CAPÍTULO 4
Todo había sucedido muy rápido. El fin de semana estaba a punto de llegar, y los planes para disfrutarlo ya estaban en marcha, pero había un problema. El problema era casi inexistente, pero para mí siempre había algo, más si tenía que pasar un día con mi amiga y otro con Ale y someterme a un sinfín de preguntas. Además, era justo lo que quería evitar; quería salir, despejarme y no mencionarlo. Y eso que casi no suelo salir tanto como parece. Estos últimos días estaban siendo bastante movidos, en especial desde que quiero escapar de lo que siento por Mauricio.
Escapar, escapar, escapar. Siempre estoy escapando.
A Mariana se le había ocurrido juntarnos en su casa por la tarde y pasear por la noche en la Costanera, quizás comer algo y quedarnos a dormir. A mí me fascinaba la idea; disfrutar de la vista, de las zonas verdes que rodeaban nuestra ciudad, dar un paseo... Además, el clima parecía ideal para estar hasta altas horas mirando el río y el cielo estrellado. Sin embargo, Alejandro tenía el cumpleaños de su primo, así que no podía acompañarnos a la Costanera. Aun así, estaría disponible el sábado y quería compensarnos con una salida al cine.
No había hablado con Lele desde que Mariana me buscó en el baño. Como había dicho, quería evitar sus preguntas a toda costa, cambiando de tema. Aunque supongo que ya se habrá dado cuenta del motivo por el que estaba así, porque cuando le doy muchas vueltas a algo o tiendo a distanciarme, enseguida sospecha y no descansa hasta averiguar qué ocurre; y siempre lo consigue. Ahora, recordar mi indiferencia hacia él me hace sentir culpable; me cuesta decirle que creo sentir un odio hacia Mauricio solo porque hay algo que me hace quererlo un poco. Y ya me imagino su respuesta: "¿Qué? ¿Qué le viste, Victoria, por favor?". Y la verdad es que no lo sé. Yo también quisiera saberlo.
—Creo que esto podemos solucionarlo de una manera muy sencilla. Hoy vamos a la casa de Mariana y te quedas hasta la hora que tengas que irte al cumpleaños. Podés llevarte una muda de ropa, si querés te cambias allá. —Me dirigí a Alejandro— Y en cuanto al cine, sí, con eso no hay drama.
—Puede ser. —asintió y luego prendió su celular— Entonces, le voy a avisar a mis viejos que voy a hacer eso.
Comenzó a marcar el número de su madre mientras bajaba por las escaleras para hablar, dejándonos a mí y a Mariana en el recorrido por los pasillos de la escuela.
Aquella estaba ubicada en un extenso terreno, una institución bastante grande por cierto, y por lo que tendría sentido que contara con un máximo de dos pisos y tuviera tanto por recorrer. Su estructura estaba en perfecto estado, al menos era lo que se decía. Las baldosas brillaban en cada lugar, las paredes estaban pintadas mitad blancas y mitad verdes, con sillas y mesas cómodas, una buena conectividad de luces y pizarras para evitar el polvillo. Excepto que tenía algunos defectos: las paredes en las esquinas solían tener una especie de moho y manchas de humedad en la parte interior de las aulas, debido a las goteras o grietas por una mala construcción. En ellas retumbaba el sonido muy seguido, en especial, en la hora de música y eso provocaba que los demás profesores no pudieran seguir dictando sus clases. En invierno, al estar a más altura, pasábamos mucho frío. Y en verano, hacía mucho calor. A veces los ventiladores dejaban de funcionar cuando más los necesitabas y lo peor de todo es que no había picaporte en todas las puertas.
Volviendo al dilema, quería acompañar a Ale y al mismo tiempo quedarme con Mari. Quizás luego de la llamada podría hablar con él y explicarle las cosas, suponiendo que también le prometí contarle lo que me sucedía. Pero, al final, terminé siguiendo a aquella. Sus ojos verdes me insistieron en continuar y dando media vuelta su cabello rizado comenzó a moverse de un lado a otro con cada pisada que daba.
