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Capítulo 1

Alex

—Llego en cinco minutos ¿está bien? ¡No! ¡Que si, que si! ¿Por qué piensas eso? Salí de casa hace ya ratos ¿si?—el timbre de la casa resuena tan fuerte que me hace cerrar los ojos, una risa al otro lado de la línea me hace maldecir.— ¿Saldré ahora mismo ¿si? Empiecen sin mí.—digo colgando el teléfono antes de escuchar la burla del otro lado.

Dejo caer mi teléfono en el sofá cerca de la cocina.

Miro la hora en mi reloj y maldigo nuevamente pasando mi mano sobre mi cabello.

Gotas caen y se esparcen por el suelo. Paso la toalla por este, tratando que el agua desaparezca.

El timbre vuelve a sonar, ruedo los ojos tirando la toalla al sofa. Escuchando en mi mente la voz de mi madre, regañándome desde el cielo, por no colgarla en ese mismo instante.

—¡Voy! Jesús, que impaciencia...—abro la puerta y tengo que bajar un poco mi vista para ver a una pequeña pelinegra que me mira con una sonrisa un poco incómoda.

Mi cerebro no tarda nada en reconocerla.

No ha cambiado nada a pesar que hayan pasado unos cuatro años desde la última vez que estuvimos en la misma habitación.

—Alex.—su voz suena energética, tal vez más de lo que ella hubiera querido que fuera.

Mi ceño se frunce, tratando de pensar en la razón de su visita.

—Charlo...

—Char está bien.—me corta, sonriendo un poco incómoda.—¿Estas por salir?

Parpadeo, miro la calle detrás de ella notando que no hay ningún carro parqueado, ningún taxi o si quiera una bicicleta que indicara como llegó hasta mi casa.

Mi cara empieza a doler debido al ceño fruncido.

—Si, yo... Planeaba salir, ¿Qué haces aquí?—pregunto, aun con mi mano sobre la puerta, sin poder procesar nada como para recordar ser cortes e invitarla a pasar.

—¿Puedo ir contigo?—su pregunta me hace voltear a verla nuevamente.

Y es ahí cuando noto su atuendo, un vestido brillante, un poco más arriba de sus rodillas, ajustado en su busto pero ocultándolos sin problema.

—¿Quieres ir...? ¿Cómo sabes siquiera...? ¿Tu hermano sabe...?

—No importa, no tienes que preocuparte por él.—dice firme, mostrado una oscuridad en sus ojos que no combina con la relajada sonrisa que está en su rostro.

Me río, suspirando, sin entender nada, pero interesado por la situación presente.

—¿Siquiera eres mayor de edad?—pregunto con todo de burla. Sé bien que si, si las cuentas no se me dan mal, la última vez que nos vimos fue en mi graduación, ella apenas tenía 14 años entonces.

—Lo soy.—dice acercándose un poco más a mi, decidida a probarlo de alguna manera, mi ceja se alza.— ¡Lo soy! Lo digo en serio, puedo mostrarte mi documento de identidad si así lo deseas.— dice y empieza a palmear su vestido, buscando una bolsa.

—Te creo.—digo y ella voltea a verme.—Voy a ignorar el hecho de que sepas adonde vivo, y que sepas que iba a salir y dejaré que vengas conmigo. Solo porque voy tarde y están esperándome.

Sus ojos se iluminan y su sonrisa parece más genuina.

—Pues no los hagamos esperar más entonces.




La música suena fuerte, a pesar de ser tan temprano la pequeña discoteca está bastante llena.

Volteo hacia atrás, viendo a la pequeña pelinegra entre asustada y asombrada.

Mira la gente moviéndose de lado a lado con los ojos analíticos, como si de alguna manera quisiera aprender de ellos.

Sonrío intrigado, curioso de poder preguntarle un par de cosas. Tal vez sea más fácil con alcohol encima.

Tomo su mano, sobresaltándola por el toque, le sonrío para tranquilizarla.

—Ven.—susurro, apuntando mi cabeza a unas escaleras donde mi grupo de amigos se encuentra sentados ordenando bebidas.

Charlotte asiente, dejándose llevar por mí, entre el mar de gente.

—¡Alex esta aquí!—el grito de una chica rubia hace que toda la mesa empiece a gritar.

Mi carcajada llena el lugar. Mis amigos se paran, empiezan a abrazarme y a regañarme a medias por tardar tanto.

No es hasta que sus miradas curiosas se mueven hacia la pequeña chica detrás de mí que me giro hacia ella, notando que su mano sigue agarrada de la mía.

La jalo un poco.

—Chicos, ella es Charl...—sus ojos me miran rápidamente y yo dejo salir una pequeña risa.— Char, es la hermana de un viejo amigo. Pasa que nos encontramos por curiosidad, así que la invité a venir.—digo sonriéndole al ver su sonrisa de agradecimiento, al evitar mencionar que literalmente se apareció en la puerta de mi casa.

—Bienvenida Char, ven, siéntate aquí, necesitas alejarte lo más posible de Alex antes que te contagie de su fealdad.— Emi le sonríe, soltando delicadamente la mano de Char de la mía, jalándola para que se siente a su lado.

