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CAPÍTULO 11

Estaba en problemas, en uno grande. Sebastián seguía a mis dos amigos en Instagram, por lo que, las posibilidades de que haya visto la historia eran muy grandes. De hecho, ya lo sabía y en el momento en que lo supo, no dudo en enviarme un mensaje de que estaba yendo a buscarme. En una hora iba a estar ahí. Se me revolvió el estómago, sentí unas ganas terribles de vomitar. Me levanté corriendo, guardé mis cosas y fui al baño a refrescarme la cara. La cabeza me daba vueltas, y Mariana fue a buscar un efervescente para calmarme.

—No tendría que haber subido esa historia... —rezongué, sentándome en la punta del colchón de Rulos. Tome el medicamento mientras esperaba a mi hermano.

—Yo puedo hablar con él. Puedo... —dijo Mariana—. Lo solucionamos. Lo vamos a arreglar como siempre, ¿sí?

—No, no se va a solucionar. Y no quiero que nadie hable con él. Además de Sebastián, un amigo de mi papá trabajaba esa noche en el boliche y ya le avisó que me vio ahí —me froté las sienes, histérica—. Así que voy a asumir mi castigo, que me equivoqué y que no tendría que haber ido.

—Viqui, no es para tanto. Fue una salida, no deberían desconfiar de vos, sos una chica aplicada —dijo Mariana—. Sacaste buenas notas, tenés todas las materias aprobadas, te felicitaron. Te merecías divertirte con nosotros.

—¿Crees que no lo sé? Sí, me merecía salir, ¡pero no así! Ustedes saben lo estrictos que son mis padres, nunca los desobedezco, nunca les miento, y ahora me van a dar un sermón de esas cosas que me han dicho mil veces que no haga —me levanté y comencé a caminar de un lado a otro—. ¡Y encima, me van a decir que cambié, que soy rebelde! Pero no, ¡sigo siendo la misma! ¡Y lo sé, sé que solo tengo dieciséis años, pero no todos piensan igual!

Era imposible querer que Mariana se callara, pero solo intentaba clamarme, de decirme que no armara semejante drama por algo insignificante, todo por una pavada. Pero yo me imaginaba la escena: la cara seria de Sebastián, la decepción de mis padres, ese sermón interminable que ya mencioné... Sentí inmensas ganas de llorar, de desaparecer.

En medio del caos, Mariana me contó algunas cosas que había olvidado de la noche anterior: las veces que busqué a Mauricio por el boliche. Primero, no era el momento, y segundo, era obvio, siempre lo hacía. Y que además le dediqué canciones y levanté mi vaso en su honor. Supongo que eso fue lo más divertido antes de que todo se fuera al carajo. Pero hay cosas que Mariana omitió, como el hecho de que Ale después no volvió con nosotras, solo anduvo con los amigos de Mauricio, y que dos veces, cuando quedé sola, la vi a ella hablando con... bueno, discutiendo, con Mauricio. Eso sí que era raro.

Cuando llegó mi hermano, apenas pude despedirme de Mariana porque cargamos las cosas en el auto y nos fuimos. Pensé que, de camino a casa, solo habría silencio entre nosotros, pero no fue así. Yo no permití que fuera así, estaba destrozada y también enojada.

—¿Por qué me delataste? ¿Por qué? Se supone que sos mi hermano, los hermanos se cubren. No hice nada malo y lo sabés, ¡y aun así...!

—No lo hice —me interrumpió.

—¿Qué?

—¡Que no te delaté! Hablé con papá por ese mensaje que le mandaron de madrugada y le dije otra mentira de esas que aprendiste bien a decir. Ya está, te salvaste, no te preocupes.

—Pero... ¿cómo?

—Ya está, Victoria. Mientras no se vuelva a hablar del tema, nadie tiene por qué saber. Yo también hice estupideces a tu edad, y esto no es tan grave como para que te castiguen de por vida. Todos hacemos cosas y cometemos errores, yo ya no quiero cometerlos. Espero que vos tampoco.

