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CAPÍTULO 8

Era lunes, la semana apenas comenzaba y la mayoría estaban emocionados por probar todo lo que se había preparado para ellos por el Día del Estudiante. A mí también me emocionaba un montón, porque era el primer día, el día de los campeonatos de handball y fútbol. Y a pesar de que no era una fanática del deporte como Mariana, me encantaba jugar al handball. Este podría ser la última vez que pueda estar dentro, jugando, el año que viene no, el año que viene lo organizábamos nosotros a todo eso y ya no podíamos participar, porque ya nos iba y que sentido tendría si no.

Participaron de cada curso doce para el partido de handball, que sería solo de chicas, y once para los de fútbol, que serían solo chicos. Se les establecía un tiempo estimado y se iban anotando los puntos. Cada grupo tenía su hinchada, su mascota, su bandera y su color representativo. ¿Ya había dicho que amaba la estudiantina, no? Yo no sabía si últimamente estaba amando mucho o amando todo a la vez, que me hacía sentir feliz en todo momento. Pero la verdad era que todo aquello no dejaba de emocionarme. Lo sentía muy especial, especial porque gran parte iba a quedar como un recuerdo de lo bueno que tenía la secundaria.

Rulos estaba fascinada con todo, ella estaba lista para ir corriendo y ponerse una pechera para formar algún equipo. Alejandro no, a él no le importaba tanto, decía que para los partidos no era demasiado bueno. Él era flaco, alto, de brazos y piernas largas, y para posicionarse como defensa era muy útil. Pero bueno, allá él, si no quería no lo iba a obligar. Aunque por lo general esperábamos un rato a que jugaran los más chicos mientras supervisábamos y luego, si le faltaba algún integrante a alguien, se unía alguno de nuestro curso. Al menos, así colaborábamos con la organización de los chicos del 6to año.

Mi amado, el señorito Mauricio Almada, había mostrado interés. Quería sumarse. Al parecer, le gustaba esto de la competición y la destreza física.

—¿Hacemos equipo? —Le consultó a Alejandro.

Digamos que estaba pegada a Lele, Mariana a mi lado con los brazos cruzados y Mauricio estaba enfrente dirigiéndole la palabra. Y yo sabía que con un solo movimiento podría llamar su atención, pero no lo hacía, porque justamente buscaba que no notara que estaba ahí.

«Si no me muevo, no me ve», pensé en ese entonces y no pude evitar reírme para mis adentros por como sonaba eso.

—No, yo no juego —respondió—. Aunque eso deberías organizarlo con tu curso, así son las reglas. Curso contra curso, ¿entendés?

Reglas, reglas, reglas. Romper las reglas. Supongo que eso es lo que pensaba en su interior. Y a él le gustaba, le gustaba romper las reglas y causar caos.

—Sí, claro, entiendo. Sin embargo, es una lástima, amigo —dijo mi amado con una forzada sonrisa—. Me hubiese gustado que las reglas sean diferentes y puedas formar parte de mi equipo.

Y dale con romper las reglas.

—Después nos vemos. —Le ofreció la mano y se dieron un apretón con Ale.

Cuando estaba por retirarse, nuestras miradas se cruzaron, como si Cupido nos hubiera flechado, en ese preciso instante de desconcentración en el que solo quería verlo un poco. Él, tan descarado, lo hacía a propósito y lo sabía, sabía que con su sola presencia me provocaba mil sensaciones. Mil cosas a la vez. Mil taquicardias por minuto. Mil ganas.

—Tranquila, Victoria, ya podés respirar con normalidad. Ya se fue. —Indica Mariana.

—Hasta yo sentí la tensión. Mira que me puse serio, pero por dentro estaba aterrado. Muerto del miedo —comenta Lele, suspirando aliviado—. Creo que también me enamoré. ¿No te molesta compartir, Viqui, verdad?