Ni siquiera prestaba atención a las aulas que atravesábamos; mi mente estaba en la charla pendiente con mi amigo y en la confesión que temía hacer. Divagando así, no me di cuenta de que habíamos llegado al pasillo que conectaba nuestras aulas, la de Mauricio y la mía, y fue una mala idea. Muy mala idea. Sentía su presencia, aunque no estuviera ahí. ¡Qué estupideces se te pasan por la cabeza cuando estás enamorada! Seguramente estaba cerca, en alguna de las aulas que aún no habíamos recorrido. Sabía que pronto aparecería en el pasillo. En nuestro pasillo. Y, por alguna razón, disfruté el simple hecho de cerrar los ojos al oír su voz. No lo hacía para pasar desapercibida; no era tan ingenua como para creer que cerrando los ojos me volvería invisible. Los había cerrado porque me sentía irremediablemente atraída hacia él. Lo detesto, lo detesto, lo detesto. Me provocaba sensaciones que no sabía que era capaz de sentir. ¿Y si lo que sentía por Mauricio era más profundo de lo que parecía? No, no, no. No podía permitirme pensar en eso. No cuando todo estaba tan revuelto en mi cabeza.
Mientras tanto, Mariana iba unos pasos delante, contándome sobre el malestar de sus perros por una mala comida y sus planes de empezar natación la semana siguiente, algo que le encantaba y reflejaba su espíritu deportivo. Todavía no se había dado cuenta de que yo seguía en el mismo lugar, paralizada. Quizás hipnotizada. Intenté tranquilizarme, respirar, porque creo que de los nervios ni siquiera lo estaba haciendo. Pero cada vez lo escuchaba más cerca.
Se me habían erizado los vellos de los brazos. Detestaba cuando me pasa. Detestaba ponerme así. Detestaba encontrar agradable la fragancia de su perfume; pareciera que se bañaba en él, como si su aroma fuera imposible de ignorar. Detestaba a Mauricio Almada. No, detestarlo era poco. Lo odiaba.
Lo había visto y creo que él también a mí. Había doblado en el pasillo y Mariana estaba llegando al final del mismo, por lo que me apresuré a entrar en una de las aulas que estaban abiertas y vacías para esconderme. Cuando pasó por la puerta y supuse que se había ido, asomé la cabeza y vi que saludó a Lele. Mantuvieron una charla que me resultó imposible escuchar, por lo que solo me quedó observarlos. Se notaba entre ellos la diferencia de altura, porque Alejandro le llevaba dos centímetros más, de hecho lo hacía ver más imponente, más respetable, como un profesor con reglas estrictas. ¡Anda a saber lo que Mauricio le contaba! Yo sé que la última vez que tuve la oportunidad de verlos, antes de que Mariana me interrumpiera, mi amigo llevaba su mano para rascar la pequeña barba en nacimiento y ponía en duda lo que soltaba de su boca.
—¿Qué estás haciendo? —Mariana se había parado frente a mí, levantando mi mentón hacia su cara—. Sabes perfectamente que el "nada" no me servirá y buscaré llegar hasta el fondo de todo esto. —Respira profundo, me suelta y hace una pausa—. Insinúo que hay algo raro acá que está ocurriendo, sobre todo con Mauricio, y esa fue la razón por la que te escondiste. Ojalá me equivoque, Victoria, ojalá y solo quisiste jugar a las escondidas conmigo porque se te dio la gana.
—Te estás pareciendo a Ale —Reí pero ella no encontró la gracia a lo que había dicho—. Ahora, ¡Que buena idea! Deberíamos jugar a las escondidas. Es el lugar perfecto.
—Hablo en serio. No tenemos ocho años.
Negó con la cabeza y volvió a hablar:
—Sabes lo que pienso de eso y también sobre Mauricio. Y solo te diré que NO. —Tragué saliva y su explicación fue anunciada como el titular de un periódico—: Sí, un "NO" enorme que lo grabaré en tu frente, para que cada día que te despiertes y te mires en el espejo, leas un "No, Victoria, ese chico te destruirá por completo".
—¿Y crees que no lo sé, Mariana? —Me interrumpe, haciendo un alto con su mano.
—Entonces si lo sabes, déjalo, no lo busques, no lo mires, no insistas en algo que no es para vos. Si ves el muro, no busques acelerar y atravesarlo. —Su respiración sonó mucho más profunda y miró hacia donde se hallaban aquellos—. Será mucho mejor si no te haces un lío por averiguar qué es lo que te ocurre. Evita esto. Y no te dejes engañar, por favor, que aún estás a tiempo.
Alejandro se acerca a nosotras y cerramos la boca de inmediato.
—Las estuve buscando, —expresó— ¿dónde se habían metido?
—¿Cuándo pensabas contarnos que eras tan amigo de Mauricio? —dije curiosa porque las ganas me pudieron.
Mariana me había mirado con ganas de pellizcarme, pero solo golpeó su cabeza con la palma de su mano.
—No, no lo somos. Lo conozco. Es un buen chico, supongo. —Volteó su mirada hacia atrás para comprobar que aquel no estuviera escuchando—. Es más, acaba de preguntar por ti y también lo hizo ayer cuando te desapareciste. ¡Qué extraño!
Mariana no pensaba eso. Para ella, él no era un buen chico en absoluto y solo porque Alejandro tal vez lo conozca desde el jardín, no significa que él sea bueno. Yo estaba desde que empecé la secundaria, en cambio ellos lo conocen más, ellos estaban antes de que yo llegara.
—¿En serio, por mí? ¿Y qué quería? —Consulté.
Rulos, nuevamente me miró con ganas de asesinarme y no tardó en agregar:
—Seguramente cosas patéticas que no son necesarias responderlas. Te recomiendo que no le hagas caso, ya que lo único que hace es estorbar. —Agarró mis hombros para girarme hacia el final del pasillo y me dio palmaditas en ellas— ¡Que eso no te detenga, Victoria! Sigamos en lo que estábamos.
Los ojos pardos del pobre Lele se abrieron enormes al mismo tiempo que se levantaban sus cejas, aún más confundido, tratando de captar lo que acababa de suceder.
A la salida del instituto, tenía que esperar a que mi padre me buscara, porque mi madre estaba trabajando. Mis hermanos, por otro lado, estaban con sus cosas; el menor en su escuela y el mayor en la universidad. Me despedí de mis amigos y fui a la parada de autobús, donde normalmente esperábamos el transporte público o a que también los vinieran a buscar.
Al llegar, coincidí de casualidad con Mauricio. Estaba solo, de espaldas a mí, apoyado en el tronco del único árbol que daba sombra en la parada, con la mochila colgada del otro hombro y tecleando en su celular.
—¡Mauricio! —Lo saludó Paula haciéndose presente en el lugar. Se abrazaron luego de darse un beso en la mejilla.
Paula Curvelo es su mejor amiga. Su cabello era largo, lacio, brillante y castaño claro. Sus ojos de color café, morocha blanca y en su nariz llevaba un pircing. También y por lo que veía, le gustaba ir siempre vestida con ropa que hiciera resaltar su escote, tal y como iba en esa ocasión; todo indicando que no había asistido a clases. Era de estatura baja y su cuerpo esbelto. Aun así, tenía ese algo que lo conservaba como si fuera de modelo de revista.
Antes nos hablábamos, alguna que otra palabra, pero no era alguien a quien yo llamaría mi amiga, no creía que fuera una persona de fiar. De igual modo, no era la única que conocía que iba a su mismo curso; algunas se llevan más que bien conmigo y no era necesario pasar por su aula para saludarlas. Ellas estaban en todas partes y eso era bueno porque podía generar una buena imagen. Una buena imagen de una chica que, a pesar de ser muy aplicada, tenía ese estatus social en el que conoce a todos y a nadie al mismo tiempo.
A ver, no era que resultaba ser alguien antisocial ni nada por el estilo, era solo que si la multitud no me sigue es porque no tengo la necesidad de que me siga. No soy tímida, ni mucho menos soy incapaz de hacer más amigos. Lo que pasa es que me cuesta ganar confianza en ellos y si no la hay, es muy difícil socializar con alguien más. No quiero que Mauricio vea que no tengo casi amigos, es decir, los tengo pero son Ale y Mari. Y está mal aparentar, no quiero aparentar ser otra persona por él. No lo necesito. Y hay veces en las que te das con algunas personas y con otras no, esa era la realidad.
Mi papá se había estacionado a mi lado al llegar, tocando la bocina de su auto y pronunciando mi nombre. Paula le susurró algo a Mauricio, antes de que subiera, para luego mirarme al escuchar el segundo bocinazo. A lo lejos, lo perdí de vista, después de ver por el espejo cómo ella me levantaba la mano para saludarme tan falsamente.
—¿Cómo te fue hoy? —consultó acomodándose sus finos lentes con el marco de color negro, los cuales le gusta siempre apoyarlos de forma inclinada sobre el tabique de su nariz. Llevaba una camisa a cuadros azul, como suele usar diariamente sin importar la ocasión. Mi hermano, Sebastián y él, son muy parecidos, en cuanto a facciones de su rostro, los ojos marrones claros y el privilegio de contar con la misma altura.
—Bien, ya tenemos todo listo para la próxima semana. Aunque a partir de ahora, de lo que siga, ya se encargaran los de 6to año. —Mandé un mensaje a mi madre de que papá ya me había venido a buscar y que íbamos de camino a casa— De hecho, quería pedirte permiso para ir a la casa de Mariana, estuvimos organizando para vernos en la tarde junto a Alejandro. Nos invitó para ir a la Costanera. Ah, y no te preocupes por cómo regreso a casa, porque ella nos ofreció quedarnos en la suya.
