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Capítulo 14

Corrí escaleras arriba sin siquiera decírselo a Oliver. Me di una ducha rápida, solo espero haberme quitado todo el jabón del cuerpo. Estoy segura que Tony creerá que olvidé nuestra salida y no se equivocaría, estaba tan concentrada hablando con Oliver que ni siquiera lo recordaba. Me prendía los botones del jean mientras me ponía las bailarinas, me hice un moño en el cabello para no perder tanto tiempo, la blusa que escogí es una color menta que la familia de Oliver me regaló el día que llegué, aún extraño mi antigua ropa, pero ésta no se ve mal, aún así creo que necesito ir a compararme algo de ropa... ropa que ellos consideren adecuada, solo para seguir con la paz que aparentemente estábamos teniendo. Me estaba poniendo base en la cara para cubrir el golpe que Rubén me dio, cuando alguien golpeó mi puerta:

—Ana... —Oliver, no podía ser otro—. Oye...

—¡Ya voy, ya voy! —grité poniéndome una cadena que tenía de dije una pequeña estrella—. Salgo en un minuto.

No tuve respuesta de parte de Oliver, me miré una última vez al espejo retocando la zona de la mejilla tratando de que se viera lo más natural posible, me puse un labial rosa pálido y abrí la puerta acomodándome los mechones del cabello, estaba dispuesta a saltarme los escalones de dos en dos, cuando choqué con el cuerpo de alguien, Oliver retrocedió unos pasos por el empujón que le di, pensé que había bajado de nuevo, pero al parecer decidió quedarse frente a mi habitación.

—¿Se fue? —pregunté llevándome las manos a la cabeza.

—No, está abajo esperándote —respondió—. ¿Estás segura que quieres ir? Él entenderá si no quieres.

—¡Es que si quiero!

Bajé las escaleras corriendo y Oliver bajó detrás de mí. Tony estaba parado en la sala con una mano dentro del bolsillo, con la otra sujetaba el celular mientras daba unas indicaciones, creo que algún paciente le llamó, se veía relajado, como él siempre se ve. Tenía puesto uno jeans y una camisa de sport color celeste, no pude evitar sonreír, ¿cómo puede verse tan bien? Se había recortado la barba, pero no demasiado.

—Si la temperatura no baja llámame de nuevo, no importa que no tenga sed que beba mucha agua, estaré pendiente, nos vemos —colgó, volteó a verme y su sonrisa estaba allí, tan preciosa y perfecta como todos los días—. Pensé que me habías plantado.

—¿Cómo crees? —me acerqué para darle un beso en la mejilla y él se agachó unos centímetros para recibirlo—. ¿A dónde vamos?

—Ya verás.

Nos despedimos de Oliver, que nos miraba con una media sonrisa. Subí al auto con Tony y me sentí bien, como si el viaje de diez años cargando una piedra de mil toneladas se había acabado por fin. Hablar con Oliver fue lo más catártico que había hecho en toda mi vida, expresé sentimientos que nunca antes había expresado con alguien, di detalles que pensé que irían solo conmigo a la tumba, pero no. Había alguien más que lo sabía y era Oliver. De lo feliz que estaba, no paraba de parlotear, comentaba todo lo que veía y a Tony pareció no molestarle ya que respondía a todos mis planteamientos y preguntas como: «¿Ese puesto de salchichas siempre ha estado ahí? ¿La señora que atiende en esa tienda está casada? ¿Cuántos árboles crees que hay en éste sendero?» Me sorprende que no me haya echado de su auto.

—¿No piensas contarme que te pasó en el ojo? —preguntó mirándome por medio segundo, para luego volver a poner la vista en el camino—. Solo pregunto.

Me toqué la cara recordando la pelea con Rubén. ¿En serio pensé que no lo notaría? Puse las manos juntas sobre mis piernas y miré el camino, ya no tenía mucho que parlotear como al principio. No estaba segura si él ya lo sabía o en realidad Oliver no se lo había contado.

—¿No lo sabes? —murmuré—. Tuve una pelea con Rubén.

—Rubén —bufó pasándose la mano por el cabello—. No puedo creer que Jeff haya permitido que Rubén te golpeara.

—Nunca mencioné a Jeff —solté mirándolo—. Ya lo sabías.

