CAPÍTULO 9
Esperaba el colectivo junto a otros cuatro alumnos de otro curso. La espera se hacía eterna, y eso no era bueno para mí, tanto por mi paciencia como por el sol que estaba rajando la tierra, lo que hacía que no viera la hora de llegar a casa, quitarme la ropa sucia, comer, pegarme un baño y acostarme a dormir. Justo entonces, apareció Miguel, quien acababa de salir de la escuela después de hablar con su padre. Este se acercó a la parada, donde había dejado estacionada su moto, justo en una esquina. Su padre se marchó en su auto. En el instituto, casi no quedaba nadie: solo algunos ordenanzas limpiando y el preceptor.
Mauricio también llegó a la parada con un grupo de amigos, pero, a diferencia de ellos, se despidió en vez de seguirlos y se sentó en las escaleras de una de las puertas de salida del instituto. Esas escaleras daban directamente a la parada del colectivo y al parecer se iba a quedar esperándolo. Allí se sentó, observando todo, con las piernas ligeramente separadas y los brazos cruzados sobre las rodillas. Siempre se sentaba de la misma manera.
—¿Te llevo? —preguntó Miguel, ya subido a su scooter negra 125, esperando mi respuesta.
—No, gracias, no quiero molestar. Además —miré la hora en mi celular—, ya debe llegar el colectivo.
—No es molestia, insisto. Además, me queda de paso; necesito ir a comprar algunas cosas.
Miré hacia atrás por curiosidad. Mauricio seguía ahí, con una mirada gélida fija en Miguel y en mí. Luego, fingiendo desinterés, sacó su celular y comenzó a enviar mensajes.
—Bueno, dale.
Acepté que me llevara, no solo por ver la reacción de Mauricio, sino también para demostrarle que, aunque fuera el único chico que me interesara, tenía derecho a hacer lo que quisiera: tener mis amigos y salir con quien se me antojara, como él. Mauricio, al ver movimiento, apretó la mandíbula y los puños a los costados. Miguel me ayudó a ponerme el casco y a asegurarlo, y subí a la moto. Sin saber dónde sujetarme, apoyé las manos sobre sus hombros. Al darse cuenta, él las guio suavemente hasta su cintura. Lo abracé con fuerza; me dio un temblequeo en todo el cuerpo, mi nerviosismo fue evidente, ya que no estaba acostumbrada a viajar en moto. Miguel la encendió y aceleró cuando el motor se lo permitió. Una vez que nos alejábamos, ya no miré hacia atrás.
—Dentro de dos semanas tendremos campeonato —comentó alzando la voz, debido a que el viento pegaba de lleno en la cara y eso evitaba poder escucharlo con claridad.—. ¿Tenés planes? Porque si no los tenés, puede que te dejen ir con nosotros.
Él quería que lo vaya a ver a un partido. Eso me parecía tierno y muy interesantes. Pero en vez de hacérselo saber, moví la boca con desaprobación.
—¿Cuándo es? Porque si es entre semana, lo dudo, tengo clases. Aparte no conozco a nadie, además de Sebastián y vos, y algún que otro amigo que ha llevado a casa.
—Creo que cae sábado. Pero no hay problema, si no podes o no querés.
Se instaló un silencio.
—Puedo tratar. —Lo rompí y no pude ver su rostro, pero supuse que se le habían levantado las comisuras de los labios— Eso sí, no prometo nada.
El chico estaba más que satisfecho.
Lo que resto del camino, le hablé de la escuela y él me contó un poco de sus clases. Al llegar, me quité el casco, le agradecí por haberme alcanzado hasta casa y nos despedimos con un beso en la mejilla.
—Nos vemos.
—Nos vemos, Viqui.
Eran cerca de las once y media de la noche, hora en la que ya estaba en mi cama durmiendo, pero la notificación de mi celular hizo que me despertara. Como siempre era Lele, quien si no me escribía para contarme algún chisme, era para relatarme una vez más de como su ex la dejó por otro. Luego de eso, se ponía a compararla con Evelyn y lo que por supuesto ella no le haría a él. Sin embargo, esta vez había sido diferente el propósito, porque me había enviado una historia de Instagram, ocasionando que prosiguiera a verla en plena oscuridad. Cegada por el brillo que emitía la pantalla, la abrí y lo peor de todo fue que, sin darme cuenta, esa historia era de la persona a la que menos quería nombrar o ver.
—¡No, no, no, no...!
Ahogué un grito de desesperación para que mis padres no me oyeran. Apreté el botón de salida al descubrir la cuenta y traté de que no quedara ni rastro ahí, pero ya eso se había vuelto imposible de revertir. El video ya se había reproducido, ya había dejado mi huella, mi visita por su historia, ya no había vuelta atrás. Quise matar a Alejandro por no haberme advertido antes de esto. Mauricio estaba bailando en un boliche, muy contento, demasiado al parecer para mi gusto, pero de alguna forma me demostraba lo contrario. Ah, y estaba pegado con una chica, a la cual no conozco, en todo el video. Además del enojo por absolutamente todo, mi corazón latía desenfrenado y calmarlo era casi imposible. Jamás... jamás en mi vida me había atrevido a curiosear por sus redes y si lo hacía trataba de ser lo más cuidadosa posible en el suyo o con cualquier otro perfil. Pero, en fin, lo había hecho.
