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CAPÍTULO 2

Estábamos en mi época favorita, la primavera, aunque, a decir verdad, a veces me asusta un poco. Me asusta porque nuestra profesora de Literatura no tarda en decir un viejo dicho: "la primavera los tiene mal. Para mí que les picó el bichito del amor", o algo así, todo porque el aula suele encontrarse muy dispersa; mis compañeros apenas prestan atención a las clases y algunos se sonrojan al mencionar a un chico o una chica que les atrae. Ahí se encienden todos mis sentidos, porque no quiero que lo sucedido, el día de la feria con Mauricio, me afecte y sea a mí a quien le pique el bichito ese del amor.

No es que no quiera enamorarme. Enamorarse está bien, no tengo ningún problema. Pero últimamente no quiero echar a perder mi vida, mis metas, ni dejar de lado lo que me gusta por un chico que quizás no valga la pena. No quiero que jueguen conmigo, que me lastimen y luego pasar días de insomnio, cansancio y melancolía para olvidarlo. No quiero estropear lo que he conseguido. Mamá y papá están orgullosos de mí y no quiero defraudarlos.

Dejando a un lado el amor y la primavera, había otra cosa que me interesaba al estar en septiembre, la estudiantina. La fiesta del estudiante suele organizarla el 6to año y dura toda una semana. Ellos se encargaban de todo, pero esta vez participamos nosotros, por insistencia de un grupo que quería formar parte. Los directivos lo vieron como una gran idea para fomentar la convivencia entre cursos, pero yo opinaba lo contrario, porque mis compañeros nunca se lo tomaban en serio y siempre había peleas.

El salón de actos se solía adornar, por ser uno de los más grandes, contando con la capacidad de llenarlo con tiras de papel crepé, banderines, globos y carteleras con frases. Este tenía gradas, un techo que nos beneficiaba un montón en caso de que ese día lloviera, un escenario pequeño para las presentaciones, parlantes, iluminación y hasta un telón si teníamos que usarlo. Además, en caso de emergencia contaba con dos salidas. Estaba bastante bien para la mayoría de cosas que se suelen hacer dentro de ese sitio, ya que luego los juegos y deportes se llevarían a cabo en otro lugar. Posiblemente en el exterior, en el patio, en la cancha.

Cuando finalizó nuestro segundo módulo, nuestra segunda clase, se hizo una reunión entre todos mis compañeros para ponernos en marcha. Por lo general, tiende a ser confidencial lo que se sugiere hacer o lo que se elige, hasta tener todo por escrito y presentable en una hoja, la cual tenemos que entregar a los directivos. Cuando estos confirman y no hay nada para modificar, recién ahí podemos comunicarles a los cursos que participarán de aquella jornada, todo lo que deben saber.

Tuvimos que plantear algunas temáticas, votar... y se eligió la de siempre: representar países. Cada curso debía vestirse de un color según el país que les tocara, elegir una mascota que desfilara, etc. A mí me encantaba pensar en los preparativos, el diseño, la decoración, los juegos y el premio; era mi trabajo, aunque fue de a poco perdiendo el encanto. Resultaban ser poco originales o creativos, quizás porque mi mente estaba a otro nivel y siempre quería hacer algo a lo grande, pero el presupuesto no alcanzaría y preferirían hacer lo más cómodo.

-Quiero saber quién estará a cargo de armar la cartelera, de colocar las mesas y sillas para los profesores que serán los jurados, de adornar, de traer comida para las ventas, entre otras cosas que faltan -pregunta, Agustín, nuestro delegado. Él era la voz y oídos del 5to año.

En el medio de la reunión, mientras aquel mantenía contacto con el delegado del 6to año y les iba informando lo que se iba confirmando, hubo un cambio de planes por su parte. Lo de arreglar todo el salón, aún se mantenía, lo que cambiaba era que iban a dejarnos el último día de juegos para que nosotros lleváramos el mando. Y como no hubo objeción ante aquello, aceptaron.

En un momento, cuando el aula se convirtió en un gran barullo, le chisté a Alejandro, quien no estaba prestando atención porque se encontraba respondiendo unos mensajes en su celular.

-¿Crees que podamos encargarnos de adornar? Podríamos ser tú, yo, Mariana. No es mala idea. Sabes que disfruto mucho el adornar.

-Estaría bien, por mí no hay problema. Pero, ¿y si critican que no les gusta lo que hicimos? Después que no me venga, que los globos, que la tela, que el sonido, que las luces, porque no permitiré quejas -dijo enumerando con sus dedos al mismo tiempo que no le quitaba el ojo a la pantalla.