Guardó silencio un momento, por supuesto que lo sabía. Miré por la ventanilla mientras él estacionaba el vehículo, ya conocía éste lugar, era la feria a la que había venido con Oliver y sus amigos. El valle, el lugar donde Oliver aceptó que su novia era una plástica superficial. Bajamos del vehículo, él aún no me había dicho quién se lo contó. Pudo haber sido cualquiera, Oliver, Richard, Jeff, estoy segura que fue Jeff.

—Jeff me lo dijo —por supuesto—. ¿No pudiste haber esperado?

—Me ganó la rabia, perdón —dije caminando a su lado—. La idea de salir contigo no era que me regañaras.

—¿Tenemos sexo entonces?

Detuve mis pasos en seco y lo miré con los ojos tan abiertos que él no pudo evitar partirse de la risa. Mis mejillas estaban rojas y no por el golpe de Rubén, el corazón se me aceleró y lo único que pude hacer fue darle la espalda y cruzarme de brazos. Él aún se estaba riendo cuando me puso la mano sobre el hombro, no podía verlo.

—Que es broma guapa —dijo entre risas—. Ya, olvídalo, lo siento.

—Eres un tonto.

—Lo sé —volví a mirarlo pero no por mucho, entré casi corriendo al valle y él me siguió de cerca—. ¿Quieres subirte a los juegos?

—¿Tú puedes con esa estatura?

—La pregunta es si tú puedes con esa estatura —hizo un gesto de con el índice y el pulgar dando a entender que era pequeña.

—¿Por qué eres tan malo? —pregunté cruzándome de brazos, aunque una sonrisa traidora apareció de mi parte—. ¿Qué te he hecho?

Tony pasó un brazo sobre mis hombros y me obligó a caminar con él. Me fascina como huele y no hablo de su perfume, es que todo él pareciera tener un olor característico, tal vez una mezcla entre su esencia personal y medicamentos.

—¿Y si subimos a la noria?

—¿Perdona? —miré lo que estaba señalando—. Oh, claro, hablas de la rueda de la fortuna.

Formamos la fila correspondiente, no era larga tal vez por no ser fin de semana. Hablamos de temas sueltos mientras esperábamos nuestro turno, me contaba de otros juegos o de sitios para comer o beber algo. Me contó de los autos chocones y automáticamente quise ir, me encantan esos juegos.

—¿Le tienes miedo a las alturas? —preguntó al ver que apretaba y aflojaba los puños—. Si tienes miedo no subimos.

—No, no es eso, estoy bien —aseguré dejando mis puños en paz, lo cierto es que no le temo a las alturas, lo que me está poniendo nerviosa es la cercanía de Tony todo el tiempo—. Es nuestro turno.

Siempre he sido una persona fanática de su espacio personal. No es que odie los abrazos o las muestras de cariño, es solo que no estoy acostumbrada a ellas en cantidades tan grandes y continuas. Él siempre estaba cerca de mí, me refiero a que si me movía unos centímetros ya chocaría contra su cuerpo, pero tampoco estaba tan cerca como para gritar por ayuda. Subimos a uno de los asientos y nos pusieron el seguro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó de pronto—. Me refiero a estar aquí, en la casa de Oliver... como Oliver.

—Oliver es un gran chico —sonreí—. Y su familia es estupenda.

—Lo son —sonrió—. Aunque me muero de ganas por preguntarte qué haces aquí...

—Lo sé, lo sé, soy completamente diferente a los chicos que suelen recibir —recité, me lo sabía de memoria—. Ya me lo han dicho.

—Eres fantástica —murmuró mirándome—. Es la verdad.

De nuevo me estaba poniendo roja o así lo sentía. No dijimos mucho mientras estuvimos en la rueda de la fortuna, lo cierto es que estaba tan sorprendida por el paisaje que solo quería mirar. Desde donde estábamos, podía ver lo alto, ese sitio que tanto significa para Oliver y yo todavía no sé porqué. Cuando bajamos, no perdimos tiempo y fuimos a otros juegos, Los autos chocones, una montaña rusa, juegos de puntearía y unos cuantos video juegos.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo mientras se reía—. Tu ganas, deja de humillarme.

