky, le conté todo, omitiendo la parte del circulo de Tony Souto, me pidió que le muestre mi traje de baño y me negué rotundamente, siguió pidiendo hasta que fui salvada por su mamá, que vino a buscarnos porque no bajábamos.
Estábamos sentados alrededor de la mesa comiendo una deliciosa pizza casera hecha por la mamá, ella preparó incluso la masa, realmente era deliciosa, esponjosa y con borde relleno, le pedí que me enseñara a hacerla, nunca he preparado panificados, la mamá encantada se ofreció a enseñarme ésta semana, no sabe cuándo exactamente ya que tiene una fiesta importante el fin de semana, la hija de un periodista muy popular cumple siete años y está metida de lleno en los preparativos.
—¿Saben que Marcelo no fue a clases hoy? Una profesora dijo que él y su familia se acaban de mudar, salieron del pueblo ayer en la noche —dijo Oliver, inmediatamente miré a Miranda y ella me miró a mí—. Llevo soñando con éste momento desde hace años.
—Rubén tampoco fue a clases hoy y la directora dijo exactamente lo mismo, que se mudó con toda su familia, creo que ganamos —soltó queriendo sonar soberbio, pero es Richard, no podría sonar así ni aunque se esforzara hasta morir—. Era hora.
El imbécil de Marcelo prefirió irse antes que dar la cara y por lo visto ni siquiera se lo había dicho a Miranda, a juzgar por su reacción esto era lo último que ella esperaba oír. Temblaba como si estuviera desnuda en plena nevada, nadie lo notaba porque nadie la estaba mirando, excepto yo, de pronto comenzó a llorar, Oliver fue el primero en ponerse de pie y estoy segura que deseó no haberlo hecho, Miranda vomitó sobre sus zapatos mientras su cuerpo seguía temblando, Richard le sujetó el cabello mientras ella vomitaba, su padre corrió para buscar un balde, Florencia no tardó en vomitar también, creo que es de las personas que no pueden ver ni oler vómitos, la mamá le ordenó a Richard que se la llevara, él lo hizo mientras que Oliver ocupó su lugar sujetando el cabello de su hermana. Lloraba sin parar y no podía responder a nada de lo que se le estaba preguntando.
—¡Diles! —me gritó de pronto—. ¡Diles Anahí, por favor! —volvió a vomitar—. Yo no puedo —susurró limpiándose los labios.
Todas las miradas estaban sobre mí pero la de Oliver era la que más me asustaba. ¿Y ahora qué se supone que debo decir? Richard volvió con otros zapatos limpios para Oliver, pero él no las aceptó, su mirada me estaba por cocinar viva.
—Decir qué, Anahí —no era una pregunta—. Dime.
—Yo... —miré a Miranda, que seguía arrodillada en el piso abrazando su balde de vómito—. Yo...
—¡Diles! —volvió a gritar Miranda histérica.
—¡Miranda estaba saliendo con Marcelo! —grité sin pensarlo, porque si lo hacía, no sería capaz, pasaron unos pocos segundos y Oliver se apartó de su hermana, negó con la cabeza deseando que fuera una mentira—. Yo... yo no sé nada más.
Me encogí de hombros y para cuando terminé no podía escoger qué cara era la más sorprendida, todos estaban blancos, realmente pálidos, como si yo les acabara de dar la peor noticia del planeta, miré a Oliver y él no paraba de mirarme a mí. ¿Por qué a mí? Es su hermana la que salía con su peor enemigo, debería estar matándola con la mirada a ella. Todos guardaron silencio, el único que se movió fue Richard, salió del comedor, no sé para qué, posiblemente no quería estar allí, no le culpo, respirar en éste ambiente resultaba difícil.
Miranda empezó a temblar de nuevo, se abrazaba a ella misma como si no tuviera a nadie en el mundo, su papá se colocó en cuclillas frente a ella, le apartó el cabello del rostro y ella se hizo pedazos, se fundió en brazos de su papá, que le acariciaba la cabeza, permanecí en el mismo lugar, como todos. Richard volvió con una pala cargada con arena, cubrió lo que había de vómito en el piso y cuando iba a marcharse, volteó a ver a su hermana:
—¿Cómo pudiste? —escuché lo que pensé que nunca escucharía, a Richard enfadado—. ¿Cómo mierda fuiste capaz?
—Richard...
—¡No mamá! Se trata de Marcelo ¡Marcelo Gutiérrez maldita sea! ¿soy el único que se da cuenta de eso?
—No, Richard, no eres el único —siseó Oliver, quitándose los zapatos con vómito y poniéndose los limpios.
—Lo siento —susurró Miranda separándose de su padre—. Lo siento, lo siento, lo siento.
De nuevo volvió a romper en llanto. Se puso de pie, abrazándose el vientre y dándonos la espalda a todos, los hombros le bailaban y podía jurar que si seguía llorando así se deshidrataría o algo parecido, luego de al menos dos minutos de silencio, ella volteó para vernos, sus ojos estaban rojos, hinchados, sus ojeras estaban más marcadas, apretó su propia blusa, justo sobre su vientre.
—No... —murmuró Oliver dando un paso hacia adelante—. ¡No Miranda, maldita sea, no!
—Lo siento —apretó su ropa aún más—. Mamá, papá, lo siento tanto, lo siento...
—¡No! —Oliver se cubrió el rostro con las manos, sentí que estaba llorando, pero no emitía ningún sonido, cuando apartó sus manos dejó ver sus ojos que brillaban, sí, eran lágrimas—. Miranda...
—Estoy embarazada —dijo eso con un hilo de voz.
Me cubrí la boca con las manos y la mamá se apoyó sobre la mesa, creo que para no caerse, Richard la sujetó del brazo, Oliver tenía las manos apoyadas sobre el respaldo de una silla, su rostro no reflejaba nada, ni rabia, ni decepción, si sufrimiento, nada en absoluto.
—Embarazada —repitió la mamá, parecía aturdida—. Mi hija de diecisiete años está embarazada de un imbécil —respiraba con dificultad, su marido le pasó un vaso con agua y Oliver le ayudó a sentarse en la silla—. Embarazada.
—¿Quieres que llame a Tony mamá? —Oliver pareció olvidar que su hermana estaba allí o por lo menos quería olvidarlo.
—Tony está en una guardia de treinta y seis horas —dije.
—Mami... —Miranda se acercó a su mamá casi con miedo—. Mami lo siento...
—¿Desde cuándo sales con ese muchacho? —preguntó soplándose con sus propias manos—. ¿Semanas? ¿Meses?
—Desde hace seis meses.
—¡Oh, seis meses! —se sopló con más velocidad—. Medio año, seis meses significa medio año ¿Quién más sabía de ésta relación de seis meses, medio año?
—Nadie...
—¡No mientas! —le gritó Oliver y ésta pareció encogerse—. Alguien debía saberlo, no pudiste ocultar esto tú sola.
—Se los juro, nadie más lo sabía.
—¿En qué momento salías con él? Las pocas veces que salías ibas con tus amigas y dudo mucho que ellas te cubrieran con algo así, no soportan a Marcelo, nadie soporta a Marcelo y Dulce siempre me decía que estabas con ella y que... —guardó silencio y con una lentitud aterrorizante volteó a ver a su hermana de frente—. Dulce lo sabía ¿verdad? Ella lo supo desde un principio.
—Oliver...
—¡Contéstame!
—Si, pero Oliver...
—¿Y sabía del embarazo?
—También, fue la primera en enterarse y me sugirió que abortara, me reservó una cita pero no fui, me dio mucho miedo.
—¿Qué ella, qué?
Oliver tomó las llaves de su auto y salió corriendo, Richard y yo salimos detrás de él y apenas alcanzamos a subir cuando el auto ya estaba en marcha. No nos dijo una palabra y estaba manejando como loco, en varias oportunidades Richard intentó que bajara la velocidad y lo único que consiguió es que acelerara más. Recordaba vagamente el camino, ya que solo vine una vez para quitarme el tinte. Intenté hablar con Oliver, pero no me escuchaba, apretaba el volante como si quisiera hacerlo añicos. Cuando llegamos Oliver bajó del auto y cerró la puerta dando un portazo que lo más probable es que haya aflojado más de una pieza. ¿Y qué reacción se suponía que debía tener?
Tocó el timbre varias veces, pensé que terminaría por hundir el botón. Cuando la mamá de Dulce abrió la puerta entró sin permiso, Richard y yo solo lo seguimos, la señora no paraba de decir que no teníamos derecho de entrar a su casa y menos con esa actitud, Oliver gritó varias veces el nombre de Dulce, hasta que se dirigió a la madre de su ex:
—¿Dónde está su hija?
—Aquí estoy —respondió bajando las escaleras—. Pero si vienes a rogarme que vuelva contigo lamento decirte que yo no quie...
—¡Cállate! —le interrumpió con un grito—. Tú sabías que mi hermana estaba saliendo con Marcelo, sabías la clase de relación que yo tenía con él, sabías que clase de relación tenía mi familia con los Gutiérrez, sabías que clase de persona es y aún sabiendo lo perjudicial que era para Miranda me lo ocultaste, me ocultaste que ella estaba embarazada, no me dijiste nada de esto aún cuando nosotros seguíamos siendo novios ¿dónde está la supuesta maldita confianza que tú me exigías a mí?
—Oliver, yo solo quería ayudar a tu hermana, ella estaba enamorada de él y...
—¡Y nada! A ti no te importa nadie más que tú, no te importan mis hermanos, no te importan mis padres, no te importo yo, nunca te importé yo, si tan solo hubieras tenido un poco de respeto por nuestra relación me lo hubieras dicho, sabes que mis hermanos son lo más importante que tengo en la vida y eso no te importó, la cubriste en sus salidas, me mentías en la cara.
—Oliver, creo que es mejor que te vayas —le dijo la mamá de Dulce, pero él se negó.
—De ninguna manera, aún no he acabado —volvió a mirar a su ex novia y con cierto asco en su tono de voz continuó—. Mi hermana no tiene porque escuchar consejos de una persona como tú, jamás voy a perdonarte que siendo mi novia me hayas mentido por seis meses, no voy a perdonarte el descaro con el que me gritaste que era un desconsiderado, un traidor y un imbécil, cuando te dije que no podíamos seguir juntos, me hiciste sentir realmente mal, me hiciste sentir que en verdad te había fallado, sentí que de verdad te había hecho daño, que me había comportado como un hijo de puta contigo, pero que imbécil soy, yo fui honesto y te dije que ya no te quería, lo hice porque te respetaba y no merecías perder más tiempo con alguien que no te quería, yo tampoco merecía eso, pero ni aún teniendo en cuenta casi cinco años de supuesto amor y compromiso fuiste capaz de decírmelo, te defendí cada día, nunca creí en las cosas que me decían de ti, porque siempre confié en ti, siempre eras tú antes que cualquiera y te lo digo únicamente por ésta vez, te quiero lejos de ella, lejos de Richard, lejos de Florencia, lejos de mis padres, lejos de Anahí y aún más lejos de mí, jamás nadie me habían traicionado de ésta manera, eres... eres... no eres nada.
Salió de la casa de Dulce como entró, rápido y con furia, Richard y yo apenas nos movimos para seguirlo, todo lo que dijo fue... miré a Dulce una última vez antes de salir de la casa, tenía la mano sobre el estómago y me pareció que estaba por llorar, no tuve tiempo de quedarme para averiguarlo.
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12. ene, 18
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