CAPÍTULO 5
Cuando llegó la hora, los padres de Rulos nos llevaron al lugar acordado. Mariana llevaba el pelo suelto y vestía un top verde militar que contrastaba con sus ojos y su piel morena, pantalones negros engomados ajustados y zapatos de tacón. Para mi gusto, iba demasiado arreglada para un simple paseo nocturno por la Costanera. Yo, en cambio, llevaba una camisa beige, unos jeans, zapatillas y el pelo en una cola alta. Después de que sus padres se fueran, indicándonos que pasarían a recogernos a las dos de la madrugada o que, en caso contrario, tomáramos un remis, supuse que mi amiga tenía otros planes. Era un plan perfecto.
Comenzamos a recorrer el paisaje verde, algunas cuadras. A veces nos apoyábamos en las barandillas de los miradores para admirar el río. De hecho, me hubiera gustado sentarme en los escalones que dan a la playa y disfrutar del momento, pero estaba algo fresco y Mariana lo usó como excusa para seguir caminando, sugiriendo ir a otro sitio.
—¿Qué tenés planeado? —suspiré—. ¿Qué es más importante que sentarse a no hacer nada?
—Algunas cosas —contestó—. ¡Qué aburrida eres! Sí, a veces está bien sentarse y no hacer nada, pero otras hay que salir y divertirse. Y yo, esta noche, pienso divertirme, y quiero que vos también lo hagas.
—Me meterás en problemas, Mariana.
—Nos meteremos. —Corrigió y comenzó a señalar un punto en el aire— ¿Ves ese paraje? Bueno, ahí iremos hoy.
—¿Querés colarte a una fiesta?
—¡Obvio! Sígueme. —Declara y toma mi mano arrastrándome hasta el boliche.
—Siempre por las malas —Me quejé poniendo mis ojos en blanco.
En la entrada del boliche había dos patovicas cruzados de brazos, vestidos con trajes negros, eran altos, robustos, con una mirada bastante intimidante y carecían de cabello. Aquello no me gustaba para nada, menos tener que mentirles en la cara de que estábamos en una lista con nombres que Mariana inventaba al azar. Por suerte, nos dejaron entrar antes de que siga abriendo más la boca, ya que ellos no contaban con ningún papel. Eso sí, una vergüenza me dio porque habían intercambiado miradas, dándose cuenta de lo que queríamos lograr. La fiesta no era privada y el plan de Rulos no resulto tal y como esperaba.
—Sabes que mi papá suele trabajar en estos lugares, ¿no? —Le dije tomándola del brazo— ¿Qué hubiese pasado si uno de esos guardias hubiese sido él?
—Sí, disculpa, se me pasó. —Llevó una mano a su cabeza— Pero en cualquier caso, se lo hubiera explicado todo a Walter. Ahora, para darte tranquilidad, propongo echar una mirada y ver si podría estar.
Estaba repleto de gente por doquier, pero papá no estaba por ningún lado y el lugar no era muy grande como para seguir buscando rastros de él. En mi vida había estado en un boliche y ahora que me encontraba en uno, quería explorarlo, aunque pueda que termine mal.
—Hay que pedir algo. —Sugirió Rulos y estuve de acuerdo. Quizás eso me sacaría el susto.
La primera ronda, lo tomamos todo de un solo sorbo, nos habíamos pedido un trago en unos vasitos pequeños de vodka, así puro. Dado a lo fuerte que era, en un principio sentí como ardió en mi garganta, a lo que hice algunas muecas hasta sentir que se aliviaba esa sensación. En nuestra segunda ronda, mantuvimos una bebida diferente a la anterior en nuestras manos un poco más de tiempo y bailábamos en el centro de la pista, sin importarnos quiénes nos vieran, sin importarnos quiénes estuvieran. Unas horas después volvimos a pedirnos algo, en especial una cerveza y mientras Mariana se encargaba de hacerlo, observé a las otras personas que nos acompañaron durante los cinco primeros bailes.
—Aquí tienes, Victoria. —Me indica y me da el vaso lleno con la bebida.
Cuando se trata de ingerir alcohol en mi organismo, siempre decía que, por mí, solo prefiero degustar y tomar de ella moderadamente. Es decir, de forma autocontrolada, sin apuros y a su tiempo, y no beber hasta no recordar nada al siguiente día o hacer mezclas. Aunque, se volvía algo difícil con Mariana insistiendo cada vez más, y no sabía si iba a terminar vomitando o cantando unas cuantas verdades o cosas sobre mis sentimientos. Y yo sé que a simple vista parecía una persona aburrida, pero cada uno debe disfrutar a su manera, y yo tengo mi manera de divertirme. Quizás, no tengo la libertad absoluta como para divertirme de la manera que quisiera.