Solté una carcajada dejando la pistola del último juego, miré la hora en su reloj disimuladamente, tenía tarea que se suponía debía hacer en la tarde, creo que será la primera vez que ocuparé mi noche para terminar deberes. Fuimos a comer unas hamburguesas, en realidad estaban deliciosas, amo el queso en todo y afortunadamente él también, así que el extra queso siempre estaría presente con nosotros.

—¿Mañana no trabajas? —pregunte sacándole una de sus papas.

—Si, trabajo casi todo el tiempo —dijo—. Solo algunos fines de semana tengo libre, no acostumbro a tomar vacaciones.

—¿Por qué? Todos necesitan vacaciones.

—No sabría qué hacer, todos mis amigos estudian, mi hermana también, si me tomo unos días libres que no suele ser seguido, voy al consultorio de mi papá para ayudarle.

—¿Vienes de una familia de médicos?

—Así es, mi papá es médico general, mi mamá es ginecóloga, yo soy pediatra y mi hasta el momento mi hermana asegura que se especializará en oftalmología, ser medico es algo que ha estado en mi familia por años, mis abuelos también lo eran, incluso los padres de mis abuelos.

—¿Y crees que ha sido tu vocación siempre o la elegiste por seguir la tradición?

—Ha sido mi vocación siempre, nunca he sido capaz de imaginarme haciendo otra cosa, no me imagino despertar y hacer otra cosa, mis padres nunca nos han presionado, si Becky o yo queríamos escoger otra carrera, no hubiera importado.

—¿Y cómo fue que para que hayas terminado el colegio tan pronto?

—Yo me aburría en clase —dijo—Me refiero a que nunca prestaba atención, porque lo que me enseñaban me parecía muy simple, me hicieron unas pruebas en la escuela, decían que yo siempre estaba ayudando a los más grandes con sus tareas, cuando pasé las pruebas sin dificultad alguna, la directora le ofreció a mis padres que yo estudiara en casa, que estudiar de forma presencial sería atrasarme, así que me sacaron de la escuela y comencé a estudiar en casa, estudiaba todo el día, tenía tutores extremadamente estrictos, a los catorce años presenté los exámenes de último año y los aprobé, entonces me preparé para la universidad.

—Vaya, todo un sabelotodo —murmuré—. ¿Me ayudas con mis tareas?

Eso lo hizo soltar una carcajada. No importa cuántas veces la escuche, creo que jamás podría cansarme. Nos miramos un momento, en silencio, ambos teníamos una sonrisa, la idea de que él disfruta tanto de mi compañía como yo de la suya me fascina. Terminamos de comer y acordamos de que ya era hora de irnos, no quería llegar tarde, no le había pedido permiso a los padres de Oliver, espero que él me haya cubierto con esa parte. Pasamos frente a una cabina de fotos que no había visto antes y lo sujeté del brazo.

—¡Quiero unas fotos! —pedí estirándolo del brazo—. Anda, es lo último y luego nos vamos.

No se negó ni por un segundo. Entramos la cabina y nos alistamos para las fotos, se supone que toma veinte fotos en secuencia una vez que aprietas el botón. Tony colocó el billete y cuando volvió a acomodarse yo apreté el botón. El flash no tardó en aparecer y entre cada foto había un espacio de cinco segundos. Primero hice caras y le obligué a que las hiciera conmigo, pero eso no duró mucho, no sé en qué número de disparo exactamente fue que ambos nos miramos, lo único que podía pensar era que Tony podía ser sin duda alguna el chico más guapo y divertido que conocí en toda mi vida. En el siguiente flash lo tuve sosteniéndome la mejilla, en el siguiente nos acercamos un poco más, en el siguiente sonreímos en el mismo instante y los tres últimos disparos capturaron el beso que pensé que jamás ocurriría. Oímos el sonido de la máquina escupiendo nuestra tira de fotos, pero no le dimos mucha importancia. Sostuvo mis mejillas con ambas manos y lo único que pude hacer fue corresponderle, lo cierto era que no quería hacer otra cosa. Apoyé mis dedos sobre su cuello y es que ahora la cercanía no me molestaba. Al final nos separamos, no puedo decir cuánto tiempo duró el beso, pero sí puedo decir que el momento en el que sus labios soltaron los míos, desee que hubiera durado para siempre.