La luz rosada con violeta, y quien sabe que otro color de su círculo del perfil, aún indicaba más publicaciones. Así que admitiendo que aún me daba ganas de descubrir que más se había dignado a publicar, vi las restantes historias, porque ya no tenía sentido que estén ahí y no haga nada al respecto, cuando antes ya había visto una de ellas. La siguiente, era una foto sobre mi amado otra vez, mantenía un vaso con su bebida en la mano, solo y en un mejor fondo de la discoteca. Un pequeño enunciado lo acompaña que dejaba mucho en que pensar:
"Y de repente, el plan cambia... pero quién soy yo para interponerme?"
Sabía, sabía que le había molestado que me haya ido con Miguel, pero en algo tuvo razón en su indirecta, en la que fantaseaba que era dirigida hacia mí. ¿Quién era él para interponerse, para negarme con quien debía salir? No éramos nada, como mucho compañeros, ni siquiera amigos. No teníamos contacto, no nos comunicábamos, así que... ¿Qué sentido tenía que se enojara por algo en la que no tenía derecho, al igual que yo en reclamarle?
Aun así, me tomé la molestia de analizar todo: cada música, cada letra, historia, escena. Quizás aquel quería demostrar que era inaceptable no poder ganar en su propio juego y eso le molestaba, y que quién nunca lo había intentado, obtenía lo contrario. Así como cuando muchas veces hacíamos oídos sordos, como si nada nos importara, cuando realmente moríamos un poco por dentro cada vez que veíamos a quien amábamos con alguien más. Y estaba bien, estaba bien sentirnos así, porque era ahí en dónde te dabas cuenta de que eres esa persona, esa a la que nunca podrá igualar con cualquier otra y más con lo que solo vos le provocas. Y yo quería ser esa persona que le provocara todas esas sensaciones.
El martes llegó y me había costado levantarme más de lo debido. Sin embargo, lo único que quería era llegar al instituto, sentarme en mi asiento, seguir con mi vida como si no hubiese pasado nada y...
—Acabo de cruzarlo —dijo Lele ingresando al aula con pasos ligeros hasta a mí—. ¿Sabes lo que me dijo? No importa, de todas formas, te lo voy a decir igual porque no vas a ser capaz de adivinar. Sí, y es sobre el incidente de ayer. Se dio cuenta de que le miraste las historias. Pero te salvé, eso es lo bueno.
—El incidente que ocurrió por tu culpa, ¿quisiste decir, no? —formulé enojada—. Bueno, ¿Y ahora qué hiciste?
—Claro, siempre es mi culpa... —Revoleó los ojos—. En fin, le inventé una excusa. Le comenté que compartimos nuestras cuentas de Instagram, por esa razón apareciste ahí, porque pensé que estaba en la mía.
—¿Y estás seguro de que se lo creyó? Alejandro, ahora va a tener la idea de que lo acoso por redes sociales y no quiero que piense eso.
—Sí, se lo creyó, tranquila. Aunque me interrogó un poco antes de creérselo, porque le había parecido raro que veas sus historias cuando no se siguen ninguno —respondió y yo negué con la cabeza por lo imposible que sonaba que se haya creído el cuento ese.
—¡Buenass! ¿Quieren mi opinión? Bueno, escuchen bien. Yo no pienso que con esa mentira lo hayas convencido. No tiene sentido. ¿Saben lo que sí lo tendría? Decirle que estabas buscando a alguien con su mismo nombre y justo apretaste mal, por lo que terminaste en su perfil —dictaminó Mariana mientras llegaba y se apoyaba encima de la mesa. Llevé mis manos hacia mi rostro ante la frustración—. A ver Victoria, que él piense lo que quiera pensar, ya te lo dije. No tenés que darle explicaciones de lo que haces. ¿Alguna vez te planteaste si él vendría hasta tu puerta y te daría explicaciones por lo mismo que te ocurrió? No, por supuesto que no. Eso solo vos sos capaz de hacerlo.
—Es que quiero hacer las cosas bien. No quiero empeorarlo.
—Define que es hacer las cosas bien, por favor. —Suspira y continúa—: Sabes que si quieren ambos estar con otra persona, bien lo pueden hacer, porque ninguno está atado al otro. Así que si querés ir y besar a Miguel en su cara, podés. Mauricio, haría lo mismo con cualquier otra chica. Lo confirmo. Todos de algún modo lo terminan haciendo, ya sea por probar cosas nuevas, por despecho, por mentiras, por celos, por cualquier cosa.
—Es cierto. —Interrumpió Lele y para cambiar de tema comentó—: Y aún considero que es una buena idea saber sobre la compatibilidad de sus signos.
—¿Otra vez, Alejandro? ¿Es en serio? —Se queja Rulos— Basta con el horóscopo.
—Es Libra —Continúe en medio de la queja.
—¡Que miedo, Victoria!