—Gracias. —Tomé un sorbo y lo sostuve en mi mano. Nos apoyamos sobre la pared de cristal, más bien sobre unas ventanas que eran corredizas, y seguimos observando a todos para hacer algo de tiempo y descansar.
Como si no fuera suficiente, subieron aún más el volumen de la música en los enormes altavoces de cada esquina, y volvimos a la pista. La misma era un remolino de cuerpos. Cuerpos lindos y envidiables. Supongo que nadie piensa en eso mientras baila, pero cuando lo hago, veo a las otras chicas y chicos, tan delgados, y me cuestiono. Comparándome con ellos, mis caderas eran anchas, mis piernas y abdomen esbeltos, y a veces me costaba soltarme, moverme con soltura, y bailar reggaeton. Pero como dije, creo que, bajo los efectos del alcohol y las luces tenues, uno no se pone a pensar demasiado en lo que yo si prestaba atención. Aun así, intenté que eso no me impidiera bailar. Soy arriesgada y me gusta arriesgarme a todo, demostrar que yo también soy capaz de hacer lo que los demás creen que no.
Así que no sé en qué momento, pero Mariana empezó a bailar con un chico, y yo hice lo mismo. Ojalá tuviera la misma valentía que tenía para invitar a alguien a bailar como para confesarle mis sentimientos a Mauricio. Pero era diferente. El chico con el que bailaba y hablaba no lo volvería a ver, ni siquiera estaba segura de volver a cruzarme con él esa noche. Creo que en algún momento me había hecho saber su nombre, pero ya no lo recordaba. Además, era imposible entre el sonido que resultaba ensordecedor, la mezcla de risas, conversaciones entrecortadas y adolescentes cantando a todo pulmón la letra de las canciones.
Entrelacé las manos con el chico rubio, de mi edad probablemente, para bailar un cuarteto. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo, una mirada que me hizo sentir incómoda, pero también me había subido la autoestima. El aire era denso, una mezcla sofocante de sudor, perfume y alcohol. Cuando la música cambió, mis brazos luego rodearon su cuello, y los suyos, mi cintura. Sentí la calidez de su cuerpo cerca del mío, su respiración entrecortada rozando mi oído. Estaba a punto de acercarse aún más para susurrarme algo cuando, a lo lejos, lo veo llegar a Mauricio y eso hace que de inmediato me separe bruscamente. La sonrisa que tenía el chico se desvaneció al instante, sustituida por una expresión de confusión y, quizás, decepción. Sus ojos, antes llenos de una chispa de interés, ahora reflejaban un desconcierto. Noté la tensión en sus manos, que se aflojaron ligeramente al separarme y como un silencio incómodo se instaló entre nosotros, roto solo por la música. Me sentí fatal por apartarlo de esa manera tan repentina e inexplicable. El pobre chico, seguro había pensado cualquier cosa; yo tal vez di la impresión de que tenía alguna enfermedad contagiosa.
Mauricio se movía entre la multitud con un grupo de amigos. No me había visto, pero yo si a él y eso hizo que me detuviera en seco, totalmente paralizada. Le Pedí disculpas al chico rubio por mi reacción y seguí buscando a mi amiga, disculpándome con quienes accidentalmente chocaba. Mauricio y sus amigos se habían instalado en una esquina del boliche, mientras yo intentaba pasar desapercibida, evitando mirarlos. Aun así, noté cuando dos fueron por bebidas, y el resto esperaron ahí, probablemente buscando a alguna chica para invitarla al centro de la pista.
—¡Mariana! —Le grité acercándome a ella, ya que la música estaba demasiado alta, como para oírme con claridad—. Está aquí.
—¿Quién? ¿Tu papá? —respondió sin dejar de bailar.
—No, ¡Mauricio! —dije señalándolo—. ¡El muy hijo de p..., está acá!
—¡Ah! Está bien.
—¿Qué? ¿Cómo que está bien? —exclamé desesperada.
—Eso no impide seguir con nuestra fiesta. Anda, mové esas piernitas y ponelas sobre la pista de vuelta. Que su presencia no te afecte.
—¡Estás loca!
—Ay, okey. ¿Y qué vas a hacer entonces?
—No lo sé —respondí.
Mi vista se dirige a la salida, a la cual pensé correr como escapatoria, pero cuando consideré mi oportunidad, mi hermano venía ingresando.
—Increíble, esto no puede ponerse peor.
—¿Qué pasa ahora? —Consulta Mariana frunciendo el ceño.
—Sebastián, también decidió venir. La casualidad de las casualidades son estas —comuniqué—. Rápido, —Tomé su mano— debemos escondernos en el baño. No puede vernos ni a mí ni a vos.
Una vez a salvo, me miré en el espejo y sequé el sudor de mi frente con un bollo de papel higiénico. No paraba de traspirar entre la adrenalina de escapar y el baile de algunas horas.
—No entiendo cuál es el problema, Victoria —dice sentándose sobre el lavado y moviendo la cabeza—. Esconderte no va a solucionar nada. ¿Crees que Mauricio te va a decir algo por verte? A él le importa un comino que estés con otro o en el mismo boliche. ¿Y qué tiene que te vea bailando con alguien? ¿Van a ser novios después de dos o tres canciones? Estás exagerando.
—¡No estoy exagerando!
—Para mí, el problema es que quieres demostrarle lealtad y serle fiel, como si se lo mereciera, como si fueran algo y no pudieras acercarte a nadie más. Ahora falta que le tengas que dar explicaciones de lo que haces.
—No, para nada. Y el problema no es Mauricio, es Sebastián. Se va a enojar porque le mentí.
—Ah, qué casualidad, porque hace un rato estabas más preocupada por Mauricio que por tu hermano.
Los nervios me provocaron una picazón en el cuello. Tuve que desabrochar algunos botones de la camisa para rascarme y calmarla, aunque eso me dejara la piel roja.
—Escuchame, Sebastián sabía que venías conmigo, por lo que no puede castigarte, además de que no es tu padre como para hacerlo. —Se baja del lavado y continua— ¡Y Mauricio, qué nos importa, que se joda! Está aquí como cualquier otro en esta noche, con su único objetivo de beber y estar con unas cuantas chicas, lo que es muy típico de él y eso lo sabes. Estoy segura de que, con el alcohol que cargará en pocos minutos ahí cerca de la barra, ni será capaz de reconocerte.
Dejé de rascarme y me miré una última vez en el espejo, antes de cerrar mi camisa.
—Me las puedo arreglar con Mauricio, pero con mi hermano no, aguantemos un poco más hasta que se vaya. —Supliqué— Sabe que vine con vos, Mariana, pero nunca le dije a una fiesta y de esto hablo cuando digo de meternos en problemas. Casi nos pasó con lo patovicas y ni hablar de que si hubiese sido mi papá.
—A ver, —dijo tomándome de los hombros— este es el principio de tu gran noche y no dejarás que ni Sebastián ni Mauricio te la arruinen. No podemos estar por el resto de nuestras vidas encerradas en el baño. Así que conmigo no cuentes para quedarte más tiempo acá, porque vos tenés que poner tus propias reglas, límites o acuerdos... lo que sea. Y siendo sincera, sabes que ninguno de los dos será capaz de irse cuando la fiesta recién ha comenzado.
Empezó a caminar de vuelta a la pista y la acompañé. Me escondí detrás de ella por miedo a que mi hermano me viera, pero por suerte no los encontré a ninguno, ni a mi amado. Tal vez, solo estaban de paso y como no les agrado el sitio, se fueron. Respiré aliviada, agradeciéndole al cielo la oportunidad.
Disfrutamos un rato más, aunque algo alertas, bailando y bebiendo hasta que nos dolieron las piernas del cansancio. Si hubiera usado tacos, ¡tendría ampollas sobre las ampollas! Ya acercándonos a la hora, nos retiramos. Al salir, ahí estaba Mauricio, fumando, mirando cómo los demás pasaban en sus autos o motos, trasladándose de un lado a otro para poder apreciar mejor la noche estrellada; aunque a veces se concentraba en la pantalla de su celular chequeando la hora. Me sorprendió verlo tan solo y callado, tan diferente a cuando no está con sus amigos.
Nuestras miradas se cruzaron. Él encendió otro cigarrillo y soltó el humo despacio. Quería acercarme, decirle que había sido la coincidencia más grande que tuvimos al encontrarnos. No obstante, sus amigos estaban de regreso, lo saludaron, y él, sin dejar de mirarme, volvió la atención a ellos.
Fuimos hasta donde nos habían dejado los padres de Mariana y esperamos que nos respondan o nos dijeran a dónde estaban estacionados. Mientras bajaba la ventanilla del auto, la imagen de Mauricio, sus ojos marrones, volvieron a mi mente. Mariana era consciente de lo que acababa de pasar, pero no decía nada. Sabía que era terca y que, pasara lo que pasara, seguiría intentándolo e insistiendo con él.
Ahora, en cuanto a la pijamada, no estuvimos mucho tiempo despiertas, ni siquiera habíamos comido pizza cuando los padres de Rulos nos ofrecieron, por si nos habíamos quedado con hambre. Acabe aclarar que, ellos le habían dado plata, y lo que consumimos fue todo en la fiesta. Ya de madrugada, habíamos caído bajo el efecto del alcohol y apenas pudimos hablar con Lele, quien nos había hecho una videollamada para preguntarnos cómo nos había ido. En fin, terminé dormida ni bien Mariana apagó su celular.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro