Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1

Estaba sentada en el piso con las piernas cruzadas mientras atada y desataba los cordones de mi zapato. Tenía mucho sueño, pero no me dejaban dormir, sentía la mirada del policía cada cierto tiempo, como si me creyera capaz de salir corriendo, no le culpo, ya lo había hecho un par de veces.

—Puedo ir a mi casa sola, Fred, si quieres cuando llegue puedo llamarte para que sepas que estoy a salvo —sé que él está acostumbrado a mi ironía.

—Tu abuelo no tarda, Ana.

Tiré la cabeza hacia atrás y me golpeé contra la pared con intención. No quería ver a mi abuelo, de hecho no lo veo desde hace unos días, tampoco a mi abuela ni a Edmundo, los estaba evitando quedándome a dormir en la casa de Sonia, pero me aburrí de estar ahí así que salí a dar una vuelta, no pensé que Fred iba a encontrarme. Ya lo conozco, es el que normalmente me detiene en la comisaría hasta que llegan por mí, su hija va al colegio conmigo, así que creo que se siente obligado a corregirme o algo parecido. Las luces de un vehículo que se estacionó frente a la comisaría me hicieron rodar los ojos. De verdad no quería verlos.

—Intenta ser buena con ellos, Ana, ellos intentan serlo contigo —fue lo que me dijo antes de que mi abuelo cruzara la puerta.

Nos miramos un momento y yo me levanté del piso, salí del lugar sin siquiera despedirme del policía, subí al asiento de atrás para poder acostarme cómodamente. De éste lugar a la casa son al menos diez minutos, así que podría reposar el cuerpo un momento antes de enfrentarme a Edmundo, esa era la peor parte de todo. Mis abuelos ya se resignaron hace unos años, de ellos ya no escucho reproches ni sermones, pero Edmundo es otra historia. ¡Diablos! A él le fascina gritar, le fascina aún más gritarme a mí y podría jurar que le resulta aún más placentero si yo le contesto. Como era de esperarse mi abuelo no dijo una palabra, así que yo tampoco hablé. Me sentía adormilada cuando el auto se detuvo, el motor paró y lo que realmente me despertó fue oír como el abuelo cerraba la puerta del coche, rodé los ojos. No lo soporto.

Yo bajé unos segundos después, la puerta estaba abierta y desde el jardín pude ver al abuelo que se sentaba al lado de su esposa. Edmundo estaba parado con los brazos cruzados sobre el pecho, tenía la camisa afuera del pantalón, el cabello hecho una maraña y la corbata colgaba alrededor de su cuello sin nudo alguno.

Apenas entré a la casa me quedé quieta, Edmundo me bloqueaba el paso para subir a mi habitación y pedirle que se moviera no causaría nada en él, así que decidí seguirles el juego. Me tumbé en el sofá con las piernas arriba y crucé los brazos detrás de la cabeza, a la abuela le enferma que alce los pies con calzado sobre su precioso sofá, pero no se quejó, para mi sorpresa.

—Hace cuatro días no te vemos —empezó Edmundo, su tono de voz era bajo pero grave, se oía cansado—. Sabíamos que estabas viva porque le preguntamos a la señora Mills si habías ido a trabajar en los últimos días.

—Sabes dónde estoy cuando no estoy aquí —dije—. No sé qué es lo que te asombra.

—Te irás de la casa —lo soltó de una—. ¿No quieres estar con nosotros? ¿Tanto me odias? ¿Tanto aborreces mi presencia? De acuerdo —se sentó con las piernas separadas en el sofá y apoyó los codos sobre sus muslos—, desde hoy ya no vivirás aquí, el abuelo te trajo para que recogieras tus cosas.

Entendía lo que me estaba diciendo, pero al mismo tiempo me parecía un idioma totalmente desconocido. ¿Me estaba echando de mi propia casa? Me senté en el sofá, de pronto ya no tenía tanto sueño. Miré a mis abuelos, ellos tenían la cabeza agachada, como si se sintieran avergonzados por participar en algo como esto. ¿Echarme de mi propia casa? Edmundo seguía en la misma posición, su rostro no me decía nada en concreto. Sus ojos estaban muy abiertos, como si acabara de tomarse dos tazas de café, tenían un brillo distinto que hacían de su mirada más penetrante que de costumbre.