Tenía razón, una salida al boliche, a la que al principio me había negado, no era tan grave. El gran problema era Mauricio. Pero como no había aún un "Mauricio y Victoria", todo iba a quedar en la nada. Cuando llegué, todo estaba como siempre, aunque un poco desordenado. Mi mamá, con su pelo castaño lleno de rulos, apoyada en el respaldo del sofá desgastado por el uso, en medio de la sala de estar atestada de cosas. Las piernas sobre una silla de madera, los ojos verdes fijos en la tele. Pilas de papeles de la escuela sobre el asiento a su lado, y sobre su regazo, una tela que estaba cosiendo a mano. Ella era profesora de Ciencias Sociales y daba clases en la escuela de Leo, aparte de tener su propio negocio de modista que le apasionaba. Por otro lado, mi padre no estaba en casa, estaba pintaba un cuadro en su taller, que quedaba a unas dos cuadras de donde vivíamos. Leo miraba videos en su celular encerrado en su pieza.

Mamá, al vernos, nos saludó. Sebas dejó las llaves sobre la mesita de vidrio y se fue a su cuarto. Yo también hice lo mismo, antes de que me preguntara como me había ido y tuviera que sentarme junto a ella a contar todo lo que había hecho.

Más tarde, después de que mi hermano desapareciera por unas cuantas horas —literalmente, se encerró en su cuarto—, llegó Miguel. Me di cuenta cuando fui a la heladera a buscar agua. Lo saludé cuando se acercó, después de charlar un rato con mamá, en el mismo lugar donde la había dejado antes de dormir la siesta.

—Prometo estar en tu próximo partido. Y ya sé, ya sé, es la tercera vez que me disculpo, pero... esta vez sí voy, te lo juro.

—Vicky, está bien, en serio. Tranquila. Pero... ¿va a ser en la primera fila, no? ¿Para ver al campeón?

Miguel me guiñó un ojo al mismo tiempo que una sonrisa pícara se dibujaba en sus labios. Trate de no ponerme roja como un tomate, mamá estaba a solo unos pasos de nosotros y estaba atenta a todo.

—Sí, obvio, en la primera fila —dije, riendo—. Aunque ya vamos a ver si es así como decís "la campeona".


Estábamos en la última semana de septiembre, a nada de noviembre, y yo no esperaba sorpresas, pero las hubo. A partir de ese momento, las cosas tomarían otro rumbo, cambiarían por varias razones, sobre todo por la propuesta de los profes: una salida recreativa, un cambio de actividades, una que incluía espacios verdes, merienda, cena y vista al río. Era como una excursión, de esas que hacen para los alumnos de primer año o de primaria, pero en nuestro caso era para hacer un folleto sobre lugares turísticos de la ciudad: la Costanera, el Parque San Carlos y el Lago de Salto Grande. Todo en ese orden. ¿Qué bueno, no? Tal vez no tanto, porque no solo iba mi curso, sino otros dos más, y en uno de esos estaba Mauricio. O sea, iba todo el ciclo orientado: cuarto, quinto y sexto año.

Partimos el miércoles a primera hora —el día anterior habíamos entregado las autorizaciones— en tres colectivos de línea. En lo personal, no lo vi en ningún momento al subir al transporte o en todo el trayecto. Supuse que parajes como estos no son muy de su preferencia, lo cual preferiría no ir. Pero, minutos después, eso cambio. Lo vi cuando nos separaron en diferentes grupos, haciendo que me tragara mis propias palabras.

—Y una vez más nos encontramos en la misma situación... —comentó Lele, desperezándose a mi lado, sacándome de mis pensamientos.

—¿A que te refieres? —pregunté desconcertada.

—A la escena de todos los días. Vos y Mauricio, mirarse y no decirse nada. Bueno, eso, lo de siempre —respondió Mariana—. Por cierto, estuviste ausente en las últimas juntadas a las que te invite, ¿puedo preguntar a qué se debe?

Lo de la noche del boliche no se había vuelto a tocar, luego de la situación en casa de Rulos, y menos cuando quedaba a solas hablando con Alejandro. Así que nuestras vidas continuaban normales, como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, Mariana necesito preguntar sobre ello, debido a que, los restantes días solo me quedaba en mi casa y rechazaba las salidas a las que me invitaban.

—¿En serio? Esta vez por favor dejemos a un lado el tema de Mauricio, estamos acá para divertirnos. —Flor, la profesora de historia, nos nombró a cada uno para tomar asistencia— Ahora, ¿si recuerdan que fuimos al boliche, no? ¿Recuerdan que Alejandro subió una historia, no es así? ¿Qué después casi me comí el reto del año? Bueno, eso, estuve ocupada con el estudio y con el dibujo.

—No es necesario utilizar el sarcasmo... —murmuró Lele y yo, solo levanté una ceja mientras me cruzaba de brazos.

—¿Segura que estás bien, Viqui? Raroo que no quieras hablar de Mauricio. —diserta aquella.

—Sí, estoy bien. Y sí, no quiero tocar el tema de Mauricio, porque llega un momento en el que te cansas, te saturas de tanto hablar de lo mismo y aparte sería para subirle más el ego. Lele dijo lo que ya todos sabemos "estamos siempre en la misma situación" y es verdad. Ahora, él vendrá hasta mí si quiere, sin que yo tenga que buscarlo. Sé que lo va a hacer...

—Presente —respondió Mariana cuando la nombraron—. ¿Quién es esta Victoria nueva y empoderada?

—No sé, pero me gusta. Es diferente.

Pasamos una tarde agradable, a pesar de estar lejos de mis dos amigos —nos habían dividido en grupos— y de la presencia de mi amado en algunas de las actividades. El sol comenzaba a ponerse, pronto estaríamos de regreso a nuestros hogares, así que decidí disfrutar lo que quedaba del tiempo libre y acercarme a la orilla del río. Me senté en la arena seca, tal vez algo húmeda en algunas partes. Contemplé la oscuridad que llegaba rápido, el cielo, las primeras estrellas y el horizonte.

Dibujé en la arena con una ramita, cerré los ojos para sentir ese vientito que soplaba, que me daba paz y a veces, me provocaba escalofríos. Cuanto más cerca estás del agua, la temperatura cambia. ¿Cuánto duró esa sensación? No lo sé, pero cuando volví a abrir los ojos, noté la sombra de alguien y el sonido de sus pisadas. No hizo falta girarme para saber de quién se trataba. Lo sabía, lo sabía por la fragancia de su perfume, por su sombra. Se había sentado a mi lado sin decir nada. Era Mauricio. ¿Cómo podría confundirlo con alguien más, sobre todo cuando, al mirar de reojo, podés notar esos rizos rebeldes reposados en su frente?

Quedamos en silencio por un largo rato, mirando el río y la corriente del agua chocando contra las piedras. La verdad, tenerlo tan cerca me ponía nerviosa, pero a la vez me brindaba tranquilidad. Hacía que mi corazón latiera con fuerza, con ganas de salirse de mi pecho, o quizás eran todas esas palabras que tenía en la punta de la lengua queriendo escaparse de mi boca. Y ahí, otra vez, empecé a cuestionarme qué tan difícil resulta decir lo que sentimos; si solo me bastaría con que se mantenga en silencio, como suele hacerlo, y me escuche; o si acaso estaba segura de que lo haría. O si era el momento indicado. Pero bueno, ojalá supiera lo que me hace sentir cuando lo tengo cerca, cuando corro por los pasillos y al final se gira a verme, cuando mis cachetes se sonrojan involuntariamente al escuchar que pregunta por mí y me molesto por sus enigmáticas respuestas. Aunque, a lo mejor, ya lo sabe. Quizás finge no haberse dado cuenta de lo que siento por él, cuando es más que evidente.

¿Entienden que es verlo y querer cometer todas las travesuras que nunca he hecho? Y sé que cansaba a mis amigos hablando de él y que dije que no lo haría, pero la verdad es que me encantaba. Y más que me hiciera compañía en medio de la serenidad, en medio de la noche. ¿Qué loco, no? Estando a mi lado y sin que se me hubiera cruzado por la cabeza huir, como lo hubiera hecho antes; no volví con los demás, no lo dejé solo, preferí quedarme ahí, con la persona que amaba.

—Hola, Mauricio —dije, girándome y mirándolo a los ojos, rompiendo el silencio. No sabía de qué hablar. En realidad, creo que no sabía cómo hablar, que era distinto.

—Hola, Victoria —respondió como si nada, como si no le costara pensar en lo que decía para no trabarse o equivocarse.

Las preguntas volvieron a mi cabeza, como si su llegada, el hecho de que estaba ahí junto conmigo, era por algún reto de parte de sus amigos. ¿Era una joda? Porque si era así, jamás le volvería hablar, porque yo no estaba para que se cagaran de risa de mí y me venga a chantajear y se haya acercado para hacer de payaso para ellos. Sería un completo imbécil. Así que miré hacia atrás comprobándolo, si había alguien observándonos, esperando algo. Pero no, solo algunos grupos de alumnos y profesores a lo lejos.