Tony detuvo el auto frente a la casa de los Carreira. No estaba segura de cómo despedirme, el viaje de regreso no fue incómodo, hubieron más silencios que de costumbre, pero no sentí ganas de abrir la puerta y arrojarme al pavimento y según yo, esa era buena señal. El silencio más prolongado que tuvimos fue cuando él detuvo el auto. Permanecí callada mirando mis uñas mientras él sujetaba el volante con la mirada en algún lugar. Pensé que tal vez solo irme era buena idea, pero no quería que eso le hiciera creer algo que no era verdad; como que no me gustó o que me arrepiento, porque definitivamente no era así.

—Ana...

—Tony...

Hablamos al mismo tiempo, luego guardamos silencio al mismo tiempo. Esto era más difícil de lo que esperaba, decidí mirarlo, no podía pasar nada malo, después de todo fue solo un beso, podría no repetirse nunca, incluso podíamos dejarlo en el olvido. Un cosquilleo en el estómago me hizo remover en mi asiento, creo que dejarlo en el olvido no era una buena idea, solo pensar en que él pudiera tomar la decisión de jamás volver a tocar el tema me hacía sentir mal.

Apoyó una de sus manos sobre las mías, que no paraban de retorcerse entre sí. Levanté la cabeza aunque quería ocultar mi rostro, afortunadamente estaba oscuro y no era capaz de ver el rojo de mis mejillas. Me dio un beso al dorso de la mano y luego sonrió, creo que no importa cuántas veces vea esa sonrisa, siempre me va a fascinar. Como él no me soltó, yo tampoco me aparté. ¿Cómo debía seguir esto?

—Creo que Oliver es capaz de ahorcarme si se entera —murmuró.

—¿Tú crees?

—Bueno, lo escuché prohibirte tener sexo conmigo.

—¡Oh vaya! —exclamé dramatizando—. Y los besos llevan al sexo ¿en qué diantres estábamos pensando Tonyo?

Eso lo hizo reír.

—¿Diantres? —negó con la cabeza quitándome el cinturón de seguridad—. No sé en qué venías pensando tú, pero no quiero ni por un segundo que creas que no lo volvería a hacer.

Asentí con la cabeza solo por hacer algo, era eso o quedarme como estúpida mirándolo. Me acerqué a su mejilla solo para darle un beso, quería que fuesen sus labios, pero preferí no apresurar las cosas, tal vez mañana se le olvide, tal vez mañana se arrepienta o tal vez mañana no vuelva a hablarme en su vida y si ese fuera el caso, no quería quedarme con la sensación de que tomo esa decisión por un beso mío.

—Buenas noches, Tony.

—Buenas noches, guapa.

Entré a la casa de Oliver con cuidado, ésta vez no volteé para verlo, aunque me moría por hacerlo. Las luces estaban apagadas, en la sala no había más iluminación que la de la calle, en puntas de pie fui hasta la escalera, no sabía que le había dicho Oliver a sus padres, así que prefería no encontrármelos, abrí la puerta de mi habitación con mucho cuidado y cuando pensé que mi entrada a la casa había sido todo un éxito, alguien me llamó por mi nombre:

—Anahí —la voz de Oliver era pesada, como si estuviera cansado—. ¿Acabas de llegar?

Sonreí a medias mientras me encogía de hombros. Ni siquiera eran las diez de la noche, me hizo una seña para que entrara a mi habitación, él entró detrás de mí cerrando la puerta, yo lo hubiera hecho con más cuidado, pero al parecer a él no le preocupaba en absoluto. Me senté en la cama quitándome las bailarinas y él se sentó a mi lado, estaba descalzo, su clásica pijama de pants y remera blanca estaba un poco arrugada y su cabello estaba revuelto.

—¿Te divertiste? —preguntó mirando para todos lados, como si no quisiera mirarme a mí—. ¿Qué hicieron?

—Subimos a la rueda de la fortuna, ustedes le llaman noria por cierto, también a una montaña rusa, autos chocones, hamburguesas y... —iba a mencionar las fotos, pero me detuve enseguida, él me observó con una ceja levantada esperando a que continuara, me removí en la cama tratando de aplastar más la tira de fotos que estaba en mi bolsillo trasero, no podía contárselo—. Y eso fue todo.

