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CAPÍTULO 6

El sábado por la mañana estaba agradecida, porque al despertar no tenía un fuerte dolor de cabeza por los acontecimientos de la noche anterior. Los padres de Mariana, Gustavo y Luciana, nos prepararon un té con leche, el cual decidimos disfrutar en la terraza, bajo el sol que apenas comenzaba a asomarse. Siempre me ha encantado la terraza de Rulos. Su casa es considerablemente más grande que la mía. En cuanto a su familia, siempre han sabido recibirme y tratarme con cordialidad, un gesto encantador para alguien que aún se siente culpable por haber asistido a una fiesta y haberles mentido en la cara.

Cuando no tenía clases, solía despertarme muy temprano para dibujar en mi cuaderno, pero con el bullicio matutino en la casa, la concentración se volvía una misión imposible. Por eso, prefería hacerlo por la noche, cuando todos dormían y nadie podía interrumpirme. Sin embargo, ahora estaba en casa de Rulos, un lugar con un ambiente agradable, quizás debido a que ella no tenía hermanos. Siendo hija única, creo que algo bueno tenía que tener. En fin, sabiendo que amaba dibujar y pintar, Rulos me ofreció una hoja. Así que, con calma, tomé mi desayuno y disfruté del paisaje. Me encantaba poder observar desde su terraza el ajetreo de las calles, las personas que salen a correr, otras paseando a sus perros y algunas simplemente yendo a hacer trámites al centro. La casa de Mariana estaba, quizás, a unas veinticinco cuadras del centro.

Comencé a trazar líneas en la hoja, inspirada por una mariposa que se posaba con delicadeza sobre el barandal de hierro, observándonos con sus diminutos ojos. Mientras dibujaba, los recuerdos de la noche anterior volvían a mi mente: Mauricio, el boliche, el momento en que nos fuimos y él fumando afuera. También recordé lo bien que se veía. Vestía un jean negro, una remera blanca corta con un estampado y zapatillas, todo muy sencillo, muy cómodo. De hecho, soñé con él en la madrugada, con esa noche, pero había decidido que sería mejor no contárselo a Mariana, para evitar las preguntas que sin duda surgirían.

Mauricio representa todo lo que se considera mal, y por eso es tan difícil amarlo. Mis padres no lo aceptarían, y mucho menos a mí si decido estar con él. Él es completamente opuesto a mí: mientras yo me quedo hasta tarde haciendo tareas de la escuela, él se la pasa en las fiestas; yo intento llegar temprano a las clases, mientras que él aparece despreocupadamente a cualquier hora; yo me tomo las cosas en serio, y él parece tomarlo todo a la ligera, con gracia. Somos tan diferentes que no logro ver cómo podría funcionar esto. ¿Por qué tuvo que aparecer aquel día? ¿Por qué tuvo que ir a la feria? ¿Por qué no podía escapar a algún lugar donde no pudiera encontrarte, si siempre vas a estar ahí? Todo está en juego. Todo. Y no podía llegar y desordenar mi vida así como si nada.

—Eh, después de todo, nunca se había ido —comenta sabiendo que pronto sacaríamos el tema.

Recuerdo, recuerdo sus palabras en el baño...

"Estoy segura de que, con el alcohol que cargará en pocos minutos ahí cerca de la barra, ni será capaz de reconocerte."

Pues, Rulos, cómo decirte que te habías equivocado. Mauricio me reconoció cuando apenas comenzaba a salir del boliche y decidía bajar por los escalones. Pudo haber estado borracho o fumando, pero eso no quita el hecho de que me había reconocido y luego no me quitó la mirada de encima. Ojalá esas miradas pudieran significar algo.

—Lo sé, si hubiéramos apostado, de seguro habrías perdido. —Asentí. Le terminé regalando una sonrisa antes de volver a hablar— Y aun así, lo pasamos bien.

—¿Y ahora qué harás con Sebastián? Si tu amor inalcanzable y prohibido, te vio, quién nos asegura de que también él pudo haberlo hecho —agrega y se deslumbra al ver mi dibujo terminado cuando se lo muestro.