Dos manos me agarran de los hombros, llevándome hasta el otro lado de la mesa.

—¿Pudiste haberme dicho que venías tarde por estar con una chica.—ruedo los ojos ante Mosi, un chico castaño que conocí en mi segundo año de universidad.

—¿Quieres morir?—amenazo en broma, sonriéndole.

—¿No vinimos aquí a eso?—responde empujándome hacia mi asiento mientras le pide al mesero unas bebidas.






Char

Un fuerte golpe se escucha del otro lado de la puerta, me sobresalto, asustándome al ver el oscuro cuarto. Miro el reloj a mi lado, viendo que mi siesta duró más de lo que planeaba.

Suspiro aliviada al notar que el dolor de cabeza que me ha perseguido todo el día finalmente ha desaparecido.

Escucho gritos del otro lado y ruedo los ojos.

Busco mi celular en mis sabanas. Cuando lo encuentro me doy cuenta de los mensajes de mi grupo de amigos, llamadas y algunos mensajes privados.

Iran todos a ver una película y a cenar una pizza luego.

Tiro mi celular a la cama, mirando mi ventana.

Las luces de las calles empiezan a encenderse, el sol poco a poco empieza a ocultarse.

—Es hoy o nunca.—digo, apartando las sabanas, entrando a mi baño, saliendo unos minutos después ya lista.

Desconecto mi computadora que esta sobre mi desteñido escritorio, luego de cerrar la pestaña de Facebook, donde mostraba una foto de un chico, sosteniendo un diploma, con una enrome sonrisa en su rostro.




La música es más fuerte de lo esperado, no al punto en que llegue a molestar, pero es mucho más fuerte del pobre sonido que mi vieja computadora deja salir. Es reconfortante, el ruido.

—Me llamo Emerie, pero puedes decirme Emi.—la rubia con un hermoso vestido me sonríe, pero su sonrisa no llega a sus ojos. No desde que nos vio entrando juntos.

Le sonrío de regreso, pero como de costumbre, la sonrisa no llega a mis ojos. Pero no lo nota, no tras tanto tiempo practicando esta sonrisa.

La chica rubia me presenta rápidamente a su grupo de amigas, pero me limito a sonreírles de regreso.




—¿Quieres tomar algo?— una voz cerca de mi oído me hace saltar, miro a Alex a mi lado, se ha acercado sin que yo me haya dado cuenta, interrumpiendo la charla que Emi y sus amigas habían empezado a tener, ignorándome un poco.

—¿Qué estás tomando tú?— pregunto, sin miedo a mostrar que no conozco mucho de bebidas más que las cervezas y los líquidos extraños que dan en las fiestas de mi colegio.

—Es algo fuerte, ¿quieres probar?—me ofrece su vaso, una bebida transparente con hielo.

Asiento agradeciéndole antes de tomar el vaso y darle un pequeño sorbo.

Mi rostro se arruga, el fuerte sabor a alcohol se hace presente, pero luego de un rato no sabe tan feo.

Le sonrío asintiendo, él me devuelve la sonrisa antes de enderezarse y pedirle a un mesero que me traiga una bebida.

—¿Cómo se conocieron?—la voz de la rubia chica nos hace a ambos voltear a verla. Los ojos de ella no estaban ni un lo más mínimo curiosos, sonríe grande al ver al chico a mi lado, encantada de que él se haya acercado y no ella, como, me imagino, planeaba hacer en no mucho tiempo.

Alex pone una mano en mi hombro, lo volteo a ver y el mi mira con una sonrisa burlona que me hace entrecerrar los ojos.

Puedo imaginarme las millones escenas que pasan por su mente, buscando la más vergonzosa para contar.

Le devuelvo la sonrisa, una más grande, retadora.

Yo también tengo algunas historias guardadas.

Levanta una ceja, animado por el reto. Pero decide no pelear esta batalla.

—Como dije antes, es la hermana de un viejo amigo.—aparto la mirada de Alex, sonriéndole a Emi, diciéndole sin palabras que no hablaremos más, que no se entrometa.

La rubia entiende y sonríe sin mostrar sus dientes.

La bebida llega a mí, y saboreo su fuerte sabor suspirando.

Esperando que haga efecto, que lo haga lo más rápido posible.




—¿Por qué no jugamos "yo nunca nunca"?—pregunta Emi, una par de horas después de que hayamos llegado.

Todos empiezan a abuchear, hasta yo que soy la menor de allí frunzo en ceño con desagrado.

—¿Yo nunca nunca? ¿No es un juego para niños de primaria?—pregunta un chico que esta al lado de Alex.—Sin ofender Char.—continúa y la mesa se ríe.

Alex le pega en la cabeza y una genuina risa sale de mis labios.

Todos se quedan un poco sorprendidos, pero la risa no tarda en llegar.

—Por favor, como si no jugáramos ese tipo de juegos de todos modos.—insiste la rubia y yo ruedo los ojos, gesto que no pasa desapercibido por Alex que me susurra que me comporte.

—Si tú quieres...—responde sin mucho ánimo el castaño que hizo la broma de la primaria.

Empezamos a jugar, primero con preguntas tontas, para que los que no supieran como jugar, pudieran entender el rollo, luego habían preguntas más especificas, para que bebieran una o dos personas, revelando sus secretos.

Luego de un rato el juego empezó a ser aburrido, para alguien como yo, que no ha hecho más que responderle un par de veces a su mamá luego de una discusión.

Nadie nota que no tomo cuando todos lo hacen, que lo hago en momentos estratégicos para que cuando volteen a ver mi bebida haya bajado, pero que no sepan cuando específicamente tomé el sorbo. Al menos los demás, porque el único que parece estar pendiente de mis sorbos es el chico que me trajo aquí.

—¿Quieres otra?—sus labios se mueven, Alex apunta su propia bebida y luego la mía, asiento, agradecida de no ser yo la que tenía que, de alguna manera, interrumpir el juego para llamar a un mesero.

Alex se levanta, algunos le abuchea, pensando que decidió irse para no responder a la pregunta que ni siquiera escuché. El pelinegro sonríe grande, tratando que sus amigos se calmen antes de acercarse a un mesero que no parecía escucharnos bien por la música.

Con bebida en mano parece que el juego continua un par de rondas más.

Es la voz de Alex la que me hace ponerle atención.

—Yo nunca nunca he besado a nadie.— sus ojos se mueven a mí. Todos en la mesa empezaron a abuchear de nuevo, diciendo que las preguntas de prueba ya habían pasado. Pero él no se inmuta, sus ojos no se apartan.

Mi cuerpo inmóvil mientras todos alrededor levantan sus vasos y le dan un sorbo a su bebida.

Su ceja se alza, mientras él mismo bebe de su vaso rojo.

Mi sonrisa crece inocentemente, encogiéndome de hombros. Dejando mi bebida en la mesa, dejando en claro que en esta ronda no beberé.

—Nunca nadie ha querido hacerlo.—susurro, esperando que logre captar mis palabras a través de la fuerte música, el canto de la gente y la fría oscuridad de esa noche.

Sus ojos se muestran entre incredulidad y asombro.

—Imposible.—responde, fuerte y claro.—No te creo nada.

Sus amigos empiezan a de un lado al otro, tratando de captar con quien tiene la conversación. Pero mis ojos se apartan, bebo un poco de mi bebida para despistar a los ojos curiosos que buscan respuestas.




La noche pasa entre canciones y canciones. Algunos de los chicos de la mesa se han ido a la pista de baile. Otros se han quedado tranquilamente hablando en la mesa.

Mis ojos miran las luces sobre los cuerpos en movimiento, una sonrisa aparece de tanto en tanto al ver los torpes pasos de todos.

Mi vaso esta vacío, hace un rato ya, pero no he querido pedir que me lo llenen, ni nadie ha hecho por preguntar si quiero más.

Lo que esta bien, porque no creo que mi cuerpo inexperto en bebidas fuertes pueda soportar una más. Menos al ver algunas luces que giran más de lo normal.

—¿Nos vamos?—la voz de Alex suena cerca pero a la vez distante.

Su mano se ha puesto delicadamente en mi espalda, se ha hincado frente a mí, tratando de hacer contacto visual con mis ojos.

Le sonrío.

—¿Ya quieres irte? No quiero cortarte la fiesta.—le digo, o trato al menos, de no trabarme mucho con mis palabras.

El pelinegro me sonríe, una bella sonrisa que llega a sus hermosos ojos negros.

—No te preocupes, yo también tuve un día largo, ¿vamos?—me tiende su mano, la agarro con fuerza, cuando mi cerebro capta que necesito que mis pies logren sostenerme hasta el auto.

Alex se despide rápidamente de sus amigos, yo trato de hacer lo mismo, pero mis ojos parecen querer cerrarse.

Siento como pasa su cuerpo sobre el mío, poniéndome el cinturón de seguridad.




—Char.—una respiración cerca de mi rostro me hace abrir los ojos, me sobresalto al ver oscuridad, pero me tranquilizo al ver la cara de Alex cerca de la mía.

Sus frías manos están sobre mi rostro. Moviéndola de un lado a otro suavemente.

—Estamos parqueados frente a tu casa, en caso de que no te hayas mudado en estos años claro.

Mi rostro va hacia mi lado, viendo la pequeña y destrozada casa que necesita urgentemente un baño de pintura.

Asiento, viéndola, esperando que de algún modo desaparezca para siempre.

—Gracias por traerme.—digo, tratando de desabrocharme el cinturón, pero su mano se pone sobre la mía.

—¿Segura que puedes entrar... Así?—mis ojos se van a mi vestido y frunzo el ceño.—No me refiero a tu vestimenta Char.—dice y yo sonrío, claro.

—No te preocupes, ellos no están en casa.—digo sonriéndole sin mostrar mis dientes.—Gracias por hoy. Gracias.—le digo al señor del taxi, antes de salir de él y dirigirme a casa.

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