—Vaya... suena divertido —asintió con la cabeza poco convencido, pero no insistió—De acuerdo... si eso fue todo...

Se puso de pie y fue hasta la puerta, no sabía si hacía bien ocultándole esto, pero no tenía el valor de contárselo, tal vez Tony lo haga o lo haga yo más adelante, pero por el momento solo quiero imaginar las miles de probabilidades que existen entre Tony y yo y la reacción de su mejor amigo. Cuando vi que estaba por irse, no pude contenerme, las palabras salieron solas y es que Oliver se ha vuelto un buen amigo en tan poco tiempo, que no sabía cómo controlar los impulsos que sentía de contarle mis asuntos, de expresarle mis sentimientos o lo que estaba pensando, nunca había contado con un confidente y tenerlo por primera vez se sentía fantástico.

—¿Cuánto tiempo crees que es prudente dejar pasar para sentir que te gusta alguien?

Mi pregunta lo tonó por sorpresa, pude verlo en sus ojos, soltó el picaporte de la puerta y volteó para quedar frente a mí completamente. De inmediato me arrepentí, pero no podía borrar mis palaras, hubiera preferido que saliera del cuarto ignorándome, pero no lo hizo, volvió a sentarse a mi lado y ahora sí desee abrir la ventana y tirarme al pavimento. Creerá que soy una niña boba, una tonta que no entiende nada de sentimientos y que se enamora del primer chico mayor y guapo que se le atraviesa.

—Los sentimientos no tienen fecha —sonrió a medias—. Eso es lo odioso y lo bonito de ellos, es odioso porque uno puede sentirse tonto al creer que siente algo por alguien cuando solo lo conoce hace unos días y es bonito porque es un sentimiento que aparece porque sí y ya, un día te pillas a ti mismo pensando en esa personas, en medio de una clase o en algún semáforo en rojo, es involuntario, no puedes controlarlo, no puedes decidir cuánto tiempo es prudente para que alguien te guste, simplemente te gusta sin más.

No le respondí. Me quedé con la vista clavada en nuestros pies descalzos, pero sí sentía como él prestaba atención a mis acciones, que no eran muchas. ¿En verdad no había un tiempo estimado para pensar que alguien te gusta? Me parecía imposible de creer, jamás lo había visto de esa forma.

—Si fuera así de simple, todos andaríamos con los sentimientos desbordados.

—Tal vez tener los sentimientos desbordados por alguien y que esa persona se sienta igual, es lo que le hace falta al mundo —entonces lo miré—. Personas que desborden sus sentimientos y sean correspondidas de la misma manera ha de ser lo más cerca que un humano podría estar del cielo.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro y él apoyó su cabeza sobre la mía. Tal vez Oliver tenía razón, tal vez no existía un tiempo prudente, tal vez sólo se siente y ya, sin más complicaciones. Pensé en Tony, no estaba segura del porque me gustaba, podría parecerme guapo y ya o tal vez su compañía me agradaba. Puede que no haya un tiempo prudente para creer que alguien te gusta, pero deberá existir al menos un tiempo para comprender porque nos gusta esa persona. O tal vez nunca lo sepamos, como dice Oliver, puede que sea un sentimiento que está ahí, sin una explicación científica.

—Te gusta Tony ¿eh? —preguntó para romper el silencio y vaya que lo hizo pedazos.

—No lo sé —susurré.

—¿Cómo puedes no saberlo?

—Soy más escéptica que tú, no puedo creer tan fácilmente que alguien solo te guste y ya.

—Pues así es.

—No Oliver, tienen que haber razones ¿te gusta su físico? ¿su personalidad? ¿sus conocimientos? ¿su forma de hablar por teléfono?

Eso lo hizo reír y a mí también. Estaba diciendo tonterías.

—He hablado con muchas chicas a las que Tony les gusta, pero créeme que ninguna nunca mencionó su atractiva forma de hablar por teléfono, que fetiches más raros tienes.