—Si me vio y fingió no hacerlo, entonces... ahí estoy en el horno. —Suspiré dejando una leve pausa— Sabes, a veces no comprendo a Sebas. Él tiende a ser muy protector, otras veces, no le interesa lo más mínimo que haga. Lo que ocurre es que mi madre ha sido exigente por años y tal vez mi hermano actúa de esa forma porque hago cosas que a mi edad él no pudo hacer. Obvio que ahora sale de fiesta, hace sus cosas, tiene su auto y va a la universidad. Él se preocupa mucho por sus notas y yo también lo hago, pero parece que a esta altura ya no me quedan ganas para seguir el año bajo las reglas de mamá. Me siento cansada y siento que Mauricio hace eso, me saca de mi zona de confort, saca a la Victoria rebelde y todo lo que puedo ser. Tal vez por eso estoy enamorada de él, tal vez por eso me atrae. Sin embargo, mi hermano no tiene eso, no tiene a alguien que lo saque de su mundo. O quizás si y yo no sepa nada.

—Para mí que es envidia. —Aseguró bromeando y luego recuperó su tono serio— Sí, pero si Mauricio tiene la posibilidad de deshacerse de vos a la primera oportunidad que tenga, lo va a hacer. No lo dudará. Yo te avisé. Ese chico no es para vos y no lo necesitas. Pero... allá vos.

—Lo sé. Seguramente hay miles de chicos en los que podría fijarme y yo vengo y me fijo en él. Solo a mí me pasan estas cosas.

—A todos les pasa, Viqui, no solo a vos. Pasa que a veces cuando el corazón habla, no puede uno sentarse y esperar. No se queda quieto, el corazón, la cabeza, ni mucho menos el alma. O tal vez, cupido no apunta bien y uno termina teniendo mal ojo para los chicos.

—¿Crees que podría interesarle? ¿Sentirá algo por mí o solo soy yo la boba ilusionada?

—No eres boba, ilusionada sí, pero boba jamás. Y no sé, Mauricio siempre que salía con alguna chica, acababa mal. No sé por qué. Tal vez no le corresponden, o no busca nada serio, o le gusta ir tanteando el terreno y ver si andarían, las usa, no sé. Pero con vos, si tuviera la posibilidad de que esté con vos, yo diría que se sacó la lotería. Bueno, la Quiniela. —Extendió sus brazos para que aceptara su abrazo y lo hice— Estoy segura de que si tuviera la oportunidad de conocerte, vería lo importante que eres para nosotros, tus amigos. Además, ¿qué más puede pedir? Eres linda, inteligente, alegre y comprensiva, curiosa, creativa y toda una romántica.

—Gracias, Rulos.

—Para eso estamos. Ah, y si no te ama, ojo, porque no pasa nada. Nadie se murió de amor. Él se lo pierde.

Creo que se me derramaron algunas lágrimas.

—Y bueno, después de tanto hablar de Mauricio, apareció el señorito mayor... —dijo en voz baja mientras veíamos llegar a mi hermano y estacionarse en la entrada de su casa—. ¿Desde cuándo le gusta tanto usar lentes de sol? ¿Es acaso una costumbre? Parece que no se los quita en ningún momento.

—Tal vez los usa para no ver tu rostro y lo colorada que te pones cuando te mira —dije riendo y le lancé una almohada de nuestros sillones. Ella hizo lo mismo y me escapé antes de que comenzara a correrme por la casa. Desde que conoció a Sebas, la molesto con eso. Ellos se llevan tan mal, tan mal como Mauricio y yo, creo.

Hablando de cómo se conocieron Mariana y Sebas, eso es una historia para recordar. Era un día de verano, Mariana y yo estábamos en la pileta de casa, disfrutando del sol y celebrando que habíamos terminado las clases. Ella estaba con su bikini color bordó que le quedaba hermoso por su tono de piel. Al principio estaba algo fresco, así que se puso el remerón largo de Stitch y esperamos para entrar al agua, solo metimos los pies. De repente, escuché el sonido de un auto. Miré hacia la entrada, pensando que había llegado papá, pero no. Era mi hermano.

—Che, Vicky, ¿quién es ese? —preguntó Mariana, señalando a Sebastián.

—Mi hermano Sebas; es el mayor —le contesté, poniendo los ojos en blanco, porque sabía que siempre que me veía a la orilla de la pileta me asustaba y luego me lanzaba como una bomba.