—Estabas sola —dijo, obvio. Su voz era tranquila, curiosa—. ¿Por qué? Siempre estás acompañada, sobre todo, por Alejandro y Mariana.

—Ah, sí, somos como uña y mugre, pero esta vez no vinieron. Prefirieron quedarse a comer en los bancos. Igual, ya no estoy sola —La comisura de sus labios se levantó en una pequeña sonrisa. Respiré hondo—. Estaba en mi momento reflexivo.

—Interesante. ¿Y en qué pensabas?

La paz duró poco, evidentemente, aunque habíamos comenzado bien. No sabía si Mauricio me estaba probando o qué. Quizás quería que Troya ardiera en llamas y yo no lo iba a evitar. Si eso era lo que quería, que sacara todo, todo lo que pensaba, todas las verdades... para qué negárselo, ¿no?

—Pensaba, por ejemplo, que si sabías mi nombre, ¿por qué fingir que no? No es la primera vez que nos vemos —Directo al grano. Mauricio me miró por unos minutos confundido, tratando de entender el repentino cambio y la seriedad en mi tono. Luego volvió su vista al río.

«¿Qué esperabas, Victoria? No es la primera vez que se ven, pero sí la primera que hablan. Deberías haber llevado esa charla con calma».

—No lo sé —respondió, pensativo—. Creí que lo había olvidado.

—Claro. Voy a hacer como que te creo.

Ambos hicimos silencio.

—¿Por qué te colabas a nuestras clases de Educación Física?

—¿Por qué me observás cada vez que me ves pasar? —preguntó, divertido, contrarrestando mi ataque, a mis acusaciones. No supe qué responder.

Hubo silencio total de nuevo.

—¿Por qué te saltás tus clases para perder el tiempo en nuestra aula? Eso le molesta a los profes y lo hacés igual —insistí desafiante.

—¿Por qué aparecés en todos los boliches a los que voy? ¿Cuántas coincidencias, no?

Era muy bueno. Siempre tenía un comodín para seguir jugando.

—¿Acaso no te cansás de coquetear con todas las chicas?

—¿Y qué? —Arrugó la frente—. ¿Por qué estás tan atenta a todo lo que hago? ¿Por qué te molesta?

Perdí. Él quería que lo diga.

—¿No es obvio, Mauricio? —Me exalté—. Me gustás. Lamentable, pero me gustás. ¿Qué suerte la mía, no? No debía, no. Pero estoy enamorada.

A fin lo había dicho y al hacerlo, sentí un alivio, un peso menos que me sacaba de encima.

—No lo sabía —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Estás ciego? Ya casi va a ser un mes desde que te vi en la feria y... —Me levanté, sacudiéndome la arena. Él hizo lo mismo—. ¿No sabías nada? Claro que no, más que mi nombre y que me ves en los pasillos. Y como dije, voy a fingir que te creo. ¡Ay, Dios, no puedo creer que seas tan insensible!

—De acuerdo, si hacés esto para llamar la atención o para que escuches de mí algo que querés, no va a suceder, ¿sabes?

—¿Qué? No estoy buscando nada de vos, no te estoy rogando amor —Negué con la cabeza, cansada—. No te estoy pidiendo nada a cambio. ¿No sé qué se te pasó por la cabeza? Puras pavadas.

Se quedó boquiabierto. Comencé a alejarme de a poco de donde se hallaba, pero me frenó antes de que pudiera desaparecer por completo hacia algunos de los grupos.

—Victoria, entre vos y yo, eso nunca va a pasar.

—Sí, lo que digas, Mauricio —dije, sin más de discutir.

Mauricio no lo entendía, pero quienes tenían la oportunidad de enamorarse así, de amar con esa intensidad, con esa pasión, están dispuestos a entregarlo todo. Yo quería entregarlo todo, pero a veces no alcanza, a veces entregar demasiado te consume. Y yo era consciente de que era joven, un poco tonta por enamorarme del chico equivocado, pero estaba en una etapa donde quería probar cosas nuevas, quería que alguien llegara con todo ese caos y me hiciera formar parte de él. Quería ver todo de otra manera. Quería... yo quería, pero ¿y si nunca había estado en lo cierto? ¿Y si no sabía qué significa amar de verdad? No quería vivir más en la fantasía, quería la realidad, la cruel realidad de que no todo es perfecto, de que hay rechazos, amores equivocados, amores que llegan para siempre y otros de los que aprendés. Y mi amado, no era la excepción.

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