—No puedes echarme de mi propia casa, cuando mamá y papá murieron también me dejaron éste lugar, no puedes echarme y quedarte con mi parte de la herencia sólo porque no te soporto.

—Oh cariño —sonrió irónicamente—. No te estoy quitando tu parte de la herencia, solo te estoy diciendo que desde hoy, ya no vivirás aquí, lo que es tuyo, seguirá siendo tuyo, pero ya no compartiremos casa.

Quería decir algo. Quería preguntar algo. Pero las palabras simplemente no salían de mi boca.

—Te inscribimos a un viaje muy divertido —el tono de su voz era claramente irónico—. Vivirás en otra casa, con otras personas, otras reglas, pero adivina cuál es la mejor parte —hizo un silencio para continuar casi al instante—. No me volverás a ver la cara, al menos en un largo tiempo.

Se puso de pie para entregarme un panfleto, no alcance a leer lo que decía exactamente, porque ver su cara me resultaba más interesante. Al ver que no acepté el panfleto, lo lanzó a un lado del sofá. Se quitó la corbata y la ató por su puño. Los abuelos se pusieron de pie y subieron las escaleras. Yo no estaba segura de qué es lo que debía hacer, no entendía qué estaba pasando.

—Te inscribí en un programa de corrección para chicos rebeldes.

—¡Maldita sea Edmundo!

Lo hizo. Me amenaza con lo mismo desde hace años, pero jamás lo creí capaz. El último año ha sido sin duda un desastre para nosotros, nuestra relación se desquebrajaba cada día más. Pero aún con todas las peleas, no creía que fuera capaz de deshacerse de mí como si yo fuera una almohada vieja y polvorienta. No lo creí capaz, no de nuevo. Miré una fotografía que estaba colgada en la pared, yo era diez años más pequeña. ¿En qué momento pasó esto?

En el auto iban cinco personas; mi mamá, una mujer amorosa y espléndida en todos los sentidos, mi papá, un hombre honesto y trabajador capaz de hacer lo que sea por su familia, mi hermana Montserrat de ocho años que al mismo tiempo era mi mejor amiga, mi hermanito José de cuatro años y mi hermano Edmundo de doce años con quien mi relación daba demasiado que desear. Las sirenas no paraban de sonar y yo no podía dejar de ver como sacaban a mis padres y a mis hermanos del auto, esa noche, esa maldita noche iban cinco personas en ese auto y cuatro de esas personas murieron.

Ya pasaron diez años desde aquella noche. Desde la noche en que mi familia se hizo pedazos o más bien, desapareció. Edmundo fue el único que sobrevivió a ese accidente con tan solo una pierna rota y un par de moretones, mis padres, mi hermana y mi hermanito no tuvieron esa suerte ya que dejaron este mundo al instante sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Muchas veces me he preguntado: ¿Por qué ellos? ¿Por qué no Edmundo?

A los seis años no lo veía de esa forma, me sentía afortunada porque al menos mi hermano mayor estaba vivo, lo iba a tener conmigo, nunca iba a estar sola, se suponía que él iba a acompañarme, yo pensaba que seríamos inseparables, me bastaron tres meses para darme cuenta que nada de lo que pensé esa noche se haría realidad, entre todos los miembros de mi familia sobrevivió él. El peor hermano en la faz de la tierra.

—Lo siento —dijo Edmundo, me pilló mirando la fotografía—. Pero soy tu hermano mayor y mi deber es...

—¿Lo sientes? ¡Eres un imbécil! —le grité mientras le golpeaba el pecho con los puños, estaba furiosa, él no podía mandarme así de fácil a quien sabe dónde con personas que no conozco—. ¡Te odio!

—No voy a responderte —dijo sosteniendo mis manos, mi fuerza era nada comparada con la suya—. Esta vez no.

—¡Debiste haber muerto en ese accidente! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Debiste morir tú y no mis padres, no mi hermana, no mi hermanito! —no le di tiempo de responder —. Escúchame bien —me solté de las manos de mi hermano y me planté frente a él con la mirada en alto y los ojos inevitablemente mojados—, si tan sólo tuviera la forma de pedir un deseo no dudes ni por un segundo que lo usaría para matarte, desearía retroceder el tiempo y poder salvarlos a ellos y verte a ti muerto, bajo tierra, desearía que fueras tú al que sacaban del auto todo ensangrentado, desfigurado y muerto.