Sebastián se acercó a nosotras con esa sonrisa canchera que siempre llevaba, haciéndose el gran galán. Mariana, educada, le extendió la mano para saludarlo y se presentó. Pero Sebastián, en lugar de darle la mano, la miró y decidió hacer una de sus bromas pesadas. Agarró la manguera que estaba en el suelo y, sin previo aviso, la apuntó hacia Mariana.

—¡Cuidado con el agua, Mariana! —gritó, mientras el agua salía disparada hacia ella—. Un gusto conocerte, soy Sebastián.

Mariana quedó empapada y boquiabierta, mientras yo no podía creer lo que él acababa de hacer. Desde ese día, Mariana no puede ni ver a Sebastián. Y, la verdad, no la culpo. Aunque fue un momento gracioso, también marcó el inicio de su rivalidad. Es divertido recordarlo. Y así, cada vez que Sebastián aparece, Mariana se pone tensa.

En fin, volviendo, bajé rápidamente y acomodé mis cosas en mi bolso. Luciana lo recibió y lo invitó a pasar, pero Sebas rechazó la oferta y solo esperó en la entrada. Me despedí de cada uno de ellos al salir y saludé a mi hermano.

—¿Me extrañaste? —pregunté subiéndome al auto.

—Para nada —contestó aquel.

—Que mentiroso eres —Acusé. Él se ríe casi en silencio y veo su reflejo en la ventanilla.

«Si Sebastián no saca el tema de anoche, yo tampoco lo haré».

En nuestro camino a casa, nos encontrábamos charlando sobre el clima, riéndonos de los comentarios inusuales y chistes que surgían espontáneamente. Mientras esperábamos que el semáforo cambiara, observábamos a un chico morocho muy lindo de ojos cafés que, intentaba llamar la atención de su vecina realizando trucos con su patineta. Sin embargo, lo único que conseguía era que el gato travieso de ella se lanzara a sus pies, provocando que el pobre perdiera el equilibrio y terminara en el suelo, en medio de una risa incómoda y vergonzosa. Nosotros no aguantamos y largamos la carcajada, a pesar de que estábamos del otro lado de la calle y no nos iba a ver. La verdad es que, cuando se trataba de entender a alguien y disfrutar de un buen rato, hablaba de eso, de pasar tiempos de hermanos a través de esa complicidad.

—¿A dónde estamos yendo? Pensé que íbamos a casa —Lo interrogué viendo que tomaba otra ruta diferente a la de siempre.

—Tengo que ir a la casa de Miguel Ordaz. —Jugué con un mechón de mi pelo mientras lo escuchaba— Tuvimos práctica de fútbol y me olvide la botella de agua y unas toallas. Transpiro mucho, así que necesito buscarlas, no es muy recomendable que quede el olor y no lavarlas. Y no las voy a dejar ahí para que después mamá me rete porque no lavo mis cosas. Las vamos a buscar porque las necesito para los siguientes entrenamientos.

Eso sonaba a un vamos si o sí.

—¡Qué sucio que sos! —Protesté riendo—. Supongo que luego iremos a casa, ¿no?

—Quedé para almorzar con él también...—respondió con una sonrisa forzada.

—No se para qué te comprometiste en buscarme si tenías cosas que hacer... —Bufé— ¿Por qué no me dijiste antes? Podría haberle dicho a Mariana que me acompañe hasta casa y vos hacías lo tuyo tranquilo.

—Victoria, —dijo bajando sus lentes para mirarme y luego volver a concentrarse en el camino— no te estoy llevando a la casa de ningún desconocido. Es Miguel, lo conoces. Confía, como yo lo hago en vos.

No conozco a Miguel del todo, menos en persona. Y aparte, había hecho que en mi cabeza resonar el "confía, como yo lo hago en vos", cuando realmente eso no era así.

—Sí, lo sé. Solo que yo también tengo planes... Alejandro nos invitó al cine. Compró las entradas para mí y para Mariana. Sabes que la siesta es sagrada y yo necesito mi siesta antes de ir.

—Vas a llegar a tiempo, no te preocupes. Además —contesta—, sé que vas a tener hambre dentro de unas horas y almorzar con nosotros no te viene mal. Y un día que no duermas, por favor, Victoria.

Al llegar, por el exterior de la casa se podía apreciar dos ventanas en lo que parecía un segundo piso, otra al lado de la puerta de madera, lo que era algo opaca. Y un garaje del lado derecho, bastante grande que podría caber dos dormitorios más. Dos faroles algo antiguos y distintas especies de plantas en macetas decoran aún más la entrada. En el interior, todo era completamente diferente, hasta como me había imaginado al mismísimo Miguel.

El pelinegro de ojos grises profundos me abrió la puerta. Aquel llevaba una camiseta blanca algo arrugada y el cabello totalmente despeinado. Se apoyó sobre el marco de la puerta con uno de sus brazos y colocó su mano disponible en el bolsillo de su pantalón. Me regaló una sonrisa pícara y me comió como quien diría con la mirada. No conozco perfectamente a Miguel, pero por esta clase de cosas, prefiero no acompañar a mi hermano a la casa de sus amigos: se creen mucho y eso hace que genere una mala impresión de ellos mismos.

—Vos no sos Sebastián —expresó tal vez haciéndose el chistoso. ¿Qué acaso son todos iguales?

Su voz me derritió de inmediato cuando la escuché. Me hizo recordar a Mauricio, pero acá sabemos bien que hay un solo hombre que me incita a tentar. Y aun así, agradezco que Sebastián siga buscando su celular y no haya sido testigo de esta dramática escena, porque sería capaz de romperle la cara.

—No. Me llamo Victoria —solté firme y le tendí mi mano para saludarlo.

—Lo supuse —presumió y la tomó dándole un apretón como suelen saludarse los chicos—. Un gusto, Victoria.

—¡Hey, Miguel! —habló Sebastián asustándome tras aparecerse de la nada a mi lado. Aquellos se dieron un fuerte abrazo y un golpecito en las espaldas de ambos—. Se nota que no podés vivir sin mí.

—Lo dice quien olvidó sus cosas —comentó riéndose—. Puras excusas son lo tuyo, eh.

El interior era moderno y ordenado. Noté algunos trofeos y medallas en una repisa, señal de sus logros deportivos. La sala de estar estaba decorada con colores neutros y muebles cómodos. Nos encontrábamos ahí, donde los muchachos estaban pegados a la televisión, jugando videojuegos en una consola. Por mi parte, estaba sentada en un sillón cómodo e individual, bebiendo del jugo de naranja que me había ofrecido y observando el interior de la casa. Aunque también, un poco al idiota de Miguel y sus hermosos ojos tan llamativos.

—¿Aburrida, Victoria? —Se burla y me lanza una mirada furtiva que casi me atraganto con el jugo. Vuelve a concentrarse en el juego, al no contestar nada de mi parte, sin quitar su enorme sonrisa—. No sabía que tenías una hermana, Sebastián.

—Sí, sí, la tengo. —Apenas asintió aquel.

—¿Vives solo, Miguel?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque la casa es grande, apenas hay fotos de tu familia y no hay ruido de niños corriendo o algo por el estilo.

—Me mudé hace como tres meses. Tengo cerca la universidad de acá —respondió—. En mi familia está mi hermano menor y mis viejos. Ellos vienen la próxima semana.

—¡Gané! —Se puso de pie mi hermano, festejando en la cara de Miguel.

Aquel se volvió a sentar y siguieron con otra partida.

—¿Compañeros de universidad y de partidos o solo partidos? —Continué diciendo.

—Ambos.

Asentí y prendí mi celular para fijarme la hora.

—¿A qué se debe tantas preguntas? —agregó y guardé el aparato.

—Curiosidad —dije sin más y luego también quise ser parte, por un rato, de los videojuegos—. ¿Puedo?

—Claro. —Me cedió el control.

Creo que es más que evidente que perdimos el tiempo en lo que mejor sabían hacer. Para el almuerzo, Miguel nos sorprendió con milanesas con puré. Lo disfrutamos mucho. En simples palabras, lo pasamos bien. Sin embargo, debíamos irnos, porque quería dormir la siesta y poder estar lista para la salida con mis amigos.

—Gracias por venir, Victoria. —Se despide con otro apretón de manos— Espero que nos podamos encontrar de nuevo en algún momento.