Eso me hizo reír aún más, pero me obligué a guardar silencio, no quería despertar a sus padres. Lo que sentía al estar con Oliver era muy diferente a lo que sentía al estar con Tony. El primero me hace sentir acompañada, comprendida, con él sentía que alguien en verdad me estaba escuchando. Y con el segundo, aunque también era fanática de su compañía, sentía un cosquilleo en el estómago, tendía a pensar cosas tontas como «¿Será que me veo bien? ¿Y si digo alguna estupidez? Ojalá nunca deje de hablarme ¿cómo puede ser tan guapo?»

Hablamos por un rato más tumbados en mi cama mirando el techo, él tenía las manos detrás de la nuca y las mías descansaban sobre mi vientre. Hablar con Oliver era terapia para mí. No importaba si teníamos conversaciones como las de la tarde, donde me desahogaba y le contaba esa trágica historia que todos tenemos o si hablábamos de cómo fue que sus mascotas llegaron a su casa, el simple hecho de escucharlo y que me escuche me hacía sentir que una herida sanaba, que un pedacito de mi corazón se volvía a pegar con el pedacito de al lado. Oliver era capaz de hacerme sentir de esa manera. Como el hermano que siempre necesité o como el mejor amigo que siempre busqué.

Sentí un cosquilleo en mis mejillas y mi primera reacción fue levantar la mano y moverla como queriendo espantar a un mosquito.

—¡Oye! —gritó Oliver, pero no malhumorado, al contrario, parecía animado—. De nada por despertarte ¿no?

Me froté los ojos para evitar mirar la luz directamente, sentí que dormí por años, no recordaba haber descansado tan bien en muchísimo tiempo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—En paz —pude haber respondido que me sentía bien, pero esa no era la expresión correcta—. Eso es, me siento en paz.

—Me alegra escucharlo.

En ese momento mi cerebro pareció asimilar lo que estaba pasando. La puerta de mi habitación estaba cerrada, Oliver seguía con su pijama puesta y yo con la ropa que traía la noche anterior, miré la cama y estaba más desordenada de lo que yo suelo dejarla. Miré a Oliver, pero él parecía muy concentrado en su celular aún acostado en mi cama, con las piernas extendidas y un brazo detrás de la nuca. Me quité las sábanas y salí de la cama con lentitud, pero no porque quisiera agregarle dramatismo, sino porque en realidad no terminaba de entender la escena por completo.

—Oliver... —murmuré mirando de nuevo las sábanas.

—Dime —dejó el celular sobre mi mesita de luz y me prestó toda su atención, como él solía hacer—. ¿Qué ocurre?

—¿Dónde dormiste tú? —pregunté,

—¿Dónde dormiste tú? —me preguntó él a mí.

—Yo sé que dormí aquí —dije señalando mi cama con ambas manos—. Lo que quiero saber es donde dormiste tú.

—Aquí —imitó mi gesto y entonces me tiré en la cama como si fuera un saco de patatas.

—¿Dormimos juntos?

—Dormir juntos suena mal —arrugó la frente—. Dormimos en la misma cama.

—¡Oh, claro, eso suena mucho mejor!

—Vamos, no es tan grave, nos quedamos dormidos mientras hablábamos, eso es todo.

—¿Y tus padres? —no sabía que sentimiento predominaba, la vergüenza o los nervios.

—En su habitación supongo.

—¿O sea que no lo saben? —suspiré aliviada, él se carcajeo—. No sé qué es tan divertido, pero cuéntame el chiste mientras te vas de mi cuarto.

—¡Oye! —se quejó por mis empujones—. ¿Ahora me empujas? En la madrugada parecías muy cómoda abrazándome.

—¡Estaba dormida, eso no cuenta!

Volvió a partirse de la risa, no pude evitar contagiarme. Es verdad, no es grave, después de todo es solo Oliver. Salió de mi habitación para ir a la suya, volví a tirarme a la cama y como si fuera apropósito una nube del aroma de Oliver me golpeó la cara al momento de abrazar una almohada. Creo que lo único bueno que Edmundo ha hecho por mí, es inscribirme a éste programa. 

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¿Qué opinan del capítulo de hoy? Espero que les haya gustado y si es así comenta, vota y agrega a tu biblioteca ♥

NOTA:

El domingo 24 de diciembre de 2017 subiré dos capítulos, porque hará un mes que empecé a subir la historia y me gustaría darles las gracias por leer, espero que los disfruten ♥

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