—¡Alejandro, no! —dice Rulos dándole un golpecito en la nuca—, que la idea ni se te pase por la cabeza. ¿Escuchaste?

No pude evitar reírme ante aquello. Pero luego la risa, se convirtió en malhumor otra vez. Parecía bipolar.

—Ni siquiera se molestó en saludarme. ¿Acaso no existo? ¿Acaso no vio que estaba literalmente a su lado? O es tan ciego o se hace el importante para llamar la atención —expresé enojada— ¿Hacemos equipo? —Imité su voz—. Cada día es más insoportable.

—Victoria, mira el lado positivo, se encontraron a primera hora de la mañana y no tuviste que averiguar en dónde estaba. Él te buscó.

—No, Mariana, no lo hizo, solo buscó a Alejandro para hacerle la invitación que ya sabia que no podía hacer. No es lo mismo. Además, lo hizo para molestarme y lo consiguió. —Pasando las manos por mi rostro agregué—: No existe esa casualidad de que el chico que te gusta te busque, en vez de vos a él, las cosas no suceden así.

—¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vas a ver como juega al fútbol? Porque está a nada de empezar, según el cronograma que se armó, y te recomiendo que te apures si así lo deseas —formuló Ale.

—No. —Negué.

—¿No? —hablan los dos al mismo tiempo sorprendidos.

—¿Acaso tendrá fiebre? —exagera Mariana y colocó su mano en mi frente tomándome la temperatura.

—Voy a hacer algo mejor que ver a Mauricio —dije y aparté a Mari de mí—. Voy a jugar al handball, porque quiero y porque puedo.

Mientras me dirigía a cambiarme, no tardé en escuchar las súplicas de Lele en modo de burla, levantando las manos al cielo:

—¡Bendita seas Victoria y tus locuras!

—Estamos en una escuela católica, pero tampoco es para exagerar tanto, Alejandro. —Le pegó Mariana en el brazo retándolo.

Mi uniforme consistía en una simple pechera negra de friselina con el número de integrantes en la cancha, en plateado; en mi caso, era el seis. Además, llevaba puesta una calza pescadora negra del mismo tono que la pechera. No me gustaban mis piernas, pero ahí estaba con aquello que me llegaba hasta un poco arriba de las rodillas. Mi pelo estaba recogido en una colita alta y solo tenía que esperar a que terminara el segundo tiempo del partido de fútbol para entrar.

El equipo en el que se encontraba Mauricio, indudablemente ganó. Lo levantaron en el aire cuando anotó el último gol y comenzaron a alentarlo tras su triunfo. Por lo que me informaron, no fue todo color rosa, porque tuvo una pelea con un estudiante del otro curso, cosa que no pasó a mayores. Algunos decían que solo estaba bromeando. Yo, aún pensaba que era para llamar la atención y menos mal que no estaba cuando pasó, porque de inmediato entraría en pánico. No me gustan las peleas, ya sean reales o en joda. En definitiva, no me gustan, ya que no venía de una familia conflictiva y menos que se vaya a las manos para arreglar ciertos asuntos.

Sus ojos cayeron sobre mí, cuando me vio y dibujó una sonrisa en su rostro que era cautivadora, cándida y sobre todo enigmática. ¿Cómo podía sonreír después de tener el labio roto? ¿Cómo sonreía después de un partido o más bien de una pelea? ¿Cómo sonreía y me miraba a mí? ¿Por qué me mira a mí? ¿Lo hace? No sé si es a mí a quien mira, o si solo me mira de a ratos, pero mira. Y se dice que la mirada es el lenguaje oculto del alma. La mirada delata. A Mauricio y a mí, nos delata.

En el altavoz anunciaron que los próximos a competir debían ingresar en la cancha y reunirse con su equipo. Seguimos las instrucciones y de forma inesperada veo cómo Mariana me acompaña al campo con el mismo uniforme que el mío.

—¿Creías que te iba a dejar sola? —pregunta—. Si acá salís con un ojo morado, mejor que sean dos.

—¡Te tomas muy en serio esto, eh! —respondí y luego ambas pegamos una carcajada.

Nuestro nombre ficticio fue el de los Huracanes, dándole el significado de que cuando se trataba de jugar, preferíamos darlo todo y arrasar con las que se crucen en nuestro camino. Las rivales se hicieron llamar los Pumas y demostraron que si tenían que sacar sus garras, las sacarían, porque ellas no tenían miedo a jugar sucio.

—¡Vamos Huracanes!

Su voz.

Mauricio gritó desde alguna parte de la tribuna.

—No, no, no. No es hora de distracciones, Victoria. —Me regaña Mariana— El partido acaba de comenzar y vos como portera tenés un papel muy importante. Solo hace oídos sordos si llega a gritar tu nombre o cualquier cosa otra vez, ¿entendido?

—Bueno —contesté y el silbato sonó.

La pelota se desplazaba de lado a lado, de esquina a esquina y de centro a centro en las manos de cada equipo por todo el sitio. Una del equipo de los Pumas intentó meter un gol, pero no lo consiguió, por suerte esta había logrado rebotar en el travesaño. La atrapan para volver a intentarlo. Esta vez quien decide atacar es Paula, fulana que no me había dado cuenta de que estaba jugando. Aquella, con toda la maldad en su rostro, lanza la pelota con fuerza bruta al arco, provoca un golpe en mi pierna y a pesar del dolor, es suficiente para detenerla. Se logra escuchar un pequeño quejido al no anotar.

—¡Auch! —exclamé y Rulos se acerca.

—¿Estás bien? —Interroga.

—Sí, no es nada, Mariana. —Le informé haciendo una mueca de dolor nuevamente— Estoy bien, solo volvé al juego.

No estaba muy convencida cuando se fue y me dejó continuar, porque lo último que quería era salir herida de ese partido, ya que el golpe había sido fuerte. Sin embargo, poco después el silbato sonó y el árbitro le cobró falta a mi amiga, por haber empujado intencionalmente a Paula. Lo que había pasado no nos beneficiaba en nada, les daba más oportunidades a ellas de ganar de una, mientras que a nosotras nos perjudicaba, dándoles el gusto de que nos terminen echando de la cancha.

En efecto, hasta estas alturas nadie había logrado meter ningún gol y Paula insistía en querer hacerlo, por lo que lo volvió a intentar. Era buena, no lo niego, pero jugaba sucio. Muy mal, incumpliendo con todo lo que se tendría que sancionar o cobrar falta. Pero bueno, tal vez la profe tenía favoritismo por un equipo más que por el otro.

Más tarde, el impacto una vez más fue en la pierna, cerca de la rodilla, con la misma fuerza que en la primera y luego al arco. No sabía si era porque yo era muy mala atajando, si me encantaba atajar con las rodillas y las piernas o si lo hacía por gusto. Solo sé que estaba demostrando ser una completa imbécil, parada en el arco, que no sabía jugar cuando sabía lo que tenía que hacer y cómo tenía que hacerlo. Para colmo, estábamos perdiendo y al día siguiente iba a amanecer con moretones en todas partes.

Los Pumas celebraron y Paula luciéndose besó su camiseta, o más bien pechera, como si estuviera compitiendo para las ligas mayores.

—¡Otra vez y en el mismo lugar! —Protestó Mari al árbitro con las manos apuntándome.

—¡Mier...!

Intenté no putear, pero no podía. Yo no solía putear y menos en la escuela que estaban atentos a todo, pero a cualquier argentino al menos alguna vez se le escapa. Apreté mis labios, para que no se me escapara más nada, y masajeé mi pierna.

—Fue gol. —Comunica la profesora de educación física y suena el silbato para que se defina el partido.

La rabia crecía dentro de Mariana, al igual que en mí, al no poder hacer nada como el resto de mis compañeras. El próximo pase fue corto y mi equipo consiguió empatar. Con pocos minutos en el reloj, el último en meter el gol ganaba, por lo que los Huracanes dejaron el festejo para el final. Mari llevaba la delantera y estaba a punto de anotar, pero Paula junto con otra chica fingieron lesiones. En conclusión, esto no frenó su jugada, el árbitro no cobró falta. Continuó haciendo pases hasta que el público hizo una especie de ola, cuando se escuchó que habíamos ganado dos a uno en ese enfrentamiento. ¡Los Huracanes habíamos triunfado!

El dolor de mi pierna era lo de menos, pero la felicidad de haber ganado era compartida y se lo habíamos dado vuelta, pues resultaba algo irreal y demasiado para todos. Desde entonces, supe la adrenalina y la pasión que mis hermanos sentían por sus venas al jugar en la cancha, a pesar de no ser el mismo deporte.

Después de que todo concluyó, me dirigí a la dirección. Necesitaba informarle al director sobre mi rodilla y ver si podía darme algo para el dolor. Cuando me dejó entrar, vi a Miguel que, al parecer, llevaba un buen rato hablando con él. Miguel se levantó, me saludó con un beso en la mejilla, sonriendo y salió, permitiéndome hablar en privado con el director. Aunque en realidad no era tan privado ni tan grave. No me dieron mucho, solo una venda elástica y un ibuprofeno.

Afuera lo vi de nuevo.

—Fue un buen partido —dijo mientras apoyaba mi mochila en el banco en el que estaba sentado y sacaba mi botella de agua para tomar la pastilla—. Lástima que tuviste que sufrir algunos golpes.

—Sí, supongo que vos y mi hermano están acostumbrados a esto.

—Más o menos. Nuestras lesiones son más en los tobillos y ni hablemos si es en la tibia, ¡qué dolor!

Guardé la botella y se ofreció a ayudarme con la venda. Acepté, me senté y extendí la pierna que colocó sobre su regazo. Después le pregunté:

—¿Tu hermano viene acá?

Estaba tan cerca de Miguel y tenía una inmensa necesidad de tocar y acariciar su cabello lacio. Pero no tanto como el cabello ondulado de Mauricio.

—No —respondió y con delicadeza siguió enrollando la venda—. Solo vine a hablar con mi viejo.

—¿El director es tu padre? —Abrí los ojos enormes.

—Sí, lo es.

Al rato escuché a su padre llamarlo. Para entonces ya había terminado con el vendaje, así que se despidió de mí, le agradecí por la ayuda y volvió adentro. Cuando iba para la parada del colectivo, me reencontré con Mari y Lele en la salida.

—¡Felicidades! Fue un partido emocionante —dice con los pulgares arriba y frunciendo los labios.

Ambas le agradecemos.

Cuando el evento había terminado, no había visto por ningún lado a Mauricio y aun así trataba de no darle importancia.

—Es tan patética... —comenté cuando llegué a la parada y vi que Paula hablaba con mi amado, haciéndose la víctima. Puro teatro y drama era eso.

—Ignórala, aún no acepta que le ganamos. —murmura rulos en mi oído mientras los observaba. Parecíamos las viejas chusmas, esas vecinas que salen a la calle en pleno sol, solo para eso, para chusmear. Al rato, burlándose, empezó a cantar—: ¡Ganamos, lero, lero!

—Nos van a echar del instituto, Mariana. —Ale hace que se calle— Bueno, tenemos que irnos, mis padres ya vinieron por mí y me tengo que encargar todavía de llevar a la ruidosa y media loca a su casa.

—Bien, nos vemos mañana. —Los saludé con un beso en el cachete.

Rulos seguía cantando al marcharse. Lele, la miraba seriamente y le decía que le estaba haciendo pasar vergüenza, y que se calmara. Me reí ante aquello.

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