Moví la boca con desaprobación y me quedé pensativa.

-Sí, puede que tengas razón. ¿Y si hago la cartelera? Esas cosas también suelo hacer bien. Usaría goma eva para las letras, algunas flores y si el telón es negro pueden que vayan plateadas o puedo hacerla de colores.

-Lo que tú quieras hacer, por mí está bien. -Giró su cabeza inclinándose un poco, al punto en que tocara mi hombro, para responderme y siguió escribiendo.

Me acerqué a él para tratar de averiguar que tanto escribía. Pero lo notó y lo apartó de mi vista.

-¿Con quién te estás hablando? No me estás atendiendo y quiero que tomemos una decisión rápida con respecto a la celebración, para poder bajar al patio. Sabes que la mayoría del tiempo lo pasamos encerrados en estas aulas estudiando y no voy a soportar perder más tiempo acá y saber que no llegaran a nada. Prefiero que hagamos nuestra parte y luego lo que se nos cante.

Se le formó una sonrisa boba en su rostro, aun pegado al aparato, y sin aguantar más le quité el teléfono de las manos.

-Aja, ¿quién es Evelyn? -Lo interrogué mientras arrugaba mi cara al desplazar mi dedo por la pantalla y ver una gran cantidad de mensajes-. ¿Te escribiste con ella toda la mañana?

Alejandro contuvo un grito para no llamar la atención por su celular. Se sumó a una lucha casi infantil conmigo, intentando recuperarlo, pero no lo logró. Se lo merecía por no prestarme atención cuando le hablo.

-Victoria, si no vas a aportar nada, deberías retirarte -indicó Delfina molesta, haciendo morisquetas con su rostro y con su grupito de amigas, quienes se encontraban sentadas en el banco de atrás.

-Delfi, corazón, no sabía que mi presencia te molestaba tanto. De hecho, si voy a colaborar. -Guardé el celular de aquel, mientras las observaba, sin que se diera cuenta y tomé lentamente mi campera del asiento al levantarme. Me acerqué a Agustín, el representante, le di unos golpecitos en su hombro antes de salir, ya que estábamos en recreo, y le comuniqué-: Mañana voy a traer algunas cosas para decorar.

Bajé tranquilamente colocándome mi campera en la cintura mientras bajaba por las escaleras, cuando tras hacerle burla a Alejandro y darse cuenta de que algo le faltaba, comencé a correr por ellas. Me persiguió hasta el final de las mismas pronunciando mi nombre. Sin embargo, antes de que el director nos viera, me di por vencida y se lo entregué, aceptando que estaba fuera de forma.

-¿Y bien, quién es esa tal Evelyn? -Insistí agitada mientras recuperaba el aliento.

-Deberías practicar más deporte. -Sugirió riendo mientras le regalaba una sonrisa de labios forzados. Tras apagar el celular, agregó-: Es una amiga.

-¿Amiga? Los mensajes demuestran lo contrario. Ahí hay muchos corazones.

-Bueno, está bien, Victoria. Me atrapaste. -Bufó- Conocí a esta chica en la feria, es prima de una amiga de la infancia, me pidió mi número y desde entonces empezamos a hablar. No recuerdo bien, pero creo que fue en el momento en que volviste a la carpa que me las cruce a ambas junto con Mariana. Evelyn me cayó demasiado bien desde el primer momento.

-¿Y por qué no me lo contaste antes? Hablamos todos los días y me vas a inventar la excusa de que se te olvido, a mí no me mientas. ¿Cuánto pasó desde que hicieron lo de la feria? ¿Tres días? ¿Y en tres días no me vas a escribir por WhatsApp para contármelo? La chica esa se nota que te tiene muy enganchado. Además, se conocen hace nada y ya se mandan corazones. -Mi estómago sonó pidiendo que lo alimente, por lo que lo tomé del brazo- Acompáñame a comprar algo al kiosco, tengo hambre, necesito alimentarme y de paso me cuentas todos los detalles sobre esa fulana.

-Tranquila, Victoria, no sucedió nada revelador de momento. Si bien estamos en contacto, no nos hemos vuelto a ver en persona. Y ahora, queríamos organizar para salir a comer por ahí.

-¿Una cita?

-No dije que era una cita. -Protestó- Es más bien una salida y punto.

-Al parecer, a vos si te picó el bicho del amor.

-¿Qué? ¿Qué bicho? -Giró en círculos buscando algún insecto- ¿De qué estás hablando?

-Nada, Ale, nada. Ya pasó el chiste.

Nos sentamos en uno de los ocho bancos largos, construidos de cemento y algún que otro material, al igual que su piso, disponibles en el patio. A decir verdad, si no llegas temprano por alguno de ellos, es posible que debas elegir otro sitio para estar, ya que se llenan muy rápido en cuanto suena el timbre. La razón por la que me gusta bajar temprano al patio es por eso: disfruto de sentarme en uno de los bancos del instituto y observar cómo, en la vereda de enfrente, los niños de jardín esperan a que su maestra los deje entrar; cómo algunos de terceros años salen afuera con la excusa de que van a comprar mientras el preceptor los vigila; cómo los ordenanzas barren y juntan los pétalos de las flores que se desprenden de los tres árboles que hay pegados a las columnas del patio y otros fuera del establecimiento.

Me gusta pasar el rato ahí. Es un lugar tranquilo, a pesar de lo variable que es la temperatura. Aunque a algunos no les molesta, ya sea que esté helado o estemos a cuarenta grados y muriéndonos de calor, siempre hay alguien. Además, supongo que no les incomoda que, por alguna razón, todos esos pétalos terminen cayendo sobre ellos o sobre los bancos. O tal vez solo están allí porque les gusta, y yo me hago una gran historia creyendo que esto tiene algún significado para ellos.

No tenía pensado estar mucho tiempo ahí, simplemente pasar el rato, distraerme y hablar con Alejandro y Mariana como solía hacer siempre (aunque aún no habían bajado). Sin embargo, no tardaron en reaparecer aquellos sentimientos que creí haber enterrado u olvidado, tomándolos como una simple confusión. Y otra vez tuve la misma sensación: esa en la que permaneces inmóvil, con el corazón latiendo aceleradamente y el estómago revuelto, o posiblemente teniendo una importante conversación con tu intestino. No sé, parece loco, pero sentía esa necesidad de que él estuviera aún más cerca de donde me hallaba, y que por alguna circunstancia, una mentira cualquiera o una excusa, se acercara a saludarme o incluso a hablarme. Pero Mauricio sería incapaz de hacerlo y, por más que quisiera, no lo hizo.

-¿Él qué hace aquí? Pensé que se había cambiado de escuela -expresé quitándole la botella de gaseosa, que estaba tomando Alejandro, mientras veía llegar a Mauricio del pasillo al patio y tomaba asiento en uno de los bancos donde ya estaban sus amigos.

Aquel pasillo del cual no hay mucha información, es un simple pasillo que conecta algunas de las aulas, por las que nunca se me ocurrió ir hacia allí, y este patio con cielo abierto. En realidad, conecta mi aula y la de Mauricio. De mi lado hay escaleras y de su lado otras que para llegar a ellas, debe cruzar por el despacho del director, pero como quiero creer que no se atreve a cruzar por ahí y prefiere evitarlo, se dirige por el pasillo y baja por mis escaleras.

-Hubo muchas complicaciones el año pasado y nos separaron de los demás cursos, eso lo sabes. Por lo que tendría sentido que no lo hayas visto más, de tal forma que ahora parezca una sorpresa para ti. De hecho, siempre estuvo aquí... aquí -respondió y lo hizo sonar dramático-. Y no me quites mi gaseosa.

-Ah, ya veo -comenté indiferente-. Al parecer, también tiende a hacer lo que se le da la gana.

Alejandro no respondió nada. No entendió mi comentario y yo tampoco sé por qué lo solté. Supongo porque a mi mente se vinieron algunas situaciones en las que le hacía honor a su apodo "chico de malos hábitos". Él lo sabe, todos lo sabemos y a propósito se mete en problemas o peleas por simple diversión.

-¿Qué haces? -consulta, Ale, minutos más tarde.

-¿Qué hago de que? No estoy haciendo nada.

-Si estás haciendo algo. Lo estás observando, te fijas en cada movimiento que hace, -No me había dado cuenta de ello- es como si lo estuvieras analizando.

-Nada que ver. Solo me sorprendió verlo. -Me defendí- No lo soporto, me cae mal. No mal sería poco, me cae pésimo.

-¿Victoria, estás bien? ¿Acaso sigues cuerda? -Pasa su mano delante de mi cara dos veces para ver si sigo con él.

-¡No hagas eso! Sí, estoy bien y sigo cuerda.

-¿Entonces...? ¿Por qué Mauricio te cae mal? ¿Te hizo algo?

-No, no me hizo nada. Solo que lo veo y me cae mal.

-¿Con qué razón? Si no lo soportas y te cae pésimo, no lo mires. Clavarle los ojos, como estuviste haciendo desde hace un buen rato, más bien desde que se vino aquí, no lo solucionará. Lo haces muy obvio a ese odio que sientes y sus amigos no tardarán en darse cuenta.

Joaquín Castro, mi compañero y su amigo, se sentó junto a Mauricio y a otros en uno de los bancos que, de casualidad, se encontraba frente a nosotros. Aquel tiene el cabello rubio, con un corte que ni siquiera sé cómo se llama, de ojos marrones claros, alto y con el aspecto de todo un atleta. A mí parecer, es una persona ambiciosa, bromista y algo bravucón, de fuerte carácter, pésimo mentiroso y competitivo.

-¿Podemos regresar al aula? Creó que se me quitaron las ganas de estar aquí -dije por qué sí, evitando contestarle.

De camino a esta, subiendo por las mismas escaleras que tenían vista al patio, Mauricio Almada por primera vez se atrevió a seguirme con la mirada. Volteé enseguida la mía al darme cuenta de aquello y me concentré mejor en los escalones que pisaba. Y aunque quisiera asomar mi cabeza antes de ingresar, para comprobar si aún sostenía aquella en las escaleras esperando a que vuelva a bajar, no podía. Era imposible a la altura en la que me hallaba seguir visualizando los bancos en donde estos estaban sentados porque la construcción de mi aula ya tapaba esa zona. Así que acomodé mi uniforme e intercambié lugares con Lele, para estar cerca de la ventana. ¿Por qué? Porque tenía curiosidad, demasiada curiosidad, curiosidad de verlo de nuevo. Así que esperé, esperé a que el timbre sonara para ver si a lo mejor cruzaba por ahí.

-¿Te cambiaste? -insinuó Alejandro.

-Sí, resulta que estoy más cómoda acá. Igual, no hay que pelear, podemos turnarnos.

-No me molesta, pero hicimos un acuerdo, este año me tocaba del lado de la ventana. -Recordó quejándose.

-Lo sé. -Recogí mi pelo en una media cola, con el colero de mi muñeca y con los brazos cruzados sobre la mesa, apoyé mi mentón- ¿Sabes? Este año tiene que ser diferente. Quiero que este año sea diferente, algo que me haga vivir al límite. Quizás ser la protagonista de un buen drama, de una aventura, de un misterio sin resolver. Quiero algo fuerte, intenso, descubrir nuevas sensaciones. Pero también quiero despreocuparme un poco de las cosas, de la presión que me impongo en cada materia para evitar repetir el año, la locura de entregar todo a tiempo. Deberíamos aprovechar el tiempo al máximo, Alejandro. ¿No sentís lo mismo?

Al principio, creo que Lele me tomó por loca. Estábamos hablando de los asientos, de que me cambié de lugar y de la nada le salté con algo que necesitaba decírselo a alguien. Algo que necesitaba expresar. Hasta que respondió, asintiendo, dándome golpecitos en la mano y regalándome otra sonrisa que me alegraba a menudo:

-Pues así será, Victoria, así será de seguro.

Mariana apareció en frente de nosotros, hablando de una película nueva que se había enganchado el día anterior a clases, pensando que también la habíamos visto, pero negamos completamente. Yo no quería desconcentrarme del objetivo, no quería mostrar que no me interesaba lo que Mariana decía, pero tampoco podía demostrar que estaba interesada en seguir viendo hacia afuera. En ese preciso momento, Mauricio, decidió subir por las escaleras para cruzar por el pasillo de mi aula sin voltear la mirada y como de costumbre, llegar tarde a su siguiente clase.

No me importó que cruzará, no me importó que no volteara a verme, porque sabía con exactitud tanto como él, que yo estaba ahí viéndolo. De hecho, lo que más me importaba hasta preocupaba era que me tentara a caer en su juego, que cada vez me permita sentir cosas por él y me ponga así de esta forma: torpe e ilusionada, sin poder detectar con claridad sus verdaderas intenciones. Y por supuesto que termine desperdiciando mi tiempo, tiempo en alguien que no es correcto para mí, alguien que ni siquiera vale la pena, solo por poner mis ojos en el chico que representaba todo lo que está mal.

Sin dudas, este sería un año diferente.

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