No podía mirarlo a los ojos, me incomoda en la mayoría de los casos hacerlo. Una vez alguien me dijo "es imposible mirar fijamente a las personas con ojos claros, porque son capaces de hipnotizar" y así eran estos. Son esos a los que no te podés resistir y nunca te cansas de verlos. Pero, en este caso, los suyos no eran una debilidad para mí. Mi verdadera debilidad tiene nombre, apellido y unos ojos marrones muy expresivos.

—Eso aún no lo sé —contesté y me entregó las cosas de mi hermano—. Deberías agradecerle a Sebastián, yo solo lo acompañé.

Miguel era de esas personas con las que podría haber estado más cerca de tener algo con alguien que con cualquier otra; en el sentido de la onda o química que se hacía ver, sin necesidad de que me paralice o quiera huir todo el tiempo. Con mi amado, no hubiera pasado nada de eso, ni siquiera aún habíamos cruzado palabras; solo se trataban de puras miradas sin respiro que, en definitiva, no nos estaban llevando a nada. Entonces pensé, ¿qué pasaría si me permitía centrarme en otro chico, como Miguel, y pudiera llegar a sentir algo o ver que sucede? Digo, sería una buena opción, aunque no creo estar lista para fijarme en otro chico ahora. No obstante, dejarme llevar por un nada, sería abandonarlo todo, sería abandonar lo que siento por Mauricio Almada. ¿Sería capaz? ¿Podría ver mis otras opciones que no fuera mi amado? Posiblemente, pero no puedo evitarlo, aún siento, siento cosas por él y ese es el problema. Y estar con el amigo de mi hermano se siente mal y como si lo hubiera traicionado. Tal vez es un pensamiento estúpido, pero es raro, y los amigos tienen códigos. Es como si tu mejor amiga esté con tu hermano, ni ahí.


—¡Hola de nuevo!

—Si supieran lo que hoy viví —dije moviendo la cabeza, aún recordando todo y riendo, quedando con la imagen en mi mente del chico de ojos grises.

Mariana me miró abriendo los ojos bien abiertos, pensando que mi historia trata sobre Mauricio, pero no. No, no todas las historias se tratan, son o giraban en torno a él.

—Después les cuento —agregué y las puertas comenzaron a abrirse para dejarnos ingresar.

Les dimos a los muchachos de la boletería nuestros tickets, avanzamos sin problemas y elegimos nuestros asientos.

—¿Tercera fila? —Sugirió Lele.

—No, no me gusta, es muy adelante. —Mariana, movió su boca con desaprobación— ¿Qué decís, Victoria?

—¿Sexta fila? Creo que sería mejor, no estamos ni tan lejos ni tan cerca de la pantalla.

Todos estuvimos de acuerdo. En resumen, casi en la mitad de la película nos pasamos tirando pochoclos entre nosotros, en algunas escenas tristes o románticas que nos hacían llorar.

—Débiles —susurró Mariana y nos dio unas servilletas de papel que guardaba en su pequeño bolso de mano.

A la salida habíamos ido hasta uno de estos sitios de comida rápida para finalizar con nuestro día y, esta vez, Lele se pidió unas hamburguesas mientras esperábamos en nuestra mesa con Mariana. La comida chatarra siempre sabía bien.

—¿Eso te dijo? —expresó sorprendida—. Servido en bandeja de plata, Victoria. Sí, sin dudas.

—Aun así, soy incapaz de llegar a amarlo, a pesar de que sea lindo. —Antes de que Alejandro llegara con nuestros pedidos, agregué—: Mi corazón ya tiene dueño, Mariana, sabes quien es. Aunque él no lo sepa.

—¿Quién hablaba de enamorarse o amarlo? Yo me refería a que salgan sin etiquetas, que lo conozcas y veas a ver que onda la cosa.

—¿De qué hablan? —consulta cuando creí que no nos había escuchado.

—De Miguel —dijo Mariana.

—De Mauricio —La contradecí, al mismo tiempo que había soltado el nombre del amigo de mi hermano. Lele comenzó a reírse y quedó confundido. Sin embargo, la risa desapareció y yo completé diciendo—: y de lo enamorada que estoy de él.

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