—Ay, por favor, no hice nada que ustedes no hayan hecho alguna vez. Ni mucho menos tuve que extorsionarlo para que me lo diga o algo por el estilo. —Revoleé los ojos— Había una fecha en el apartado de información de su perfil de Facebook. Cumple el 16 de octubre.
—¡Wow! Esto es grande... —expresó Lele leyendo algún artículo de su celular— Son más que compatibles. Se dice que juntos son dinamita. En buena manera, obviamente. Son serenidad y oscuridad, son polos opuestos, pero hay cosas que al final terminan coincidiendo. Esto es divertido. Ah, mira lo que dice acá. Dice que ambos son el alma de la fiesta.
—Ay, Dios, dame paciencia. ¿Saber esto de que le servirá a ella, Ale? No todos actúan de la misma manera, tampoco Victoria y menos lo que diga un horóscopo.
—No seas aburrida, Rulos. —dije y luego, al ver a entrar al preceptor, les indiqué que hiciéramos silencio para que no nos retaran.
Nos avisaron que debíamos bajar al patio para la formación, así que bajamos e hicimos la misma rutina de todos los días: izamiento de las banderas, rezo y escuchar las recomendaciones para evitar la cancelación de los juegos o que acabáramos en dirección. Como me encantaba realizar la formación. Esa era la única manera de poder observar mejor a Mauricio camuflada entre las filas de todos los cursos, porque para mi suerte, la suya se encontraba pegada a la de mía. Eso sí, lástima que a veces era impredecible y se solía cambiar de lugar. Pocas veces hemos coincidido, porque cuando yo me formaba por el medio, sin ni siquiera respetar las alturas entre compañeros, él acababa formándose a lo último. Y cuando yo me iba bien hacia atrás, él iba adelante. Un caso perdido.
En fin, después de la formación y de las primeras horas de clases, bajamos al salón para seguir con la celebración de la semana. La competencia entre cursos y alumnos seguía, por lo que se llevaron a cabo diversos juegos, algunos de ellos juegos de mesa y estrategia y, por lo general, fue lo que ocupó la mayor parte del tiempo. Cosa que le venía genial si Leo estuviera participando en ese momento. Mi hermano menor, tenía ocho años y había sacado los rulos y ojos de mi mamá en cuanto a su apariencia, lo que no venía al caso, como lo era su verdadero hobby. Aquel era un aficionado del ajedrez y de otros juegos, que hasta había logrado competir en campeonatos bastante grandes y conocidos, y ganar. Ah, y también le gustaban las cartas, pero no siempre eran aceptadas por cuestiones de apuestas. En resumen, si pudiera disfrutar de esta estudiantina que se había organizado, habría sido una locura.
Lo más gracioso del día, además de los juegos y algunos descontentos de algunos chicos por perder algunas apuestas, fue el desfile para los profesores. Con Mariana y Alejandro, nunca imaginamos que uno de los más rebeldes y conflictivo del 6to año lo sacara a bailar al director de la escuela. Había sido una sorpresa, hasta para el mismo, ya que en su cara al fin se podía notar que tenía una sonrisa debajo de ese malhumor. Lo siento por Miguel, pero su padre sí que era bastante serio y amargado.
Por otro lado, en uno de los descansos, para ir casi acabando con las actividades, pusieron música. Con Mariana, aprovechamos a entrelazar nuestras manos y a bailar como locas, formando una ronda junto a nuestras compañeras. El sonido había hecho que me transportara a aquella noche en el boliche, dónde lo habíamos pasado tan bien. Pero caí en la realidad, cuando por accidente tras haber girado en una ocasión, me choqué con Mauricio.
—¡Ups! —expresó sorprendido.
No me había percatado de que sus manos estaban en mi cintura, pero lo estaban. Nuestras miradas se habían encontrado, el corazón se me detuvo y su torpe sonrisa se ensanchó.
—Disculpa, no te vi —respondí y ambos nos separamos, como si ese roce no tendría que haber sucedido.
Mauricio no dijo más nada, solo siguió su camino mientras reía en silencio, para sí mismo, por lo que había ocurrido. Mi mirada siguió sobre él, al igual que el recorrido por la escena en que esto se dio. ¿Por qué pasar por dónde estábamos bailando? ¿Por qué tuvo que atravesar la ronda y no rodearla? ¿Acaso estaba tan cerca y yo fui la despistada que no lo vio llegar? No lo sabía, no sabía a quién culpar. Pero lo que sea que se le había cruzado por su cabeza, había funcionado. Me había dejado con las ganas de ir corriendo hasta aquel, olvidando todo. Olvidando el hecho que llevaba días espiándolo por los pasillos para no cruzarlo y otras sí; lo que había visto por redes y todas esas locuras que me llevaba a hacer todos los días.
Me dejó con las ganas. Quizás de poder intentar, aunque sea esta vez, de hablar como personas normales y dejar a un lado los sentimientos, y todo lo que me ocasionaba estar cara a cara con él. Sin embargo, con lo que más ganas me había dejado era... darle de esos besos que guardaba hace tiempo.
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