—Bueno, no tengo ningún problema. Podés ir, pero con cuidado. Es más, podés pedirle a Sebastián que te lleve —suspira y pasa una de sus manos por su rostro; se encontraba exhausto, cansado por el trabajo—. A mí me encantaría acercarte, pero necesito llegar a casa, dormir un rato y salir para el trabajo. Leo tiene entrenamiento de fútbol hoy y tu madre me lo encargó, ya que estoy de paso. Ella quedará toda la tarde preparando los exámenes para sus alumnos.
Papá me daba explicaciones de todo, me contaba todo detalladamente; él siente la necesidad cada vez que tiene una conversación, sea con la persona que sea, necesita darle esa explicación. Con respecto a su cansancio, lo comprendo, tuvo dos noches seguidas que trabajar durante la madrugada, como guardia de seguridad en eventos. Sin embargo, yo sé que su cansancio no solo se debe a eso, sino también al hecho de que ha estado buscando algo más que hacer para tener más ingreso. Siento que las horas que tendría que estar durmiendo, las aprovecha para eso y que nunca termina siendo feliz porque termina dejando de lado lo que realmente quiere. Walter Sarda, mi padre, tiene su propio taller de artes y manualidades, pero casi no tiene tiempo para él. Menos para estar conmigo pintando y enseñándome cosas nuevas.
Durante el camino, permanecimos en silencio y cuando llegó estacionó el auto en la entrada. Mamá ya había dejado la comida preparada, por lo que solo me cambié de ropa y me senté a comer, ya que tanto ella como Leo, se encontraban durmiendo. Y apenas vimos tele mientras comíamos con papá, de hecho, yo me había quedado un poco más en la mesa mirando videos en YouTube luego de haber terminado. Después, lavé los platos y limpié la cocina mientras aquel se retiraba para ir a su cuarto a dormir. Tras salir de bañarme y querer realizar la misma acción que aquel, veo a Sebastián llegar.
—Hola, —Lo saludé besando su mejilla al igual que él la mía— ¿cómo estás?
Aquel me lleva dos cabezas más de altura, tiene diecinueve años, juega al fútbol al igual que Leo, está en el segundo año de la universidad y compartimos el mismo color castaño del cabello. Práctica natación y sabe salir de fiesta los fines de semana, lo que me recuerda mucho a alguien que no quiero mencionar. Y lo que me hace pensar en que todos siempre están o acaban ocupados en algo.
—Bien, ¿cómo te fue? —preguntó mientras iba y venía de la pieza a la cocina, sacando sus cuadernos, de su mochila negra con rayas grises, y lo reemplazaba por alguna muda de ropa y abrigo.
—Bien...
En la familia, bastaba con decir que uno estaba o le fue "bien". Así, más de uno, nos ahorrábamos tener que dar a conocer lo que en verdad nos sucedía.
Sebas dejó todo pronto, se sirvió su porción de comida y se sentó.
—¿Vas a salir?
—Sí, con unos amigos, ¿necesitas algo?
—Yo también salgo. Mariana me invitó a su casa y necesito que me lleves. Me quedaré la noche allá, así que no será necesario que pases por mí.
—Okey —dice y antes de que me vaya, agrega—: Victoria, —El tenedor se llena con fideos antes de poder ponerlo en su boca— ten cuidado con quiénes te juntas y que haces, porque estaré vigilándote.
—Ya lo sé. Yo conozco... —No me dejó terminar.
—Solo ten cuidado. Así como yo estoy a mil con las clases, permítete no desconcentrarte de tus obligaciones. El año aún no termina, todos andan en la suya muy ocupados, casi distraídos, y sabes que mamá no querrá notas bajas. Así que nada de sorpresas. Te doy el aviso antes de que ellos lo hagan.
Sabía a lo que se refería. Yo tampoco quiero sorpresas y que por un torpe error mío, todos terminen involucrados por mi culpa. Todos tenemos responsabilidades y yo ya me dije a mí misma que no quería distracciones, pero a veces me siento demasiado asfixiada y necesitaba salir. Y a veces, ocurre que por escuchar al corazón, termino metida en problemas, problemas que trato de evitar.
La tarde llegó, se hicieron las cinco y me llevó hasta la casa de Mariana.
—Te portas bien. —Me advierte mirando fijamente a mis ojos verdes.
—Sí, Sebastián, ya lo sé y ya me lo dijiste. ¡Nos vemos mañana! —Le digo bajando del auto, con mi bolso cargado de ropa y otras cosas. Aquel arrancó y se puso sus lentes de sol para irse.
Saludé a Lele y a mi amiga. Nos sentamos en el patio de su casa a charlar y tomar mate durante algunas horas, antes de irnos a la Costanera. A mí no me gusta tomar mate, pero lo hago por ellos. Suelen decirme todo el tiempo que soy todo menos argentina y bueno, es lo que hay. Hay personas que no les gusta el dulce de leche y eso que hay casos peores. Que no se quejen.
—Perdón, Ale. —Apoyé mi mano sobre su rodilla— Sabes que lo que sea, yo te lo cuento, pero ese día no pude. No estaba preparada para hablarlo.
—Entiendo —respondió y me hizo señas para que prosiga.
Había mirado hacia la puerta de entrada, a que Mariana regresará con algo para comer, pero no lo había hecho. Al parecer, lo que estaba por traer lo seguía buscando. Viendo la oportunidad de que se tardaría un poco más, aproveché el momento para preguntarle a Ale algunas cosas sobre el chico del cual estoy huyendo todo el tiempo.
—Aun así, quisiera saber qué es lo que Mauricio te pregunto de mí.
—De acuerdo. Emm... ese día, luego de que juntaras las cosas y me dejarás en el salón, Mauricio vino hasta mí y me preguntó por tu nombre. Me comentó que le caes muy bien y le sorprende mucho tu forma de ser. Y hoy, solo quiso saber por dónde andabas.
—¿Nada más? Parecía que en el pasillo hablaban de más cosas.
—Sí, hablamos más, pero luego solo pregunto cómo estaba y sobre el instituto. —Frunció su ceño mientras seguía recordando— Sobre ti, solo fue eso. Algo que me pareció raro fue que desconozca cómo te llamas, sabiendo que siempre te nombramos y hay un listado de todos los que asistimos a la escuela. Tal vez lo haga para bromear y si es así, es una broma de mal gusto.
—Sí, supongo.
Iba a seguir hablando, pero justo Rulos apareció frente a nosotros con dos platos llenos de galletitas dulces y saladas, porque los tres tenemos gustos diferentes. Se dio cuenta, obvio. Así que no tardo en suplicar:
—Por favor, hoy no se habla de Mauricio, disfrutemos de poder estar juntos los tres y compartir una linda tarde, ¿sí?
—¿Bueno? —aceptó Ale. Luego me miró haciendo un puchero que me dio mucha gracia.
—Así que cambiando de tema... decime, —Le dije a Lele con la boca llena— ¿qué ha estado ocurriendo con Evelyn? ¿Cómo van las cosas? Estoy un poco desactualizada con las novedades.
—¿Evelyn? —Saltó enseguida Mariana, bufando molesta, con sus brazos cruzados sobre su pecho—. Nunca me cuentan nada.
—¿Rulos, te vas a enojar por no contártelo, en serio? —habló Lele y tras no poder aguantar más, nos echamos a reír—. Wow, me encanta verla enojarse, mira como se le pone la carita de perrito malvado y tierno al mismo tiempo.
—No me obliguen a usar ciertos métodos para que comiencen a confesar —respondió.
—Okey, okey, te lo contaré todo —La calmó Ale. Se levantó de su sillón, se sentó sobre los muslos de ella, como si fuera un bebé, y colocó sus brazos alrededor del cuello de Mariana—. Todo comenzó en una noche de sufrimiento y lo poco que quedaba del frío invierno...
Mari le pegó por la cabeza, tras seguir burlándose.
—La conoció en la feria. —Lo corregí y todos comenzamos a correr por el patio.
Alejandro me perseguía a mí y Mariana a Alejandro, hasta que nos detuvimos tras tropezarnos con un charco de barro, que no sabíamos desde cuándo estaba allí. Los tres caímos encimados, a continuación de aterrizar sentados en el suelo. Yo fui la que más resultó afectada, me había golpeado en el huesito dulce de la cola y para colmo había quedado empapada. Hoy no me iba a doler, mañana sí. Max y Chéster, los perros de mi amiga, nos hicieron compañía y comenzaron a lamer nuestro rostro.
Por suerte, la tarde había terminado bien para nosotros y cuando llegó la hora, Alejandro se fue al cumpleaños de su primo. Sin embargo, nosotras aún teníamos la salida y cuando se juntan nuestras mentes, era capaz de suceder cualquier cosa.
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