—Ana...

—Aún no acabé —dije—. No creas que eres tú el que sale ganando con esto, para mí es un placer dejar de verte la cara, dejar de compartir el mismo techo, si yo me voy créeme que soy la más feliz, pero ten por seguro «querido Edy» que nunca más nos volveremos a ver la cara, este es el momento perfecto para sacarte de mí maldita vida.

Llena de adrenalina le escupí en la cara y sin darle oportunidad subí corriendo a mi habitación a encerrarme con llave, estaba más que molesta, realmente furiosa, de un estirón saqué mi valija del armario de arriba y la arrojé al suelo con todas mis fuerzas, de pronto... silencio. Escuché el sonido de algo que se rompía en el piso de abajo, no es que me importe pero abrí un poco la puerta de mi habitación y miré la escena.

No podía resultarme más grotesca.

Edmundo tenía las manos manchadas de sangre mientras mi abuela lo abrazaba desde atrás y lloriqueaba, mi abuelo en cambio tenía la cabeza agachada y parecía petrificado. Siempre ha sido así, siempre han acudido al sufrido Edmundo. ¿A quién demonios le importaba Anahí?

—En verdad me odia —le oí decir a mi hermano cuando estaba cerrando la puerta, de inmediato me detuve—. Desde esa noche lo único que quiere es verme muerto.

Apreté el picaporte para contener las ganas de gritarle. ¡Mentira! Esa noche yo creía que iba a ser eternamente feliz al lado de mi hermano mayor, creí que me amaría y yo a él más que nunca, supuse que olvidaríamos nuestras diferencias. Antes del accidente Edmundo y yo éramos los típicos hermanos que peleaban por todo, Montserrat era el pegamento que nos mantenía unidos y José era el que conseguía que hiciéramos las paces cuando peleábamos, ellos evitaban que nos arrojemos cosas, claro que cuando ellos murieron él y yo no pudimos sentarnos a arreglar nuestras diferencias, éramos unos niños que no entendían porque sus padres y sus hermanos tuvieron que morir de una forma tan trágica. Él creció y yo igual, seis años de diferencia es mucho, no teníamos los mismos intereses que el otro así que nunca pudimos compartir nada. Cuando pasé a primero de secundaria conocí a un grupo de chicos un poco más grandes que yo que pintaban paredes, me fascinaban todos esos colores y diseños así que intenté integrarme, ellos dijeron que no aceptaban niñas, pensé que eran unos idiotas y lo eran. Descubrí que era buena con la patineta, se volvió una adicción andar sobre esa tabla. Una tarde me planté frente al mismo grupo de niños y los reté a una competencia, si yo podía hacer todos los trucos que hacían tendrían que dejarme pintar con ellos. Así es, les gané. Desde los doce años pinto paredes y patino con esos chicos, somos solo dos niñas entre un montón de tipos que van de mal en peor, pero no soy quien para juzgarlos. La otra muchacha se llama Sonia, es como yo, le encanta pintarse el cabello en diferentes colores, usar perforaciones y hacerse tatuajes. Bueno, tal vez en eso último no nos parecemos, yo no tengo tatuaje.

Le mandé un extenso mensaje a Sonia, no quería llamarle, no tenía ganas de hablar con ella. Con nadie en realidad. Respondí un mensaje de mi novio, fui cortante y no mencioné una sola palabra del dichoso viaje. Gustavo es una persona agresiva, impulsiva y no puedo imaginar siquiera lo que es capaz de hacer si le digo con anticipación en lo que estoy metida. Para evitar preguntas, apagué mi celular y me tumbé en el piso. Esto tiene sus puntos positivos y negativos. Por un lado ésta era la oportunidad perfecta para deshacerme de Edmundo y del baboso de Gustavo. Pero por el otro lado iba a dejar atrás a Sonia. Acepto que tal vez muchos de los comportamientos que tengo se deben al tipo de personas con las que socializo, pero al final, mis amigos fueron los que estuvieron conmigo pasándome una cerveza o un cigarrillo mientras mi hermano me daba la espalda. ¿Al final quien me quiso más? 

________________________________________________

¡Ese fue el primer capítulo! Espero que lo hayan disfrutado ♥

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro